Diario de Tokio 2020: tras las bambalinas de unas olimpiadas llenas de excepciones
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Poquísimos infectados en el entorno olímpico
Haciendo balance ahora que se han terminado, estas han sido unas olimpiadas sin terremotos, tifones ni brotes de contagio dentro de la burbuja que nos han hecho sentir de nuevo el poder del deporte, gracias a los esfuerzos genuinos y la capacidad comunicativa de los deportistas de todo el mundo que se reunieron en ellas.
Lo que más me preocupaba antes de la inauguración era el coronavirus: si me infectaba, no iba a poder ir a llevar a cabo mi trabajo como reportera. Iba con pies de plomo para no desaprovechar mi preciado pase de prensa en unas olimpiadas en las que ni siquiera iba a permitirse asistir a las familias y los antiguos profesores de los deportistas.
Al formar parte de la esfera olímpica, tuve que vacunarme a toda prisa para tener la pauta completa a mediados de julio y luego instalarme una aplicación de control de salud en el teléfono que me obligaba a introducir a diario datos como la temperatura corporal, las sensaciones físicas o el contacto estrecho con personas infectadas. Si no facilitaba toda la información requerida por la mañana, a mediodía llegaba un correo de aviso y, a menos que la aplicación indicara que había completado el procedimiento, me podían revocar el pase de prensa. Eso me provocaba una tensión inevitable.
También tuve que ir hasta el Main Press Centre de Tokyo Big Sight a recoger un equipo de toma de muestra de saliva para la prueba PCR. Debía entregar obligatoriamente una muestra cada cuatro días.
Aunque al final el número de contagios aumentó un dígito respecto al verano anterior y batió récords en Japón, entre el 1 de julio y el 8 de agosto el número de contagios confirmados en el entorno olímpico fue de solo 430 personas: 236 trabajadores subcontratados por el Comité Organizador, 109 responsables del acontecimiento, 29 deportistas, 25 miembros de la prensa, 21 voluntarios y 10 miembros del Comité Organizador. Según el COI, a finales de julio el porcentaje de positivos era del 0,02 %, una cifra extremadamente reducida.
Las medidas para prevenir contagios
El motivo que justifica que se lograra contener tan bien los contagios es la observación estricta de las medidas de prevención. En la entrada de las instalaciones, tenía que desinfectarme las manos con alcohol y un sensor me medía la temperatura corporal (además, por supuesto, de la identificación mediante reconocimiento facial y el control de equipajes). También fueron las primeras olimpiadas en que había que solicitar previamente las pruebas que se deseaba cubrir y recibir la autorización por correo electrónico, con lo que se controlaba el número exacto de personal periodístico en cada centro de competición.
El uso de mascarilla en las instalaciones deportivas y durante los desplazamientos era obligatorio, evidentemente. No sé si la noticia, previa a la inauguración, sobre cierto personal de medios extranjeros que iba sin mascarilla tuvo mucho efecto, pero en general no vi a nadie que se la quitara más que en las zonas para comer y beber, y en las comidas todos se abstenían de conversar.
La rutina de los reporteros de prensa durante el acontecimiento consistía, resumiendo, en trabajar en la amplia sala de trabajo multimedia antes y después de las competiciones, dejando un asiento vacío entre persona y persona, y entrevistar a los deportistas en la llamada zona mixta después de presenciar las pruebas desde la tribuna.
Mientras que en todas las olimpiadas anteriores la zona mixta era un lugar caótico y abarrotado, esta vez se limitó drásticamente el aforo y se obligó a mantener varios metros de distancia con los deportistas. A pesar de ello, resultaba más fácil oír lo que decían los entrevistados porque sus declaraciones se emitían con micrófono y altavoces.
En los centros de las competiciones había botellas de alcohol desinfectante por doquier y los voluntarios limpiaban con frecuencia y esmero. Daba la impresión de que toda superficie que alguien hubiera podido tocar estaba esterilizada.
Los deportistas, los miembros de sus equipos y el personal de los medios extranjeros se desplazaban en autobuses especiales, pero los profesionales de la comunicación japoneses iban en tren, por lo que no se mantuvieron en la burbuja. La escasez de contagios que se dio en esas circunstancias demuestra la efectividad de la desinfección con alcohol.
Tan práctico que era incómodo
El personal de los medios extranjeros tuvo muy mala suerte con las comidas. La cobertura de las olimpiadas conlleva un horario muy apretado que no permite comer tranquilamente, pero es que encima, al terminar la jornada laboral, los restaurantes estaban cerrados. Es normal que la comida de las tiendas de conveniencia se convirtiera en un tema de tendencia en las redes sociales entre el personal de aquellos medios.
