Las luchadoras libres japonesas: amables, fuertes y apasionadas
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Historia de la lucha libre femenina en Japón, un orgullo para el país
Quizás sean pocos los que sepan que Japón es el único país del mundo donde se llevan a cabo espectáculos de lucha libre femenina, un deporte que surgió en el archipiélago nipón en 1948, cuando todavía no habían pasado tres años de la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial; su origen se encuentra en los teatros, los cabarés y los locales de striptease, donde servía como forma de entretenimiento para los clientes ebrios.
Se trataba de un espectáculo erótico en el que las contrincantes forcejeaban para arrebatarse el liguero. Esta práctica desapareció pronto, cuando la policía decidió prohibirla, pero en noviembre de 1954, Mildred Burke y Mae Young, dos estrellas de la lucha libre en Estados Unidos por aquel entonces, fueron invitadas a enfrentarse en Japón. El combate se celebró en un edifico que se empleaba para realizar competiciones deportivas, y así fue como la lucha libre reapareció en el país, esta vez como una disciplina profesional.
En la década de 1960, los distintos colectivos que se dedicaban a promocionar la lucha libre femenina en el archipiélago nipón se unificaron y nació la organización Lucha Libre Femenina Profesional de Japón. Además, los combates comenzaron a emitirse en televisión a partir de esos años, si bien de forma irregular. En aquel entonces, las luchadoras se enfrentaban a enanos y entonaban canciones en el cuadrilátero.
El dúo Beauty Pair, la salvación de la lucha libre femenina en Japón
A mediados de la década de 1970, la popularidad de la lucha libre femenina decayó y Lucha Libre Femenina Profesional de Japón se vio al borde de la bancarrota. Las luchadoras Jackie Satō y Maki Ueda, integrantes del dúo Beauty Pair, fueron quienes rescataron a la organización: el sencillo que pusieron a la venta en noviembre de 1976, Kakemeguru seishun (La juventud que corretea), cosechó un gran éxito el año siguiente y se llegaron a vender 800.000 copias. Además, aumentó el índice de audiencia de los combates, que comenzaron a emitirse una vez por semana en la franja horaria con mayor número de espectadores.
Jackie Satō, cuyo aspecto era el de una bella mujer vestida con ropa masculina, tenía una gran cantidad de fans; lo que antaño había sido un entretenimiento erótico para clientes ebrios se transformó en algo completamente diferente, un espectáculo que veían las estudiantes de secundaria. El público joven respondió a las canciones más que a los combates en sí. La música de Beauty Pair solo puede describirse como no muy bien entonada, pero las fans del dúo se contentaban nada más con ver cantar y bailar a Jackie Satō, una mujer gallarda y robusta.
Las Crush Girls, el espíritu revolucionario de la década de 1980
Posteriormente, la lucha libre femenina vivió un boom a mediados de la década de 1980 de la mano de las Crush Girls, el dúo formado Nagayo Chigusa y Lioness Asuka; estas luchadoras no solo cosecharon éxitos musicales, sino que también encandilaron al público en sus combates.
Nagayo Chigusa es la figura con más talento de la historia de la lucha libre femenina en Japón. El tinte dramático de este deporte es sumamente simple, un enfrentamiento entre un héroe y un villano. En este sentido, Nagayo aportaba tensión y suspense en cada combate y se comportaba de forma dramática en el cuadrilátero; manejaba a sus rivales a su libre albedrío y hacía que el público se viera envuelto en una vorágine de exaltación.
La bella Nagayo empleaba patadas propias del karate y lanzaba a sus rivales de forma llamativa; junto a su amiga Lioness Asuka, luchaba frenéticamente contra sus poderosas enemigas, que llegaban incluso a servirse de movimientos de ataque de gran envergadura y fuerza que infringían las normas.
Durante un combate disputado en 1985 en el pabellón multiusos Osaka-jō Hall, la luchadora Dump Matsumoto le clavó a Nagayo un tenedor en la frente y le produjo una gran hemorragia. Tras gastar toda su energía y perder la pelea, Nagayo se afeitó la cabeza al cero en el cuadrilátero, tal y como había prometido antes del enfrentamiento. Las 15.000 adolescentes que abarrotaban el pabellón, testigos de ese momento de principio a final, gritaron a pleno pulmón, y la escena terminó siendo un cúmulo de sollozos.
La manera de luchar de Nagayo, semejante a la Pasión de Cristo, ejerció una influencia decisiva en toda la lucha libre femenina en sí. El número de jóvenes que aspiraban a convertirse en luchadoras por la admiración que sentían hacia ella creció considerablemente.
La organización Lucha Libre Femenina Profesional de Japón lleva a cabo 'audiciones' anualmente. En 1985, año de apogeo de las Crush Girls, 3.000 jóvenes se presentaron a la convocatoria; de estas, 200 pasaron la criba realizada a partir de los documentos que habían presentado y se sometieron a pruebas físicas. Al final, solo quedaron 10 chicas.
