Aprendiendo japonés

Manejar el japonés a través de las marionetas: la trayectoria inspiradora de Chloé Viatte

Idiomas Arte Cultura

Para familiarizarse con la lengua y la cultura japonesas de una manera poco ortodoxa, ¿por qué no probar una actividad artística con varios siglos de antigüedad? Esa es precisamente la historia de Chloé Viatte. Su trayectoria atípica y absolutamente fascinante la ha llevado del barrio parisino en el que se crio a una isla del mar del Japón en la que aún sobrevive un tipo de teatro de marionetas antiquísimo.

Chloé Viatte Chloé VIATTE

Nacida en París, comienza a bailar a los cuatro años. Posteriormente, ingresa en el Departamento de Japonés del Instituto Nacional de Lenguas y Civilizaciones Orientales (INALCO, por sus siglas en francés), donde obtiene una Licenciatura en Lengua y Cultura Japonesas. Tras haber estudiado durante un año con una beca del Ministerio de Educación de Japón, regresa al archipiélago nipón para enseñar francés en la Universidad de Niigata, en la prefectura homónima. Allí es donde se hace marionetista; concretamente, en Saruhachi-za, una compañía teatral de marionetas tradicionales. Después de salir varias veces en el canal educativo de la NHK, acaba mudándose a Tokio y ocupando un puesto de profesora asociada en la Facultad de Artes Liberales Internacionales de la Universidad Juntendō. Saruhachi-za ha recibido los premios Suntory y Niigata Nippō. Actúa tanto en Japón como en el extranjero.

Descubrir un mundo diferente durante la infancia

Cuando a alguien le preguntan cuál fue su primer contacto con Japón, las respuestas más comunes son el manga, las películas de animación y los videojuegos. Sin embargo, en el caso de Chloé, no fue nada de eso. Su interés nació a raíz de la complicidad que tenía con una compañera de clase de su escuela primaria, situada en el barrio parisino de Neuilly. La pequeña Chloé iba con asiduidad a casa de su amiga, donde observaba un ambiente peculiar: un idioma que no había oído nunca; los programas de la NHK, de fondo en televisión; esos cuadernos escolares tan especiales en los que los niños japoneses aprenden los trazos de los ideogramas o kanji; libros de ilustración en japonés… Incluso llegaron a regalarle el kimono que su amiga se había puesto con motivo de una ceremonia dedicada a los más pequeños de la casa. Esta incursión en una cultura desconocida durante su infancia tuvo una influencia tal que, diez años más tarde, se propondría el reto de compaginar un curso universitario de japonés en el Instituto Nacional de Lenguas y Civilizaciones Orientales (INALCO, por sus siglas en francés) con sus estudios de matemáticas.

Al final Chloé decidió dedicarse por completo a la lengua nipona. “Mi profesora decía que los kanji eran nuestros amigos. La odiábamos por ello (risas), pero yo le agradezco que fuera tan exigente con nosotros”, cuenta Chloé.

Trabajillos en París que se convertirían en grandes experiencias

Evidentemente, expresarse por escrito y comunicarse oralmente son dos cosas distintas. Así pues, no queda otra que lanzarse a la piscina. Una sencilla búsqueda en los clasificados, con “Japón” como palabra clave, jovialidad y una pizca de temeridad le permitieron, no necesariamente en este orden, trabajar en el salón de exposición de Hermès, donde ponía a los artesanos en contacto directo con grandes clientes japoneses como Mitsukoshi, ayudar a una estilista japonesa en la Galería Vivienne, en el segundo distrito de París, a organizar desfiles y hasta acompañar a la escuela Kanze, la más prestigiosa de teatro nō, durante su gira en la capital francesa. Su labor consistía en hacer de intermediaria entre los artistas y el equipo técnico encargado del escenario y de la iluminación en el teatro de la Villette durante los espectáculos, los preparativos y los ensayos. No había necesidad alguna de dominar a la perfección los giros lingüísticos, las fórmulas de cortesía y el lenguaje honorífico japoneses. ¡Se aprendía sobre la marcha! El requisito fundamental era poseer unos conocimientos mínimos del mundo del espectáculo. Chloé tiene muchas tablas: con 20 años de balé en su haber —es bailarina semiprofesional desde la secundaria—, los escenarios forman parte de su vida. Varios años más tarde, ya afincada en Japón, su pasión la llevaría a descubrir el mundo del ningyō-jōruri, el teatro tradicional de marionetas.

Integrante de una compañía local en una isla del mar del Japón

El ningyō-jōruri se compone de una historia cantada al son del shamisen, un instrumento japonés de tres cuerdas, e ilustrada mediante un espectáculo de marionetas. La vertiente más antigua de este arte tradicional, del que se tiene constancia desde principios del siglo XVII en Kioto, prácticamente no existe ya en el Japón actual. Una de las últimas compañías que la representa es Saruchachi-za (saru, “mono”; hachi, “ocho”, y za, “compañía de teatro”). Saruhachi es el nombre de una aldea de Sado (Niigata), isla del mar del Japón donde fijó su residencia el presidente de la citada compañía.

