El futuro de una menguante Casa Imperial japonesa
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Previsión a 30 años: ¿Una familia imperial de cinco miembros?
A finales de mayo de 2014 la princesa Noriko de Takamado (25 años) anunció su compromiso matrimonial con el primogénito (40 años) del sacerdote responsable del santuario sintoísta de Izumo Taisha. Noriko es hija del difunto Norihito, príncipe Takamado y primo del actual emperador Akihito. Si la boda se lleva a cabo, tal como está previsto, este mismo otoño, en cumplimiento de la Ley de la Casa Imperial Noriko dejará de ser miembro de la familia. Doce días después del anuncio falleció el hermano mayor de Norihito, el príncipe Katsura (66 años). El hermano mayor de ambos, el príncipe Tomohito de Mikasa, había fallecido dos años antes. La Casa Imperial japonesa, en la que solo los descendientes masculinos por línea masculina cuyo padre o abuelo paterno haya sido emperador pueden ocupar el trono, está viendo amenazada su supervivencia por el previsible fallecimiento de sus miembros masculinos y la salida de los femeninos que contraen matrimonio.
Una vez lo haya hecho la princesa Noriko, la familia imperial pasará a estar conformada por 20 miembros, incluyendo a Akihito, actual Emperador. En la línea sucesoria aparecen cinco de ellos: 1) Naruhito, príncipe heredero como primogénito del Emperador (54 años); 2) Fumihito, príncipe de Akishino, hijo segundo del Emperador (48 años); 3) Hisahito, príncipe de Akishino, hijo de Fumihito y nieto del Emperador (siete años); 4) Masahito, príncipe de Hitachi, hijo segundo del emperador Shōwa y hermano menor del actual (78 años), y 5) Takahito, príncipe de Mikasa, cuarto hijo del emperador Taishō, que precedió al emperador Shōwa, y hermano menor de este (98 años).
Ateniéndonos a la realidad, es previsible que los príncipes de Hitachi y de Mikasa sean los primeros en fallecer. Por otra parte, en vista de las edades que tienen tanto el príncipe heredero como su hermano y sus respectivas consortes, no es de esperar que tengan más descendencia. La única vía para asegurar la sucesión es que Hisahito un día se case y tenga descendencia masculina. Entre las 14 mujeres hay siete que, o bien son menores de edad, o todavía permanecen solteras, así que lo más probable es que algún día se casen y abandonen la familia. Pasados 10, 20 o 30 años, podría ser que la familia imperial se redujese a cinco miembros: el actual príncipe heredero, su hermano el príncipe de Akishino, sus respectivas consortes y el príncipe Hisahito.
Un emperador atribulado
Sin duda, quien con más intensidad vive el temor a una posible extinción de la familia imperial es el propio Emperador. Watanabe Makoto, que ocupó el cargo de Gran Chambelán de la Casa Imperial durante algo más de 10 años, hasta 2007, reconoce que el de la sucesión ha sido siempre un problema acuciante. “El Emperador se mostraba siempre muy afligido y había noches que no podía conciliar el sueño”, ha declarado.
La Constitución de Japón establece que el Emperador no tiene atribuciones políticas y, lógicamente, no puede cambiar a su capricho las leyes relativas a la Casa Imperial. Es una crisis que afecta a su propia casa, pero a él solo se le permite seguir atormentándose sin poder hacer nada.
Una red de seguridad que ya no existe
Volvamos la mirada a la historia. El emperador Akihito representa la sexta generación por línea directa masculina del emperador Kōkaku, que reinó entre 1780 y 1817. Sucedió a Kōkaku el emperador Ninkō (1817-1846), quien no era hijo de la esposa principal, sino de una de las sokushitsu, que literalmente significa, “(persona que ocupa la) habitación contigua”, una forma de concubinato legalmente instituida. Lo mismo puede decirse de sus tres siguientes sucesores, los emperadores de las eras Kōmei (1846-1867), Meiji (1867-1912), y Taishō (1912-1926), hijos igualmente de sokushitsu. La esposa principal del emperador Meiji no le dio hijos de ninguno de los dos sexos. Según la Agencia de la Casa Imperial, aproximadamente la mitad de los 125 emperadores que se han sucedido en el Trono del Crisantemo son hijos de sokushitsu.
De los 15 hijos (cinco varones y diez mujeres) que dieron sus cinco sokushitsu al emperador Meiji, un hombre con fama de tener una gran fortaleza, dos nacieron muertos y otros ocho murieron durante sus primeros meses de vida. De esos cinco varones solo uno llegó a adulto, el futuro emperador Taishō. La sucesión pudo asegurarse a duras penas.