Pasado el auge del dúo, sus componentes se retiraron sucesivamente, y lo único que le quedó a la lucha libre femenina fue una élite del ejercicio físico. Estas jóvenes, que no tenían ni el dramatismo ni el carisma de Nagayo, solo disponían de una opción: practicar la lucha libre sacrificando su cuerpo.
La dura realidad de la lucha libre femenina
En la lucha libre femenina en Japón, el número máximo de espectáculos al año llega a los 250. Además, la actividad no cesa los días que no se realizan combates: decenas de luchadoras se suben al mismo autobús y se ven las caras durante 24 horas. Como es lógico, en este tipo de vida, semejante a la de los convictos, se acumula mucho estrés. La relación entre las luchadoras, condicionada por su antigüedad, es más estricta que en las fuerzas armadas; las novatas se convierten en asistentes de las veteranas y se les exige que se encarguen de todas las tareas de la vida diaria, entre las que se incluye, por supuesto, hacer la colada.
Entre las luchadoras coetáneas existe una relación de cercanía, pero no dejan de ser rivales las unas de las otras. Cuando una compañera a la que se consideraba una amiga se convierte en el centro de atención, el resto arde de envidia. Aunque la lucha libre es una forma de entretenimiento cuyo resultado se decide de antemano –en la lucha libre femenina hay ocasiones en las que esto no es así, de ahí que se trate de una modalidad de enfrentamientos encarnizados–, en el cuadrilátero se permite todo tipo de violencia, pues el límite reside en que "el rival pueda tenerse en pie en el ring el día siguiente".
Existían facciones entre las luchadoras. Además, muchas de ellas eran homosexuales. El uso de armas en los ataques se traducía a menudo en grandes hemorragias. Se dio el caso, por ejemplo, de una luchadora a la que se apartó de los combates principales y le rompió la columna vertebral a una joven promesa tras utilizar llaves peligrosas en una de sus peleas; también hubo quien le quebró la mandíbula de una patada a una contrincante más joven como revancha por no ser correspondida con su amor. En una ocasión, una luchadora saltó desde una red de metal de cuatro metros de altura para caer sobre la barriga de su rival; a otra la lanzaron desde la galería de butacas de un primer piso a una mesa situada en la planta baja.
La lucha libre femenina de la década de 1990 era la más peligrosa del mundo. La crueldad presente en ella hacía que uno quisiera apartar la vista del cuadrilátero, pero, al mismo tiempo, mostraba cierta pureza, grandeza y enormes atractivos. Sin embargo, eran pocas las personas dispuestas a entrar en un mundo en el que el riesgo era tal que podía costarles la vida.
Posteriormente, la economía japonesa entró en un periodo de recesión y disminuyó también el número de espectadores que adquirían las costosas entradas para los combates. La lucha libre femenina del siglo XXI es de una envergadura sumamente pequeña. A principios de la década de 1990, se realizaban varias veces al año espectáculos en lugares con un aforo de más de 10.000 personas, e incluso se llegó a contar con más de 50.000 espectadores en un estadio; sin embargo, en la actualidad lo normal es que los combates tengan una audiencia de unas 200 personas.
Ahora también hay menos luchadoras; su capacidad física es menor y apenas hay quienes pueden vivir solo de este deporte. Muchas lo practican al tiempo que tienen algún trabajo por horas.
Hirota Sakura y Satomura Meiko, las heroínas de la década de 2010
Con todo, la lucha libre femenina en Japón cuenta con atractivos de los que no disponen otras formas de entretenimiento.
Personalmente, recomiendo ver a las luchadoras Satomura Meiko y Hirota Sakura: Satomura representa todas las virtudes de las mujeres japonesas en un sentido ortodoxo, mientras que Hirota, casada, muestra una faceta cómica y persigue a conciencia lo absurdo. Buscando sus nombres en páginas como YouTube, uno se puede encontrar con un tipo de mujer japonesa que desconocía, sumamente decorosa y fascinante.
A los extranjeros que visiten Japón les sugiero que en su próximo viaje, además de los templos budistas y los santuarios sintoístas de Kioto, algún balneario de los muchos que se encuentran repartidos por todo el país, un maid cafe –cafetería donde las camareras van ataviadas como sirvientas– de Akihabara o el Museo de Studio Ghibli, en Kichijōji, vean un combate de lucha libre femenina. Sin duda alguna, las luchadoras japonesas, unas mujeres fuertes, robustas, apasionadas y rebosantes de ideas, lucirán una reluciente sonrisa.
Imagen de la cabecera: las luchadoras Satomura Meiko y Hirota Sakura (imágenes cortesía de Sendai Girls' Pro Wrestling y Yucco).
(Traducción al español del original en japonés)