La curiosidad insaciable de Kadono Eiko, autora de ‘Nicky, la aprendiz de bruja’
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Kadono Eiko vive en Kamakura, una ciudad rodeada de pequeñas montañas que mira a la bahía de Sagami. Autora de la serie Acchi, kocchi, Socchi no chiisana obake (Los pequeños fantasmas Aquí, Allí y Más Allá) y la novela Majo no takkyūbin (Nicky, la aprendiz de bruja), la escritora cuenta con más de doscientas publicaciones a sus espaldas, entre libros de ilustraciones, cuentos infantiles, traducciones y ensayos. En 2018 recibió el Premio Hans Christian Andersen, considerado el Nobel de la literatura infantil. Su primera obra publicada, Ruijinyo shōnen – Burajiru wo tazunete (El joven Luisinho: un viaje a Brasil), cumple cincuenta años en 2020. Las sesiones de lectura públicas que organiza mensualmente desde hace cuatro años atraen a un gran número de admiradores de todas las edades. En 2022 se prevé abrir una biblioteca infantil que lleve su nombre en el distrito tokiota de Edogawa. Nos reunimos con la escritora en una cafetería en pleno bosque para que nos desvele la fuente de inspiración que le permite hilvanar historias como por arte de magia.
La brujita que nació de un dibujo de su hija
Majo no takkyūbin (Nicky, la aprendiz de bruja) es una serie de cuentos protagonizada por Nicky, una niña nacida de un padre humano y una madre bruja, que una noche de luna llena, tras cumplir los 13 años, parte del hogar familiar para iniciarse en el camino de la brujería.
Todo surgió a partir de un dibujo hecho por la hija de Kadono a los 12 años, en el que aparecía una bruja montada sobre una escoba de la que colgaba un radiocasete que tocaba música. Al ver el dibujo de su hija, a la escritora le pareció interesante la historia de una bruja que volase escuchando la radio y le entraron ganas de escribirla. Kadono no había olvidado las fotos a vista de pájaro de la ciudad de Nueva York que viera en la revista Life a los 18 años, y pensó que escribir la historia de una bruja que surcaba los cielos con su escoba le permitiría alzar el vuelo a ella también.
Kadono perdió a su madre por una enfermedad cuando tenía solo 5 años. Era una niña melancólica e insegura que lloraba a menudo. A base de cuestionarse dónde debía de haber ido a parar su madre, se le despertó el interés en el mundo de lo invisible. También empezó a preguntarse si habría algún lugar que le deparase algo bueno y lo halló en los libros.
Las historias que fue acumulando en su pensamiento desde tan tierna edad desembocaron de forma natural en la de Nicky, que se va a vivir sola a “un lugar distinto de este”. A sus 13 años, la brujita acaba de entrar en la adolescencia. Kadono pensó que era una edad interesante, aunque difícil de plasmar en un libro, y se lanzó a escribir la historia. Montada en su escoba, Nicky transporta desde un velo de novia hasta a un hipopótamo enfermo, experimenta los celos, la tristeza y el fracaso, conoce la alegría de amar, vive un amor de muchos años, se casa y da a luz a mellizos.
Kadono tenía dos puntos de la historia establecidos desde el principio: “Primero decidí que la bruja solo tendría un tipo de poder mágico, el de volar con la escoba. También quería escribir sobre por qué los niños varones no podían ser brujas. Por eso escribí la historia en seis volúmenes e hice que se casara y tuviera mellizos (un niño y una niña)”.
El primer tomo de la serie se publicó en 1985. Cuatro años más tarde se estrenó el largometraje de animación Majo no takkyūbin (Nicky, la aprendiz de bruja), dirigido por Miyazaki Hayao, de la productora Studio Ghibli. En 2009 habían salido a la luz los seis tomos de la serie y dos spin-offs.
“Todos poseemos algún tipo de poder mágico”
Kadono explica sonriente que, mientras escribía la historia, llegó a la conclusión de que todos poseemos algún tipo de poder mágico. La clave es mantener la curiosidad: “Cuando sentimos curiosidad por algo, miramos con más atención. Si estamos atentos a lo que vamos encontrando, nuestro mundo se ensancha y se vuelve más complejo”.
Kadono explica así su filosofía para disfrutar de la vida: “La curiosidad es algo único en cada persona, por lo que debe desarrollarse de forma individual. Para ello podemos anotar nuestros sentimientos en una libreta secreta que no mostraremos a nadie, por ejemplo. Podemos hacerlo al contemplar un dibujo o realizar otra actividad. Se trata de escribir nuestras impresiones en el instante en que las experimentamos. No importa si hablamos mal de algo. De hecho, ¡escribir críticas bien es todo un arte!”.
