Yamanouchi Etsuko: “quiero cambiar el mundo desde Yamagata”
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El Festival Internacional de Cine Documental de Yamagata (YIDFF)
Se dice que el director Ogawa Shinsuke, que rodó viviendo en Magino, en la ciudad de Kaminoyama de la prefectura de Yamagata, en 1989, tuvo una influencia muy grande en el hecho de que el festival, que comenzó ese mismo año en la ciudad de Yamagata, adoptara el formato documental. En lo sucesivo, en octubre de los años impares y durante una semana, en siete salas diferentes (el Centro Cívico Central de la ciudad de Yamagata, la Sala de Actos, el Museo de Yamagata y otros) se celebran dos grandes competiciones, la internacional y la nueva ola asiática, además de un evento especial en cada ocasión.
En 2006 el comité organizador del festival, que hasta entonces había dependido de la ciudad de Yamagata, se independizó de esta, y a partir de 2007 se constituyó en un organismo independiente: la organización sin ánimo de lucro del Festival Internacional de Cine Documental de Yamagata.
El Festival Internacional de Cine Documental de Yamagata (YIDFF, por sus siglas en inglés), el primer festival de documentales de Asia, comenzó en 1989 como parte del centenario de la fundación de Yamagata como ciudad. Desde entonces se ha celebrado cada dos años, contribuyendo a la difusión de documentales. Ha recibido varios premios, como el Premio Cultural Yamaji Fumiko o el premio Kawakita, y goza de prestigio internacional.
Aunque a la primera competición solo se presentaron 260 cintas, en la actualidad las obras que tratan de formar parte del evento superan el millar. ¿A qué se debe que tanta gente quiera reunirse en una ciudad de un rincón de Japón? Se lo preguntamos a Yamanouchi Etsuko, intérprete que ha colaborado en el festival desde su primera edición.
Una solidaridad que nació en Yamagata
Es por pura casualidad que Yamanouchi comenzó a participar en el YIDFF como intérprete. Su agente registrado la contrató inesperadamente para el festival.
“En 1989 yo ni siquiera había hecho de intérprete en un festival de cine, ni tampoco tenía mucha experiencia ni en cine ni en documentales. Por eso para mí la primera edición del YIDFF fue realmente como ‘miel para la boca del asno’. Tampoco es que pudiera comprender todas las películas que se proyectaron, pero pude notar la pasión de los directores, que permeaba las obras.”
Se trataba de una época en la que los documentales aún no habían recibido mucho reconocimiento en Asia. Los directores, llegados de cada país, contaban que habían tenido que luchar en solitario para conseguir crear sus obras.
“Los presupuestos son muy limitados, y el público apenas conoce las numerosas dificultades de producir una obra documental. A pesar de ello no hay que dejarse llevar por la situación, ni callarse cuando algo está mal. En lugar de intentar congraciarnos con los poderosos, deberíamos prestar oídos a las minorías y pensar qué podemos hacer cada uno de los que vivimos en esta sociedad para comprenderlos… Esa ‘Yamagata’ de la que hablo es un lugar en el que se reúnen personas capaces de investigar los problemas en profundidad, y no darlos por zanjados a la primera de cambio. Las personas que se concentran en Yamagata se parecen mucho a ese tipo de ser humano al que aspiro.”
No solo Yamanouchi sino muchos de los que se reunieron en el YIDFF pudieron sentir la solidaridad que impregnaba el lugar.
“Algunos cineastas, que luchan contra reloj para poder cerrar el montaje y enviar la cinta a tiempo, se encuentran con otros como ellos, y gracias a esto se dan cuenta de que el esfuerzo ha valido la pena, de que con lo que han podido hacer sirve. Yamagata es ese tipo de lugar.”
Continúa el conflicto de los autores por saber hasta dónde pueden llegar
La definición de documental es muy amplia. Las formas también son muy variadas, y aunque hay muchas películas que optan por el formato de entrevista, otras se ruedan del mismo modo que se hace una obra de ficción. Con el advenimiento de las videocámaras caseras ha aumentado el número de documentales amateur.
