Una mujer japonesa y su gato ruso Sushi
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Entre mis conocidos tengo a una mujer mayor japonesa cuya hija se casó con un ruso y falleció en Rusia de una enfermedad incurable. Como la hija fue enterrada en Moscú, la mujer iba allí periódicamente a visitar su tumba. Desde que nos presentara una amistad común, la mujer ha venido a verme a mi casa de Moscú en múltiples ocasiones y se lleva de maravilla con mi gato.
La mujer es una amante de los gatos como pocas, pero una vez me dijo lo siguiente: “Adoro a los gatos, pero creo que ya nunca tendré ninguno más. Con mi edad, ¿quién va a cuidar del gato cuando me muera? Si el gato fuera pequeño todavía podría encontrar a alguien que se lo quedara, pero un gato adulto seguro que acabaría viviendo en la calle”. Sin embargo, las circunstancias dieron un giro inesperado que la obligaron a retractarse: en el piso donde solía alojarse en sus visitas a Moscú acabó viviendo primero un perro grande y más tarde un gato de pelaje tricolor. Ni que decir tiene que la mujer, que no sabía vivir sin gatos, estuvo encantada con la llegada del nuevo inquilino.
Parece ser que el perro y el gato compartían techo en paz y sin demasiados altercados, pero una vez el perro perdió el control jugando y el gato acabó con un grave mordisco en la espalda. La mujer no pudo ignorar lo sucedido; era demasiado para alguien como ella, con un corazón de oro y los valores tradicionales de las japonesas. Así que decidió llevarse el gato a Japón.
La mujer empezó por pedir permiso al propietario del piso de Moscú, luego obtuvo un certificado del veterinario y realizó los complicados trámites necesarios para la cuarentena del gato. Tras muchas penurias, logró regresar a Japón con su gato ruso.
Cuando fui a Japón un tiempo después visité a la mujer en su casa. Aquel pequeño gatito se había convertido en todo un gato adulto que respondía al nombre de Sushi. El gato y la mujer eran amigos inseparables y se entendían a la perfección. Sushi no añoraba su Rusia natal y se desenvolvía como pez en el agua entre los gatos japoneses. Al parecer le encantaba ver la televisión; seguía con atención los noticiarios, pero sus favoritos eran los programas de animales.
Ahora que Sushi se había convertido en su nueva familia, a la mujer le resultaba inconcebible realizar largas estancias en Rusia dejando a su adorado gato en casa, por lo que decidió empezar a invitar a sus amigos de Moscú a Japón. Así que se dispuso a tramitar los visados necesarios para que sus amigos rusos pudieran entrar en el país. Los trámites incluían la preparación de una carta de invitación y de una ingente cantidad de documentos detalladísimos: el historial laboral de la solicitante, un certificado de lugar de procedencia, los ingresos mensuales obtenidos de su propiedad inmobiliaria, etc. Se trataba de un proceso muy fatigoso, pero no tenía más remedio que llevarlo a cabo.
Lo que acabó con la paciencia de la mujer fue que le exigieran documentación para demostrar cómo había entablado amistad con sus amistades rusas: a saber, fotos en que salieran juntos y cartas originales que se hubieran intercambiado. En las instrucciones para elaborar la carta de invitación incluso se indicaba que “las cartas entregadas se conservarán en el archivo oficial y no se devolverán, por lo que, de ser necesario, el interesado deberá realizar copias antes de entregar los originales”. Con esto se le cayó el mundo al suelo.
Amistades muy duchas en el tema intentaron consolarla diciéndole que el motivo de las aparatosas exigencias para tramitar visados a personas de nacionalidad rusa era que Japón y Rusia nunca habían llegado a firmar un tratado de paz(*1). Pero esa información no logró calmar su indignación, y al final se quedó sin invitar a nadie a Japón. El sólido “tratado de amistad” entre ella y sus amigos rusos no valió nada ante la ausencia de ese tratado de paz internacional que a ellos les resultaba tan ajeno.
No pretendo meterme en política, pero déjenme decir una cosa: tal vez resulte más práctico ser un gato que una persona. Al menos si eres un gato no te afectan complejos problemas entre países que no saben cómo poner punto final a sus conflictos. Hoy por hoy nadie le pide un visado a un gato para traspasar una frontera; lo único que necesita para desplazarse de un país a otro es el certificado de cuarentena y la voluntad de su amo.
Y con qué gracia y agilidad recorren el mundo los gatos. Sé de un gato nacido y criado en Japón que se trasladó a Rusia y ahora vive allí a sus anchas: el del famoso profesor Chinno Kushami, personaje de la novela Soy un gato de Natsume Sōseki. La traducción al ruso de dicha obra ya circulaba por Rusia hace décadas, en tiempos de la guerra fría. Hasta en aquella época en que el mundo estaba dividido en dos grandes bloques, el gato de Sōseki logró cruzar la frontera sin despeinarse. Precisamente por eso el personaje del profesor Chinno Kushami provocó tanta fascinación entre los rusos.
Efectivamente, en la cultura no existen las fronteras nacionales. Y todo aquel que se jacte, por poco que sea, de ser “una persona de cultura” debe tenerlo siempre presente.
Tal vez los rusos y los japoneses seamos muy distintos en nuestra historia y nuestras costumbres, pero también tenemos mucho en común. Para empezar, tanto rusos como japoneses somos pueblos que aman profundamente la poesía. Y la poesía es la voz del espíritu del pueblo, bendecida por las divinidades de la lírica.
Me pregunto si allá en las alturas, en el mundo de los Cielos donde refulgen las estrellas, las divinidades de la poesía japonesas y las rusas se llevarán bien. Solo espero de corazón que no se peleen por nimiedades como quién es mejor poeta, si Saigyō o Pushkin. Pero mi temor es totalmente infundado: sin duda alguna, más allá de las nubes, nuestras divinidades son amigas íntimas y disfrutan leyendo poemas juntas.
Fotografía del titular: golybenkiy
(Traducido al español de la versión japonesa)(*1) ^ La declaración conjunta firmada entre Japón y la Unión Soviética en 1956, tras la Segunda Guerra Mundial, permitió restablecer las relaciones diplomáticas entre ambos países, pero hoy en día las disputas por la soberanía de los Territorios del Norte sigue dificultando las negociaciones para establecer un tratado de paz entre Japón y Rusia.