El ‘Man'yōshū’ y Reiwa, ecos del pasado en una nueva era
El ‘Man’yōshū’ y la era Reiwa: ¿De quién es el tiempo?
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Minahito no
neyo to no kane wa
utsu naredo
kimi wo shiomoeba
inekatenu ka mo.
(Kasa-no-Iratsume, 607 del Libro IV)
En japonés moderno:
Minna!
neru jikan desu yo to iu kane wa
utareru keredomo
anata no koto wo omou to...
nemuremasen wa.
Que es para todos la hora
de acostarse dice ya
la campana en su tañer.
Mas quien en ti tanto piensa
¿cómo se dormirá?
Retrasarse está rigurosamente prohibido en escuelas y empresas. Dentro de la sociología histórica, un debate muy típico es el de la ocurrencia del retraso. Se discuten cosas como por qué está mal retrasarse, o a quién pertenece en realidad eso que llamamos “tiempo”. Establecer el tiempo corresponde al poder establecido y por eso es siempre la autoridad -sea a nivel de aldea, ciudad, región, país o imperio- la que lo hace. No someterse a los tiempos establecidos por escuelas o empresas es algo que se castiga. Y lo mismo ha ocurrido históricamente con las eras fijadas por los imperios. Si alguien osaba desmarcarse utilizando alguna otra datación era tratado como un rebelde.
También en Japón han sido los poderosos de cada época quienes han establecido el tiempo. En la época del poemario Man’yōshū, el ritmo de vida en la sociedad cortesana estaba regido por tambores y campanas.
La campana citada en nuestro poema es la de la hora del jabalí, que equivale aproximadamente a las 10 de la noche. El tiempo se medía con relojes de agua y cuando llegaba esa hora el tokimori, funcionario del organismo llamado Onmyōryō, se encargaba de tañer la campana cuatro veces. Al oírla, la gente sabía que había llegado el momento de acostarse.
Pero Kasa-no-Iratsume, cortesana y autora del poema, no deja de pensar en Ōtomo-no-Yakamochi y esto le quita el sueño. Era él quien había tomado la iniciativa y ahora el enfriamiento venía también de su parte. El sentimiento de Iratsume, en cambio, se aproxima a la ebullición. Y así sus dos corazones van apartándose más y más.
El destino de aquel amor debió de ocupar todos los pensamientos de Kasa-no-Iratsume mientras oía las cuatro campanadas.
Fotografía del encabezado: Otomo-no-Yakamochi. (PIXTA)