Todo comenzó en Shimonoseki
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Un lugar histórico donde cambió el orden de Asia Oriental
Yamaguchi es la prefectura, de las 47 que conforman Japón, de la que más primeros ministros han salido. Soy consciente de que precisamente por ello tengo ciertos prejuicios sobre este lugar y al final acabo asociándolo siempre con la política, de ahí que no tuviera una buena imagen de la zona. El caso es que el poder del dominio de Chōshū, que cobró fuerza en la Restauración Meiji —hace más de 150 años— sigue presente en el panorama político incluso a día de hoy. Me canso solo de pensarlo. Además, aún tengo fresca en la memoria la noticia del entonces primer ministro japonés, Abe Shinzō, comiendo pez globo de Shimonoseki a dos carrillos a finales de febrero de 2020, cuando la COVID-19 empezaba a propagarse por el archipiélago nipón y la incertidumbre asolaba al pueblo.
Con todo, considero que Shimonoseki es una visita obligada; obviamente, no lo digo por el pez globo. Mi paladar no está hecho para saborear ni el pescado ni el marisco, así que el fugu me es completamente indiferente. Me refiero a que esta ciudad es ese lugar histórico donde se firmó un acuerdo que cambió el orden de Asia Oriental hace mucho tiempo.
Efectivamente, estoy hablando del Tratado de Shimonoseki.
Técnicamente, esta no es la primera vez que piso Shimonoseki. Cuando era estudiante de secundaria superior, hice un viaje por la parte septentrional de Kyūshū cuyo itinerario incluía pasar por el túnel Kanmon, que conecta las ciudades de Moji (Fukuoka, Kyūshū) y Shimonoseki (Yamaguchi, Honshū); por lo tanto, estuve brevemente en esta última localidad. En aquel entonces nos limitamos a hacer un poco de turismo y volvimos en bus a Moji. Tampoco tenía idea de que ese lugar había sido el escenario de la firma de un tratado importante. Esto se debe a que en chino no se lo conoce como el Tratado de Shimonoseki, sino como el Tratado de Bakan, de ahí que no asociara el lugar con el pacto.
Algo más de una década después volví a Shimonoseki y me encontré con un tiempo espléndido, ni una sola nube en el cielo. Situada en el extremo occidental de la isla de Honshū, esta ciudad portuaria está rodeada de mar en tres direcciones y rezuma siempre el olor salino del mar y el hedor a pescado, arrastrados ambos por la brisa marina. Cuando el viento sopla fuerte, hace un poco de fresco y el pelo, que ondea al viento, acaba dándome en la cara, lo cual es muy molesto. Encima, la grasa del pelo hace que se me ensucien enseguida los cristales de las gafas. Me alojé cerca de Buzenda, uno de los mejores barrios comerciales de la ciudad. Cuando digo “barrio comercial”, no me refiero a un lugar similar a Ginza o a Kabuki-chō, sino a una zona donde simplemente hay varios edificios donde conviven bares de todo tipo. Para una persona acostumbrada al bullicio de Tokio, sinceramente, era un lugar tranquilo.
El día siguiente me dirigí sin más dilación al restaurante Shunpanrō, el lugar donde se firmó el Tratado de Shimonoseki, bajo el sol cegador de la costa.
No obstante, he de puntualizar que la casa donde realmente se firmó el tratado en 1895 fue pasto de las llamas durante un bombardeo en 1945, por lo que el edificio que se conserva en la actualidad se reconstruyó después de la Segunda Guerra Mundial y fue restaurado totalmente en 1985. Además, este restaurante tradicional de solera sigue especializándose en platos elaborados con pez globo, de ahí que, lógicamente, una persona como yo, a la que este pescado le es indiferente, no vaya a entrar en él. Así pues, mi objetivo principal era visitar el Pabellón Conmemorativo de la Paz Sinojaponesa, situado al lado del Shunpanrō.