Uno de los libros de ilustraciones de la autora se titula Warukuchi shimaimasu (Basta de hablar mal). En él, una niña que ha sufrido acoso en la escuela regresa a su casa y suelta una retahíla de quejas a su madre. La madre le lleva la caja de un sombrero y le dice “Di todas tus quejas aquí dentro”. La niña profiere tal cantidad de quejas que al final no puede cerrar la tapa de la caja. Kadono confiesa que sentía cierto reparo de leer esta historia en sus sesiones de lectura, pero cuando al fin lo hizo el público reaccionó mejor que nunca. Los niños se desternillaban de la risa. “Los pequeños lo ven todo y lo comprenden todo. Y son muy expresivos, incluso cuando no hablan”.
De la imaginación a la creación
“El poder mágico de la persona se desarrolla cuando esta siente”, declara Kadono. “Primero nos gustan las flores, luego las semillas… Cada vez hallamos más cosas que nos gustan. Si les damos importancia, al encontrar nuevas cosas relacionadas, nos invade el entusiasmo y la alegría. Y, si mantenemos esa curiosidad, se acaba transformando en nuestro poder mágico”. Cuando desarrollamos la magia del entusiasmo y la curiosidad, se convierte en nuestra fuerza vital: “¿Verdad que las cosas que nos gustan se nos dan bien, pero nos cuesta seguir con las que no nos gustan?”.
No se trata de ignorar completamente lo que nos rodea, sino de no imitar a los demás, de ver con mirada propia, pensar por nosotros mismos, decidir con nuestro criterio y usar el ingenio. Kadono insiste en que el poder de la imaginación es lo que construye a la persona: “Si comparamos a las personas con árboles, la imaginación sería nuestro fertilizante. La imaginación crea entusiasmo, nos conmueve. Eso se transforma en creatividad; pasamos de la imaginación a la creación”. La autora también hace hincapié en que transmitir nuestros pensamientos a personas de otras culturas o que hablan otros idiomas es igualmente un ejercicio de imaginación.
¿Nuestras obras no las creamos nosotros?
La historia de la bruja Nicky tiene diálogos curiosos. Hay una escena, por ejemplo, en que la madre de Nicky, Kokiri, le dice a esta “La creación es algo muy extraño. Nuestras obras en realidad no las creamos nosotros”.
“Las personas queremos crear cosas y completarlas solos de principio a fin, pero eso no funciona así”, dice Kadono. Al principio usábamos hojas de árboles o nuestras propias manos para transportar agua. Sin embargo, así no era posible llevar suficiente agua para dar de beber a un niño enfermo, por ejemplo. Por eso buscamos una forma de transportar agua sin derramarla y creamos utensilios como los cuencos y los vasos. Los dispositivos electrónicos y las tecnologías de la información se inventaron también a partir de una imaginación abstracta. “Yo, que viví una época en que el arroz se cocía en horno de leña, comprendo cuantísimas personas tuvieron que dedicar sus sueños para llegar a desarrollar las hervidoras eléctricas de hoy en día”. Esa simple frase que pronuncia uno de sus personajes encierra este importante mensaje de la autora.
Los cuentos del padre como fuente de inspiración
Kadono nació en 1935 en Fukagawa, un barrio tradicional de Tokio. Fue evacuada a la prefectura de Yamagata durante la Segunda Guerra Mundial. De pequeña, las historias que le narraba su padre y el mundo de la literatura la consolaban de la tristeza de haber perdido a su madre a tan temprana edad. Se sentaba en el regazo paterno para escuchar cuentos y monólogos cómicos de rakugo: “La historia de Jean Valjean en Los miserables lo marcó cuando la oyó de niño, así que me la contaba a menudo. Usaba muchas onomatopeyas y se separaba bastante del original, pero su relato era fascinante”.
Las historias de Kadono incorporan un gran número de singulares onomatopeyas. La autora piensa que el japonés abunda en dichos recursos lingüísticos porque los sonidos de la naturaleza y del entorno cotidiano se introducen en el idioma para crear ambiente. Hasta no hace tanto, las casas japonesas se construían con vigas de madera. Tenían un techo, amplias entradas y ventanales, y las paredes y las puertas eran paneles correderos. “Al despertar por la mañana, se abrían todos los paneles y la casa se conectaba con el mundo natural. La naturaleza se introducía en el hogar, por lo que nos volvimos muy receptivos para con sonidos como el canto de los pájaros, el viento o la lluvia”, argumenta Kadono.
