Los distintos actos a lo largo del año en Japón
‘Shiwasu’: diciembre
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El acto anual más representativo de diciembre es el susuharai, una limpieza general en la que participaba toda la familia y cuyo objetivo era purificar el hogar quitando el hollín y el polvo. Esta y otras costumbres no solo servían para poner punto final al año que estaba a punto de terminar, sino que también tenían otro significado especial: prepararse para los doce meses venideros.
En volandas tras la limpieza general
En la actualidad el susuharai es una práctica propia de los templos budistas y los santuarios sintoístas de todo Japón. Sin embargo, en el período Edo (1603-1868) era algo que también se estilaba en las residencias de los samuráis y de los comerciantes; concretamente, cada 13 de diciembre. Según Los actos anuales de la capital del Este, se eligió esta fecha debido a que la limpieza general del castillo de Edo había empezado a hacerse el 13 de diciembre de 1640.
Para empezar, se levantaban los tatamis, que se golpeaban con una escoba u otro utensilio similar. En aquel entonces la gente alumbraba las viviendas con velas y farolillos de papel, mientras que para cocinar y calentarse utilizaban un hogar y carbón, respectivamente. Así pues, en las casas se acumulaba una gran cantidad de ceniza, la cual había que quitar a conciencia; en comparación con las limpiezas generales de la actualidad, las de aquella época debían de ser mucho más duras. Además, puesto que el susuharai formaba parte de los rituales de purificación para recibir un año nuevo y, consecuentemente, invitar a los dioses a “pasar” a una casa pulcra, la gente se esmeraba con creces en la tarea.
En Los actos anuales de la capital del Este se dice también que, tras la limpieza general, había que celebrarlo con mochi. En las casas de los comerciantes, una vez que se terminaba de limpiar, servían pastelillos de arroz y, en algunos casos, bebidas alcohólicas. El alboroto que se llegaba a formar era tal que había quienes acababan por los aires, pues el resto de los participantes los lanzaban en volandas.
El Shiwasu era un mes lleno de emociones, puesto que la gente se preparaba para recibir un año nuevo. Por consiguiente, era natural que se alteraran y quisieran disfrutar comiendo, bebiendo y armando jaleo.
Aglomeraciones para comprar los artículos de Año Nuevo
Los mercados de fin de año abrían a partir del día 14, una vez que había terminado la limpieza general. En ellos se vendían, entre otros artículos, sogas shimenawa, adornos propios de Año Nuevo como el kadomatsu y productos del mar como las gambas, asociadas con la buena suerte. Si bien había mercados en distintos puntos, uno de los más famosos era el del santuario Tomioka Hachiman, en Fukagawa. Como vemos, en Edo los actos anuales se sucedían uno tras otro: cuando la casa estaba limpia, se decoraba con adornos nuevos.
El mercado de fin de año más grande era el del templo Sensō. Según se cree, las aglomeraciones llegaban hasta las zonas vecinas de Komagata, Shitaya y Ueno, de ahí que fueran superiores a las que se producían durante el Tori no Ichi, que se celebraba el mes anterior.
Por norma general, el templo Sensō abría sus puertas a las 7 de la mañana y las cerraba a las 6 de la tarde; sin embargo, cuentan que, durante el mercado de fin de año, el horario se alargaba hasta las 4 de la mañana del día siguiente. Dicho sea de paso, el mercado de palas hagoita, que en la actualidad se celebra en el templo Sensō del 17 al 19 de diciembre, tiene sus orígenes precisamente en este mercado de fin de año.
Mochi “arrastrado” y de confitería
La gente empezaba a preparar el mochi en torno al día 15. Las familias de los samuráis y los comerciantes de relevancia no amasaban los pastelillos de arroz por sí mismas, sino que dejaban la tarea en manos de otros; contrario a lo que pueda parecer, esas otras personas no eran precisamente confiteros tradicionales: del amasado se encargaban los trabajadores de la construcción que se dedicaban a montar los andamios, ya que eran conocidos por el ahínco con el que jaleaban mientras hacían su trabajo. Varios de ellos formaban un grupo e iban arrastrando el mortero y el majadero para hacer mochi de casa en casa hasta Nochevieja. Por este motivo se los denominaba hikizurimochi, que podría traducirse como pastelillos de arroz “arrastrados”.
Además de hikizurimochi, había chinmochi; esto es, pastelillos de arroz elaborados por confiteros tradicionales. En japonés existe el siguiente refrán: “Mochi wa mochiya” (literalmente, el mochi, en una tienda de mochi), que equivaldría al “zapatero, a tus zapatos” del español. Consecuentemente, cabe pensar que el mochi que hacían los especialistas en dicho dulce era de calidad superior; aun así, por algún motivo desconocido, la gente tenía peor imagen de este. Esta actitud guardaría relación con la importancia que los habitantes de Edo otorgaban a los buenos augurios y las apariencias.
En el período Edo el setsubun se celebraba a finales de año
Originalmente, el setsubun, término que alude al paso de una estación a otra, se celebraba la víspera del risshun (la llegada de la primavera), el rikka (el comienzo del verano), el risshū (el comienzo del otoño) y el rittō (el comienzo del invierno). En el calendario antiguo el risshun no solo marcaba el inicio de la temporada primaveral, sino también el principio del año; o sea, Año Nuevo. Consecuentemente, la víspera —Nochevieja— se consideraba una jornada importante, por lo que se ahuyentaba a los malos espíritus lanzando soja tostada. Aunque a día de hoy el setsubun que más hondo ha calado es el del 3 de febrero —o 2 de febrero, según el año—, en el período Edo era un acto anual propio de finales de diciembre.