Independientemente de si se interpreta que la primera guerra sinojaponesa, que estalló en 1894, fue o no una invasión de China por parte de Japón, es incuestionable que ese conflicto bélico cambió radicalmente la estructura de poder en Asia Oriental. Antes de la Edad Moderna China presumía de ser el centro del mundo, una nación con poder militar que, al mismo tiempo, exportaba cultura. En cierto sentido, los sinogramas que se emplean en la escritura china, así como sus escritos, se convirtieron en una lengua franca de la región. Incluso después de perder la primera guerra del Opio contra el Reino Unido, en 1840, China —bajo la dinastía Qing— siguió conservando, no sin dificultades, su papel preponderante en Asia Oriental, al tiempo que observaba los movimientos de las grandes potencias mundiales.
Las reformas de la dinastía Qing tras la primera guerra del Opio
Si reflexionamos sobre la historia de las postrimerías de la dinastía Qing, después de la primera guerra del Opio (algo que estudié durante la secundaria), la única impresión que conservo de ese período es la de un país completamente abatido, un dragón que, por increíble que parezca, había perdido la fuerza de antaño debido a las derrotas bélicas, las indemnizaciones y la pérdida de territorios. No obstante, comparados con las monótonas descripciones de los libros de Historia, los hechos reales eran a menudo más complejos. Obviamente, los políticos de la dinastía Qing no se quedaron de brazos cruzados ante las invasiones de las grandes potencias. A la primera guerra del Opio le siguió una segunda en 1860, conflicto que también perdió China, y la dinastía Qing se embarcó en una serie de reformas: el Movimiento de Occidentalización o Autofortalecimiento. Dichas reformas tuvieron un alcance considerable, desde la diplomacia y el Ejército hasta la educación y las comunicaciones. Sobre la base del derecho internacional se estableció un Departamento de Asuntos Exteriores, que se encargaría de todas las cuestiones diplomáticas, y se hizo frente a Occidente en igualdad de condiciones. Por otra parte, se modernizó el Ejército, se adquirieron buques de guerra y se fundó la Flota Beiyang, la mayor Armada de todo el continente asiático. Además, se estableció un sistema de comunicaciones por telegrama, se tradujeron al chino obras occidentales y se comenzó a enviar estudiantes al extranjero. La mayor reforma hasta la fecha dio sus frutos: China viviría la Restauración Tongzhi, un período de florecimiento que se desarrolló con más rapidez que la Restauración Meiji. Durante esta época a las potencias occidentales no les quedó más remedio que reconocer la superioridad de China con la restauración de la dinastía Qing.
Aunque siempre se ha hecho hincapié en que los principales motores del Movimiento de Occidentalización fueron funcionarios de alto nivel como Zeng Guofan y Li Hongzhang, lo cierto es que en aquella época las riendas de la política las llevaba una mujer: la emperatriz viuda Cixi. Efectivamente, las reformas acometidas durante la Restauración Tongzhi dieron sus frutos gracias a su liderazgo. Sin embargo, en las clases de Historia prácticamente sigue sin enseñarse el significado de su contribución, sino todo lo contrario, puesto que a menudo se la describe como una mujer conservadora y corrupta que llevó al país a la ruina.
En aquella época de machismo la emperatriz viuda Cixi pudo ejercer su autoridad, a pesar de ser mujer, debido a que el emperador Guangxu aún era un niño, algo que se ha repetido en numerosas ocasiones a lo largo de la historia. Sin embargo, como todos los monarcas, este también se hizo mayor. Consecuentemente, en 1889, cuando el emperador cumplió los 17 años y se casó, Cixi se vio obligada a devolverle el poder.
