Yaguchi Takao: una vida dedicada a proteger los originales de manga
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Sanpei el pescador, el alter ego de su creador
“Los originales de manga corren el peligro de dispersarse como antaño lo hicieron las pinturas ukiyo-e. Tengo que hacer algo para evitarlo”. Conocí a Yaguchi Takao, autor de Tsurikichi Sanpei (Sanpei el pescador), en la primavera de 2017, cuando visité el Museo del Manga Yokote Masuda para un reportaje. En aquel tiempo trabajaba como directora de la sucursal de un periódico nacional en Yokote, una ciudad del sur de la prefectura de Akita.
La pasión con la que Yaguchi contaba la historia de aquel museo de manga cuya fundación él mismo había promovido en su ciudad natal me marcó. Allí es donde empezó mi recorrido por la vida del autor. Terminé de escribir la biografía crítica Tsurikichi Sanpei no yume – Yaguchi Takao gaiden (El sueño de Sanpei el pescador: biografía de Yaguchi Takao), fruto de cinco años de trabajo de investigación, en diciembre de 2020. Yaguchi había fallecido el mes anterior por un cáncer de páncreas. Fue una verdadera lástima que no llegara a ver el libro publicado.
El sueño que incluí en el título de la biografía encierra mi deseo de que la visión de Yaguchi llegue a materializarse algún día. El Centro Nacional de Arte Multimedia, cuya creación quedó estancada entre deliberaciones del Gobierno, y el Museo del Manga Yokote Masuda son dos proyectos dirigidos a esa misma causa.
Tsurikichi Sanpei (Sanpei el pescador) se publicó durante un decenio entero, entre 1973 y 1983, en la revista juvenil más emblemática de Japón, Shūkan Shōnen Magazine, de la editorial Kōdansha. La serie narraba las aventuras de Sanpei, un joven con un don para la pesca que vivía con su abuelo en una tranquila aldea de Akita y se dedicaba a atrapar peces raros y misteriosos. Yaguchi basó la historia en las experiencias de pesca de su infancia y aseguraba que Sanpei era su alter ego. Con 31 millones de volúmenes publicados y series de anime y películas derivadas que arrasaron entre el público, se dice que fue la obra que desencadenó la fiebre pescadora de la era Shōwa (1926-1989). La serie de anime se emitió también fuera de Japón y obtuvo una acogida especialmente entusiasta en Italia y varios países asiáticos.
De bancario a autor de manga
Yaguchi era el primogénito de una familia humilde de agricultores y, tras hincar bien los codos durante la etapa escolar, terminó el bachillerato y entró a trabajar en un banco. Pasó a formar parte de una élite muy selecta en el mundo rural de aquel momento. Aficionado a la obra de Tezuka Osamu desde niño e incapaz de abandonar el sueño de convertirse en mangaka, a los 30 años, casado y con hijos, dejó la vida de oficinista, se trasladó a Tokio y debutó en su vocación. Se inició tarde en la profesión, pero quizás por eso se empeñó en reflejar el vínculo del hombre con la naturaleza y los problemas de su tierra natal, desarrollando un estilo literario rebosante de detalles en el que reinaba un universo natural y animal muy potente que dio lugar a una obra sin parangón. La reciente reedición de Matagi (Cazadores, 1975), que narra la historia de un grupo de cazadores en sus horas bajas, y Ora ga mura (Nuestra aldea, 1973), sobre una aldea en los años 60 y 70, ha tenido mucho éxito y ya acumula varias reimpresiones. Con todo, la vida de Yaguchi dio un giro en el Gran Terremoto del Este de Japón, en marzo de 2011, y el artista colgó la pluma.
El desastre de 2011 sumió a Yaguchi en una sensación de impotencia. Aunque participó en actos caritativos de firma de ejemplares de manga, declaró: “Me sentía impotente ante aquellos daños medioambientales sin precedentes”. Al año siguiente, su hija mayor, Yumi, falleció tras una larga enfermedad. La muerte de aquella hija que lo asistía en el trabajo y a la que pensaba legar la gestión de los originales y los derechos de autor le asestó un golpe durísimo. Mientras Yaguchi cuidaba de su hija enferma, le diagnosticaron un cáncer de próstata del que se operó después de la ceremonia conmemorativa de los 49 días del deceso de Yumi. Sus ánimos y fuerzas se vieron mermados en el proceso: “Siempre he dibujado con la mano derecha, apuntalándome firmemente con el codo izquierdo. Pero ese codo se me ha debilitado tanto que ha quedado inservible. Ya no puedo dibujar”. Aunque había elaborado un boceto de Tsurikichi Sanpei (Sanpei el pescador), obra que le inspiraron los peces que habitan el lago Tanganica en África, se rindió y cerró el taller.
