Las mochilas ‘randoseru’, símbolo de la educación en Afganistán
Intercambio internacional Sociedad Cultura- English
- 日本語
- 简体字
- 繁體字
- Français
- Español
- العربية
- Русский
Más de 210.000 mochilas enviadas en 15 años
Todos los años en junio, en un almacén de Yokohama, se reúne una montaña de mochilas randoseru de distintos colores. Se trata de la iniciativa Omoide no Randoseru Gifuto (Nuestras queridas randoseru como regalo), impulsada por la oenegé japonesa JOICFP (Japanese Organization for International Cooperation in Family Planning) y el fabricante de material para randoseru Kuraray. El proyecto, que celebra su decimosexto aniversario este año, está destinado a enviar a los niños de Afganistán randoseru de segunda mano conservadas en excelentes condiciones. Hasta la fecha se han enviado ya más de 210.000 mochilas desde todas las regiones de Japón. Kai Wakako, la responsable de JOICFP, nos invita a asistir a la tarea de selección de las mochilas y conocer cuál es su papel allí dónde se envían.
Un mensaje para fomentar la escolarización
Tras más de treinta años bajo el poder de los talibanes, la situación en Afganistán sigue de mal en peor. Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, los afganos vienen sufriendo los ataques conjuntos del grupo radical Estado Islámico (ISIS), nacido tras la guerra de Iraq, y la organización terrorista Al Qaeda.
La localidad a la que Japón envió sus randoseru en 2004 y 2007 se vio transformada en un centro de operaciones de ISIS en 2015. La organización se instaló en una de las poquísimas escuelas del país que habían sobrevivido a las bombas, que pasó a estar en primera línea de combate.
A pesar de lo terrible de la situación, Kai Wakako tenía buenas noticias que comunicarnos. En marzo de 2019 los esfuerzos de la comunidad dieron sus frutos y se logró que ISIS abandonase la zona. Lo primero que hicieron después de aquello fue reconstruir la escuela. Hubieran podido conmemorar el momento con una ceremonia militar, pero el deseo de los ciudadanos de celebrar un acto simbólico cristalizó en una ceremonia de apertura de la escuela.
Lo habitual en las zonas rurales de Afganistán es ver a los niños jugando o persiguiendo ovejas, pero no yendo a la escuela. Sin embargo, cuando la gente ve a los pequeños cargando con las mochilas randoseru, saben inmediatamente que van a estudiar, y los que tienen hijos se animan también a mandarlos a la escuela. Las randoseru de Japón se han convertido en un símbolo de la educación en estas zonas.
“La gente de la zona afirma que el mérito es de las actividades de promoción de la escolarización que llevamos a cabo de forma continua”, explica Kai con una sonrisa. Y añade, “Los responsables de la oenegé de allí dijeron que les emocionó que los vecinos quisieran que la apertura de la escuela fuera el primer acto (después de que ISIS abandonase la zona). Es revolucionario que todos piensen que la educación es importante para derrotar a las organizaciones terroristas”.
A día de hoy, en Afganistán solo una de cada dos niñas va a la escuela primaria. Aun así, en la localidad donde se celebró la ceremonia de apertura de la escuela, una niña que había recibido su randoseru en la educación primaria terminó ingresando en la Facultad de Medicina y ahora estudia con ahínco en la ciudad.
No solo son objetos lo que se envía con esta iniciativa; con ellos se manda también la alegría de estudiar y una plegaria por la paz.
Niños conectados por las randoseru
En el almacén donde se guardan las randoseru es imprescindible hacer una selección de las mochilas, no solo para descartar las que están en mal estado, sino para separar las que son de piel de cerdo y no pueden usarse por motivos religiosos. Las randoseru que superan la inspección se llenan de artículos de papelería nuevos donados por las empresas o los propietarios originales de la mochila.
Preguntamos a tres niñas que estaban juntas en el almacén si son amigas y nos responden, con una sonrisa de oreja a oreja, “¡Acabamos de hacernos amigas ahora!”.
Kō tiene 13 años y esta es la tercera vez que participa como voluntaria. Cuando vino el año pasado localizó su randoseru marrón entre la montaña de mochilas. Dentro había metido un juego de cuadernos con la esperanza de que los destinatarios cuiden bien de aquel regalo que le hicieron sus padres.
“Vivo por esta zona y cada año veo la recogida de randoseru. Me entraron ganas de donar la mía, así que le puse una funda para conservarla durante los seis años que la usé. No sé cómo emplean las randoseru en Afganistán, pero me gustaría que la fueran pasando entre hermanos y amigos durante muchos años”, comenta con ilusión Hiroka, de 12 años, que este año ha contribuido a la causa con su mochila.
Al terminar el descanso del almuerzo, Kai nos explica la situación en Afganistán con una presentación de diapositivas y vídeos. “Antes ha dicho que los niños de allí usan las randoseru como escritorio. ¿Cómo escribían cuando aún no las tenían?”, pregunta uno de los niños voluntarios. Kai responde “Poniendo la libreta en el suelo”.
Los voluntarios, que habían empezado la jornada a las 10 de la mañana del sábado, siguieron trabajando por la tarde, con el deseo de unir con sonrisas a los niños de Japón y Afganistán.
Reportaje, redacción y fotografías: Doi Emiko, Daniel Rubio (Editorial de Nippon.com)
Fotografía del encabezado: Montaña de randoseru esperando la inspección en el almacén de Yokohama.