Como el restaurante del Main Press Centre era caro para la calidad que ofrecía, solo comí allí una vez, pero tampoco me causó ninguna impresión destacable porque ya había probado lugares así en olimpiadas anteriores. En cambio, en la sala de trabajo multimedia había agua (ILOHAS, de la marca Coca-cola), café y té gratis, mientras que en algunos centros de competición se repartían sándwiches de almuerzo de la empresa Yamazaki Baking (de mantequilla de cacahuete y de mantequilla con mermelada) y plátanos. Eso estuvo mejor que en otros Juegos.
Como hoy en día mucha información se facilita a través del teléfono, fue complicado aprender el funcionamiento de tantas aplicaciones distintas. La aplicación de control de salud fue solo el principio; había una para consultar la información del transporte entre centros deportivos y otra de interpretación simultánea para las ruedas de prensa que, entre que la abría, leía el código QR y elegía el idioma, a veces ya era demasiado tarde.
La competición en la que más noté la ausencia del público fue la de tenis de mesa. En otros estadios y disciplinas, sonaba la música como en ediciones anteriores, el deportista entraba con una canción de su elección (boxeo) o bien había comentarios en directo en japonés e inglés (baloncesto). La mayoría de las competiciones se desarrollaron con algún sonido de fondo, pero en tenis de mesa reinaba un silencio absoluto y cualquier ruido que hiciera, por pequeño que fuera, destacaba.
Aun así, a pesar de que no los sacaban mucho por la tele, en las gradas había equipos y personal, por lo que en disciplinas que suelen tener poco público no se notaba nada anormal. Además, cuando la estrella del equipo de gimnasia artística femenina estadounidense Simone Biles regresó para la barra de equilibrio después de haberse retirado de otras pruebas por problemas psicológicos, varios centenares de personas que debían de pertenecer a la familia olímpica (la mayoría, con uniformes de Estados Unidos) le dedicaron una gran ovación desde una punta de las gradas cuando entraban las deportistas. El grupo se marchó del estadio después de aquello y antes de que comenzara la prueba de barra fija.
En la final de baloncesto femenino, que se disputó entre Japón y EE. UU. el último día de los Juegos, unos mil voluntarios disfrutaron de la recompensa de ver el partido desde las gradas. El generoso aforo del estadio permitió mantener las distancias físicas sin problemas.
Las virtudes que afloraron en unas olimpiadas plagadas de problemas
La oposición a las olimpiadas gozó de una amplísima cobertura mediática antes de la inauguración de Tokio 2020, por lo que temía que iba a encontrarme con un ambiente hostil. Sin embargo, al llegar nos esperaba un equipo de voluntarios perfectamente preparado. Una vez comenzaron las competiciones, cada vez hubo más gente que fotografiaba el recinto olímpico desde los trenes o las estaciones del sistema de transporte Yurikamome y más vecinos de la zona que esperaban los autobuses de los deportistas con pancartas pintadas a mano.
Dentro de todas las dificultades con las que hubo que lidiar, lo que sí me pareció digno de presumir ante el mundo fueron la pulcritud y la seguridad y tranquilidad de los baños japoneses. Estaciones, trenes, carreteras… Todo limpio y sin basura. Y qué decir de los inodoros: mientras que en los acontecimientos grandes, incluidas las olimpiadas, se producen atascos y averías a medida que pasan los días, en esta ocasión no encontré ni un solo aseo con esos problemas.
De sobra es sabido que los aseos multifunciones impresionan a los extranjeros. Los inodoros japoneses son los mejores del mundo sin lugar a dudas, tanto por su higiene exhaustiva como por su resistencia. Se dice que hace años un artista famoso quedó tan cautivado por ellos que bautizó a su grupo en su honor; ahora podría pasar algo parecido. También llamaron la atención las instalaciones y las galerías subterráneas de la estación de Tokio, que se han renovado en años recientes y son de las más bellas del planeta.
Como en los lugares donde trabajamos había carteles que pedían que evitásemos hablar en la medida de lo posible, casi no conversé con el personal de medios extranjeros ni los voluntarios. Me pareció una lástima, aunque fuera inevitable. Con todo, me quedo con un sentimiento de agradecimiento, al igual que la mayoría de los deportistas, y no tengo ninguna intención de juzgar si estas olimpiadas fueron un éxito o un fracaso.
Fotografía del titular: La ceremonia de clausura, que se celebró sin público, como la de inauguración, terminó con las letras ARIGATO y fuegos artificiales. Imagen tomada el 8 de agosto de 2021 en el Estadio Olímpico de Tokio. (Jiji Press)