Maradona y los japoneses: la influencia del as argentino en el fútbol nipón
Deporte- English
- 日本語
- 简体字
- 繁體字
- Français
- Español
- العربية
- Русский
La muerte de Maradona fue llorada en el mundo entero. Su vida mantuvo un vínculo profundo con Japón e influyó a muchos japoneses. Yo no soy ninguna excepción; me pregunto si me hubiera dedicado a la redacción futbolística de no haber sabido de él desde pequeño.
El Cebollita se estrenó como campeón del mundo en 1979, en la segunda edición de la Copa Mundial de Fútbol Sub-20, que se disputó en Tokio. Argentina había logrado su primer título mundial en el torneo que acogió el año anterior, pero para entonces el futbolista era demasiado joven para formar parte de la selección nacional. En Tokio logró desquitarse de aquella decepción.
Criado en una barriada de las afueras de Buenos Aires, a los 15 años el Pibe de Oro se convirtió en el jugador más joven de la historia en participar en la liga profesional de su país. Los argentinos se levantaron a las 4 de la madrugada para plantarse ante el televisor y presenciar su debut mundial oficial.
Maradona jugó tres veces más en Japón: en 1982 con el Boca Juniors, en 1987 con la selección suramericana y en 1988 con el Napoli en el Xerox Super Soccer, al que se invitó a varios equipos famosos del mundo. Se batió contra jugadores de la selección nacional y la liga japonesa y, con el sonido de las vuvuzelas zumbando por todo el campo, desplegó un repertorio de proezas sobre un césped mustio, indigno de una superestrella.
El impacto de Maradona: “Como un niño jugando contra un adulto”
Entre los jugadores japoneses que recibieron el “bautizo” de Maradona, había nombres tan conocidos como Hara Hiromi, que capitaneó el Urawa Reds y el FC Tokyo, Okada Takeshi, que entrenó a la selección nacional en su primera copa del mundo, Kimura Kazushi, el primer “Míster Marinos”, Matsuki Yasutarō, que creó un estilo propio de comentario futbolístico, y Ruy Ramos, brasileño naturalizado japonés que jugó con la selección de Japón.
Hara Hiromi, que también compitió con jugadores tan célebres como Franz Beckenbauer o Johan Cruyff, confesó que lo más impactante había sido enfrentarse al argentino, una experiencia que hizo que se sintiera “como un niño jugando contra un adulto”.
En 1990 el equipo de Shizuoka PJM Futures (predecesor del actual Sagan Tosu de la liga J1), que aspiraba a acceder a la J League, se propuso fichar al Pelusa y causó furor entre la afición japonesa. Dos años después se hizo con su hermano Hugo, nueve años menor. Las noticias lo anunciaron como “una acción estratégica para atraer al hermano mayor”, pero el fichaje del as nunca llegó a formalizarse por sus problemas con las drogas, entre otros factores.
Maradona se retiró del campo en 1997. Cinco años después publicó una autobiografía en que valoraba a cien jugadores del mundo y contaba recuerdos que tenía de ellos; el penúltimo de la lista era Nakata Hideyoshi. El Diez debió de enterarse de que el japonés jugaba en la Serie A italiana, como él en su día, y le dedicó una alabanza en su peculiar estilo: “Si todos los japoneses empezaran a jugar como este, estaríamos perdidos”.
El fútbol japonés, transformado por el genio del balón
Diegote dejó incontables huellas en Japón. Los que más influidos se vieron por su figura no fueron los jugadores que se midieron contra él, sino los niños de los ochenta, entre los que me incluyo.
Cuando el fútbol aún no se había popularizado en Japón, el futbolista más conocido entre los niños japoneses era Ōzora Tsubasa (Oliver Atom en español), el protagonista de las series de manga y animación Captain Tsubasa (Supercampeones en América Latina; Campeones: Oliver y Benji en España), que siempre tenía en boca la frase “el balón es tu amigo”. Mientras que aquella serie conquistó a los espectadores con técnicas futbolísticas insólitas, el prodigio argentino era capaz de ejecutar, en la realidad, jugadas que parecían sacadas de la ficción.
