¿Qué es lo “normal”? Cuestionando la normalidad a través de la novela ‘Konbini ningen’

Sociedad

El psiquiatra Saitō Satoru nos habla de la alexitimia, un trastorno que lleva a reprimir la expresividad a fin de aparentar normalidad, basándose en su experiencia en la práctica clínica y tomando como referencia la novela Konbini ningen de Murata Sayaka, ganadora del Premio Akutagawa 2016.

El término médico alexitimia se compone de alexia (que significa dislexia: ‘dificultad para la lectura y comprensión de texto escrito’) y timia (‘sentimientos’). Aunque los sentimientos surgen del propio individuo, para experimentarlos es necesario reconocerlos. Pero a veces los sentimientos no se reconocen. Esa agnosia sentimental que implica la alexitimia resulta muy útil, por ejemplo, cuando uno siente que va a verse desbordado por sentimientos que no conviene exteriorizar, como la ira o la pena.

Lo cierto es que, exceptuando a los bebés, las personas no lloran ni gritan cuando les apetece. La exteriorización primitiva de los sentimientos en adultos se denomina incontinencia sentimental y se considera objeto de tratamiento clínico.

Así pues, para ser “normales”, los niños imitan a los adultos y aprenden a reprimir su expresividad facial. Cuando dicha conducta acaba anulando la capacidad de percibir los sentimientos, y la ira o la pena no exteriorizadas se manifiestan a través del organismo, surgen la hipocondría y las enfermedades psicosomáticas. El término hipocondría se aplica cuando no hay lesiones ni patologías físicas, mientras que cuando existen problemas como la hipertensión arterial o las úlceras pépticas hablamos de enfermedades psicosomáticas.

La alexitimia no solo obstruye el llanto o la tristeza, sino también la alegría y la euforia. La incapacidad de percibir los sentimientos alegres se conoce como anhedonia. Este término, que designa el fenómeno por el cual deja de sentirse gozo en situaciones o actos que antes generaban disfrute y alegría, constituye uno de los principales índices para diagnosticar la depresión genuina llamada de tipo melancólico.

La máscara de la normalidad en Konbini ningen

En la consulta psiquiátrica que dirijo en el centro de Tokio acuden a diario pacientes aquejados de trastornos como la depresión y la hipocondría. Aun así, en el primer encuentro la mayoría de ellos no muestra ninguna expresión de angustia o aflicción. El problema que necesitan tratar permanece escondido hasta que se les quita el disfraz de “normalidad” con el que se cubren.

Esta reflexión me vino a la mente al leer la novela Konbini ningen de la escritora Murata Sayaka, ganadora del Premio Akutagawa 2016, que a mi entender es la historia de una persona que sufre alexitimia.

Portada de Konbini ningen (Bungeishunjū)

La narración se desarrolla desde el punto de vista de la protagonista, Furukura Keiko, una mujer que lleva dieciocho años trabajando por horas en una tienda de conveniencia o konbini. Su “truco” para vivir es anular su intuición y su juicio, y sustituirlos por una amalgama de ademanes y gustos copiados de mujeres de su alrededor —principalmente compañeras del trabajo— a las que considera normales y sofisticadas. Es un método práctico y efectivo para adaptarse al entorno. Por las mañanas Keiko llega al trabajo un poco antes de que empiece su turno y, al ponerse el uniforme, se convierte automáticamente en una konbini ningen (‘humana de konbini’). Allí solo tiene que pasar un determinado número de horas aplicando una serie de normas de conducta y juicio requeridas. Para alguien como ella, cuyo peculiar comportamiento en la infancia levantaba polémica en las reuniones de maestros y provocaba constantes reprimendas de sus padres, es un alivio poderse esconder bajo un uniforme.

Un día la protagonista se da cuenta de que los demás la compadecen porque sigue soltera tras dieciocho años trabajando en el konbini, y eso empieza a inquietarla. Justo entonces conoce a un hombre que parece una proyección de sí misma. Se trata de un individuo que, convencido de sufrir la persecución y la exclusión de la sociedad, no se propone siquiera esforzarse por parecer “normal”. Poco después de entrar a trabajar en la tienda de Keiko lo despiden, y ella termina acogiéndolo en su apartamento.

