Una breve historia de los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964

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19 años después de la derrota, un precioso cielo azul dio la bienvenida a los atletas

El día 10 de octubre de 1964 se celebró en Tokio la ceremonia de apertura de  la decimoctava edición de los Juegos Olímpicos. Según la Carta Olímpica, es el jefe de Estado del país organizador quien debe leer la declaración de apertura. A petición del presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Avery Brundage, fue el emperador Shōwa quien lo hizo. Mayuzumi Toshirō, uno de los más famosos compositores japoneses del momento, amenizó las apariciones y retiradas de la pareja imperial con su música electrónica, logrando una bella combinación de lo moderno y lo antiguo que casaba muy bien con el espíritu de aquella época de innovaciones.

Uno de los locutores que retransmitió en directo el acontecimiento acertó a describir el magnífico tiempo que acompañó la inauguración diciendo que sobre Tokio esplendía “el azul de todos los cielos del orbe”. Como recordamos una y mil veces en nuestras conversaciones quienes tuvimos alguna participación en aquellos juegos, la climatología se alió con el acontecimiento deportivo durante sus 15 días de duración, contribuyendo a un éxito organizativo que quedará en los anales de la historia olímpica.

Apenas nueve años después de haber sido destruidas sus principales ciudades por intensos bombardeos desde mar y aire, Japón fue capaz de presentar una primera candidatura para los Juegos Olímpicos de 1960. El primer intento no prosperó, pero sí lo hizo el segundo. En 1964, es decir, 19 años después de la derrota, Japón hizo realidad su sueño olímpico atrayendo la participación de 94 países. El éxito fue avalado por el propio presidente del COI, que los calificó de los mejores juegos de la historia.

El entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, Avery Brundage (tercero por la izquierda) durante una visita de inspección de las instalaciones olímpicas. (Fotografía: Cortesía de Jiji Press)

El 13 de septiembre de 2013, medio siglo después de aquello, Japón volvió a vibrar al difundirse la noticia de un nuevo éxito de su candidatura. Sin embargo, hemos de reconocer que los ánimos se han enfriado bastante durante el año transcurrido y que hoy en día, cuando por fin se han comenzado los preparativos, el interés popular hacia la cita deportiva prevista para dentro de seis años es más bien tibio. La principal causa de esta tibieza hay que buscarla en el Comité Organizador, que hasta el momento no ha sabido acuñar un concepto claro de estos nuevos juegos, ni exponer cuál es la filosofía que pretende difundir con ellos. Mi impresión personal es que las ilusiones e ideas siguen sin tomar una forma consistente.

Hace 50 años el concepto básico era demostrar que Japón había resurgido de sus cenizas tras la guerra y que se había aupado entre los países más desarrollados en el campo de la ciencia y la tecnología. Mi ilusión sería que esta segunda edición tokiota de los Juegos Olímpicos estuviera presidida por la imagen de un país que auspicia la paz, la concordia y la cooperación.

Tercer triunfo de Tokio como ciudad organizadora

El primer éxito cosechado por Tokio como ciudad candidata a acoger unos juegos se produjo durante la celebración de los de Berlín en 1936, donde la Asamblea General del COI realizó la votación para designar la siguiente sede. Tokio resultó ganadora y todo indicaba que en 1940 se convertiría en la duodécima sede olímpica. Dos años después, en una nueva Asamblea General celebrada en El Cairo en 1938, Sapporo fue elegida como sede de los siguientes juegos de invierno, previstos también para 1940. Fue la primera vez, tanto en el caso de los juegos de verano como de los de invierno, que ciudades asiáticas resultaban elegidas, y la primera ocasión también en que no eran los occidentales quienes se hacían cargo de su organización.

Sin embargo, para esas fechas Japón estaba inmerso en sus guerras en el continente asiático y sus actividades bélicas reclamaban todo el hierro, el acero y el resto de los materiales que el país podía conseguir. Los reparos comenzaron cuando, de parte del ejército, se hizo saber que sus oficiales de caballería no estarían disponibles para las pruebas de equitación. A la sazón, eran los miembros de los cuerpos de caballería de los respectivos ejércitos nacionales quienes competían en estas pruebas, y en el apartado de las féminas tampoco se admitía a simples aficionadas a montar a caballo. Esto significaba que Japón no estaba en condiciones de acoger las pruebas de equitación. Finalmente, en el otoño de 1938 el Ministerio de Bienestar Público, competente en la materia, comunicó a la ciudad de Tokio que debía renunciar a la organización de los juegos, lo cual se haría extensivo también a Sapporo, para mortificación de todos quienes tan intensamente habían trabajado para llevar a buen puerto las candidaturas.

La ciudad que debía sustituir a Tokio, Helsinki, vio también abortados sus planes organizativos debido a la Guerra de Invierno, que enfrentó a Finlandia con la Unión Soviética. Igual suerte corrieron los juegos que planeaba Londres para el verano de 1944, imposibilitados también por la Segunda Guerra Mundial.