La hazaña que coronó al Pelusa fue el gol con el que ganó la semifinal de la Copa Mundial de México 1986 contra Inglaterra, que marcó esquivando a cinco jugadores. Aquella jugada, que fue votada como el mejor gol del siglo XX por la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA), se convirtió en un hito cumbre que atestigua la magia del fútbol y captó aficionados de Maradona en todo el mundo. Yo, que también pasé a venerar al crack después de aquello, recorté una foto suya de una revista de fútbol y la metí bajo la plancha transparente que usaba para escribir en la escuela.
Las revistas de fútbol, que reservaban páginas enteras a Maradona prácticamente en todos los números, publicaban artículos especiales titulados “Las vacaciones del Diego” cada vez que este visitaba Japón. Nunca olvidaré sus fotos paseándose por el recinto del templo Kinkaku-ji en un tupido abrigo de pieles y rodeado de admiradores, como si fuera una estrella de rock. También recuerdo bien a su prometida Claudia, que lo acompañaba sonriente. Aprendí la palabra fiancée (‘prometida’) a través de aquel reportaje y me propuse usarla entre mis compañeros a la menor ocasión.
Al abrir la portada de aquellas revistas, siempre había anuncios de las botas de fútbol de Maradona. Me encantaba verlos. La marca Puma dedicaba dos páginas a la promoción de la que era su línea abanderada a nivel mundial: en una estaban las Maradona Super y luego aparecía una selección de otros modelos como las Maradona Champ, las Diego Maradona, las Maradona 10 o las WM Maradona. Creo que las Super costaban 15.000 yenes.
Un niño como yo no se podía permitir aquellas botas de ningún modo, por lo que me conformaba con atarme los cordones con el “nudo Maradona”, que estuvo de moda una temporada, para sentirme como mi ídolo. Disfrutaba hasta imitando su gesto de sacar la lengua al chutar con la izquierda.
Además de su mítico juego, Maradona fascinaba a los niños con sus entrañables gestos y expresiones faciales, y con su singular estilo de vestir, haciendo que todos deseáramos emularlo.
Niños que de mayores querían ser Maradona
Aunque se me daba muy bien imitar al crack argentino, nunca llegué a despuntar como futbolista; por eso después de la universidad empecé a trabajar en una revista especializada de fútbol. Cada vez que sacábamos un especial para el Torneo Nacional de Institutos de Bachillerato de invierno, la editorial bautizaba a las jóvenes promesas de cada región como “el Maradona de Shikoku” o “el Maradona de Kyūshū”.
El más destacado de todos aquellos sucesores potenciales que logró dar el salto al panorama internacional fue el jugador de Shizuoka Itō Teruyoshi, apodado “Terudona”. En las Olimpiadas de Atlanta 1996, en las que Japón volvió a participar en fútbol después de ausentarse en las siete ediciones anteriores, Itō marcó el gol de la victoria que permitió vencer a Brasil en un episodio que pasó a llamarse “el Milagro de Miami”.
Entre los jugadores seguidores del Diego que lograron el éxito profesional, están Maezono Masakiyo, que capitaneó el equipo de Atlanta 96, Nakamura Shunsuke, zurdo portentoso —como Maradona— que jugó en Italia y España, y Nakamura Kengo, del Kawasaki Frontale, que se retiró despidiéndose con una victoria en la Copa del Emperador.
De pequeño Maezono alquilaba vídeos de fútbol internacional de la tienda de deportes de su barrio y se dedicaba a imitar los dribles del Barrilete Cósmico. El jugador de Kagoshima, que causó furor entre la juventud por ser uno de los pocos japoneses que dominaban aquella técnica, concluye que su peculiar estilo de juego no habría existido si no lo hubiera tenido como referente.
Aquellos niños que se dedicaban al fútbol en cuerpo y alma porque querían ser como Maradona llegaron a ser jugadores profesionales y elevaron al nivel mundial a un Japón que estaba estancado en Asia. Y todas las generaciones que se engancharon al fútbol por el Diez pasaron a animar desde el campo y las gradas. No son pocos los que, como yo, eligieron una profesión relacionada con el fútbol. La J League, que se estrenó en 1993 con diez equipos, cuenta ahora con 57. Todo ello fue posible gracias a Maradona: somos su descendencia.
Fotografía del encabezado: Maradona hace gala de un juego virtuoso en el Xerox Super Soccer de 1987. (Jiji Press)