Shirakawa Yūko y su mensaje como enfermera de Médicos Sin Fronteras
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Un documental televisivo sobre Médicos Sin Fronteras (MSF) que vio cuando tenía siete años cambió radicalmente la vida de Shirakawa Yūko. El deseo de dedicarse a la ayuda humanitaria que sintió en aquella ocasión se hizo realidad 30 años más tarde, en 2010, cuando quedó registrada como enfermera quirúrgica de dicha organización. Durante estos ocho años ha cumplido 17 misiones en lugares conflictivos.
Su primer libro, titulado precisamente Funsōchi no kangoshi (“Enfermera en zonas en conflicto”) da cuenta de sus actividades profesionales en lugares tan duros como Irak, Yemen, Siria, Sudán del Sur, Palestina, la Franja de Gaza y otros, además de relatar también cómo son sus relaciones con otros extranjeros que llegan a estos lugares con la misma organización, con el personal local y con sus pacientes. Conversamos con ella a finales de julio, cuando acababa de regresar de una misión corta en Mosul (Irak).
En los intensos combates de Mosu
La ciudad iraquí de Mosul, que durante tres años estuvo bajo el dominio de la organización extremista Estado Islámico, fue finalmente liberada en julio de 2017 después de una exitosa ofensiva del ejército iraquí y sus aliados. Shirakawa fue enviada dos veces allí durante las hostilidades.
“Mi primera vez en Mosul fue al comenzar la operación militar para recuperar la ciudad. La segunda, siete meses después (junio de 2017), en lo más cruento de la batalla. Había muchas partes involucradas que se atacaban mutuamente por aire y por tierra, y nosotros atendíamos a los pacientes que huían de los enfrentamientos aprovechando cualquier momento de calma”, recuerda.
El centro urbano quedó destruido por los combates y muchos habitantes perdieron sus viviendas. La destrucción afectaba a las calles, a los generadores eléctricos, a las canalizaciones de agua, a los hospitales y al resto de las infraestructuras. ¿Cómo fue posible ofrecer atención médica en esas condiciones?
“Tuvimos que empezar por pensar cómo llegar hasta los lugares donde íbamos a ofrecer la atención médica y cómo nos las arreglaríamos para ofrecer esa atención. Si no encontrábamos en esos lugares edificios apropiados, organizábamos un hospital provisional en tiendas o contenedores. Y dentro de la escasez de materiales y medicamentos que sufríamos, tratábamos de interpretar las señales que recibíamos para adivinar cómo marchaba la guerra y qué volumen de pacientes tendríamos, para así poder administrar los medicamentos de la mejor manera. Había que seguir dando asistencia médica durante un largo periodo y para eso las decisiones había que tomarlas teniendo en cuenta todo lo que estaba ocurriendo”.
Durante su primer periodo, construyeron un hospital de tiendas de campaña en una gran extensión desértica al norte de Mosul, dentro del distrito autónomo kurdo. El hospital estaba comunicado por una carretera que conducía directamente al frente de batalla. En su segundo periodo, siete meses después, el centro de operaciones de MSF se estableció en Mosul Este, que acababa de ser liberada. Atendían las incidencias ocurridas en la otra orilla del río Tigris, en Mosul Oeste. Entre los pacientes que les llegaban, había una joven huérfana cuyos padres, miembros del Estado Islámico, acababan de cometer un atentado suicida con explosivos. En su libro, Shirakawa relata cómo los miembros iraquíes del personal de MSF, muchos de los cuales había perdido a sus padres, hermanos o amigos en acciones del Estado Islámico, atendieron a esta joven y le dispensaron todo tipo de atenciones.
Pocos días después de haber regresado a Japón de la Mosul liberada, Shirakawa partió en dirección a Raqa, la ciudad siria considerada capital del Estado Islámico. Los 50.000 habitantes que quedaban en la ciudad estaban bloqueados y eran utilizados por la organización terrorista como escudos humanos. Shirakawa y sus compañeros trabajaron incansablemente, sacrificando horas de sueño para atender a todas las víctimas de los bombardeos aéreos y de las minas, pero muchas de ellas murieron en el traslado.
