A pesar de mis tatuajes de ‘yakuza’
De ‘yakuza’ a abogado: defender desde la propia experiencia
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Un estudiante modelo descarriado por las drogas
Natural de Iwaki, una localidad de la prefectura de Fukushima, Morohashi Yoshitomo es el único hijo de una familia de fabricantes de fideos. A pesar de que pierde a su padre cuando estudia la secundaria, crece sin estrecheces económicas. “No es por alardear, pero se me daba bien estudiar. Mis notas siempre estaban entre las más altas de la clase. La película Marusa no onna (La inspectora de impuestos) del director Itami Jūzō me cautivó tanto que de mayor quería estudiar en la Universidad de Tokio y trabajar en el Departamento de Inspección de la Agencia Nacional Tributaria”.
¿Cómo un joven con aspiraciones tan formales se precipita al lado oscuro? Todo empieza de la forma más tonta. Mientras estudia el bachillerato en el Instituto Iwaki, uno de los centros más reputados de la prefectura para acceder a buenas universidades, comienza a salir por las noches para huir de la soledad de su hogar, donde vive solo con su madre. Los malos hábitos le impiden acceder a la universidad, por lo que se traslada a Tokio para estudiar en una escuela preparatoria.
En la capital descubre los estupefacientes: “En aquellos tiempos la marihuana y otras sustancias ya se movían entre la juventud. Hasta en mi escuela preparatoria, que era famosa en todo el país, había estudiantes que se drogaban”. Prueba las drogas por primera vez cuando un compañero se las ofrece para consumirlas con el método del aburi, que consiste en quemar la sustancia e inhalar el humo.
Morohashi pierde el interés en los estudios y se junta con malas compañías. Cuando logra que lo admitan en la Universidad de Seikei tras dos intentos fallidos, su vida ya va cuesta abajo. Frecuenta los salones de mahjong a diario y se hace amigo de miembros de un grupo mafioso. Abandona la universidad y termina formando parte de la yakuza. El veterano que lo capta habla con finura y muestra buen gusto en el vestir. “Tenía la misma edad que mi padre, si no hubiera fallecido. Ahora veo que, de algún modo, lo vi como una figura paterna. Lo seguía porque lo pasaba bien con él”.
Ingreso involuntario por “dirigir el tráfico” en el cruce de Shibuya
Su iniciativa innata lo lleva a contribuir en la organización convirtiéndose en la mano derecha de su mentor. Los ingresos del grupo proceden de la venta clandestina de estupefacientes y de las finanzas ilegales: “Los préstamos se concedían con intereses escandalosos del 30 % en 10 días, pero, aun así, había mucha gente que los pedía. Los deudores enseguida empezaban a acumular deudas. También ganábamos dinero vendiendo drogas a los matones que se ocupaban de las finanzas ilegales. Hacíamos cosas inconcebibles”.
Con el tiempo, el propio Morohashi se va corrompiendo por las drogas y desarrolla una grave adicción a base de “catar” la mercancía para comprobar sus efectos. Alucinaciones visuales y auditivas lo atormentan a diario. Un buen día, en 2005, se pone a dirigir el tráfico en medio del transitado cruce frente a la estación de Shibuya y la policía lo detiene. Lo obligan a ingresar en una clínica psiquiátrica, lo arrestan por sospecha de violación de la Ley de Control de Estimulantes y lo sentencian a año y medio de prisión con tres de suspensión de la pena.
El arresto le vale la expulsión de su organización. En el mundo de la mafia también está lo que se hace de puertas adentro y lo que se hace para guardar las apariencias. Oficialmente, el grupo de Morohashi prohibía la venta clandestina y el consumo de drogas; por lo tanto, lo expulsan por violar las reglas. El tatuaje que empezó a hacerse al decidir dedicar su vida a la organización ni siquiera está terminado: “Todavía arrastraba el síndrome de abstinencia. Había dejado de pertenecer a la yakuza y no tenía ninguna esperanza en mi porvenir”.
Con todo, aquella mala racha vuelve a cambiar el rumbo de su destino. Mientras está detenido en un centro penitenciario, su madre le trae un libro para ayudarlo: Dakara, anata mo ikinuite (Tú también puedes superarlo; 2000, Kōdansha). Su autora, Ōhira Mitsuyo, cayó en la delincuencia después de sufrir un encarnizado acoso escolar. Se casó con el jefe de un grupo mafioso siendo aún adolescente y después se propuso presentarse al examen de abogacía. Morohashi queda impactado ante la insólita trayectoria de la abogada y decide seguir sus pasos al pie de la letra.
Siete años hincando los codos con la “cabeza estropeada”
Morohashi regresa al hogar familiar en Iwaki y se pone a estudiar. “Llevaba tanto tiempo viviendo con la mafia que al principio no es que me costara estudiar, es que no podía ni permanecer sentado en mi escritorio”, recuerda. Pero de jovencito había sido un buen estudiante y sigue sin dársele mal estudiar. “Lo que me ocurría es que, quizás también por haber sido adicto a las drogas, enseguida me quedaba enfrascado estudiando y me pasaba de rosca. Así que me propuse ir avanzando poco a poco y con control: estudiaba 30 minutos y me iba a pasear otros 30 para descansar”.
