Yoshida Masao, el hombre que salvó Japón y Fukushima
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El 9 de julio de 2013, a eso de las 11:30, me enteré del fallecimiento del ex director de la central nuclear Fukushima Uno por un amigo íntimo del propio Yoshida Masao. En ese momento, susurré para mí mismo: "Descanse en paz. Muchísimas gracias por todo", y junté en silencio las palmas de las manos en señal de rezo junto al pecho.
Yoshida Masao tuvo en cuenta hasta el final el verdadero sentido de lo que significa ser una persona que trabaja con centrales nucleares, y evitó a duras penas que se produjera en Fukushima un accidente diez veces mayor que el de Chernóbil; se puede decir con todas las letras que "salvó Japón". Incluso a día de hoy, como residente de Tokio que soy, le estoy agradecido.
Un hombre que murió luchando por un país al borde del abismo
El 7 de febrero de 2012, Yoshida Masao entró en quirófano por un cáncer de esófago. Tras la intervención, parecía que se recuperaría de la enfermedad, pero el 26 de julio de ese mismo año sufrió una hemorragia cerebral y tuvieron que realizarle dos craneotomías y un catéter. Además, el cáncer se extendió al hígado y a los pulmones, se le formó un sarcoma en el muslo y el tumor del primero de estos órganos alcanzó una dimensión considerable. Yo ya me había hecho a la idea de que este día llegaría tarde o temprano.
Yoshida Masao luchó contra unos reactores nucleares que estaban prácticamente fuera de control; también peleó contra una fuerte intervención incesante por parte del gobierno de Japón durante la gestión del accidente, y se enfrentó a los directivos de la sede central de la Compañía de Electricidad de Tokio (TEPCO), que en ocasiones le imponían exigencias carentes de toda razón. A mi modo de ver, murió luchando a la temprana edad de 58 años envuelto en el estrés que supone encontrarse al borde del propio abismo y del de todo el país.
En julio del año pasado, antes de que sufriera la hemorragia cerebral, conseguí que me concediera un par de entrevistas. Estos últimos encuentros que mantuve con él, que duraron un total de cuatro horas y media, fueron fruto de un año y tres meses de persuasión, tiempo durante el cual empleé todos los canales posibles para alcanzar mi objetivo.
Yoshida Masao medía 184 cm. La enfermedad le había quitado varios kilos de peso, de modo que cuando lo vi en persona por primera vez su aspecto distaba mucho del que recordaba de sus apariciones en televisión. Con todo, desprendía una alegría natural y presentaba una expresión franca al tiempo que me hablaba de todo un poco.
Me contó detalladamente cómo se había desarrollado el proceso de enfriamiento de los reactores nucleares empleando agua de mar para impedir que se produjera un accidente, como ya he mencionado anteriormente, diez veces mayor que el de Chernóbil; también abordó las repetidas incursiones apresuradas de sus subordinados en los edificios contaminados que albergaban los reactores.
Una férrea oposición a las órdenes del gobierno y de los directivos de TEPCO
Yoshida Masao pidió, sin la menor dilación, un camión de bomberos a las Fuerzas de Autodefensa de Japón, e hizo posible la construcción de una línea para inyectar agua de mar a los reactores. Además, estuvo al frente de las operaciones para evitar que la vasija de contención del reactor número 1 estallara, para lo cual se realizaron emisiones controladas de gases radioactivos al exterior con el objetivo de reducir la presión. Él mismo se enfundó un traje ignífugo, se puso una mascarilla y se cargó a la espalda una bombona de aire para emprender esta labor suicida; fue todo un prodigio.
En una entrevista con los subordinados de Yoshida Masao que llevaron a cabo estos trabajos tras el accidente, escuché declaraciones como: "Tratándose de Yoshida Masao, pensaba que podíamos morir juntos", y "De no ser por el director de la central no se habrían podido evitar peores consecuencias del accidente". Sin afinidad con el jefe, imagino que habría sido imposible llevar a cabo una "misión suicida" como la de arriesgar la vida de uno y adentrarse en las instalaciones contaminadas que albergaban los reactores.