Sado, que en otro tiempo gozó de prosperidad gracias a sus minas de oro —acaban de ser declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco—, alberga tanto una naturaleza exuberante como tradiciones culturales; estas últimas se conservan, principalmente, gracias a que la isla se encuentra en la periferia. “En cierto sentido, Sado hace las veces de conservatorio de ciertas manifestaciones artísticas que, por lo general, han desaparecido de otros puntos del archipiélago nipón”, explica Chloé. “El término bunraku se usa a menudo para referirse al arte de las marionetas tradicionales; sin embargo, el bunraku es posterior al ningyō-jōruri y contribuyó a que desaparecieran los formatos antiguos. Para una compañía que buscaba rescatar las fuentes del teatro de marionetas, era fundamental asentarse en Sado”, prosigue.

A Chloé la invitaron a asistir a un ensayo en la ciudad de Niigata. “No entendí prácticamente nada de la representación, pero la atmósfera me pareció fantástica”, afirma. Saruhachi-za buscaba a gente que los ayudara a organizar una función para representarla en el Museo Británico, en Londres. Daba igual que no se tuviera experiencia o no se fuera japonés: la curiosidad bastaba para formar parte de la compañía. Las marionetas del ningyō-jōruri acogen a todo el mundo con los brazos —pequeños, eso sí— abiertos. Si bien es cierto que se cuentan pocas mujeres y jóvenes entre sus integrantes, no existen restricciones.

Así, en 2009 Chloé entró en Saruhachi-za en calidad de marionetista, actividad con la que continúa a día de hoy. Su nombre artístico es Yasato (八里), que también puede leerse “pari”, un guiño a su ciudad natal; fue su maestro quien se lo puso. El nombre de todos los integrantes de la compañía incluye el carácter de mono (猿, saru) o el del número ocho (八, hachi).

Para estudiar simultáneamente, y de manera poco ortodoxa, una lengua y su cultura, ¿por qué no probar una actividad artística con varios siglos de antigüedad?

Relacionarse con la lengua japonesa metiéndose en la piel de una marioneta

Las competencias lingüísticas de Chloé mejoran a toda mecha en el seno de su compañía teatral, sobre todo porque sus “ejercicios” de aprendizaje del idioma son sumamente duros. Esto se debe a que la mayoría de las obras del repertorio de la agrupación las escribió el famoso dramaturgo Chikamatsu Monzaemon (1653-1724). Se interpretan en la lengua original de la época, sin hacer ni un solo cambio. Así pues, Chloé tiene que apañárselas sola para “descifrar” las escenas, leerlas y, sobre todo, comprenderlas. “¿Que es difícil? ¡Pues lo acepto!”, sentencia. Esta mentalidad le permite, por ejemplo, recibir sin rechistar el texto de una obra escrita en cursiva. Diccionario en mano, suda la gota gorda para meterse de lleno en aquello que le han propuesto interpretar. No obstante, no se trata únicamente de saber leer: Chloé se esfuerza incluso por traducir las obras al francés, no solo para mejorar su comprensión del japonés, sino también para comprender todas y cada una de las escenas en su totalidad.

“Las marionetas actúan según el texto que recita el narrador. Así pues, hay que tener el oído muy fino para interpretar justo cuando toca. Durante la fase preparatoria de las representaciones, siempre necesito mucho tiempo para comprender las obras y su intención y memorizar el canto y familiarizarme con él.

Además, hay que tener en cuenta la dificultad de determinar el sujeto de una frase, saber quién habla y si se trata de una réplica o de una narración. Las obras japonesas carecen de didascalias, por lo que las traducciones de Chloé al francés a veces están plagadas de errores. Por suerte, los ensayos le permiten enmendar esos fallos. Tienen, asimismo, otro fin: aprender a improvisar. De hecho, Chloé compara el montaje de un espectáculo de ningyō-jōruri con el jazz: “No existe una coreografía establecida o la noción de que uno tiene que hacer tal cuando oiga cual. Durante los ensayos decidimos unos puntos de encuentro, que son momentos fundamentales de la obra; sin embargo, la improvisación y la libertad reinan entre cada uno de esos puntos”.

En las funciones de la agrupación Saruhachi-za el narrador (tayū, en japonés) recita el texto original mientras toca el sashimen. Al mismo tiempo, los solistas; esto es, los marionetistas de los personajes principales, eligen con libertad los gestos de su marioneta, y lo hacen adaptándose a la narración y al ritmo de la música, que el tayū puede modificar a su gusto. Los marionetistas de los personajes secundarios, por su parte, siguen el movimiento.

Chlóe, que destaca de incógnito en el centro, lleva la cara tapada y el atuendo negro característico de los marionetistas. Sujeta la marioneta que representa al pirata Kokusen’ya (Coxinga), el personaje histórico que protagoniza la obra Kokusen’ya Kassen, de Chikamatsu Mozaemon. Esta representación tuvo lugar el 19 de octubre de 2024 en Hirado (Nagasaki). A la derecha, el narrador, que toca el shamisen.
Chlóe, que destaca de incógnito en el centro, lleva la cara tapada y el atuendo negro característico de los marionetistas. Sujeta la marioneta que representa al pirata Kokusen’ya (Coxinga), el personaje histórico que protagoniza la obra Kokusen’ya Kassen, de Chikamatsu Mozaemon. Esta representación tuvo lugar el 19 de octubre de 2024 en Hirado (Nagasaki). A la derecha, el narrador, que toca el shamisen.

