Hashimura Kōei, superior del templo de Tōdaiji: el valor de un instante de paz interior ante el Gran Buda de Nara

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El Gran Buda de Nara atrae a visitantes de todo el mundo. El superior del Tōdaiji, templo que acoge esta imagen con casi trece siglos de historia, nos explica el sentido que tiene en nuestro convulso mundo juntar las palmas de las manos y encontrar un instante de paz ante esta grandiosa estatua.

Hashimura Kōei HASHIMURA Kōei

Superior del templo de Tōdaiji, hace el número 224 desde su fundación. Nacido en Nara en 1956, comenzó su vida en el templo a los cinco años y se tonsuró a los 13, siguiendo los pasos de su abuelo. Tras cursar un máster en Historia de Oriente en la Universidad de Ryūkoku, se integró como monje en el Tōdaiji, del que fue nombrado ecónomo jefe en 2016. Ocupa su actual cargo desde 2022.

Una imagen de gran simbolismo

El templo de Tōdaiji fue fundado durante el periodo Nara (710-794) en ruego por la paz y estabilidad del país. La estatua del buda Rushana (sánscrito: Vairochana), imagen principal del templo, fue erigida por deseo expreso del emperador Shōmu (701-756) y finalizada en el año 752. Hoy en día la imagen es famosa en todo el mundo como el “Gran Buda de Nara” y el Tōdaiji se ha convertido en un gran foco de atracción turística nacional e internacional siempre lleno de fieles y visitantes, aunque al mismo tiempo conserva sus funciones religiosas, entre ellas la de ser escenario de la ceremonia del shunie. Su superior es, desde 2022, Hashimura Kōei, que hace el número 224 de la larga lista de superiores iniciada por Rōben (689-773).

“Puede decirse que el Tōdaiji ha hecho su andadura histórica de 1.280 años en compañía del Gran Buda. Con el decreto de erección del Gran Buda en 743 emitido por el emperador Shōmu, la estatua comenzó a hacerse en Shigaraki, pero cuando la capitalidad pasó a Heijōkyō, fue trasladada a su actual emplazamiento, en la zona nordeste de la nueva capital. La fundición de la estatua se hizo en 749 y, según el registro Tōdaiji yōroku, en 752 se celebró por todo lo alto la ceremonia de consagración en el Pabellón del Gran Buda, que había sido construido un año antes. Posteriormente, se fueron construyendo las torres del este y del oeste, el kōdō o sala de lectura, el dormitorio de los monjes y el resto de los edificios del complejo religioso.

En aquel entonces, una epidemia que había penetrado por Kyūshū procedente del continente estaba propagándose por todo el país, sumiéndolo en un caos sin precedentes. Los embates de 735 y 737 pusieron la estabilidad del país en un brete, pues se ensañaron con los Fujiwara y con otros linajes gobernantes, que quedaron diezmados. Según el libro histórico Shoku Nihongi, el emperador Shōmu se atormentaba pensando que su falta de virtud había sido la causante de la calamidad. Rebajó los tributos, repartió arroz y prodigó sus ayudas económicas. Construir el templo fue la última apuesta de un emperador que había agotado sus medidas de emergencia y sabía que el destino de su país estaba en juego. Para salvar a Japón, se encomendó al poder del budismo.

“El emperador Shōmu hizo un llamamiento, animando a todo aquel que quisiera aportar ‘una briza de hierba o un puñado de tierra’ a colaborar en la construcción. Pensaba que, para superar la crisis, era necesario que todo el pueblo se uniera. Se dice que participaron en la construcción, que duró cerca de 10 años, 2,6 millones de personas, equivalente a la mitad de la población del país. El papel de aglutinar al pueblo lo desempeñó el maestro budista Gyōki, que se había granjeado la confianza de la gente gracias a las muchas obras de construcción que había hecho en beneficio del pueblo, entre ellas estanques y puentes. Creo que si el Gran Buda se convirtió en un símbolo para quienes rogaban por el país, fue precisamente por eso”.

Hashimura ante el buda Rushana.
Hashimura ante el buda Rushana.

Un megaproyecto con un ojo puesto en Asia

En la ceremonia de consagración de la estatua, que se celebró con gran pompa y boato, estuvieron presentes, además del emperador Shōmu y la emperatriz Kōmyō, ambos ya retirados, un gran número de monjes y funcionarios hasta un total superior a las 10.000 personas. El encargado de “alumbrar” la estatua colocándole los ojos fue el maestro indio Bodai Senna (sánscrito: Bodhisena, 704-760).