Si el emperador Meiji no hubiera tenido descendencia masculina, es de suponer que para asegurar la sucesión se habría recurrido a la descendencia de alguno de sus parientes, para lo cual ya existían precedentes históricos. En algunos de esos casos previos, pasaron a ocupar el trono parientes de octavo y hasta de décimo grado (padres e hijos son parientes de primer grado; abuelos, hermanos y nietos, de segundo; tíos, de tercero, etc). Así pues, hasta la era Meiji, esta compleja trama de sokushitsu y ramas colaterales formaba una sólida red de seguridad que prevenía crisis sucesorias.
Emperadores Taishō y Shōwa, sin sokushitsu
El emperador Taishō, un hombre cultivado de refinados gustos, renunció voluntariamente a tener sokushitsu. Desde niño fue de constitución delicada y solo se mantuvo 15 años en el trono, pero de su unión con la Emperatriz nacieron cuatro hijos varones (el futuro emperador Shōwa y los príncipes de Chichibu, Takamatsu y Mikasa), aportando estabilidad al árbol familiar.
El emperador Shōwa fue también un defensor de los valores familiares y no mantuvo sokushitsu. La Emperatriz le dio cuatro hijas y tras ellas el esperado hijo varón, Akihito, nacido en 1933, que es quien actualmente ocupa el trono. Después vino Masahito, príncipe de Hitachi
La Ley de la Casa Imperial de la posguerra, que entró en vigor en 1947, tuvo en cuenta las normas sociales imperantes y no otorgó reconocimiento como miembros de la familia imperial a los posibles hijos del Emperador habidos fuera del matrimonio, con lo que quedaron fuera también de la línea sucesoria. Al mismo tiempo, la nueva ley recogió el principio ya vigente desde la era Meiji de que la sucesión al trono se limitaría a los varones descendientes por línea masculina. En aquel momento nadie se preocupaba por la sucesión al trono, ya que el emperador Shōwa tenía dos hijos varones, además de dos hermanos menores de su mismo sexo.
Dificultad intrínseca de la sucesión limitada a varones por línea masculina
Basta con echar mano de algunos datos numéricos, como pueden ser las diversas tasas demográficas, para comprender la dificultad que encierra asegurar la sucesión a través exclusivamente de los miembros varones descendientes por línea masculina. Supongamos que en una generación dada tenemos una familia imperial de cinco miembros que cumplen esas dos condiciones. Partiríamos de la tasa de fecundidad existente actualmente en Japón, que es de 1,29 niños por mujer. Obtendríamos en teoría 6,45 niños de los respectivos matrimonios de esos cinco miembros. La mitad, o sea, 3,23, serían varones en la primera generación de descendencia. En la segunda, la generación de los nietos, el número de niños varones por línea masculina sería de 2,08, que se reducirían a 1,34 en la tercera, la de los biznietos. La cifra iría reduciéndose inevitablemente.
Aunque la tasa de fecundidad suba hasta 1,5 hijos por mujer, la cifra correspondiente a la tercera generación será de solo 2,11 hijos varones por línea masculina, es decir, menos de la mitad de los cinco varones de los que partimos. Si dejamos de excluir a las mujeres y aprovechamos ambas líneas obtendríamos un aumento sostenido, con 6,45 en la primera generación, 8,32 en la segunda y 10,73 en la tercera. Contando con las mujeres para la sucesión el resultado sería, pues, muy diferente.
De suyo, la Constitución de Japón se limita a señalar que el trono se transmitirá por sucesión hereditaria, sin especificar nada sobre el sexo de los sucesores. Sólo con reformar la Ley de la Casa Imperial, que limita la sucesión a varones por línea masculina, podría alcanzarse un modelo de sucesión que garantizase la estabilidad.
No hay precedentes de emperadores por línea femenina
Siguiendo estos planteamientos, en 2005, durante el mandato del primer ministro Koizumi Jun’ichirō, el Consejo Consultivo para el Informe sobre la Ley de la Casa Imperial propuso una modificación para introducir un sistema que diera preferencia en la sucesión al primogénito, independientemente de cuál fuera su sexo. Se trataba de posibilitar que una mujer heredase el trono, o que lo hiciera un descendiente (hombre o mujer) por línea femenina. Los sondeos de opinión daban porcentajes de apoyo a que una mujer pudiera heredar el trono cercanos al 80 %.
Pero en Japón está muy arraigada la idea de que la sucesión debe ser por línea masculina y recaer además en un hombre, una idea que se sustenta sobre el argumento de que la autoridad y dignidad de que disfruta la institución imperial nipona procede de una historia y una tradición hiladas con esos hilos. Una historia y una tradición que no deberían cambiarse por un capricho del hombre moderno.
