Al encuentro de las imágenes budistas
Muda Tomohiro, el fotógrafo que habla con los budas
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El debilitamiento de la conciencia, el momento mágico
Esas venas que recorren las sienes, esas arrugas en torno a la boca, esa tranquilidad en la mirada… Las fotografías tomadas por Muda de la estatua del bodhisattva Mujaku, obra de Unkei (1151-1223), utilizando solo la luz natural, están entre las más representativas de su obra. Contemplándolas, nuestro corazón se agita como si estuviéramos viendo al Mujaku de carne y hueso aparecer ante nuestros ojos.
Cuenta Muda que el inesperado encuentro con este semblante fue cosa de apenas 10 minutos. No había tenido la menor intención de crear esas condiciones. Fue una experiencia muy especial.
Ocurrió durante la sesión en el Hokuendō (Salón Octogonal) del templo Kōfuji, en Nara, donde se guarda la estatua del bodhisattva Mujaku. Las fotografías iban a ser utilizadas para presentar la exposición de Unkei que se celebraría en el Museo Nacional de Tokio en otoño de 2017. En la sesión matinal, en la que estuvieron presentes cerca de 15 personas entre representantes del templo y del museo y su propio equipo, todo había resultado bien y al llegar el descanso para almorzar Muda estaba satisfecho, pues tenía la sensación de haber hecho tomas suficientemente buenas.
Durante la sesión, su teléfono móvil había recibido una llamada de un antiguo compañero de universidad. Cuando se la devolvió, se enteró de que a su amigo habían tenido que cortarle la pierna derecha desde la ingle. Impactado por la repentina noticia, ni si le pasó por la cabeza que su equipo se había reunido para ultimar los preparativos de la sesión de la tarde.
Muda volvió al Hokuendō y reparó en que uno de los paneles que por la mañana habían permanecido totalmente cerrados estaba abierto. Al entrar en el edificio, los reflejos en el suelo de los rayos del sol, que al ser invierno estaba bajo en el cielo, rescataban de la penumbra la figura del bodhisattva Mujaku. ¡Esto es lo que yo necesitaba!, pensó.
Todo el staff estaba en la reunión, de modo que junto a él no había nadie. Echando mano del teleobjetivo, tomo todas las fotos de un tirón. No es que hubiera estado a la espera de este momento, ni que hubiera ninguna planificación por detrás. Había abordado la sesión sin tener una idea concreta de cómo había que fotografiar aquella estatua budista. En ese instante sintió que, simplemente, había sido depositario del “secreto” revelado por el bodhisattva.
El fotógrafo en “punto muerto”
Muda dice que, cuando el objeto de las tomas decide revelar su secreto, te habla al oído y te dice “adelante, puedes tomar las fotos que desees”. Entonces hay que dejarse llevar y proceder. “Emite algo que es mucho más rico de lo que podía tener yo en mi cabeza. Entonces tengo que convertirme en un ‘receptor’ que capte esa señal”.
Cuando, desprendido ya de la conciencia cotidiana, accede a esa receptividad pasiva o abstracción, Muda dice que está “en punto muerto” o “con la conciencia baja”. Es un estado al que siempre aspira a llegar cuando se enfrenta a un nuevo objeto. Entonces, sus fotografías reflejan fielmente lo que los budas y el resto de los objetos de arte o edificios quieren decirle. Es una actitud que no varía aunque el objeto cambie.
¿Pero qué es eso que capta o percibe Muda al transformarse en ‘receptor’? Él cree que es algo así como la “memoria de oraciones” o la “memoria del tiempo”, algo que cada objeto lleva dentro. Cuando fotografió las pertenencias de las víctimas expuestas tras el Gran Terremoto del Este de Japón de marzo de 2011, era la memoria de quienes, en vida, usaron esos objetos, la memoria del tiempo que fluía al ocurrir el cataclismo. Todo eso se hacía sentir en forma de una potente ondulación.
En el caso de la estatuaria budista, obras con varios siglos, a veces con más de mil años de antigüedad, es una memoria todavía más densa y concentrada. Muda sincroniza su cuerpo y se dispone a recibir esas ondulaciones producidas por la sedimentación de muchas memorias: la de Unkei, que como creyente talló la obra; la de quienes, también como creyentes, juntaron ante ella sus manos y le dirigieron oraciones. “Un fotógrafo tiene que estar dotado de un buen receptor para captar todo eso”, dice Muda.
¿Expresarse a sí mismo a través de la fotografía?
Pero ni siquiera Muda fue capaz de acceder a ese estado mental desde el principio. En sus años en la Universidad de Waseda, aspiró a hacerse discípulo de su admirado Tōmatsu Shōmei (1930-2012), un innovador que abrió nuevos horizontes al arte de la fotografía. Sin embargo, su petición fue rechazada de un plumazo. Pero durante la relación que mantuvieron –pues Tōmatsu aceptó al menos comentar las obras de Muda–, una vez el primero le dijo estas palabras: “¿Pretendes hacer de la fotografía un medio para expresarte a ti mismo? La fotografía no se presta en absoluto a ese fin. Eso vas a poder hacerlo mucho mejor mediante la novela o la pintura”.