Aunque a primera vista dan la sensación de mantener una relación equilibrada de pareja, en realidad su convivencia es pura estrategia. A la trabajadora de Keiko le da buena imagen tener pareja, y al hombre, que se niega a trabajar, su “novia” le ofrece un lugar donde esconderse de la perversidad de la sociedad. No obstante, la convivencia no tarda en empezar a desbarajustar la armonía espiritual que Keiko se había construido durante dieciocho años.

La afilada lengua del nuevo inquilino pone al descubierto el vacío del espacio personal de Keiko, algo que ella negaba hasta entonces. Un pequeño apunte: la negación es un mecanismo primitivo de defensa psicológica que se ejecuta de forma inconsciente y consiste en ignorar problemas o hechos perfectamente evidentes para el resto del mundo. Desde el ojo ajeno las personas que practican la negación se ven bastante infantiles y extrañas.

Al descubrir la realidad que venía negándose, Keiko deja de ser una “humana de konbini”. Desposeída del trabajo en la tienda, la única forma de vida que le queda es pasarse el día metida en el armario durmiendo en su futón. Esta situación, a la que yo llamo “adicción a la cama”, constituye el origen de todas las adicciones, desde las sustancias (drogas y alcohol) hasta el sexo. Es más, todas las adicciones y todos los “hábitos normales” son esfuerzos desesperados por salir del atolladero de la adicción a la cama.

La novela termina con un final feliz en el que Keiko vuelve a trabajar en un konbini, pero que no acaba de dejar a los lectores con buen sabor de boca: la mayoría se habrán percatado de la relación entre la sobreadaptación al trabajo de la protagonista y su sentimiento de vacío interior.

Cuando nos negamos a captar las emociones

Permítanme añadir una breve explicación sobre la adicción a la cama. Se trata de un fenómeno de regresión al sueño primario que se da en los bebés lactantes. Y es precisamente eso, en realidad, lo que ansían los yonquis (adictos a la heroína). Los que sufren hikikomori (trastorno que lleva a aislarse de la sociedad encerrándose en la habitación) se encuentran atrapados en las arenas movedizas de una regresión del mismo tipo, y no es nada fácil sacarlos de allí.

Llegados a este punto debemos atender a un hecho: cuando un bebé lactante que duerme enganchado al pezón materno se despierta, se pone rojo de rabia y chilla porque siente una ansiedad intensa ante la ausencia del pecho. Al menos los bebés de entre el año y el año y medio de edad viven en un mundo de sentimientos pungentes como la ira, la disforia, la ansiedad o el dolor; los adultos afectados por hikikomori no tienen ni eso, porque al negarse a captar unas emociones que ya habían adquirido terminan cayendo en la alexitimia.

Romper el hechizo de la “normalidad”

A veces acuden a mi consulta personas con alexitimia que creen que sufren depresión. Hace un tiempo, por ejemplo, llegó una nueva paciente que era ama de casa. Tras haber estudiado una carrera universitaria y de haber entrado como empleada en una empresa, el trabajo le pareció tan tedioso que lo dejó de inmediato y luego pasó cuatro años trabajando por horas en un club de sadomasoquismo, período que disfrutó mucho laboralmente. Al acercarse a la treintena pensó que no podía seguir con la vida que llevaba, así que abandonó el club, se casó y tuvo un hijo. Y fue empezar esa nueva “vida normal”, y caer en una rutina vacía en que no hacía más que alternar el sueño y la vigilia. Su marido era un niño de mamá con problemas de atopía que enseguida se cansó de ella porque no le hacía caso. Cuando acudió a la consulta, hacía un mes que se habían divorciado.

Otros psiquiatras le habrían colgado la etiqueta de depresión o trastorno de adaptación y le hubieran recetado algún antidepresivo, pero yo lo vi de otro modo: ella deseaba tanto ser “normal” que había reprimido su carácter en exceso y su mundo se había vuelto aburrido. Cuando trabajaba en el club de sadomasoquismo todos los días eran peligrosos y emocionantes, y el mismo hecho de pensar que tenía que abandonar esa vida cuanto antes le insuflaba vitalidad. La “normalidad” no es más que un espejismo o un ideal que varía de una persona a otra.

Mi paciente dice que, a sus 35 años y habiendo perdido la figura de antaño, no puede retomar su vida anterior. Yo, por supuesto, tampoco le aconsejaré que vuelva al club de sadomasoquismo. Sin embargo, creo que necesita recordar la avidez y la vitalidad de aquellos tiempos. Y mi trabajo consiste en hacer que se libere del fantasma de la normalidad y reactive su eros.

(Ilustración del titular: Design Pics / Aflo)

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