A Brasil, en busca de su “lugar distinto de este”
La guerra terminó cuando Kadono estudiaba quinto curso de primaria. En secundaria la escritora entró en contacto con el inglés, hasta entonces idioma enemigo. Cuando aprendió la forma del presente continuo, que se forma con el verbo to be y el gerundio de otro verbo, le pareció un modo estupendo de vivir y tomó el propósito de disfrutar de la vida momento a momento, siempre en ese presente continuo.
Se especializó en literatura inglesa en la universidad. Tras graduarse, entró a trabajar en una editorial y a los 23 años se casó con un diseñador. Al año siguiente el matrimonio emigró a Brasil por sus propios medios. La travesía en barco duró dos meses en los que no vieron más que la línea del horizonte dividiendo el cielo y el mar. “Sentía una emoción como si estuviera a punto de abrir un regalo”, recuerda Kadono.
A su llegada a Brasil, Kadono se topó con un chocante imprevisto: la gente no hablaba inglés. Con todo, en los dos años que pasó allí, aprendió portugués como si bailara a ritmo de samba con su vecino de doce años y encontró un trabajo. Luego viajó por Europa y finalmente regresó a Japón en 1961.
Cuando al fin encontró su pasión
Cuando Kadono regresó a Japón, con 34 años, el investigador de literatura anglosajona Tatsunokuchi Naotarō, que había sido su profesor en la universidad, le sugirió plasmar sus experiencias en Brasil en un libro infantil. Tras un buen número de borradores, al año siguiente publicó su primera obra literaria, Ruijinyo shōnen – Burajiru wo tazunete (El joven Luisinho: un viaje a Brasil), con el que estrenó su faceta como escritora. Kadono descubrió su pasión por la escritura al comprobar que, a pesar de que normalmente se hartaba de todo con rapidez, no se cansaba de escribir a diario. A día de hoy, sigue sentándose en su escritorio todos los días, tanto si se encuentra bien como si no.
En esta época de exceso de información en que todo está al alcance de la mano, cada vez tenemos menos oportunidades de imaginar lo que no vemos. Al preguntarle cuál es la clave para buscar aquello que les gusta a los niños, Kadono responde “Hay que fomentar su curiosidad desde pequeños. Es importante decirles cosas como ‘¡Te das cuenta de cosas muy interesantes!’. Los padres también deben esforzarse y mostrar a los pequeños que hacen cosas interesantes a pesar de estar ocupados con el trabajo”.
“Los adultos y los que son padres quieren que los niños lean, pero ellos mismos no lo hacen. Hay quien dice ‘Pues a mis hijos les encantan los libros’, pero en realidad son ellos quienes les leen en voz alta. Escuchar no es lo mismo que leer un libro”, lamenta Kadono. La etapa infantil en que se pasa de leer a los niños en voz alta a que ellos mismos lean es crucial. Todos sentimos curiosidad por algo, y por eso la escritora remarca la importancia de descubrir una literatura infantil estimulante que conecte realmente con la naturaleza humana.
El horizonte es una puerta invisible
Al caer la tarde, vamos a la playa de Kamakura a observar el horizonte. Kadono considera que aquella línea que separa el cielo y el mar es el origen de muchas cosas. La curiosidad y la imaginación son lo que permite desarrollar ese “poder mágico que todos tenemos”. La autora anima al lector a creer en su propio criterio y su forma de sentir. Esa imaginación que nace de la emoción se transforma en capacidad creadora y refuerza el corazón de la persona. Está claro que Kadono tiene aún mucho camino por delante para seguir en busca de todo aquello que alimenta su curiosidad.
Fotografía del encabezado: Kadono bajo el sol en la playa de Yuigahama, Kamakura.
Fotografías: Kawamoto Seiya (excepto imágenes cedidas por Kadono Eiko Office)
Colaborador: House of Flavours.
Kadono Eiko
Nacida en Tokio el 1 de enero de 1935. Graduada en Filología Inglesa por la Facultad de Educación de la Universidad de Waseda en 1957. Vive en Brasil entre 1959 y 1961. Empieza a escribir libros ilustrados y literatura infantil en 1970. Ganadora del Premio Obunsha de Literatura Infantil por Zubon senchōsan no hanashi (Cuentos de un capitán de barco), del Premio Noma de Literatura Infantil por Majo no takkyūbin (Nicky, la aprendiz de bruja) y del Premio Literario Shōgakukan, entre otros galardones. En 2018 recibe el Premio Hans Christian Andersen. Su obra excede las doscientas publicaciones e incluye títulos como los de la serie Acchi, Kocchi, Socchi no chiisana obake (Los pequeños fantasmas Aquí, Allí y Más Allá), Nada to iu na no shōjo (Una chica llamada Nada), Rasuto ran (Último recorrido) y Tonneru 1945 (Túnel 1945), una historia de ficción basada en sus experiencias personales en la Segunda Guerra Mundial.