La verdadera situación de los ‘hikikomori’
Sociedad- English
- 日本語
- 简体字
- 繁體字
- Français
- Español
- العربية
- Русский
En el Japón actual muchos jóvenes se encuentran desconectados de la sociedad.
Esas personas, carentes de vínculos sociales, se suelen denominar shakaiteki hikikomori (“recluídos sociales”), o simplemente hikikomori. Pese a ser un término de uso frecuente, la verdadera situación de los afectados por este mal es aún apenas conocida. Si de entre ellos elegimos a mil, tendremos mil casos diferentes por el modo en que se recluyen, su trasfondo social y sus circunstancias. ¿Qué significa, entonces, ser un hikikomori?
La definición de hikikomori incluye las siguientes características:
- El afectado no trabaja ni estudia.
- No se considera que tenga una discapacidad mental.
- No mantiene contacto con personas fuera de su familia, y lleva al menos seis meses prácticamente encerrado en su casa.
El tercer punto es el más importante de la lista. Un hikikomori no tiene amigos y se encuentra aislado socialmente. Son personas sin interacción social, aislados en mitad de una gran ciudad.
Según ciertos datos, existe un millón de personas de este tipo, en la sociedad japonesa. Eso quiere decir que, sumando el número de padres cuyos hijos se convierten en hikikomori, a lo largo de varias decenas de años, el porcentaje de afectados de más de veinte años es de cerca del 3 %. No son cifras que se puedan ignorar, pero pese a la enormidad del problema son muchas las personas que se muestran indiferentes a él.
Muchos japoneses desprecian a los hikikomori, considerando que solo son “niños mimados”, o “perezosos”, que viven a costa de sus padres, sin trabajar. Me gustaría enfatizar que no existe un solo hikikomori que lo sea por elección propia. Si realmente esta condición fuera producto de la pereza, no tendría sentido que los afectados o sus familias sufrieran por ella.
Vergüenza y conflicto, palabras clave
Hay dos palabras clave para comprender el fenómeno hikikomori: “vergüenza” y “conflicto”. Los hikikomori sienten una profunda vergüenza por el hecho de no poder trabajar como cualquier otra persona. Sienten que, por no poder trabajar como muchos otros, son escoria humana, y que no merecen ser felices. Casi todos creen haber traicionado las esperanzas de sus padres.
En cuanto al conflicto, se sienten divididos entre la parte de sí mismos que les impide salir al mundo y la que los condena sin cesar por no hacerlo. Muchos dicen que desean desaparecer, o que ojalá no hubieran nacido. Debido a esta lucha interna, algunos se cansan tanto que no pueden ni salir de la cama. El dolor nacido de este conflicto puede durar años, e incluso décadas.
En casos serios, los hikikomori nunca salen de sus habitaciones salvo para usar el servicio o la ducha. Les aterroriza el contacto incluso con otros miembros de su familia, y se alimentan asaltando el frigorífico por la noche, cuando todos los demás están dormidos. Pese a vivir en la misma casa, no hablan con los demás. Una madre se lamentaba de que su hijo comenzara a aislarse a los doce años y desde entonces no haya podido hablar con él, por lo que no sabe cómo es su voz de adulto.
Los hikikomori mantienen las contraventanas y cortinas de su habitación cerradas en todo momento para ocultar su presencia en la habitación. Para no emitir ningún sonido, ven la televisión o el ordenador con auriculares. Caminan sin hacer ruido. Algunos ni siquiera encienden el aire acondicionado en los días más tórridos del verano o más fríos del invierno, en parte para que sus familiares y vecinos no se den cuenta de su presencia, y también porque no se consideran con derecho a utilizar los electrodomésticos. Ojalá la sociedad los comprendiera mejor antes de apartarlos a un lado pensando que se trata simplemente de gente vaga o mimada.
Tienen que trabajar, pero no pueden
A los hikikomori les asusta que les pregunten “¿Qué haces ahora?” Un cliente me dijo: “Esa pregunta me asusta tanto que voy huyendo de un sitio a otro como un fugitivo”. Como resultado, cortan toda relación con amigos y conocidos.
Parece que un 60 % de los hikikomori han tenido alguna experiencia laboral. Muchos de ellos han sufrido horarios de trabajo absurdamente largos, con más de 200 horas extra por mes, o han sufrido acoso laboral de sus superiores. Esto ha convertido el trabajo en una fuente de terror y rechazo psicológico.
Como hemos definido más arriba, los hikikomori no sufren una enfermedad mental. No hay medicinas ni tratamientos para su condición, así que todo lo que se puede hacer es vigilarlos y observar cómo cambian. Algunos quieren trabajar, pero se han vuelto incapaces de hacerlo. La gente tiene la vaga impresión de que los hikikomori son mentalmente enfermos o débiles. Pero en lugar de considerar esta condición como un problema mental, deberíamos verla como un problema laboral: la existencia de un grupo de personas que piensan que deben trabajar pero no pueden.
¿Cómo puede rescatarse a los hikikomori de su grave situación? Intentar forzar a uno de ellos para que salga de ese problema no produce buenos resultados. Por otro lado, en los últimos años los propios hikikomori han establecido un buen número de actividades y redes de apoyo por su cuenta. Con la ayuda de asesores y psiquiatras, han organizado encuentros e incluso lanzado el Hikikomori Shinbun, un periódico con algunos artículos en inglés. Se han dado casos en los que la consulta del individuo con los padres ha cambiado la dinámica del problema y se ha producido una mejoría. Puede llevar su tiempo, pero probablemente la única solución para estas personas sea que consigan la oportunidad de conectar de nuevo con la sociedad de la que se han apartado y, poco a poco, dar a conocer aún más su situación a la sociedad para poder así crear un ambiente más acogedor para ellos.
Los hikikomori, esas personas que buscan establecer vínculos con la sociedad pero no pueden, usan su reclusión como última estrategia para sobrevivir, como última elección para poder mantener su dignidad.
(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado: Ishizaki Morito, antiguo hikikomori. En la actualidad es responsable de sistemas informáticos, márketing y otras tareas en la empresa de su familia, además de ejercer como editor para el periódico Hikikomori Shinbun.)