Un arte complejo que sobrevive mal que bien

Pocos decorados, marionetistas “invisibles”, un instrumento que resuena en el silencio y unas marionetas de madera pequeñas. Tras este ambiente austero se esconde un arte complejo que invita a fundirse con la cultura del país. Chloé se siente sumamente satisfecha: “Después he ido aprendiendo muchísimo sobre las artes escénicas japonesas, la historia, la literatura, el idioma, el budismo, las relaciones entre los hombres y las mujeres, la manera de llorar, a empuñar una espada o una alabarda, a usar un telar, a coser kimonos, a tallar, a hacer nudos… El aprendizaje es interminable y sumamente apasionante”.

Antes de probar el ningyō-jōruri, Chloé había venido a Japón porque tenía la impresión de que había llegado al límite de lo que podía aprender del idioma en Francia.
Antes de probar el ningyō-jōruri, Chloé había venido a Japón porque tenía la impresión de que había llegado al límite de lo que podía aprender del idioma en Francia.

Por si esto fuera poco, la compañía crea sus propias obras con asiduidad. “Hemos hecho varias basadas en las novelas fantásticas de Lafcadio Hearn (1850-1904), que nunca se habían interpretado con marionetas”, cuenta Chloé.

Los integrantes de la compañía montan y desmontan los decorados. También se encargan de hacerlos, así como de confeccionar las propias marionetas y la ropa y los objetos de estas. Efectivamente, el ningyō-jōruri es, asimismo, un arte físico en el que hace falta emplear todo el cuerpo de principio a fin. Las marionetas pesan; todo el peso de la cabeza recae sobre un dedo y a veces hay que contorsionarse de una manera poco natural. En cierto sentido, interpretar jōruri es como abrazar el cuerpo de una marioneta.

Atraer la atención hacia el ningyō-jōruri

Aunque el teatro japonés de marionetas es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco desde 2008, eso no impide que este arte decaiga. Ciertamente, el número de espectadores de ningyō-jōruri sigue siendo relativamente numeroso; sin embargo, atraer a las generaciones jóvenes de Japón no es una tarea fácil. “La mayoría de las historias que se cuentan se alejan de nuestras preocupaciones modernas. Aun así, resulta interesante que perduren las emociones universales y atemporales como el apego, el amor, el orgullo y la avaricia. Así podemos llegar a todos los públicos. A los niños también les gusta”, señala Chloé.

En cuanto a los turistas y los residentes foráneos, tal vez sea más simple atraerlos, puesto que muchos buscan aventuras auténticas, una inmersión en las tradiciones niponas. Tanto los investigadores japoneses como los extranjeros se interesan por esta forma de teatro para intentar entender lo que ocurría en el mundo de las artes y lo que se les pasaba por la cabeza a los habitantes del período Edo (1603-1868).

Proponerse retos siempre con alegría

Cuando no está disfrazada sobre los escenarios, la encontramos dando clases de francés en la Facultad de Artes Liberales Internacionales de la Universidad Juntendō (Tokio). Además de multifacética, es un personaje famoso: en Japón se estrenó como reportera en una cadena local de la prefectura de Niigata; luego siguió en la NHK, tanto en televisión como en radio. El miedo escénico, los imprevistos del directo o el miedo a expresarse erróneamente no importan: meterse en apuros por voluntad propia le permite mejorar una barbaridad. Si improvisar durante una emisión en directo estimula el aprendizaje, memorizar las frases del guion que han escrito sus compañeros japoneses le sirve para corregir con eficacia sus “vicios lingüísticos”, sobre todo el confundirse al usar las partículas ga y wa, que marcan el tema o el sujeto de la frase, y las partículas ni y de, que indican, entre otros, el lugar y el tiempo. Obviamente, imitar palabra por palabra a una persona japonesa hablando japonés es un buen ejercicio.

“A la hora de aprender japonés, un idioma completamente diferente del francés, más vale no esquivar las dificultades y enfrentarse a la montaña que se alza ante nosotros. Además, recordemos que hay etapas; son similares a los refugios donde se puede descansar durante la subida al monte Fuji. En esos momentos se coge un poquito de aire y, para no estancarse, uno se embarca en nuevos retos; es la única solución si se quiere avanzar. No obstante, lo más importante es, sobre todo, proponerse desafíos que nos produzcan alegría, pues la alegría es la clave del éxito en el aprendizaje y en la vida en general”, concluye Chloé.

(Traducción al español del original en francés, una entrevista de Vincent Findakly, de nippon.com. Las fotos del encuentro son de la redacción de nippon.com. El resto, cortesía de Chloé Viatte.)

lengua japonesa Francia Japonés ningyōjōruri