Una antorcha olímpica que no llegó

Pero, volviendo la mirada una vez más a los preparativos que se hicieron para la frustrada cita en Tokio de 1940, no puede dejar de sentirse la gran ambición con que se abordó.

En los juegos de Berlín se había hecho el primer recorrido de la llama olímpica, siguiendo una idea del secretario general del Comité Organizador, Carl Diem. La llama partió de Olimpia, en Grecia, y fue portada por corredores de los siete países por los que pasaba la ruta hasta la capital alemana. Los organizadores japoneses estudiaron seriamente la posibilidad de que la antorcha olímpica recorriera Eurasia por tierra y fuera transportada luego a Japón. Sin embargo, en aquella época no existían los medios de transmisión de información que tenemos ahora, el estado de las carreteras era muy deficiente y no se disponía de vehículos adecuados. Además, la Unión Soviética ni siquiera tenía un comité olímpico nacional, Japón se encontraba en estado de guerra con China y, en resumen, la idea resultaba irrealizable, una quimera. Este sueño y muchos otros fueron enterrados al renunciar oficialmente Japón a la organización en 1938.

El olimpismo volvió a la vida después de la contienda de la mano de los juegos de invierno de St. Moritz (Suiza) y los de verano de Londres, celebrados en 1948. Habían pasado 12 años desde la celebración de Berlín. Pero no se permitió participar a Alemania ni a Japón, un buen ejemplo de que el deporte no es ajeno a las cuestiones políticas o de fronteras nacionales. La reincorporación de ambos países a la familia olímpica llegó 16 años después de la cita de Berlín, con los juegos de invierno de Oslo y los de verano de Helsinki de 1952.

Tokio 1964, una demostración de la recuperación de Japón

Si alguien puede ser considerado padre de los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964, ese es Tabata Masaji. Presidente de la Federación Japonesa de Natación, Tabata fue una figura señera que ejerció un gran liderazgo en la organización del deporte del país. Cuando se difundió que Japón no sería invitado a los juegos de Londres de 1948, Tabata dispuso las cosas de forma que el Campeonato Nacional de Natación, en las piscinas de Jingū (complejo deportivo de Sendagaya, Tokio), se celebrase el mismo día que las pruebas de natación olímpicas, lo que permitió a los nadadores Furuhashi Hironoshin y Hashizume Shirō demostrar que eran capaces de obtener cronos que les habrían valido medallas de oro olímpicas. Tabata siempre supo mantener la moral a base de esfuerzo y tesón.

Los Juegos Olímpicos de Tokio contaron con la participación de 94 países. Para los países de Occidente, de larga trayectoria olímpica, aquellos juegos significaban un desplazamiento del evento a un lugar tan remoto como el Lejano Oriente. Para Japón, el éxito con que concluyó Tokio 1964 significó poder decirle al mundo, 19 años después del fin de la guerra, que Japón estaba de vuelta. La magnífica gestión de la ceremonia inaugural, la puntualidad con que se cumplió el programa de competiciones, el buen funcionamiento de la Villa Olímpica, la eficiencia que se palpaba en el funcionamiento de los más variados sistemas y el alto nivel de seguridad ciudadana arrancaron elogios a deportistas, responsables organizativos y reporteros extranjeros.

Desde el punto de vista de las infraestructuras, lo único que podía presentar Japón en aquella época como símbolo de su avance tecnológico era la Torre de Tokio, que con sus 333 metros de altura era la antena de televisión más alta del mundo, pero con motivo de los juegos y con el apoyo de otros países, Japón se dotó del Tōkaidō Shinkansen, primera línea de ferrocarril de alta velocidad del mundo, de la red de autopistas Shuto, en la zona metropolitana, y de instalaciones deportivas cubiertas y al aire libre, algunas de las cuales han inscrito su nombre en la historia de la arquitectura mundial. Los Juegos Olímpicos de Tokio fueron también los primeros en ser televisados en directo vía satélite y los primeros en que todos los récords y mediciones relacionadas con las pruebas deportivas fueron controlados electrónicamente, lo que permitió a Japón demostrar su altísimo nivel tecnológico, además de convertirse en un nuevo impulso para su ya rampante economía, que se encontraba en plena fase de crecimiento.

Enero de 1964. Avanzan las obras en una de las infraestructuras preparadas para los Juegos Olímpicos de Tokio. (Fotografía: Cortesía de Jiji Press)

No participación y ensayo atómico de China, una sombra en los juegos de 1964

La participación de la República de China (Taiwán) y la República Popular China (China continental) en los Juegos Olímpicos venía perfilándose como un problema permanente. Todo comenzó con el boicot realizado por Taiwán en protesta por la decisión tomada por la Asamblea General del Comité Olímpico Internacional previamente a los juegos de Helsinki (1952), de reconocer a ambas entidades políticas el derecho a participar. En los juegos de Tokio solo estuvo presente Taiwán, que durante el desfile inaugural presentó, por extraño que pueda parecernos ahora, las grafías “Taiwan” en el alfabeto latino y “Zhonghua Minguo” (República de China) en la escritura ideográfica. La presencia de Taiwán fue razón suficiente para que la República Popular China declinara participar, actitud en la que fue secundada por Vietnam del Norte.