Después de abandonar su actividad artística, Yaguchi vivió retirado del mundo en su residencia de Tokio. Un día, de repente, se acordó de aquella vez que un amigo del gremio falleció y sus originales estuvieron a punto de embargarse para pagar deudas. “Me volqué en ello y logré evitarlo”, explicaba. “Mi hija mayor había fallecido y la segunda había formado otra familia. No tenía ningún pariente al que legar mis originales y derechos de autor cuando yo ya no estuviera. Era posible que los vendieran para cubrir el impuesto de sucesión. Me atormentaba la idea de que los originales que creé dándolo todo de mí, después de haber luchado tanto para abrirme camino como mangaka, acabaran dispersados por ahí. Solo respiraría tranquilo si lograba donarlos a una organización de confianza, por lo que me propuse convertir el Museo del Manga Yokote Masuda en ese lugar”.
Los originales de manga se subastan caros en el extranjero
El manga, una de las artes más emblemáticas del movimiento Cool Japan, ha ido escalando posiciones en el panorama cultural, como demuestra el elevado precio al que se venden algunos de sus originales. El de Tetsuwan Atomu (Astro Boy) se adjudicó por unos 270.000 euros (35 millones de yenes) en una subasta de París en mayo de 2018. Según Tezuka Productions (Tokio), se trata de un ejemplar de la segunda mitad de los años cincuenta que no se sabe cómo salió de Japón. En la era en que se creó, los originales se consideraban simples copias para impresión y ni el propio Tezuka se preocupaba de su conservación.
A diferencia de lo que sucedía a mediados del siglo XX, en estos últimos años no son pocos los veteranos del manga que tienen dificultades para conservar grandes volúmenes de originales en Japón. La falta de espacio de almacenaje los obliga a malvenderlos a aficionados o desecharlos, e incluso ha habido casos en que, a falta de herederos que los gestionaran, han terminado desapareciendo al fallecer el autor.
El Ministerio de Finanzas dispone que las oficinas tributarias deben evaluar si los originales de manga se someten al impuesto de sucesión o no teniendo en cuenta los precedentes de ventas y la opinión de los interesados. Al aumentar el valor artístico de los mangas, se multiplican las posibilidades de que se graven con dicho impuesto, como sucede con las pinturas. Si un original muy voluminoso se ve sujeto al impuesto de sucesión, el pago asciende a cifras astronómicas; pero, si se dona a un museo u otro organismo similar, queda libre de impuestos.
Yaguchi Takao donó unos 42.000 artículos de su obra al Museo del Manga Yokote Masuda en 2015. El apoyo de la Agencia de Asuntos Culturales de Japón permitió iniciar un plan de conservación sólido para los originales.
¡El manga no es ninguna plaga!
El Museo del Manga Yokote Masuda se fundó en 1995 en el antiguo distrito de Masudamachi, donde nació Yaguchi. En la época en que desarrolló su obra Tezuka Osamu (1928-1989), al que Yaguchi admiraba como maestro, el estatus cultural del manga estaba por los suelos. Tezuka luchaba por cambiar la situación difundiendo sus ideas en televisión y otros medios. Yaguchi libró la misma batalla. El hecho de que abandonara su posición privilegiada de bancario de una zona rural de costumbres feudales y ancestrales para lanzarse al mundo del dibujo demuestra que era un espíritu rebelde.
“Cuando estudiaba la secundaria, me castigaron de pie en el pasillo porque compartía revistas de manga con los compañeros. El profesor me regañó y me dijo que el manga no aportaba nada bueno a la educación, solo cosas malas, que era una plaga. De mayor firmé obras que tuvieron mucho éxito. Por eso me propuse cambiar la situación de este arte que se consideraba una plaga y lo expuse en un lugar público como es un museo para que el público conociera el espíritu de los autores a través de sus originales”, explicaba Yaguchi. No incluyó su nombre en el del museo porque la intención era que conservara los originales de un gran número de autores.