No solo los bombardeos aéreos provocan crisis
Los equipos que MSF envía a los países en conflicto no suelen tener muchos integrantes. “Con el problema de la seguridad en los destinos, es difícil reunir un grupo numeroso para enviar a estos lugares. Sumando los cirujanos, los anestesistas y los obstetras cuando son necesarios, no suelen pasar de las ocho o 10 personas. Y en los equipos tienen que ir también gente que se ocupe de la logística, del personal y administradores que lleven las finanzas”.
El personal local también es importante. Transferir a la gente del lugar las técnicas que les permitan continuar dando atención médica cuando MSF ya no esté es parte de la labor de la organización. “Pero un solo bombardeo es capaz de dar al traste con todo el esfuerzo realizado hasta ese momento. Ocurre a menudo que un hospital se vea envuelto en la guerra. A veces son atacados por error, pero otras veces se los ataca deliberadamente, como lugares de reunión de la gente”.
En las zonas en conflicto, verse atrapado en un bombardeo o en un tiroteo es un riesgo con el que siempre hay que contar. Y hay otras muchas circunstancias que pueden desatar una crisis. Estando en Sudán del Sur, a 50 grados de temperatura, una vez tuvieron que recurrir al agua del Nilo pues sus reservas de agua potable se habían agotado. Aunque pudieron esterilizarla, no fue fácil resignarse a beberla después de haber visto la gran cantidad de cadáveres que portaba el río. “Pero entonces era beber o morir. Asegurarse un mínimo de agua es realmente un problema tremendo”.
Y si el agua puede faltar, también pueden escasear los alimentos, como prueba el hecho de que Shirakawa perdiera ocho kilos durante su experiencia sursudanesa.
El inglés y su experiencia en Australia
Por más que sea la realización de un sueño de juventud, trabajar en actividades tan exigentes como estas en zonas en conflicto no es algo que pueda hacerse solo con ilusión y entusiasmo.
“Cuando me propuse ingresar en Médicos Sin Fronteras, a los 26 años, me encontré con el problema del inglés, que al final retrasó mi ingreso hasta los 36 años. De todos modos, la realidad de estos conflictos puede acabar contigo si solo te mueve el entusiasmo de la juventud, así que creo que es mejor acometer este trabajo a los 30 o 40 años, con más profesionalidad y experiencia como persona, para desarrollar un compromiso más largo”.
La noticia de que MSF había recibido el Premio Nobel de la Paz, en 1999, fue un nuevo estímulo para el deseo que albergaba Shirakawa de sumarse a sus filas. Para entonces, ya se había hecho enfermera, que era su vocación. Pero en la reunión explicativa de la convocatoria comprendió que con su bajo nivel de inglés tendría que desistir. Posteriormente reunió dinero para estudiar en el extranjero y eligió Melbourne (Australia) para sus estudios de inglés. Allí mismo siguió un curso de enfermería en una universidad local y al final pudo reunir una valiosa experiencia trabajando como enfermera quirúrgica en el Royal Melbourne Hospital. Cuando ya había conseguido un cierto dominio de su trabajo y llevaba una vida estable, en 2010, decidió que había llegado el momento y volvió a Japón, donde rápidamente se sumó al personal internacional de Médicos Sin Fronteras.
“Mi inglés dista mucho de ser perfecto. Pero en este trabajo, más que la fluidez en el idioma, lo que se necesita es saber comunicarse, y ese es mi fuerte. También me ha valido mucho haberme curtido en muchos tipos de inglés en un país multicultural y multiétnico como Australia”.
La función de los enfermeros quirúrgicos de MSF no se limita a asistir a los médicos durante las operaciones. Actúan como verdaderos jefes de enfermería, pues además de tener responsabilidades de administración de personal, entre ellas la de instruir al personal local, se exige de ellos que tomen decisiones sobre cualquier asunto adaptándose a las circunstancias con flexibilidad. Shirakawa señala que entenderse con los otros miembros del equipo, con el personal local y, por supuesto, con los pacientes y sus familiares, es un tema de capital importancia.