“Del mismo modo que no existen noticiarios imparciales, la subjetividad del director también está presente en los documentales. Cuando se intenta perseguir un problema social y se cuenta con diez directores diferentes, se tienen diez formas diferentes de hacerlo, y cada uno crea una obra distinta. O al revés: creo que precisamente porque existen ideas propias las películas pueden llegar a muchas personas. Pero en los documentales la presencia de la cámara es muy evidente, y tanto los que están tras ella como los que están delante le prestan atención sin querer. Hay veces en las que se plantea un conflicto al decidir hasta dónde se puede llegar.”
Yamanouchi nos cuenta que no solo tuvo ocasión de admirar los documentales, sino también de sentir dudas sobre algunos. Uno de ellos fue The Act of Killing, del director Joshua Oppenheimer, que recibió el premio a la excelencia en el YIDFF de 2013. Tomando el punto de vista de los asesinos que perpetraron horribles matanzas en masa en Indonesia durante la dictadura, la obra explora las profundidades de lo humano; “Si yo fuera una de las víctimas temblaría de rabia”, cuenta Yamanouchi. Sin embargo, tras escuchar las explicaciones del director no pudo por menos que comprender su forma de pensar.
“Lo que Oppenheimer plantea es hasta qué punto se diferencia Anwar Congo, el asesino, de nosotros. El director, con gran amabilidad, explicó que le gustaría que el público se diera cuenta de que dentro de cada uno de nosotros existe una oscuridad. Dio la impresión de querer abrir los libros de historia por una página que hasta ahora había sido tabú. Sus palabras demostraron hasta qué punto había entrado en conflicto consigo mismo a la hora de crear la película. Precisamente en esa sinceridad y actitud de los directores reside el verdadero atractivo de los documentales.
Aunque los métodos sean diferentes, un intérprete debe transmitir una idea, y ese hecho es igual. Cuando se traduce uno no se limita a enumerar palabras; debe comprender lo que está escuchando. Hay cosas en las que la producción de documentales y la traducción e interpretación se parecen. Cuando trabajo, me resulta imposible eliminar por completo las impresiones que me ha causado la obra que he estado viendo hasta hace unos minutos con el público, y traducir. Lo que me atrae más del trabajo de Yamagata es que se espera de nosotros, los intérpretes, que participemos como seres humanos, y no solo como profesionales.”
El primer paso para contar nuestras historias
Ha pasado un cuarto de siglo desde la primera edición del YIDFF, y el festival ha logrado aumentar no solo la cantidad de los documentales que participan, sino también los servicios que ofrece. Uno de ellos fue la sección denominada “Festival Audiovisual Internacional de los Pueblos Indígenas”, que se programó en 1993.
“Los indígenas, durante mucho tiempo, han permanecido bajo control. También en las películas ese tema no pasaba de motivar la creación de documentales que trataban de imponer las opiniones de aquellos que controlaban a los indígenas. Pero entre ellos también se encontraban quienes opinaban que la historia de un pueblo debe contarla el pueblo mismo. 1993 fue el Año Internacional de los Pueblos Indígenas, y el programa especial del festival de Yamagata se enmarcaba en esas celebraciones.”
Generalmente, en un festival de cine son los organizadores quienes deciden qué obras se proyectan, pero en el caso del festival de Yamagata ese poder de decisión se cedió a un grupo de cineastas aborígenes, como respuesta al deseo que habían expresado: “Hasta ahora los festivales siempre han hecho lo que les ha parecido, y si ustedes también crean su programa de igual modo nada cambiará, pero si nos ceden los derechos, el de Yamagata será un festival histórico.”
“Las obras reunidas en aquella sección eran de lo más variopinto. Una de ellas, sobre la tribu Kayapó de Brasil, nació cuando un director novato que usaba la cámara por vez primera trataba de rodar a unos cazadores furtivos para intentar proteger la selva. Otras eran obras de imagen refinada, propia casi de un drama de ficción, u obras que ya se habían emitido en muchos lugares de todo el mundo. Precisamente debido a que habían sido los autores indígenas los que elegían las películas, su selección se convirtió en una declaración de principios: ‘A partir de ahora nosotros controlaremos nuestra imagen’. Mientras traducía sus palabras se me puso la piel de gallina: podía sentir el nacimiento de una nueva época en la historia.”