Yoshida Masao tomaba de la mano a cada uno de los trabajadores cuando volvían de estas instalaciones, les expresaba su agradecimiento por la labor realizada y su alegría por que hubieran salido de allí.
Los subordinados de Yoshida Masao se unieron cada vez más en torno a su jefe al ver cómo este no daba su brazo a torcer y desafiaba a los ejecutivos de TEPCO en las videoconferencias que mantenía con la sede central. Podría decirse que la manera de hacer las cosas del director de Fukushima Uno tuvo su máxima expresión cuando su jefe Takekuro Ichirō le dijo que había que dejar de inyectar agua marina a los reactores a instancias del gobierno. Él se opuso a la orden.
Yoshida Masao se negó sin vacilaciones a dejar de inyectar agua marina a los reactores; sin embargo, sabía que la orden le volvería a llegar de nuevo, pero esta vez directamente desde la sede central de TEPCO. Por ello, antes de que esto sucediera, habló con el líder del grupo que llevaba a cabo los trabajos; le explicó la situación y le susurró al oído que hiciera caso omiso a la orden que le iba a dar delante de las cámaras en la próxima videoconferencia. Tal y como había anticipado, los ejecutivos le mandaron que cesara de inyectar agua marina a los reactores. Gracias al ingenio de Yoshida Masao continuaron realizando esta operación, que se había convertido en la única manera de enfriar los reactores. Él fue el único de los muchos expertos con los que cuenta TEPCO que tuvo presente en todo momento la verdadera labor que deben realizar los técnicos que trabajan con la energía nuclear.
Los 69 de Fukushima lucharon en la planta hasta el final
Durante nuestra entrevista, Yoshida Masao me habló también de cómo se había acordado de las caras de todas y cada una de las personas que "morirían conmigo" en la mañana del 15 de marzo de 2011, cuando tuvo que hacer frente a la mayor crisis en la central: la presión aumentó en la vasija de contención del reactor número 2.
En ese momento, se levantó de repente del asiento que ocupaba en la sala dedicada a la gestión de emergencias del primer piso de un importante edificio antisísmico del complejo nuclear, se sentó directamente en el suelo de la misma, bajó la cabeza y comenzó a meditar. Se colocó en una posición semejante a la de la meditación Zen y se quedó ensimismado en sus pensamientos.
"Continuar inyectando agua de mar a los reactores era la única manera posible de evitar que la situación empeorara. Tenía que elegir a los que se encargarían de realizar el trabajo, determinar quién 'moriría conmigo'. Fui recordando una tras otra las caras de todos ellos. La primera persona que me vino a la mente fue un compañero de mi misma edad responsable de las labores de restauración de sistemas en caso de emergencia. Este colega se había incorporado a TEPCO tras terminar la educación secundaria superior, y era alguien con quien había trabajado desde hacía mucho tiempo. Lo primero que pensé fue que quizás él sí estaría dispuesto a acompañarme en esta misión suicida". Yoshida Masao me confesó que, cuando había reflexionado sobre la vida y la muerte, se había acordado de los compañeros con los que mantenía una buena relación desde que era joven.
"Me acordé de los compañeros de edad avanzada, como yo, con los que llevaba trabajando muchos años. Me apenaba pensar que lo enviaría a morir, pero seguir inyectando agua era la única solución posible teniendo en cuenta hasta dónde habíamos llegado. Me preguntaba si no había otra manera de pedirles que hicieran ese sacrificio. Me quedé sentado sin dejar de pensar en todo esto".La escena que describió era épica. Posteriormente, los medios de comunicación de Europa y Norteamérica comenzaron a llamar a Yoshida Masao y a los trabajadores que permanecieron junto a él en la central "Los 50 de Fukushima"; sin embargo, en realidad eran 69 personas en total.
