Reír y aprender: cómo aprendió japonés Diane Kichijitsu
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El camino a Japón
Diane Kichijitsu es intérprete de rakugo, una disciplina tradicional de monólogos normalmente cómicos. Arrodillada durante todo el espectáculo, con un atrezo mínimo, la rakugoka británica alimenta la imaginación de su público en japonés, inglés o una mezcla de ambos, según el lugar donde actúa. Escribe algunos de sus números y adapta el resto a partir de monólogos existentes en japonés. Lejos queda su infancia en Liverpool, donde casi no tuvo conexión con el país del sol naciente.
La artista revela que había pistas que apuntaban a su futura carrera: “Siempre me han encantado los monólogos”. Le gustaba aprender francés, aunque un profesor le espetó una opinión que hizo mella en su confianza: “No tienes ninguna capacidad para los idiomas”. Su rumbo a Japón surgió de una recomendación mientras viajaba como mochilera que la condujo a Osaka en 1990. Al principio no sabía ni decir konnichi wa (hola), por lo que decidió ir a una librería y comprarse un pequeño diccionario.
El diccionario la acompañó siempre mientras recorría el país en autostop y hablaba con el conductor desde el asiento del copiloto. Si lideraba la conversación, podía practicar su nuevo vocabulario. La recomendación que dice dar siempre: “Crea una situación en la que tengas que usar lo que acabas de aprender”. Cuando se vio quedándose más tiempo del previsto, trasladándose a un piso propio y amueblándolo, comprendió que no estaba de paso.
A pesar de todo, como no se planteaba quedarse a largo plazo, solo estudiaba japonés formalmente de vez en cuando. Vivir por su cuenta en un vecindario donde tenía que hablar el idioma la estimuló, y sus estudios de alfarería, ikebana y ceremonia del té crearon más ocasiones en las que no podía desenvolverse en inglés. Pero no todo era alta cultura. “Mi primer profesor fue Crayon Shin-chan”, reconoce, recordando que la serie televisiva con el insolente protagonista de cinco años le enseñó palabras como benpi (estreñimiento).
El arte de la imaginación
En 1996 le presentaron a Katsura Shijaku, un pionero del rakugo en inglés, y se convirtió en su ayudante de escenario, u ochako. Por aquel entonces no sabía nada del rakugo, pero la fascinaban los monólogos y la oportunidad de llevar kimono en los espectáculos. Entre un número y otro, daba la vuelta a los zabuton (cojines) sobre los que se arrodillaban los rakugoka en seiza, pasaba las hojas del mekuri (cartel) para mostrar el nombre del siguiente monologuista y hacía algunos anuncios en inglés.
No tardó en enamorarse de aquel arte cómico que se basa totalmente en la imaginación, sin decorados, con un abanico y un tenugui (toalla de mano) como único atrezo. Aunque Shijaku actuaba en inglés, a Diane también se le despertó el interés en el rakugo en japonés. Al cabo de uno o dos años, se unió a un dōjō de rakugo. Mientras que los otros miembros japoneses interpretaban los monólogos en inglés, ella escribía los suyos en japonés; fue así como ofreció su primera actuación en dicho idioma.
Aunque Shijaku falleció antes de que tuviera la oportunidad de actuar con él, Diane vio que enseguida le llovían las reservas. Eso significaba, entre otras cosas, que tenía que aprender a ponerse el kimono ella misma. Dice que estudiar todos estos aspectos de la cultura japonesa la ayudó a asimilar la lengua hablada, porque eran visuales y no usaba ningún libro de texto.
Juegos de palabras y risas
Superando la timidez inicial, Diane estuvo decidida a practicar el japonés siempre que pudiera, a su manera lúdica, desde el principio. “Tenía una libreta con montones de expresiones que esperaba usar en algún momento”, recuerda. “Por ejemplo, cuando te ríes mucho, dices que heso de cha o wakasu, que literalmente significa que ‘hierves té en el ombligo’ de tanto reír”.
“Cuando llegué a Japón, a Osaka, estaba muy de moda el ‘Moukarimakka? Bochi bochi denna’, que viene a ser ‘¿Cómo va el negocio?’, ‘Pues no me va mal’. Aprendí muchas expresiones de este tipo porque hacían reír a la gente, bromitas para romper el hielo”, añade. Aprovechaba para meter esos chascarrillos en las conversaciones con la vecina en el andén del tren para transmitir que sabía algo de la cultura japonesa, aunque no hablara muy bien.
Ahora los juegos de palabras son parte de sus actuaciones, en las que explica trucos mnemotécnicos para expresiones básicas, como alligator (caimán) para decir arigatō (gracias) y don’t touch my mustache (no me toques el bigote) para decir dō itashimashite (de nada), y palabras que aprendió posteriormente, como hot chicken soup (sopa de pollo caliente) para decir hocchikisu (grapadora). Sus espectáculos originales a veces giran en torno a la confusión de un extranjero recién llegado a Japón que alucina con el idioma y las diferencias culturales.
Su nombre artístico sale de un juego de palabras que combina su nombre real, Diane, con la expresión taian kichijitsu, que designa un día especialmente auspicioso. Jugó con esta expresión en un monólogo que escribió titulado Butsumetu no hi, que significa día desafortunado. “Es un día en que todo sale mal”, apunta.
A Diane el japonés no le parece un idioma difícil para iniciarse, a pesar de la fama que tiene: “Creo que es fácil pillar las palabras básicas, aunque no sepas hilarlas adecuadamente”. Mientras que el keigo, o lenguaje honorífico, es otro nivel, y la lectura y la escritura son difíciles para los que no han estudiado los kanji, afirma que los alfabetos fonéticos (hiragana y katakana) son bastante fáciles de asimilar.
Al igual que la risa es el núcleo de la carrera de Diane como rakugoka, también ha sido un elemento crucial que ha impulsado su aprendizaje del japonés. Aquello que la hace reír se graba la memoria y puede crear conexiones con los demás. “El humor y la comedia son la distancia más corta entre dos personas”, sentencia. Parece que unas carcajadas pueden ser el complemento al esfuerzo para comunicarse que permita salvar la brecha lingüística.
(Traducido al español del original en inglés. Fotografías cortesía de Diane Kichijitsu.)