Paisajes de Alaska: el mundo de Hoshino Michio
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El fotógrafo Hoshino Michio poseía un talento natural para inmortalizar escenas conmovedoras de la naturaleza de Alaska. A lo largo de su carrera, no se limitó a fotografiar en ocasiones meros bosques y océanos, terrenos montañosos o de la tundra y a los seres vivos del mundo de hielo, sino que retrató momentos que representaban una temática determinada; su visor captaba instantes del eterno Polo Norte. Por ejemplo, familias de osos polares que vagaban por el hielo, caribúes cruzando un río y la aurora entre las montañas cubiertas de nieve.
Hoshino también poseía un don para escribir ensayos sobre las gentes que habitan en las duras condiciones naturales de Alaska. Viajó durante casi dos décadas por la región, pero un oso acabó con su vida el 8 de agosto de 1996 en las inmediaciones del lago Kurile, en la península de Kamchatka. Hasta entonces, se dedicó a retratar historias hiladas por la tierra y el pueblo. Aunque han pasado 20 años desde su fallecimiento, sus obras, que reflejan fielmente la naturaleza del extremo norte del planeta y las formas de vida que crecen en ella, siguen fascinando al público.
Fascinación por el Norte
A Hoshino, que nació en la ciudad de Ichikawa (prefectura de Chiba) en 1952, le apasionaron desde niño los libros de Ernest Thompson Seton, en los que el escritor y pintor británico de principios del siglo XX describía los animales del Polo Norte. A medida que crecía, se interesó por la naturaleza y disfrutaba del montañismo y la aventura. De hecho, cuando cumplió los 16 años, su deseo de ver un mundo diferente lo empujó a emprender un viaje en solitario por Norteamérica: Los Ángeles, Nueva York y el Gran Cañón del Colorado fueron algunos de los lugares que visitó.
Durante sus años de universidad, aumentó su interés por Alaska y se dedicó a ir reuniendo poco a poco material al respecto en las librerías de segunda mano de Kanda, en Tokio. Hoshino, que de antes ya disfrutaba vagando por estos establecimientos, descubrió allí una fotografía aérea de la aldea esquimal de Shishmaref, que se sitúa en una pequeña isla de la zona donde el mar de Bering y el océano Ártico se encuentran. Esa instantánea cambió su vida; decidió comenzar allí su viaje a Alaska. La imagen, perteneciente a un libro publicado por la National Geographic Society, despertó en Hoshino el deseo de visitar esa zona desolada cubierta por la nieve y rodeada de agua.
En su obra Alaska no hikari to kaze (Las luces y los vientos de Alaska), el fotógrafo escribió lo siguiente:
“Quería ir. Quería ver el modo de vida de gentes que habitan en un mundo diferente; qué comen, cómo viven; qué clase de vida llevan las personas en ese mundo desolado que había visto en las fotografías. Pensaba que podría encontrar algo que destruyera los valores del mundo en el que había vivido hasta ese momento”.
En primer lugar, Hoshino escribió una carta. Como no sabía el nombre del destinatario, decidió dirigirla al alcalde de Shishmaref, en Alaska. No recibió una respuesta inmediata, pero medio año después, cuando ya casi se había olvidado del asunto, recibió correo internacional un día de primavera. Pasaría tres meses en una pequeña aldea esquimal de la localidad durante el verano de 1973. Allí se empapó de todos y cada uno de los instantes de su vida con una familia local: absorbió lo que vio, escuchó y olió.
En 1978 regresó a Fairbanks para estudiar Zoología de la Fauna Salvaje en la Universidad de Alaska. En Japón había aprendido fotografía como asistente del veterano fotógrafo de animales Tanaka Kōjō; estos conocimientos le sirvieron nada más volver a Alaska. Durante 18 años, Hoshino recorrió cada rincón de Alaska; regresaba de cada viaje apenas unos días, se comunicaba con sus amistades y emprendía la siguiente aventura. Tenía una cualidad muy importante en los fotógrafos de animales, la capacidad de esperar, y comprendía lo caprichosa que era la naturaleza. Además, poseía la fortaleza de aguantar varias semanas sin moverse incluso en el frío intenso. Encomendaba su cuerpo al ritmo de las subidas y bajadas propias de las estaciones en Alaska desde tiempos antiguos. En su ensayo Hokkoku no Aki (El otoño del Norte), que forma parte de su obra Tabi wo suru ki (El árbol viajero), escribió lo siguiente:
“Las estaciones permiten sentir el transcurso del tiempo más allá de la eternidad. La naturaleza tiene cierto buen gusto. ¿Cuántas veces podemos presenciar en este mundo, una vez al año, fenómenos que transcurren a arrastrando su reverberación? Posiblemente no haya nada como contar esas ocasiones para ser consciente de la brevedad de la vida”.