“Invitar para tan importante función a un monje de la India, cuna del budismo, tenía un significado religioso, pero también político. En aquella época, en países como India, China o Corea, el budismo era un barómetro internacional que permitía medir el grado de cultura de un pueblo. Así como hoy en día se juzga a los países viendo si la democracia ha arraigado o no en ellos, entonces la implantación del budismo era un importante elemento para mostrar de cara al exterior el desarrollo de un país. Además de ser un símbolo de que el budismo guiaba y protegía al país, el Gran Buda era un importante activo diplomático que permitía a Japón jactarse ante sus vecinos asiáticos de su nivel cultural y técnico. En el libro histórico Nihon Shoki se afirma que en el decimotercer año del reinado del emperador Kinmei (552) emisarios de Kudara (nombre que recibe en Japón el reino coreano de Baekje) presentaron al emperador la estatua de un buda y textos sagrados. La consagración de la estatua del Gran Buda era, pues, una forma de celebrar el segundo centenario de aquel hecho. Creo que se trataba de dar la imagen de que, con la construcción de templos y monasterios para ambos sexos por todo el país, en apenas 200 años Japón se había convertido en un país budista que nada tenía que envidiar a China.

El pueblo participó también en las tareas de reconstrucción

Cuatro siglos después, a consecuencia de las guerras desencadenadas entre los linajes dominantes de Minamoto y Taira, en 1180 la estatua del Gran Buda quedó seriamente dañada y el Daibutsuden, edificio que la alojaba, reducido a cenizas. Pero gracias a la fidelidad a las enseñanzas budistas de la gente del periodo Kamakura (1185-1333), el Gran Buda pudo ser restaurado y el edificio que lo albergaba reconstruido bajo el liderazgo del monje Chōgen, que contó con la colaboración de todos los sectores de la población, desde la Corte hasta el pueblo llano, pasando por los clanes guerreros.

La desgracia se cernió de nuevo sobre esta estatua en el periodo de los Países Beligerantes (segunda mitad del siglo XVI). En 1567, en uno de los muchos enfrentamientos armados entre señores de la guerra, el edificio volvió a caer bajo las llamas. De la estatua se desprendieron la cabeza y los brazos. El metal de su mitad superior resultó parcialmente fundido. Durante más de 100 años, el Gran Buda quedó expuesto a la lluvia hasta que, ya en el periodo Edo, el monje Kōkei (1648-1705), apenado por el estado de abandono que sufría, tomó la iniciativa de una nueva reconstrucción.

“Se dice que también en este segundo proyecto colaboró mucha gente de forma voluntaria, tanto en la reparación del Gran Buda como en la reconstrucción del edificio. La gente pensó que quizás fuera inevitable que el Gran Buda hubiera sufrido daños a consecuencias de las guerras, pero que, en todo caso, reparar sus desperfectos sería una buena obra. El edificio reconstruido en el periodo Kamakura era aproximadamente de las mismas dimensiones que el original del siglo VIII. El nuevamente reconstruido en el periodo Edo, que es el que podemos ver hoy día, tiene unas dimensiones más modestas (57 metros de fachada frente a los 88 del anterior), pero podemos confiar en que transmite al siglo XXI los mismos sentimientos que animaron a quienes lo construyeron hace 1.300 años. El emperador Shōmu decía que seguir repitiendo estas buenas obras, aunque no fueran duraderas, redundaba en la idea de bandai no fukugō (actos que generan indefinidamente felicidad futura). Si podemos seguir rezando ante el Gran Buda, es porque en todas las épocas su espíritu ha encontrado continuadores”.

El Daibutsuden, edificio que aloja el Gran Buda, fue reconstruido en el periodo Edo.
El Daibutsuden, edificio que aloja el Gran Buda, fue reconstruido en el periodo Edo.

Estatuas que nos sitúan frente a nosotros mismos

Además del Gran Buda, el templo de Tōdaiji acoge otras 24 imágenes que han sido declaradas tesoro nacional, entre ellas la Kannon Fukūkensaku. En 1998, fue declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad, como parte del conjunto de los Monumentos Históricos de la Antigua Nara.

“En el budismo, el tiempo posterior al Shakyamuni [Gautama, el buda histórico] suele dividirse en tres partes Shōbō, Zōbō y Mappō. El Shōbō [“ley correcta”] designa los 1.000 años posteriores a la muerte de Shakyamuni. Es la época en la que pueden aparecer budas humanos que alcanzan el satori (iluminación), que sirven como prueba de la efectividad de las enseñanzas y de las prácticas budistas. El Zōbō son los 1.000 años que siguen a aquellos, durante los cuales las enseñanzas y las prácticas siguen existiendo, pero ya no hay casos de personas que alcanzan el satori. El Mappō sucede al Zōbō. Durante este último periodo la enseñanza sigue viva, pero la práctica se dificulta enormemente. Al parecer, en Japón se pensaba que el mundo entraría en el Mappō en el año 1052”.

“El reinado del emperador Shōmu queda dentro del Zōbō. Como ya no está Shakyamuni y tampoco aparecen personas que alcancen el satori, se entendió que el acto pío o virtuoso por excelencia era honrar las reliquias de Buda (busshari). A ese fin se erigieron pagodas () y se depositaron en ellas reliquias, haciéndose honras en memoria de Buda, cultivando la meditación y la ascesis. Esa es la historia que está detrás de los templos budistas. El mismo año en que emitió su edicto de erección del Gran Buda, el emperador Shōmu dijo que era el momento de dar un nuevo impulso al Zōbō. Seguramente, su celo en construir templos en cada provincia, algunos de ellos con pagodas de siete pisos, y en erigir el Gran Buda tuvo mucho que ver con esta idea”.