Sin embargo, la sorpresa fue que el gran premio del YIDFF se lo llevara Black Harvest (cosecha negra), de los directores Bob Connolly y Robin Anderson. Se trata de una cinta que explora los esfuerzos y la confrontación de los líderes de tribus indígenas del altiplano de Papúa Nueva Guinea, que sueñan con la modernización del país, y los dueños mestizos de la plantación de café donde trabajan. El documental recibió críticas que la tildaban de mostrar “el punto de vista del neocolonialismo”, o de “no tratar el tema humanamente”.
“Incluso ahora puedo empatizar con los sentimientos de los indígenas. El jurado incluía a una directora indígena, llamada Merata Mita, la cual probablemente se vería desgarrada en su fuero interno: ¿con qué cara puede volver a Nueva Zelanda, ella que hasta ahora ha luchado contra ese tipo de películas? Imagino que debió de ser muy duro para ella. Sin embargo, tras la ceremonia de entrega de los premios, y justo antes de que se proyectara la cinta receptora del gran premio, los autores indígenas optaron por salir de la sala en silencio, sin aguarles la fiesta a los organizadores, en señal de protesta. Ahí se pudo sentir la sabiduría de unas personas que llevan tiempo luchando contra grandes poderes.”
La sensación diaria de ser discriminada a través del idioma
La propia Yamanouchi, que vive en Canadá, como parte de una minoría, por su idioma y por su apariencia, ha experimentado tratamientos desagradables. Cuando era joven volcó sus energías en el teatro, tratando de superar la discriminación racial. Ha hecho del apoyo a los pueblos indígenas la labor de toda su vida.
“Ahora que lo pienso, cuando vivía en Japón también hubo ocasiones en las que me convertí en minoría por causa del idioma. La primera fue cuando cambié de escuela. Me crié en las montañas del interior de Shikoku, pero en mitad del quinto curso de primaria nos mudamos a Matsuyama, la capital prefectural de Ehime. Aunque no dista ni cuarenta kilómetros, tuve que acostumbrarme a la forma de hablar, que era algo diferente. Cuando creía haberme adaptado al dialecto de Matsuyama me tocó entrar en la universidad, en Tokio, donde la entonación también es diferente. Luego me mudé a Canadá, donde se habla inglés. En cada ocasión estaba decidida a que no se rieran de mí, así que me esforcé con toda mi alma. Canadá tiene fama de ser un país cosmopolita e igualitario, pero en él también hay discriminación. Los indígenas sufrieron malos tratos durante mucho tiempo, y durante la Guerra y en la posguerra los descendientes de japoneses sufrieron tratos parecidos.”
En Japón también tenemos historia de pueblos indígenas, como los ainu. Uno de ellos, Chupchisekor, que también participó en el Festival Audiovisual Internacional de los Pueblos Indígenas, investiga acerca de la medida en la que el cine de entretenimiento japonés ha retratado a los ainu basándose en prejuicios.
“Chupchisekor comentó: ‘Pese a tratarse de una visión estereotipada y errónea, nadie la criticaba. Y precisamente por eso es algo vergonzoso.’ Fue un episodio que me abrió los ojos.”
Luchar por un mundo en el que todos puedan ser ellos mismos
Lo que pide Yamanouchi es un mundo en el que cada uno pueda ser como es, sean minorías o no, una sociedad que esté viva precisamente por haber convertido las diferencias en idiosincrasia. Y dice que en Yamagata pudo percibir esa posibilidad.
“Creo que muchos han tirado la toalla con pesimismo, creyendo que por mucho que nos esforcemos nada cambia, y también hay muchos otros que encuentran muchos temas sospechosos, pero no pueden permitirse el lujo de profundizar en ellos. Pero la gente que viene a Yamagata logran de algún modo escapar de ese agujero, y se esfuerzan. Buscan pistas para vivir mejor. Lo cierto es que en estos veinte años, desde 1993, ha cambiado bastante, por ejemplo, la situación que rodea a los indígenas.”
Yamanouchi, desde Yamagata, desea que esa evolución hacia un mundo cada vez mejor se acelere aunque sea solo un poco.
Imágenes cortesía del YIDFF - Organización sin ánimo de lucro Festival Internacional de Cine Documental de Yamagata
Imágenes: Hanai Tomoko; colaboración: Uplink
Referencia: Akiramenai eiga Yamagata Kokusai Dokyumentarii Eigasai no hibi (Un cine que no se rinde; los días del Festival Internacional de Cine Documental de Yamagata; Yamanouchi Etsuko, Ōtsuki Shoten ed.)