Mujeres y desastres en Japón: Una inspiración para el liderazgo femenino
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Treinta mujeres del norte del archipiélago japonés recorrieron la costa damnificada por el Gran Terremoto del Este de Japón a bordo de un autobús una mañana de junio de 2023. Se dirigen a las áreas afectadas por el tsunami ocurrido el 11 de marzo de 2011, hace doce años, pero el destino final son otras mujeres.
Las pasajeras que viajan en el autobús son enfermeras, comerciales, agricultoras, empresarias, políticas, administrativas, terapeutas, estudiantes o voluntarias en diversas asociaciones sociales. Llegan de pueblos del interior de la prefectura de Aomori y también de ciudades costeras. Conforman varias generaciones, pero todas tienen un objetivo común: liderar la prevención de desastres en sus barrios.
Algunas vivieron el desastre de 2011 de primera mano. Otras ofrecieron asistencia y ayuda a las áreas afectadas. Muchas aspiran a resolver los desafíos a los que se enfrenta la sociedad japonesa, con la despoblación de los pueblos y un envejecimiento progresivo, en un país donde casi un tercio de la población supera los 60 años.
Todas ellas buscan reforzar la participación femenina en la gestión del desastre desde sus localidades para, en última instancia, mejorar el rol y la voz de la mujer japonesa en la sociedad.
Osanai Sekiko: impulsora de la gestión de desastres con enfoque de género
Osanai Sekiko, de 65 años, es hoy una líder respetada de la ciudad de Aomori por trabajar durante décadas por los derechos de la mujer. Tras el terremoto y tsunami, su ciudad acogió a los evacuados por el accidente nuclear de la central de Fukushima, lo que supuso un punto de inflexión para ella.
“Me puse en marcha con otras mujeres y fuimos hasta los centros de evacuación. Ahí fui testigo de los numerosos problemas relacionados con la situación y condiciones de la mujer, como la falta de privacidad o el abuso sexual y de poder en los refugios”, recuerda.
A pesar de que Japón había añadido el enfoque de género en 2005 en los planes de prevención del país, “durante el tsunami de 2011 no hubo perspectiva de género y eso provocó muchos problemas en la gestión de los evacuados”, explica Osanai.
A partir de esta experiencia, creó en 2017 la organización de base local Gender Equality Community Mirai Net, enfocada en la gestión del desastre con enfoque de género para potenciar el liderazgo femenino en la toma de decisiones.
Desde entonces, ha lanzado varios programas pioneros de formación de mujeres y estudiantes en la región de Tōhoku y ha sido reconocida a nivel nacional en 2022 por el Gobierno con el galardón Japan SDGs, por su contribución a los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas.
Esta es la primera vez que Osanai organiza un viaje formativo a las áreas damnificadas de la prefectura de Miyagi. Está convencida de que es fundamental “conocer directamente a las mujeres que influyen activamente en sus comunidades, donde no solamente es importante el desastre, sino toda la experiencia previa”.
A pesar de las dificultades a las que se enfrentaron en el desastre, Osanai cree que el proceso de reconstrucción también favoreció cambios importantes en las mujeres de la región de Tōhoku gracias al intercambio entre ellas. Un ejemplo de colaboración es este viaje.
“Que no existan diferencias porque seas hombre o mujer, sino que cualquiera, según sus capacidades pueda contribuir al funcionamiento de un centro de evacuación o a la recuperación tras un desastre” es uno de sus principales objetivos.
Abe Noriko: de hotelera a referente local
Tras horas de ruta hacia la costa, el grupo de mujeres liderado por Osanai llega entrada la tarde al Hotel Kanyo. Allí las espera Abe Noriko, nacida en 1962 y propietaria de un imponente hotel de diez plantas enrocado en lo alto de una colina abierta al océano Pacífico, a las afueras de la ciudad de Minamisanriku. Aquel día la localidad contaba con 17.666 habitantes, pero a causa del tsunami, un 80 % de su centro quedó devastado, 620 personas fallecieron y 211 siguen desaparecidas. Como consecuencia del desastre, la población ha menguado en un 22 %.
El Hotel Kanyo resistió el impacto directo del tsunami. Abe asumió sin dudarlo la gestión de una emergencia sin precedentes, abrió sus puertas a la población afectada ofreciendo refugio y, junto a sus empleados, tomaron decisiones que a día de hoy todavía perduran. Sus acciones resonaron por todo el archipiélago y la convirtieron en un referente.
Cuando ocurrió el desastre, Abe conversaba con los huéspedes en la recepción, un amplio espacio formado por una gran cristalera con vistas al Pacífico sobre un acantilado.