No hay consenso respecto a cuándo empezó la costumbre de arrojar soja tostada. No obstante, según Hon no mangekyō (El caleidoscopio de los libros), el portal de internet gestionado por la Biblioteca Nacional de la Dieta, en El diario de Gaun se menciona que en el período Nanbokuchō (de las Dinastías del Norte y el Sur) ya existía una ceremonia para ahuyentar a los malos espíritus y repeler las enfermedades, práctica extendida tanto entre los nobles y los samuráis como entre las clases populares; esta consistía en esparcir soja tostada al grito de “fuera los ogros, adentro la suerte”. De hecho, en el Shoku Nihongi —la continuación de las Crónicas de Japón— se explica que dicha ceremonia ya se había celebrado en la Nochevieja del año 706 y que la soja tostada empezó a utilizarse para espantar a los ogros después de aquello.
Por otra parte, hay quienes piensan que el término mame, que se escribe con los ideogramas de “demonio” y “aniquilación” y, consecuentemente, viene a significar “acabar con los ogros”, se deformó y dio origen al mame que significa “legumbre”, que a su vez derivó en la expresión mame wo utsu, cuyo significado literal es “golpear el ojo del diablo”; o sea, arrojar soja tostada. A decir verdad, hay muchos dibujos del período Edo en los que aparece alguien apuntando a los ojos de un ogro y lanzándole legumbres.
La leyenda del fuego de los zorros del santuario Ōji Inari
El último acto de diciembre es la Nochevieja. Dejemos de lado las tradiciones más conocidas, como cenar los fideos de trigo sarraceno toshikoshi-soba y escuchar las 108 campanadas de Fin de Año, y hablemos de una leyenda que, tras haber caído en el olvido durante años, volvió a generar interés en la era Heisei (1989-2019): el fuego de los zorros de Ōji, en el actual distrito tokiota de Kita.
Antiguamente había un almez chino gigante en los campos que se extendían delante del santuario Ōji Inari. Según la leyenda, en la madrugada del 31 de diciembre los miles de zorros que vivían en la región de Kantō se reunían bajo él para ir juntos a rezarle a Inari, ocasión durante la cual prendían varios fuegos.
Originalmente, Inari era la deidad encargada de proteger las cosechas de arroz y la agricultura y los zorros, sus emisarios, puesto que estos animales se deshacían de los ratones, dañinos para el campo. Con el tiempo empezó a considerársela diosa de la prosperidad en los negocios, si bien eso no impidió que los zorros siguieran haciendo de mensajeros suyos. Consecuentemente, en los santuarios dedicados a Inari hay zorros protectores.
En cuanto a los supuestos fuegos de los zorros, estos tendrían su origen en un fenómeno por el cual el fósforo y otros materiales experimentan una combustión espontánea. No obstante, la gente empleaba la cantidad de incendios para determinar si la cosecha sería abundante o escasa ese año y se entregaba en cuerpo y alma a la agricultura y los negocios. Así, esta creencia simple reflejaba las luces y las sombras de la vida.
En 1929 cortaron el almez chino de Ōji y, en su lugar, dejaron únicamente una piedra conmemorativa. No obstante, en 1993 los comerciantes de la zona impulsaron una iniciativa para dar a conocer la leyenda entre los niños: el desfile de los zorros de Ōji, que se celebraría en la madrugada del 31 de diciembre. Ataviados con máscaras de zorro, los participantes marchan al compás de la música y festejan la llegada de un año nuevo. Entre los más pequeños de la casa hay quienes participan en la procesión maquillados como si fueran un zorro: con la cara completamente blanca y, sobre ella, dos líneas rojas.
Los actos anuales como este se han convertido en una forma de que los padres les transmitan a sus hijos las costumbres y las creencias sobre las que se ha cimentado el pueblo japonés. Encarnan, junto con esas costumbres y creencias, la nobleza, las alegrías y las penas que acarrea el trabajo y no deberían caer en el olvido.
Bibliografía
- Libro ilustrado de las costumbres de Edo a través del ukiyo-e, supervisado por Satō Yōjin y editado por Fujiwara Chieko (editorial Kawade Shobō).
- Adaptación a la lengua moderna del libro ilustrado sobre las costumbres de Edo, de Kikuchi Kan’ichirō (Utagawa Hiroshige IV) y Kobayashi Shōjirō (editorial Kadokawa Sofia Bunsho).
Imagen del encabezado: A la izquierda, Limpieza general en el hogar de un samurái, de Kitagawa Utamaro (fuente: ColBase); en el centro, unas mujeres hacen kagamimochi en Amasando mochi en diciembre, propiedad de los Archivos Especiales de la Biblioteca Central Metropolitana de Tokio; a la derecha, el mercado de fin de año del templo Sensō en Treinta y seis vistas del orgullo de Edo: el mercado de fin de año de Asakusa, propiedad de la Biblioteca Nacional de la Dieta.
(Traducción al español del original en japonés)