¿Por qué vuelven a las zonas en conflicto?
Las misiones en zonas de conflicto se limitan a menudo a unos pocos meses. Esto es debido a la gran carga física y psicológica que comportan. Y regresar al país de origen no significa verse liberado automáticamente del estrés.
“Al principio, me irritaba mucho volver a Tokio y encontrarme por la calle a toda esa gente paseando sus modelitos. Me preguntaba si es que no se habían enterado de la situación tan tremenda que se vivía en Siria o en Yemen con los bombardeos”.
Pero ahora, después de haber visto en tantas ocasiones el sufrimiento en las guerras y el de los refugiados, ya no ve las cosas de ese modo. “Ahora comprendo que si los bombardeos en las zonas de conflicto son reales, también lo son la paz y la libertad que se viven en Japón. Se dice que los japoneses ignoran demasiado lo que ocurre en el mundo. Pero todo depende de cómo se vea, pues tampoco está mal que, si han nacido en un país pacífico como este, ellos se concentren en lo que tienen entre manos y vivan con todas sus fuerzas”.
Pero habiendo visto la realidad de los conflictos, Shirakawa ya no puede reintegrarse en ese “ellos”. Está preparada para salir rauda en dirección a su nuevo destino en cuanto le sea fijado uno.
“Supongamos que en Siria bombardean un hospital y la gente está gritando y llorando. Hay una clara necesidad de ayuda humanitaria y atención médica de urgencia. Si se diera el caso de que el auxilio que ofrecen las ONG y la comunidad internacional es suficiente, tal vez no iría. Pero la realidad es otra y yo siento que tengo que ir”.
Transmitir la realidad desde un ángulo diferente al de los periodistas
Cuando llevaba dos años trabajando con MSF, Shirakawa llegó a pensar en dejar su trabajo de enfermera para hacerse periodista, tal era la rabia que sentía hacia sí misma, mientras se afanaba en atender a todos los heridos agonizantes que le llevaban entre el incesante ruido de los disparos, sintiéndose ligada a un trabajo “totalmente inútil a la hora de detener la guerra”. Pero, después de muchas dudas, finalmente decidió continuar con su labor. “Médicos Sin Fronteras trabaja con la convicción de que el testimonio que damos desde zonas en conflicto en las que no entran ni los periodistas puede salvar muchas vidas. Y yo me di cuenta de que también podía transmitir mucho trabajando como enfermera”.
Ese deseo de dar testimonio y de trasmitir se materializó en su primer libro. Médicos Sin Fronteras no pone límite de edad al personal que envía a sus misiones y algunas personas siguen trabajando después de los 50 o 60 años. ¿Qué planes tendrá Shirakawa para su futuro?
“Seguir con las misiones hasta el final es una opción, pero ahora me estoy planteando trabajar en la formación de los jóvenes y también quiero seguir transmitiendo mis experiencias dando conferencias o escribiendo libros”.
A aquella reunión explicativa de MSF a la que acudió Shirakawa con poco más de 25 años asistieron unas seis personas. Pero durante estos años ha aumentado el número de candidatos y ahora más de 100 japoneses participan cada año en alguna de las misiones de esta organización. ¿Pero qué satisfacciones hallarán estas personas en escenarios tan duros, además de la de comprobar que sus capacidades están sirviendo para ofrecer ayuda humanitaria?
“En realidad, consigues muy buenos recuerdos. Conoces a gente que nunca habrías podido conocer si no fuera en una misión así, y la falta de tiempo y de cosas te lleva también a planear en común actividades para entretenerse”.
Y, por encima de todo, está esa sonrisa que un día ilumina los rostros de esos pacientes a los que Shirakawa y sus compañeros han tomado de la mano y a quienes han deseado que se recuperen. Debe de ser para esa sonrisa para lo que trabajan estos enfermeros en zonas en conflicto.
Reportaje y texto: Itakura Kimie (Redacción de nippon.com)
Fotografías: Miwa Noriaki.