La otra faceta tras el visor
Hoshino fue muy aclamado como fotógrafo. Sus obras se exhibían no solo en Japón, sino también en el extranjero, e incluso celebraba exposiciones individuales. Recibió varios premios, entre ellos el Kimura Ihei en 1990, y se solicitó su colaboración para diversos proyectos, como uno en las lejanas islas Galápagos. A pesar de su fama, el fotógrafo concedía una gran importancia a sus amigos y familiares, así como a su trabajo.
El escritor y fotógrafo Lynn Schooler habla sobre su amistad con Hoshino y el tiempo que pasaron juntos en medio de la naturaleza en su obra Blue Bear (El oso azul). La autora y traductora Karen Colligan-Taylor, por su parte, se refiere a su amabilidad y modestia afirmando que “se trataba de una persona agradable y sin ornamentos”. “Cuidaba de la gente y jamás intentaba imponer su opinión a los demás”, dice Colligan-Taylor sobre Hoshino, de quien asegura que no se trataba de una persona cautelosa y tenía la franqueza propia de un joven, un rasgo tranquilizador de su personalidad. Además, ese cierto punto de atontamiento natural que mostraba era uno de sus atractivos. Sus amistades pueden contar un sinfín de historias sobre el fotógrafo. “Realmente era una persona sin ego”, dice Schooler, que también afirma que “apenas era autoasertivo”.
A Hoshino se le daba particularmente bien escuchar a los demás, motivo por el cual enseguida hacía buenas migas con cualquiera dondequiera que fuera. Sin importar de quién se tratara, abría su corazón, trataba a la gente sin distancia, se mostraba tranquilo y escuchaba con sinceridad. En sus ensayos, no solo hablaba de los animales salvajes y los vastos paisajes de Alaska, sino también de los pilotos y cazadores, y de los biólogos y pioneros. Su concepto de la naturaleza estaba muy desarrollado: consideraba al hombre no como un invasor, sino como una parte integrante de la naturaleza. Esta forma de pensar era particularmente importante para Hoshino, que posteriormente se interesaría por la cultura y la mitología de los pueblos indígenas de Alaska.
El regalo de Hoshino Michio
Las fotografías y los escritos de Hoshino los gestiona su esposa Naoko, una enamorada de Alaska de personalidad agradable y modales refinados. Las obras del fotógrafo siguen gozando de una gran popularidad a día de hoy y aparecen, por ejemplo, en los libros de texto de las escuelas japonesas. Si pensamos en el cariño que tenía por la infancia, que sus fotografías aparezcan en los materiales escolares cobra un significado profundo. En marzo de 1992, Hoshino fundó el Club Aurora con la intención de mostrar a los niños japoneses, que viven en una sociedad plagada de información, un mundo inorgánico en el que solo hay rocas, nieve, hielo y estrellas en la vasta Alaska; organizó un viaje al glacial Ruth, en la falda del monte McKinley (Denali en la actualidad). La organización lleva 25 años funcionando gracias a varios amigos de universidad del fotógrafo y realiza el viaje una vez al año. Itō Hideaki, uno de sus amigos, explica que el Club Aurora continúa en activo sobre la base del concepto de Hoshino, que consideraba que los paisajes que uno veía servían de aliento y estímulo en algún momento.
En las múltiples historias escritas a partir de su experiencia en la naturaleza, Hoshino alienta a las personas a vivir siendo honestas consigo mismas, algo que él mismo parece que hizo. El fotógrafo era consciente de que, en el día a día, la gente no tiene oportunidad de observar la migración de los caribúes ni a una familia de osos grizzly jugando, ni se plantea que contemplar estas escenas sea importante. Sin embargo, consideraba que las personas podrían albergar sueños si eran capaces de visualizar en su mente los diferentes fenómenos como los bosques que datan del amanecer de los tiempos, los glaciares que se levantan y los ciclos de estaciones que se suceden durante varias semanas, respectivamente, en extensas planicies.
En su ensayo Mō hitotsu no jikan (Otro tiempo más), Hoshino cuenta lo siguiente:
“En el mismo momento en el que existimos cada día, trascurre tranquilamente otro tiempo más. En la vida diaria, ser consciente o no de ello, en un recoveco del corazón, marca una diferencia tan grande como la del cielo y la tierra”.
El viaje de Hoshino Michio continúa; lo hará mientras existan el cielo y la tierra de Alaska, y siempre y cuando haya quienes aprecien su obra.
Exposición especial para conmemorar el vigésimo aniversario de su fallecimiento: Los viajes de Hoshino Michio (solo en japonés)
Del 15 al 26 de septiembre, Osaka Takashimaya, Osaka
Del 28 de septiembre al 10 de octubre, Kyoto Takashimaya, Kioto
Del 19 de al 30 de octubre, Yokohama Takashimaya, Yokohama
(Información a 20 de julio de 2016)
(Traducción al español del original en inglés escrito por James Singleton, del equipo editorial de Nippon.com. Imagen del encabezado: Hoshino esperando para fotografías la migración de los caribúes. Fotografías de Hoshino Michio cortesía de la Oficina de Hoshino Michio.)