Yaguchi también se afanó en convencer a otros autores de manga para que donasen sus originales al museo. Higashimura Akiko, conocida por Kuragehime (La princesa medusa), es una admiradora de Yaguchi que tomó Tsurikichi Sanpei (Sanpei el pescador) como referencia para ilustrar la naturaleza en sus series. Así recuerda el día en que su ídolo la invitó a un restaurante de sushi de confianza de su barrio para animarla a donar sus ejemplares: “Como guardaba los originales en un armario de casa, cuando Yaguchi me ofreció conservarlos en su museo, no dudé ni un segundo en aceptar. Así, ya se podía incendiar mi casa, que no pasaría nada”.
El Museo del Manga Yokote Masuda, centro único en Japón por su labor de conservación de originales y dinamización del manga, volvió a abrir sus puertas en mayo de 2019, tras una renovación completa. La ciudad de Yokote invirtió en torno a 900 millones de yenes en el proyecto, esperando que se convierta también en un punto de atracción turística. “Aquí tenemos todo lo que se puede aprender del manga japonés, un arte que se ha desarrollado combinando elementos tan interesantes como la pena, la emoción o el amor. Se puede observar cómo son esos originales en los que los profesionales del gremio han tallado su propia vida. Espero que sirva para aprender y para contribuir a formar a muchos más artistas del manga”, declaró Yaguchi.
Conservación de originales tanto en papel como en formato digital
En el Museo del Manga Yokote Masuda, los originales se conservan en dos formatos: papel y digital. Primero se digitalizan con una resolución de 1200 dpi, el triple que la del material impreso habitual (400 dpi), un paso que dura unos diez minutos. Luego se envuelven uno a uno con papel neutralizado, se introducen en sobres por capítulos, se meten en cajas especiales y se guardan en un almacén a temperatura constante. Todo el proceso se lleva a cabo manualmente. Los ejemplares en papel se exponen y los digitales se utilizan para las reimpresiones. La reedición de Matagi (Cazadores), de Yaguchi Takao, en 2017 se hizo con los datos del archivo del museo.
El esmero con el que museo desempeña su labor logra que cada vez más artistas le confíen sus originales. A finales de 2020, contaba con un fondo de unos 400.000 ejemplares de 180 dibujantes. Saitō Takao, autor de Golgo 13, y Urasawa Naoki, autor de Yawara! y Nijūseiki Shōnen (20th Century Boys), le han cedido todas sus obras. Kojima Gōseki (Kozure Ōkami / El lobo solitario y su cachorro), Nōjō Jun’ichi (Gekka no kishi / El jugador de shōgi bajo la luna) y Higashimura Akiko también han contribuido con voluminosas donaciones. El lugar dispone de capacidad para almacenar hasta 700.000 artículos.
El Gobierno japonés barajó la posibilidad de fundar un Centro Nacional de Arte Multimedia bajo la Administración Asō, pero el proyecto fue tildado de “manga café de gestión gubernamental” y terminó descartándose en 2009, durante la Administración del Partido Democrático de Japón. Diez años después de aquello, Yaguchi comentaba a menudo: “Si se crea algún tipo de ‘archivo nacional del manga’, quiero que el Museo del Manga Yokote Masuda sea su anexo. En provincias abunda el espacio, así que lo hay de sobra para conservar originales”.
Hice llegar copias de mi libro al primer ministro Suga Yoshihide y al vice primer ministro Asō Tarō a través de mis contactos y me respondieron con cartas de agradecimiento. Decían que, a pesar de estar en plena pandemia, querían aprovechar los deseos de Yaguchi y su nostalgia de Akita, y crear la coyuntura adecuada para que algún día los japoneses apoyasen la fundación del Centro Nacional de Arte Multimedia. Espero que la política avance en este sentido y que el sueño de Yaguchi no tarde mucho en hacerse realidad.
Fotografía del encabezado: Yaguchi Takao, sonriente en la entrada de su residencia, en el distrito tokiota de Setagaya. (Enero de 2020)
Todas las fotografías del artículo, incluida la del encabezado, pertenecen a Fujisawa Shihoko.