Morohashi se dedica en cuerpo y alma a estudiar y, como hiciera Ōhira Mitsuyo en su día, primero obtiene el título oficial de agente de transacciones inmobiliarias y después aprueba el difícil examen de escribano judicial. Con los títulos en la mano, se traslada a Osaka e ingresa en la Escuela de Posgrado de Derecho de la Universidad de Kansai. En 2013 aprueba el examen de abogacía, el título más alto del sector legal en Japón, un reto que suele requerir entre 5.000 y 8.000 horas de estudio. Desde que lo condenaran por violar la Ley de Control de Estimulantes hasta que obtiene el título de abogado, pasan casi 7 años.
Durante aquellos años, Morohashi se enfrenta también a la dura lucha contra los efectos secundarios de su drogadicción: “A veces me entraba una necesidad imperiosa de consumir. Cuando te destrozas la cabeza con las drogas, luego tienes altibajos y la mente no te funciona como antes. A día de hoy sigo sufriendo jaquecas y no puedo dejar los ansiolíticos”. El día en que le anuncian que ha aprobado el examen de abogacía, sale a celebrarlo con los compañeros de la escuela de posgrado durante toda la noche: “Cuando me despedí de todos al amanecer, se me saltaron las lágrimas”.
Al terminar la pasantía, entra a trabajar en un despacho de abogados que se encarga principalmente de casos penales en Osaka y Tokio. Elige practicar su profesión allí para aprovechar su inusual experiencia. La gente que lo rodea, incluida su “mentora” Ōhira Mitsuyo, le aconseja que no revele su pasado de momento para evitar prejuicios e impresiones equivocadas.
Niños marginados por la conexión de su familia con la yakuza
En 2022, cuando lleva ocho años practicando la abogacía, sale en el programa de Maruyama Gonzalez y desvela su pasado de yakuza. Es él quien pide al youtuber que lo entreviste. Pero ¿por qué? “Entre mis clientes hay personas que han cometido delitos y se encierran en sí mismas porque sienten que los abogados y los jueces no los comprenderán si cuentan la verdad. Solía pensar que, si destapaba mi pasado, hablarían conmigo sin tapujos”.
Morohashi se siente con el deber de ayudar a otras personas a rehacer sus vidas dándose a conocer, igual que saber del caso de Ōhira Mitsuyo le ayudó a él a reintegrarse en la sociedad. Entre sus clientes, hay personas que tienen relación con la yakuza. Ha llegado a convencer a miembros activos a abandonar la organización y enmendar su camino. Casi todos los que pertenecen a la mafia quieren salir de ella, porque es una vida muy dura que no aporta ninguna ventaja.
Sin embargo, los antiguos miembros de la yakuza lo tienen complicado para reintegrarse en la sociedad. Las ordenanzas de exclusión de grupos mafiosos que adoptan los Gobiernos locales definen a estas personas como “elementos antisociales” durante al menos 5 años desde que abandonaron la organización, periodo durante el cual no pueden ni abrir una cuenta bancaria. Sin cuenta en el banco, es difícil alquilar una vivienda o encontrar trabajo. No son pocos los que terminan regresando al grupo del que salieron intentando rehabilitarse porque no pueden ganarse la vida: “Hay personas que llevan cinco años fuera de la organización y siguen sin poder tener una cuenta en el banco. Yo tuve la suerte de poder abrirme una, pero luego me pararon el proceso de concesión de la hipoteca de mi vivienda en la fase de inspección”.
Hay casos en que los niños se ven excluidos de participar en actividades de la comunidad porque sus padres están en la yakuza. “Los niños no eligen a sus padres. Es muy triste que se vean perjudicados por culpa de las elecciones de su familia”, lamenta Morohashi.
De vez en cuando, el abogado recibe ataques difamatorios en las redes sociales (“¿De qué habla este, si antes estaba en la mafia?”), pero no le afectan. Más le preocupa evitar que la excesiva marginalización contra aquellos relacionados de algún modo con grupos violentos engendre nuevas tragedias: “A lo que la sociedad debe aspirar no es a la exclusión, sino a la reintegración. ¿El sistema actual no estará excluyendo incluso a aquellos que desean reintegrarse?”.
Últimamente Morohashi recibe cada vez más consultas de clientes potenciales que han leído su libro. “Algunos solían encargar casos a grandes bufetes, pero vienen a mí buscando a un abogado en quien puedan confiar”, revela con una sonrisa entre tímida y orgullosa.
Reportaje y texto: Mori Kazuo, equipo editorial de Power News
Fotografías: Ikazaki Shinobu
(Traducido al español del original en japonés.)