Cuando el emperador Guangxu, que abogaba por los valores tradicionales del confucianismo y se oponía a la modernización, comenzó a reinar, se suspendieron prácticamente todas las reformas que se habían acometido hasta la fecha. Se cancelaron los planes de adquisición de buques de guerra y de construcción de vías férreas; tampoco se les asignaron puestos importantes a los funcionarios que habían estudiado en Europa y Norteamérica. China, que por un tiempo se había modernizado y fortalecido, volvió a sumirse en el letargo. Por el contrario, Japón, que había aumentado su poder con firmeza a raíz de la Restauración Meiji, se convirtió en una nación capaz de vencer a su vecino gracias a su poderío militar. A pesar de ello, ni los funcionarios de la corte ni el propio emperador pensaban que se avecinaba una crisis. Li Hongzhang, a cargo de la Flota Beiyang, sí era consciente del poderío de Japón, pero se abstuvo de informar al monarca de la posición inferior en la que se encontraba China, puesto que no saber transmitirle bien al emperador las malas noticias podía costarle literalmente la cabeza. Todo esto se tradujo en la derrota aplastante de la guerra sinojaponesa.
El león dormido cae ante una pequeña isla del Lejano Oriente
Que China fuera derrotada por Japón supuso un cambio enorme en el orden que había imperado en Asia Oriental durante miles de años. Los funcionarios y otras figuras influyentes de la dinastía Qing no fueron los únicos sorprendidos: las potencias occidentales tampoco salían de su asombro. Recordemos que, hasta la fecha, China se encontraba en plena Restauración Tongzhi; las potencias occidentales hacían uso de su poderío militar para obtener concesiones por parte de las autoridades chinas en diversos frentes. No obstante, en lo referente a la diplomacia, creían que se trataba de un león dormido y, por lo general, le tenían respeto. Todo el mundo creía que este león dormido, al igual que el rey de los animales, podría despertarse en cualquier momento. Sin embargo, el otrora macho alfa de Asia Oriental había sido derrotado, y nada más y nada menos que por una pequeña isla del Lejano Oriente. La repercusión se podría comparar con la que tendría una derrota aplastante de Estados Unidos a manos de Cuba, por ejemplo. En cualquier caso, a las potencias occidentales no les faltó tiempo para menospreciar a China y explotarla a placer.
Tras la derrota en la guerra sinojaponesa, China se vio obligada a firmar el Tratado de Shimonoseki. En la conferencia de paz la parte japonesa estuvo representada por Itō Hirobumi; la china, por Li Hongzhang.
A día de hoy el Pabellón Conmemorativo de la Paz Sinojaponesa es un pequeño edificio que no llama la atención en el recinto del Shunpanrō; de hecho, parece incluso que se esconde en una esquina. La entrada está tapada por unos árboles, de ahí que tardara un poquito en encontrarla. En su interior, al que se puede acceder gratis, hay una exposición sobre los orígenes y el desarrollo de la guerra sinojaponesa, explicaciones sobre el contenido del Tratado de Shimonoseki y fotografías y caligrafía de Itō Hirobumi y Li Hongzhang, entre otros objetos. No obstante, el plato fuerte de la exhibición es una reproducción majestuosa del escenario de la conferencia de paz, situada en el centro de la sala y protegida por los paneles de cristal que la rodean. Cuando vi ante mí aquella estancia antigua y de aspecto formal que aparecía en mis libros de secundaria media, no pude evitar contemplarla. “Aquí comenzó todo”. Creo que esta frase representaría el sentir de aquella época si contáramos la historia en forma de manga.
A decir verdad, la firma del Tratado de Shimonoseki marcó el comienzo de una nueva era. En virtud del pacto, Japón recibió una indemnización por valor de doscientos millones de ryō en la moneda china de plata de la época. Además, debido a la Triple Intervención, le devolvieron la península de Liaodong y le entregaron treinta millones de ryō adicionales. En aquella época doscientos treinta millones de ryō eran cuatro veces más los ingresos anuales de Japón, una cifra apoteósica (piensen en lo que significaría para ustedes recibir de golpe y porrazo cuatro veces más de lo que ganan al año); la mayoría se destinó a ampliar las capacidades militares. Japón consiguió el poderío que posteriormente le valdría para arrasar con el resto de Asia en gran parte gracias a las indemnizaciones que recibió en el marco del Tratado de Shimonoseki. Como cabría esperar, China, que tuvo que abonar estas compensaciones, sufrió también la invasión por parte de las grandes potencias y fue decayendo gradualmente.
