La central nuclear de Fukushima Daiichi: nueve años sin luz al final del túnel
Prevención de desastres Sociedad- English
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El 11 de marzo de 2011, a las 14:46, yo me hallaba trabajando en el noveno piso de un edificio. Comencé a notar un temblor, fuerte como jamás había experimentado, y me agaché; no pude ni siquiera tomar una precaución tan básica como abrir la puerta de la oficina. Pero lo que me pareció aún más pavoroso que el terremoto fue la terrible furia del tsunami que azotó la línea de la costa, llevándose por delante los edificios, así como la explosión de la central nuclear Fukushima Daiichi.
El desastre de la planta nuclear de Chernóbil en 1986, en la antigua Unión Soviética, motivó una serie de movimientos de protesta y manifestaciones antinucleares en Tokio. Sin embargo el paso del tiempo mitigó la sensación de peligro, y los ciudadanos nos fuimos haciendo cada vez más dependientes de la electricidad, no solo por la necesidad de usar electrodomésticos y ordenadores, sino también por la enorme difusión de los teléfonos móviles. Pese a no tratarse de una fuente de energía segura al cien por cien, si los que están al mando son japoneses, gente seria y cuidadosa con estándares adecuados de seguridad, es imposible que ocurra un accidente nuclear grave… Estoy segura de que no era yo la única que pensaba así; muchos otros lo creían también. A pesar de ver en repetidas ocasiones las imágenes del momento en el que el edificio del reactor nuclear explotaba, nuestras cabezas se negaban a procesar la información como algo real.
El 96 % de la planta no requiere equipo especial
El 13 de febrero de 2020, nueve años después del accidente, visité la central nuclear Fukushima Daichi por primera vez. Tras completar los procedimientos de ingreso, y antes de poder salir por fin al recinto en sí, me llevaron a una sala. En ella había chalecos textiles no tejidos, guantes industriales, calcetines, máscaras antipolvo, cascos y calzado para caminar por el exterior. Hasta hace unos años se exigía a los periodistas que visitaban el lugar que utilizaran un traje protector y máscara facial completa, pero a medida que se han ido retirando los residuos radiactivos y ha ido progresando la descontaminación los niveles de radiación han bajado hasta el punto de que un 96 % de la planta puede visitarse sin equipo especial.
Un representante de TEPCO me indicó que me colocara la tarjeta de identificación y un dosímetro en cada bolsillo frontal del chaleco. Los bolsillos son de malla, y el contenido es visible desde el exterior. El chaleco en sí no protege de la radiación; es más bien un punto de referencia para saber a primera vista si alguien ha ingresado en la zona siguiendo el procedimiento regular o se trata de un intruso sospechoso. Me puse dos pares de calcetines y los zapatos de goma y salí. Para evitar que puedan salir del lugar materiales radiactivos los lugares en los que se puede uno quitar y poner el calzado están estrictamente limitados.
Nos movimos en coche por el recinto, y nos detuvimos en una colina cerca del edificio de los reactores 1-4, donde ocurrió el accidente. Estábamos a unos 100 metros del edificio. Me sorprendió y me preocupó que pudiéramos acercarnos tanto, mucho más de lo que había imaginado antes de ir. En el reactor 1, donde se produjo la explosión más severa, aún permanece visible el armazón de la sala, y los restos contaminados continúan en el tejado. Como resultado, el dosímetro llegó a mostrar un máximo de 118 microsieverts por hora. “Si estuviera en la zona durante 10 horas, excedería el límite de exposición anual, para el público en general de 1 milisievert; pero no es un nivel del que preocuparse durante unos minutos sobre terreno elevado”, me explicaron.
De inmediato el dosímetro que estaba en el bolsillo de mi chaleco comenzó a pitar. Era una alerta para indicar que la dosis de radiación recibida desde que había entrado en las instalaciones superaba ya los 20 microsieverts. Si la alarma suena cinco veces, es decir, si el sensor alcanza los 100 microsieverts, la visita termina. Se dice que incluso en un vuelo de Tokio a Nueva York viajamos expuestos a una radiación natural de cerca de 100 microsieverts. Por lo tanto la primera alarma no debía ser motivo de preocupación; pero por mucho que comprendiera ese dato algo en mí quería alejarse un poco del lugar. Y sin embargo, al bajar la vista pude ver a unos operarios realizando trabajos de desmantelamiento. Para ellos la central es su lugar de trabajo.
Los residuos de combustible continúan generando calor
Después de eso fuimos, de nuevo en coche, al sitio donde se encuentran los edificios de los reactores 1 a 4. La planta nuclear, que desde la elevación anterior quedaba a nuestros pies, se ve ahora desde abajo. Se han construido una plataforma y andamios para los desplazamientos durante los trabajos de desmantelamiento, así como gigantescos equipos de maquinaria pesada; a primera vista, parece una obra de construcción. Sin embargo, las paredes del edificio del reactor que explotó son gruesas, y por las grietas sobresale el marco de acero notablemente doblado. Mientras recordaba de nuevo el enorme poder de la explosión me di cuenta tarde de que, pese a haber construido a apenas 200 kilómetros de la capital unas instalaciones capaces de generar tal potencia para su uso en el área metropolitana, usamos esa electricidad con indiferencia, sin impresionarnos jamás por ello.
