Explorando la cultura del papel tradicional japonés
El mundo del ‘washi’: 2. Nishijima, la aldea que hace magia con el papel reciclado
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Un washi en el que cala la tinta
Al pie de los Alpes Meridionales de Japón, en el barrio de Nishijima del municipio de Minobu (prefectura de Yamanashi), hay una zona de talleres que vienen produciendo papel washi desde hace más de 400 años. Situada en el curso superior del río Fujikawa, Nishijima ha disfrutado siempre de abundantes recursos hídricos, que le han permitido regar sus campos y alimentar sus papeleras. Tras superar muchos embates a lo largo de su historia, actualmente centra su producción en la variedad llamada gasenshi, lo cual, en cierto sentido, rompe los moldes del mundo del washi. Porque el gasenshi no es un papel precisamente resistente y, además, al escribir sobre él, la tinta se corre. Pero ese es el papel que Nishijima ha elegido producir.
En la caligrafía y en el dibujo a tinta, la belleza de una obra nace del equilibrio entre negros, grises y márgenes dejados en blanco.
“El papel aporta la materia para la obra”. El papel que produce Kasai Shinji, que es quien así sentencia, es un gasenshi para caligrafía o pintura a tinta china, artes en las que se trata de extraer los más bellos matices de la tinta y del papel impregnado. Es un papel tan fino y delicado que, durante su fabricación, resulta imposible separar las hojas para ponerlas a secar.
“Tras la guerra, hubo unos años en que dejó de llegarnos de China el senshi, un papel de alta calidad para caligrafía y dibujo. Entonces fue cuando empezamos aquí, en Nishijima, a hacer las primeras tentativas para fabricar gasenshi. Nos reunimos calígrafos, fabricantes de papel y mayoristas y, después de muchos intentos y fracasos, a mediados de los años 50 conseguimos el primer gasenshi hecho a mano”, explica Kasai. Este gasenshi japonés, en el que cifraron sus esperanzas de supervivencia para la industria local, llegó a alcanzar un gran prestigio y con él la vieja aldea del papel recobró su vitalidad. Hoy en día, son seis los talleres que siguen activos.
Papel reciclado: una preferencia explicable
Un fabril traqueteo llena la atmósfera del taller cuando la papilla blanquecina y adherente que forma la materia prima del papel es agitada y baila sobre el sukisu o escurridor. “De joven”, cuenta Kasai, “me hacía 1.000 láminas al día; ahora, la mitad”. Este artesano que pasa ya de los 80 años sigue manejando las grandes láminas con notable agilidad. En Nishijima tienen trucos y técnicas propios para conseguir un papel en el que la tinta penetre de la mejor manera.
“El material que usamos es el koshi, que ya ha perdido la grasa y tiene las fibras algo dañadas, en el grado ideal”.
Koshi o “papel viejo” es papel perfectamente acabado, pero que no ha sido utilizado y que por tanto puede ser reciclado fácilmente. De esta forma, resucitan recortes y láminas malogradas en el proceso de secado de gasenshi, o las sobras de otros papeles de alta calidad, como los utilizados en el recubrimiento de paredes. El koshi se disuelve en grandes ollas de agua caliente, se mezcla con cáñamo de Manila (producto del abacá, Musa textilis) y paja de arroz producido en Nishijima, y se pasa por el beater hasta que adquiere una consistencia algodonosa.
Según explica Kasai, la calidad del papel dependerá de si la fibra obtenida es corta y fina, pero también de la mezcla de materia prima, agua y aglutinante que se consiga. Esta mezcla, a su vez, variará sutilmente con la temperatura y humedad del ambiente, aunque no es algo que pueda expresarse mediante una ecuación matemática: aquí todo se hace a ojo de buen cubero.
En la elaboración del papel, se sigue el método tradicional japonés del nagashizuki. La operación es la misma en todos los lugares, pero aquí el ruido del agua tiene algo que lo diferencia del resto. Si uno se fija, en la parte baja del exterior de las tinas o depósitos donde se trabaja, se ven unos pedales. Accionando estos, se envía al escurridor la cantidad precisa de material para formar una lámina.
A satisfacción del más exigente calígrafo
Normalmente, en la elaboración manual del papel, el material se “rescata” del agua y moviendo el escurridor a izquierda y derecha, o hacia adelante y atrás, se consigue la dosis adecuada para formar una lámina. Hay que repetir la operación muchas veces al día y al final resulta una labor muy exigente físicamente. Pero con este método, que permite ahorrarse la operación más pesada, la de “rescatar” el material del agua, se ha conseguido alargar la vida laboral de los operarios. Además, como es un artesano muy experimentado el que se encarga de hacer la mezcla para todo el papel que va a producirse en el taller, se consigue una gran uniformidad en la calidad final, otra importante ventaja. Casi todos los talleres de Nishijima siguen el método instaurado por la anterior generación de la familia Kasai. Son estos frutos del ingenio artesanal los que han asegurado la supervivencia de la industria local.
El secado del washi de Nishijima también sigue un método original. Sobre la mesa se superponen 300 láminas, que son prensadas para que suelten el agua que llevan, tras lo cual los bloques se colocan sobre su canto en un lugar bien ventilado para que se sequen del todo. Este secado natural se prolonga durante 10 o 20 días. Superpuestas en tal cantidad, a las hojas les cuesta bastante tiempo secarse. El problema es que es un papel fino y quebradizo, y no es fácil separar una lámina de otra. Una vez que se han secado, las láminas se ponen otra vez a remojo durante medio día y, entonces sí, se separan y se ponen a secar.
Fino, blando y, además, en láminas que a veces alcanzan los 2,42 metros de longitud…
“Si las tomas con fuerza, se rasgan. También se rasgan si el papel contiene demasiada agua. Y si está demasiado seco, es imposible separar una lámina de otra”, explica Kasai.
Este intratable material se “doma” colocándolo sobre una plancha de acero caliente y extendiéndolo bien con rápidos brochazos. La lámina permanece sobre la plancha cosa de un minuto. Mientras se coloca una, la colocada anteriormente va secándose. Siguiendo un flujo ininterrumpido, se van produciendo las flamantes láminas de papel nuevo.
En cuanto a la diferencia que puede existir entre un papel hecho a mano con tanto esmero y dedicación, y un vulgar papel industrial, no es algo que un novato pueda percibir a primera vista, ni siquiera tocando el material.
“Visualmente no es posible diferenciarlos, pero basta un solo trazo de pincel para darse cuenta”. Hay una blandura característica, junto a una ligera resistencia al pasar el pincel. Y la forma de impregnarse es particularmente bella. Kasai dice que los calígrafos eligen el papel escribiendo sobre él.
“El objetivo es hacer una papel que responda en todo momento al deseo de quien lo usa”.
Un material reciclado que recibe un nuevo soplo de vida para renacer como un producto capaz de satisfacer al artista más exigente. Tal es el papel que con silenciosa dedicación se produce en esta pequeña aldea.
Reportaje y texto: Mutsuta Yukie
Fotografías: Ōhashi Hiroshi