El Tratado de Shimonoseki y las relaciones entre Japón y Taiwán
Hablemos ahora de Taiwán. Ay, Taiwán. Taiwán, que hasta entonces había sido un territorio de China, se convirtió en la primera colonia de Japón como consecuencia del Tratado de Shimonoseki. Lógicamente, el colonialismo tiene sus luces y sus sombras. Sea como sea, podría decirse que la relación inquebrantable de Taiwán y Japón también comenzó con el Tratado de Shimonoseki.
Para Taiwán, impresionado por el crecimiento de Japón y la caída de China, el Tratado de Shimonoseki le dio sentido a su propia colonización. Ahora, 125 años después de la firma del pacto, yo, que tengo unos vínculos muy profundos tanto con Taiwán como con Japón, me hallo en el lugar donde se rubricó tal documento. Inevitablemente, me siento sumamente conmovida.
Cerca del Pabellón Conmemorativo de la Paz Sinojaponesa, hay caminito que lleva el nombre de Li Hongzhang. En 1895, cuando se encontraba en Japón con motivo de la conferencia de paz —el encuentro se estaba alargando—, un ciudadano japonés que se oponía a la paz le disparó con una pistola. Le causó heridas graves, pero, por suerte, sobrevivió. Después de aquello decidió evitar la avenida que conducía al lugar de la conferencia y, en su lugar, utilizaba un caminito a lo largo de la montaña. Como quien no quiere la cosa, los residentes de la zona se acostumbraron a utilizar el nombre del político para referirse a ese caminito por el que transitaba. Yo misma fui por allí y sí que se trata de un caminito a lo largo de la montaña, alrededor del cual hay varias residencias privadas. No puedo evitar imaginarme cómo debe sentirse una al vivir en las inmediaciones de un camino que lleva el nombre de Li Hongzhang. Bueno, lo mismo resulta que no se siente absolutamente nada.
Si seguimos en dirección oeste por el camino de Li Hongzhang, nos toparemos con el templo Injō, perteneciente a la secta budista de la Tierra Pura. Durante la conferencia de paz el político y su comitiva se hospedaron aquí. Por fuera no tiene nada extraño que lleve a pensar que no se trata de un templo normal y corriente. De hecho, sería muy difícil enterarse de que existe esa conexión si no hubiera un cartel explicativo afuera.
Ir al lugar de los hechos para “sentir” a sus protagonistas
Cuando la historia se estudia a través de los libros, a menudo no se tiene la sensación de que sus protagonistas son seres humanos de carne y hueso, sino únicamente una gran cantidad de nombres de personas que se mueven por una lógica sumamente simple; en ocasiones, hasta parecen idiotas. Sin embargo, cuando visitamos los monumentos históricos, volvemos a recordar que los protagonistas de la historia son personas con una vida; personas con convicciones, deseos y pensamientos; personas complejas cuyas acciones se ven influidas por las dinámicas y las estrategias de los grupos a los que pertenecen.
Además, nos damos cuenta de que la historia, tal y como la conocemos nosotros, ha sido interpretada y simplificada previamente por otros. Mucho antes de que naciéramos nosotros, en un espacio y un tiempo que escapa a nuestros cinco sentidos, el ser humano se comportaba exactamente igual que en este preciso momento. Es algo muy natural y, por consiguiente, extrañísimo.
Obra de referencia: La emperatriz viuda Cixi: la concubina que fundó la China moderna, de Jung Chang (editado en Taipéi en 2014 por Rye Field).
Imagen del encabezado: Vista de Shimonoseki. Al fondo, el puente Kanmon, que cruza el estrecho homónimo. Debajo de él hay un túnel submarino por el que se puede ir andando (fotografía de la autora).
(Traducción al español del original en japonés)