“Vi el cambio del mar desde las ventanas y empezamos la evacuación de los pisos más bajos. Cuando el tsunami nos impactó, destrozó el primer y segundo piso, pero el resto del edificio aguantó y ni un solo cristal se rompió en la recepción”, recuerda.
Abe supo detectar el tsunami gracias a las enseñanzas de su padre, que había experimentado el tsunami de Chile, nombre con el que la población local recuerda el maremoto derivado del terremoto de Valdivia, de magnitud 9,5 en la escala sismológica Ritcher y el más grande registrado en la historia. Aquel tsunami atravesó el Océano Pacífico alcanzando Hawái y las costas japonesas de madrugada, y dejó 142 fallecidos y cientos de heridos en Japón.
“Mis padres nacieron aquí y eran muy conscientes de la importancia de preparase y vivir para el desastre. Por eso, cuando en 1972 construyeron este hotel, buscaron un lugar seguro y en lo alto”, enfatiza Abe.
El día del desastre de 2011, el hotel se convirtió en un fortín para 350 personas, entre empleados, huéspedes y evacuados.
“Poco a poco fueron llegando vecinos que habían perdido sus casas y seres queridos. Recuerdo que muchos lloraban sin parar. Fui consciente de que debía tranquilizarles y ayudar. Me reuní con mis empleados, a quien les estoy eternamente agradecida por la disposición en ese momento, sin saber del paradero de sus familias u hogares. El mensaje a transmitir era importante, así que les pedí que fuesen fuertes y mantuviesen la calma”, relata Abe.
Racionaron el arroz y se organizaron para asistir a los evacuados durante siete días, pero pronto los problemas empezaron a aflorar y las semanas se convirtieron en meses. La falta de medicinas para los enfermos o la interrupción de la electricidad complicaron la situación, pero el mayor desafío fue vivir sin agua, lo que en Minamisanriku se alargó cuatro meses.
“Dos veces por semana nos bañábamos en las aguas termales del cuarto piso del hotel, la gente recogía la lluvia en cubos y lavaba en el río, pero era una tarea extenuante para las personas muy mayores”, comenta. Entonces, “fue una bendición” el servicio de lavandería organizado por mujeres voluntarias desde la organización Sendai Gender Equal Opportunity Foundation, que se ofrecieron a recoger y lavar en sus hogares la ropa de los evacuados.
“Quedarse parado es peor”
“Nos dijeron que la reconstrucción tardaría tres años, pero en realidad seguimos en ello”. Abe sonríe al describir la sala de estudios que puso en marcha en el hotel para los niños, ante la ansiedad que se apoderó de las madres más jóvenes: “Es algo bueno que ha salido de todo esto. A día de hoy las clases siguen en marcha. Hemos visto a los niños crecer, niños que forman parte de la reconstrucción de nuestra comunidad, porque sin ellos no hay futuro. Echo la vista atrás y sé que tomé la decisión correcta al apoyar a los más pequeños”.
Algunas de las mujeres participan en este viaje porque desean conocer a Abe y conversar con ella. “Es todo un referente por su modelo empresarial y admirable actuación tras el tsunami”, comentan. También Osanai afirma que “es increíble su rol como empresaria. Pudo proteger a la sociedad y sus acciones han tenido y tienen hasta ahora un impacto en su ciudad”.
No obstante, Abe aclara que “un solo líder no es suficiente. El tiempo es oro. Hay que formar grupo y actuar”. Reconoce que la experiencia les sirvió para hacer frente a la pandemia de la COVID-19. “No hay que rendirse. Hay que construir comunidad. Toda experiencia y capacidad son útiles. Definir las reglas, moverse, ponerse en acción. Quedarse parado es peor”, finaliza.
Hoy, en un rincón del Hotel Kanyo se exhiben decenas de fotografías tomadas durante aquellos meses post-tsunami. Son ya una parte imborrable de la historia del alojamiento. Muestran la destrucción en el exterior, pero también el esfuerzo de los supervivientes, las reuniones a oscuras, los baños conjuntos en tinas o a los niños leyendo en una librería improvisada. Destaca una imagen, un gran sol amaneciendo sobre un mar en calma. Fechada el 12 de marzo, fue tomada por la propia Abe como símbolo de esperanza para no rendirse un día después del desastre.
(Fotografía del encabezado: Osanai Sekiko y Abe Noriko posan con las participantes en el viaje de dos días por las zonas afectadas por el Gran Terremoto del Este de Japón del 11 de marzo de 2011. Fotografía de la autora.)
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