El presidente indonesio Sukarno durante su entrevista con el primer ministro japonés Ikeda Hayato en enero de 1964, meses antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Tokio. (Fotografía: Cortesía de Jiji Press)

Además, a fin de no hacer peligrar la organización de los juegos, Japón se vio obligado a deponer al presidente y al secretario general del Comité Organizador a consecuencia de una serie de desavenencias surgidas en su relación con el COI, que tuvieron su raíz en la actitud del presidente indonesio Sukarno, quien en 1962 se negó a admitir la participación de Taiwán e Israel en los Juegos de las Nuevas Fuerzas Emergentes (GANEFO, por sus siglas en inglés) que estaban siendo organizados por Indonesia para 1963. La tensión continuó durante los juegos de Tokio, pues la delegación indonesia fue devuelta a su país al no permitir el COI su participación. Otro país que no pudo participar fue Corea del Norte. Entre sus representantes, que realizaron la travesía en el ferry Mangyongbong, estaba la atleta Shin Geum-dan, a la sazón plusmarquista mundial de los 800 metros lisos, que era la principal aspirante a llevarse el oro. Shin pudo, al menos, tener un encuentro de 15 minutos con su padre, que se había exiliado poco antes.

Compleja situación nacional e internacional

Como cabe imaginar tratándose de uno de los momentos álgidos de la Guerra Fría, los juegos de Tokio se desarrollaron en circunstancias nacionales e internacionales muy complejas. Durante la séptima jornada de los mismos, China realizó su primer ensayo nuclear, demostrando un total desprecio por el espíritu olímpico, que desde la antigüedad ha sido un espíritu de paz. Fue un intento por desacreditar los primeros juegos que se realizaban en Asia. Todavía recordamos las manifestaciones de estupor y decepción que se oyeron en la Villa Olímpica y en las salas de prensa en boca de atletas, delegados e informadores de los diferentes países.

La Unión Soviética tuvo en los juegos una nutrida representación deportiva, pero al mismo tiempo hizo que sus aviones de combate recorrieran varias veces el espacio aéreo que circunda Japón, obligando a los aparatos de las Fuerzas de Autodefensa a efectuar salidas de emergencia. Así estaban las cosas cuando Nikita Jrushchov fue relevado de su cargo de primer secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética.

En Berlín se acababa de elevar el muro, pero las dos Alemanias acudieron a Tokio conjuntamente, ideando para ello una bandera que reproducía el conocido esquema tricolor con unos aros olímpicos blancos en el centro. En aquellos tiempos la República Democrática Alemana presentaba en su bandera una orla de espigas de trigo alrededor del compás de puntas y el martillo, mientras la República Federal mantenía el diseño heredado de la república de Weimar.

El primer ministro japonés Ikeda Hayato (centro) llega al hospital en el que sería tratado por un cáncer. (Fotografía: Cortesía de Jiji Press)

En Japón también se daban circunstancias muy especiales, pues un día después de cerrarse los juegos el entonces primer ministro, Ikeda Hayato, abandonaba su cargo por enfermedad. Su sucesor, Satō Eisaku, fue quien consiguió restablecer relaciones diplomáticas con Corea del Sur y durante su mandato, en 1972, se restituyó también la soberanía japonesa sobre Okinawa y las islas Ogasawara, que habían permanecido hasta entonces en manos de Estados Unidos. Ese mismo año Satō se hizo acreedor al Premio Nobel de la Paz, un hecho que, debo decir, resultó un tanto sorprendente para los japoneses. Personalmente, creo que se premió al conjunto de los japoneses por haber sabido mantener desde la posguerra una línea coherente de estabilidad como país pacifista y sin armamento nuclear, y que los exitosos Juegos Olímpicos de Tokio sirvieron de altavoz para dar a conocer al mundo esa realidad.

Yo nací en 1941 y los de mi generación hemos visto transformarse a Japón, que de ser el mayor receptor de ayudas del mundo ha pasado a ser el mayor cooperante. Es difícil encontrar un caso parecido en el mundo. Creo firmemente que Japón tiene el deber de capitalizar esta experiencia no sólo a favor del deporte o de la cultura, sino también a favor de la estabilidad y el desarrollo de los países del mundo.

No es mucho el tiempo del que disponemos hasta 2020 y además tendremos que estar pendientes, ante todo, de la situación internacional para hacer cualquier vaticinio. Por ahora lo que vemos es que las hostilidades no cesan ni en Ucrania, ni en Siria, ni en Irak. Hago votos porque los Juegos Olímpicos no sean entendidos simplemente como una gran fiesta deportiva, sino como una ocasión para contribuir a la paz y estabilidad del mundo.

Fotografía del titular: el equipo japonés entra en el estadio durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Tokio, el 10 de octubre de 1964. © Yomiuri Shimbun/Aflo.

(Traducido al español del original en japonés)

 

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