La historia nos dice que han sido en total ocho las mujeres que han ocupado el Trono del Crisantemo, dos de ellas en dos ocasiones. En todos los casos, eran hijas de emperadores. Quienes defienden la exclusividad de la línea masculina señalan que estas mujeres accedieron al trono en situaciones de grandes disturbios políticos o de minoría de edad de los varones en la línea de sucesión, circunstancias que llevaron a tomar esta medida de carácter excepcional e interino. Todas ellas se mantuvieron solteras y sus hijos no accedieron al trono, por lo que no hay un solo emperador por línea femenina.
Nació Hisahito, se esfumó el debate
Después de la publicación del informe de aquel consejo, en el año 2005, la princesa de Akishino anunció su tercer embarazo. Ante la posibilidad de que el bebé fuera un varón el Gobierno congeló la reforma de la Ley de la Casa Imperial y dio carpetazo al informe de los expertos. Al año siguiente la princesa dio a luz un varón, el primero en nacer en el seno de la familia imperial en 41 años, que recibió el nombre de Hisahito. Con su nacimiento se extinguió el debate sobre la sucesión.
En los últimos años se ha abogado por un nuevo sistema que permita que las mujeres de la familia imperial no deban abandonarla al casarse, fundando un nuevo miyake (rama o núcleo familiar con título propio). En este caso, la idea es que actualmente hay motivo de esperanza, con un varón (aunque solo sea uno) en la generación de los nietos del emperador, y que con este nuevo sistema del miyake femenino podría solucionarse, por el momento, el preocupante descenso en el número de miembros de la familia imperial.
Tras consultar la opinión de expertos y de miembros del mundo financiero, laboral y de otros sectores de la sociedad, en 2012 el Gobierno del Partido Democrático de Japón dejó definidos los puntos en debate en torno al miyake femenino. Se creó un clima en el que se pensaba que sería posible obtener el apoyo de la ciudadanía para la creación, como solución más realista, de tres nuevos miyake, vigentes por una única generación, que mantendrían dentro de la familia imperial aun después de su matrimonio a la princesa Aiko, hija del Príncipe Heredero, y a sus primas las princesas Mako y Kako de Akishino. Sin embargo, poco después volvió a cambiar el partido gobernante. El actual primer ministro, Abe Shinzō, de quien se dice que no acepta el acceso de mujeres al trono ni la sucesión por línea femenina, no está prestando ninguna atención a este problema. De este modo, no parece que las tribulaciones del Emperador vayan a tener fin.
Escaso interés de la ciudadanía
El Artículo Primero de la Constitución de Japón establece que el emperador es el símbolo del Estado japonés y de la unidad de su pueblo, y que su posición se deriva de la voluntad del pueblo soberano, pese a lo cual ese mismo pueblo no parece demasiado motivado por problemas como el de la sucesión o el de la creación de los miyake femeninos. Entre los políticos tampoco hay conciencia de crisis. Los sondeos de opinión arrojan un 80 % de apoyo a la sucesión femenina, pero al parecer tras esa cifra se esconde, simplemente, la difusa idea de que también las mujeres pueden desempeñar ese cargo.
El estado de ánimo del Emperador, siempre aquejado por estas preocupaciones, tampoco es conocido por la mayoría del pueblo. El sistema de la Casa Imperial solo irá cambiando cuando la gente se plantee seriamente qué representa la Casa Imperial para los japoneses, aumente el interés popular en estos temas y estos sean tomados en serio y objeto de decisiones en las instancias políticas. Creo que también sería positivo que el Príncipe Heredero y su hermano, el príncipe de Akishino, dieran a conocer sus puntos de vista al respecto. Lo contrario sería asistir como espectadores al derrumbe de su propia casa.
Otra cosa sería que una mayoría de los japoneses estimase innecesaria la existencia de la Casa Imperial. Pero mientras, como ocurre, se piense que su sostenimiento a lo largo de la historia es parte del propio ser de la nación japonesa, habrá que hacer un esfuerzo para aportar soluciones que garanticen la continuidad de la institución.
(Nota de Redacción: Las edades que aparecen en el texto son las correspondientes a finales de junio de 2014)
Fotografía del titular: La princesa Noriko, hija segunda del príncipe de Takamado, y su prometido Senge Kunimaro, que ocupa el puesto de negi o asistente del sacerdote principal del santuario sintoísta de Izumo, durante la rueda de prensa convocada el 27 de mayo de 2014 por la Agencia de la Casa Imperial tras el anuncio del compromiso matrimonial entre ambos. (Fotografía proporcionada a los medios por Jiji Press)
(Traducido al español del original en japonés)