“El ‘zō’ de la palabra Zōbō transmite la idea de “hacer algo a imagen de” o “figura”. Por eso, se hicieron muchas imágenes, a imitación de los budas o bodhisattvas reales, para propiciar en torno a ellos las prácticas ascéticas. Desde la primera fundación de nuestro templo venimos guardando muchas imágenes, pero hay dos cosas importantes. La primera es conservarlas y repararlas como bienes culturales. Necesitan mantenimiento, pues hay que aplicar nuevas capas de laca y reponer las partes que han quedado deterioradas por el tiempo. La segunda es mantener la relación entre la gente y las imágenes. Las imágenes budistas no son meras esculturas. Están rodeadas de toda una serie de enseñanzas budistas, como la fe o la misericordia. La gente ha rezado ante ellas desde la antigüedad, han sido parte de sus vidas. Sin embargo, debido a los cambios en el estilo de vida, cada vez es más difícil para la gente de nuestro tiempo mantener la costumbre de rezar. Quizás no lo sea posible hacerlo como aquellos japoneses de la antigüedad, pero a mí me gustaría que, al menos durante los momentos que pasan ante un buda, también nuestros visitantes experimenten esa misma paz interior al juntar las palmas de las manos y sientan la compasión de los budas”.

Un mundo más allá de las palabras

Hashimura se inició en la vida religiosa a los 13 años, pero en su época universitaria le acometieron muchas dudas. Fue un libro en inglés del monje vietnamita Thich Nhat Hanh (1926-2022), líder espiritual budista de fama mundial, lo que lo decidió. Hanh, pacifista contrario a la guerra de Vietnam, quedó enfrentado al Gobierno de su país y se vio obligado a exiliarse en Francia. Posteriormente difundió su fe por Francia y otros países como Estados Unidos, y escribió más de 100 libros sobre temas como meditación o mindfulness. Fue una influente figura tanto entre los budistas como entre los no budistas de Occidente.

“Supongo que el contenido sería el mismo, pero la impresión que recibí [del libro en inglés] fue muy diferente de la que dan los libros escritos en japonés. En aquel momento de mi vida, me resultó muy revelador, porque me permitió contemplar el budismo japonés desde fuera. Hizo que me interesase por la meditación y me enseñó que en el budismo hay un mundo que se extiende más allá de las palabras”.

Aires internacionales en el Daibutsuden del siglo XXI

Cuando Hashimura asumió el cargo de superior del Tōdaiji en 2022, la pandemia del nuevo coronavirus había vaciado el recinto del templo de visitantes. Posiblemente este famoso templo no había estado nunca tan vacío. Un año después, la pandemia remitía y el templo aparecía otra vez lleno de visitantes llegados de todo el mundo.

“Hay gente a la que preocupa el sobreturismo, pero al menos por lo que atañe al recinto de nuestro templo, es maravilloso ver la cantidad de lenguas que se hablan y el ambiente tan internacional que se respira. Vienen gentes muy variadas, de diferentes religiones, pero el ambiente es de lo más apacible. En el mundo, en cambio, ocurren muchas guerras en relación con las religiones. Cuando las emociones se desbordan, los odios se van enconando. En el Hokkugyō (pali: Dhammapada), Buda dice lo siguiente sobre la tendencia humana a involucrarse en guerras: ‘En este mundo, el rencor nunca puede ser aplacado con otro rencor. Solo renunciando a un rencor puede ser otro aplacado. Es una verdad eterna’”.

“Estas palabras nacen de la experiencia del propio Shakyamuni, cuya familia había sido masacrada. En tanto no expulsemos el rencor de nuestros corazones, no podremos romper la cadena del odio. Las guerras que ocurren en el mundo están causadas por el odio, por el choque entre rencores nacidos de la codicia y la inquietud”.

“El budismo concede especial importancia al espíritu caritativo que desea la felicidad también al prójimo. Si visitar la imagen del Gran Buda les diera ocasión a todos, tanto a los budistas como a los no budistas, de desear el bien al prójimo al menos un poquito, me sentiría muy satisfecho. Creo que adquirir conocimientos sobre religiones distintas a la propia y darnos cuenta de que en este mundo hay muchas y muy diferentes religiones puede ser un buen primer paso para promover el entendimiento entre todos, al margen de cuál sea nuestra propia fe”.

Entrevista y texto: Kondō Hisashi (redacción de nippon.com).

Fotografías: Muda Haruhiko.

Fotografía del encabezado: Ante el Daibutsuden del templo Tōdaiji.

(Traducido al español del original en japonés.)

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