Creo que todos los que se encontraban en la central nuclear Fukushima Uno e hicieron frente al accidente compartían la misma idea de que, independientemente de lo que ocurriera, había que controlar los reactores. Gracias a la lucha cuerpo a cuerpo de Yoshida Masao y su equipo, que no se rindió ante nada, se evitó la destrucción total de Fukushima y que Japón quedara dividido en tres partes.
Continuos esfuerzos por proteger la central de un posible maremoto
Me sorprendió que, tras su fallecimiento, Yoshida Masao fuera el blanco de un aluvión de críticas por parte de los medios de comunicación, que mostraban una postura en contra de las centrales nucleares en Japón. Lo acusaban de no haber prestado suficiente atención a la toma de medidas preventivas en relación a un posible maremoto, nada más lejos de la realidad.
En abril de 2007, Yoshida Masao había asumido el cargo de responsable del mantenimiento de las instalaciones nucleares en la sede central de TEPCO. Desde entonces se había dedicado a investigar sobre maremotos.
El Comité para la Estimación de Maremotos del Colegio Japonés de Ingenieros Civiles había publicado que en el alta mar de la prefectura de Fukushima no se generaría una ola capaz de desencadenar un tsunami, y el Comité Central para la Prevención de Desastres, principal autoridad nacional en la materia al frente de la cual se encuentra el primer ministro, había decidido excluir esta zona marítima de sus planes de prevención. Sin embargo, Yoshida Masao había elaborado sus propios "cálculos imaginarios", por decirlo así, de qué pasaría en el hipotético caso de que se produjera en las aguas de Fukushima un terremoto como el que había ocurrido en 1896 en las de Sanriku, en la cercana prefectura de Iwate (el posterior maremoto se había cobrado la vida de unas 22.000 personas). Según sus estimaciones, la ola tendría una altura máxima de 15,7 metros, por lo que había pedido oficialmente al citado comité que deliberara sobre un posible plan al respecto. Además, Yoshida Masao había realizado un examen de sedimentos para determinar la altura de la ola del maremoto que se había producido tras otro gran terremoto ocurrido también en aguas de la prefectura de Iwate, el de Jōgan en el año 869. En este caso la cifra era de 4 metros.
Construir un espigón de grandes dimensiones no es una tarea fácil. En el caso de que se produjera un maremoto y este golpeara el gigante muro, la ola se desviaría a los lados y causaría grandes daños en las localidades colindantes. Además, este tipo de estructura modifica el medio ambiente, de modo que puede afectar a actividades como la pesca. Por ello, es necesario realizar una evaluación del impacto medioambiental de la obra y solucionar este problema, entre otros.
Yoshida Masao realizó esfuerzos para establecer la base necesaria para tomar medidas preventivas contra maremotos, como obtener el consentimiento de las autoridades locales de los lugares cercanos a la central. Fue la persona que más hizo a este respecto. Sin embargo, su labor se vio interrumpida por un gran terremoto sin precedentes en la historia de Japón, con una fuerza 358 veces mayor que la del seísmo de Hanshin Awaji, ocurrido en 1995, y 45 veces superior a la del Gran Terremoto de Kantō de 1923. El director de Fukushima Uno luchó contra el accidente nuclear arriesgando su vida.
Gracias a la labor del director de la central y de sus subordinados, que entraron repetidas veces en las instalaciones contaminadas que albergaban los reactores, se pudo evitar un mal mayor. Japón se salvó porque Yoshida Masao se encontraba en ese lugar en ese preciso momento.
(Artículo del 14 de agosto de 2013 traducido al español del original japonés. La imagen principal, tomada el 12 de noviembre de 2011, muestra a Yoshida Masao, en el centro, contestando las preguntas de los periodistas en el importante edificio antisísmico de Fukushima Uno desde donde dirigía los trabajos tras el accidente en la central. Fotografía cortesía del periódico Yomiuri y Aflo)