Los reactores 1 a 3, que causaron la fusión del núcleo, contienen “restos combustibles”: combustible nuclear y otras sustancias que se vertieron en su interior durante el incidente. En enero de 2018 se confirmó la presencia de cúmulos de guijarros, que parecían ser escombros, en el fondo del tanque de contención del reactor 2, y en febrero de 2019 los trabajadores lograron sacar algunos con sus máquinas. Por esta razón, el cronograma para el desmantelamiento, revisado por el Gobierno en diciembre de 2019, estipula su retirada del reactor 2, a modo de prueba, para 2021. Sin embargo todavía se desconocen detalles como los componentes, la cantidad y la forma de los desechos. El plan del procedimiento ha sido revisado muchas veces, y se desconoce si se ejecutará tal y como está planeado.
Los restos de combustible aún generan calor. Por esta razón se aplica agua continuamente al tanque de contención del reactor para mantenerlo en un estado constante de enfriamiento. Como resultado de este proceso, todavía se genera agua contaminada, con altas concentraciones de materiales radiactivos. El agua subterránea o el agua de lluvia que se acumula en los edificios de los reactores y zonas aledañas también se convierte en agua contaminada, por lo que se han instalado “muros impermeables congelantes” para congelar el suelo alrededor de los reactores 1 a 4, y reducir en la medida de lo posible la filtración de agua subterránea en los edificios; con estas y otras medidas se trata de reducir el volumen de agua contaminada.
Siguen aumentando los tanques de “agua procesada”
En la Planta de Eliminación de Nucleidos Múltiples (ALPS) de las instalaciones se utilizan absorbentes para eliminar materiales radiactivos como el cesio y el estroncio. TEPCO denomina al agua contaminada que ha pasado por este dispositivo “agua procesada”, pero lo cierto es que esta agua no está libre de radiactividad por completo. Incluso después de pasarla por el sistema de purificación, la tecnología actual no puede eliminar de ella el tritio.
El tritio también es generado por las centrales nucleares durante su funcionamiento normal, está reconocido internacionalmente como diluyente y a una concentración acorde con los estándares se puede verter en el mar. Sin embargo, el peor accidente nuclear de la historia tuvo un impacto devastador en el distrito de Hamadōri de la prefectura de Fukushima. Todavía hay en él áreas difíciles de devolver a sus dueños legítimos. Las industrias primarias -la agricultura y la pesca- han sufrido daños catastróficos. Por esta razón, el agua procesada no se libera al océano, y en la actualidad se siguen construyendo tanques, que almacenan ya aproximadamente 1.180.000 toneladas.
Las instalaciones presentan hileras de enormes tanques de acero, cuyo número ya supera el millar. Los trabajos futuros de desmantelamiento requerirán la construcción de nuevas instalaciones, por lo que existen límites en lo que al espacio para instalar tanques se refiere, e incluso si se toman nuevas medidas para reducir la generación de agua contaminada, se calcula que el espacio quedará totalmente ocupado en 2022. A finales de enero de 2020 el Ministerio de Economía, Comercio e Industria presentó dos alternativas para hacer frente al problema del agua procesada: “liberación en el mar” y “liberación como vapor de agua”; las presentó como “opciones realistas”, pero no le resultará fácil lograr comprensión por parte de las autoridades locales, unidas por fuertes lazos a quienes más temen perjuicios financieros y daño a la reputación como resultado.
Después de la inspección, regresamos al edificio de oficinas. La dosis que recibí durante la sesión, de casi dos horas, fue de 30 microsieverts, y la alarma del dosímetro saltó una sola vez, en terreno elevado. Me dijeron que se trataba de una dosis equivalente a una radiografía de tórax, algo rutinario en cualquier examen médico, y sentí un gran alivio. Sin embargo en mi corazón permanecía otra idea: que las secuelas del accidente de nueve años atrás aún no han terminado. Los residuos de combustible siguen generando calor, y los tanques de agua procesada continúan llenando las instalaciones.
Inmediatamente después del accidente muchos japoneses, yo incluida, que habíamos creído el mito de la seguridad nuclear sin criticarlo, chocamos con la dura realidad. Decidí entonces revisar mi estilo de vida, que hasta entonces había consistido en desperdiciar electricidad sin pensar, y empecé a ahorrar energía. Sin embargo fue pasando el tiempo y me convencí de que, incluso si las plantas de energía nuclear dejaban de funcionar podríamos suministrar la suficiente electricidad de alguna manera; pensé también que alguien seguramente se haría cargo de seguir arreglando la central Fukushima Daichi de acuerdo con la normativa.
Liberar el agua procesada en el mar o por evaporación es un problema grave para la vida diaria de los habitantes de la zona. La agricultura y la pesca de Fukushima, que gradualmente están volviendo a ser aceptadas por el mercado gracias a sus estándares más estrictos que los nacionales, establecidos por los propios productores para reducir el daño a su reputación, pueden verse severamente dañadas otra vez. Tras la visita, pensé que no debemos olvidar nunca la fecha del 11 de marzo, por muchos años que pasen, para poder así pensar, aunque solo sea un poco, en el dolor de los demás y las consecuencias sobre sus vidas como algo también propio.
(Artículo traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: un mar de tanques para agua tratada en el patio de la central nuclear Fukushima Daiichi. El edificio del fondo a la izquierda, con cubierta en forma de cúpula sobre el tejado, es el reactor 3, que causó el accidente. Imágenes de Hashino Yukinori, excepto por las fotografías proporcionadas por TEPCO.)
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