Estas palabras le irritaron no poco, pues, en su opinión, las fotografías de Tōmatsu eran “autoexpresión” en su forma más pura. Esa gran duda que le quedó no se despejó hasta dos años más tarde. Después de graduarse, Muda vivió durante varios periodos, hasta un total de 18 meses, con los sherpas, una etnia minoritaria de la zona este de Nepal, dominada por el Himalaya. Y fue allí, paseando y tomando fotografías de la gente y de los paisajes, cuando se le hizo la luz. Comprendió de pronto que el mundo exterior era incomparablemente más ancho y profundo que él mismo, y que tomarle fotografías como forma de “autoexpresión” era una acción pretenciosa y ridícula. Ante todo, una pretensión irrealizable. Concluyó que su misión sería “convertirse en receptor y fijar en forma de fotografías esa parte del mensaje de las cosas que escapa a la expresión oral”. Tal fue el fruto de sus estancias en las aldeas sherpas, una experiencia que transformó de raíz su visión del mundo.
Aquella afirmación de Tōmatsu de que la fotografía no se prestaba a la “autoexpresión” le resultó por primera vez convincente y a partir de entonces pasó a formar parte de su credo.
En comunión con las partículas luminosas
Su primer álbum fue Hikari no suashi: Sherpa (inglés: The Land of Sherpa; 1990), en el que reflejó la vida diaria de esta etnia. Luego vinieron otros centrados en iglesias y monasterios medievales de Europa, como Romanesuku: Hikari no seidō (inglés: Romanesque: Sacred Buildings in light; 2007), Ishi to Hikari: Cîteaux no romanesuku seidō (Cîteaux; 2012) o Romanesuku: Hikari to yami ni hisomu mono (inglés: Romanesque: Those Lurking in Light and Darkness; 2017). Como se ve, en muchos de los títulos aparece la palabra hikari (luz).
El origen de la importancia que concede Muda en sus fotografías a la luz natural está en las experiencias visuales que tuvo siendo niño, durante sus paseos con su abuelo por los antiguos templos budistas de Nara. Se quedaba embelesado horas y horas mirando cómo la luz iba perfilando las estatuas que se escondían en la penumbra de los templos. En esos momentos, tenía la sensación de poder ver las partículas luminosas, y estas formaban masas en las que él mismo penetraba. Allí dentro, se sentía en total sincronía con el “mensaje” emitido por aquellos objetos. Algo que pudo confirmar durante sus experiencias en las aldeas de los sherpas.
En su epílogo para Hikari no suashi: Sherpa (su traducción al español sería “Luminosos pies descalzos: los Sherpas”), dice Muda: “Tal vez debido a la forma tan vertiginosa en la que la luz se dispersaba y concentraba, a veces me sentía víctima de un extraño vértigo. Había tomado mi cámara y me asomaba al mundo, pero por alguna razón sentía que estaba a las puertas de otro mundo, y que ese otro mundo traspasaba el límite entre ambos y penetraba a este por todas partes”.
La luz captada por Muda es una luz con la que puede empatizarse por encima de barreras nacionales o religiosas. Durante una exposición celebrada en París que tuvo por tema sus fotografías sobre edificios religiosos románicos, muchos de los asistentes le dijeron que sus fotos reflejaban bien la luz que ellos venían viendo en esos espacios desde niños, y algunos se maravillaban de que un oriental como él fuera capaz de hacerlo.
En los lóbregos monasterios, desprovistos de decoración, una blanda luz se cuela por las pequeñas ventanas y allí, entre la luz y las sombras, se siente a Dios. Los comentarios de quienes ven sus exposiciones son la mejor prueba de que ese receptor llamado Muda Tomohiro capta correctamente las ondulaciones de esa luz emitida por la memoria de tantos y tantos creyentes sedimentada a lo largo de más de 800 años.
Fragmentos del secreto del universo
Para Muda, que comenzó su carrera en la época de la película fotográfica, la llegada de la cámara digital fue un momento crucial.
El contenido de los carretes no puede ser comprobado inmediatamente. A más fotografías tomadas, mayor es el costo económico, y esto inclinaba muchas veces a Muda a pulsar el disparador con moderación y tratando siempre de que el resultado se ajustase a una forma ideal previamente imaginada. Sin embargo, en la era digital todas estas precauciones son ya innecesarias. Ahora uno puede olvidarse de todo eso. Muda dice que con la cámara digital, esos ‘fragmentos del secreto del universo’ que nunca pueden captarse conscientemente, aparecen impensadamente reflejados en la imagen.
Sus primeras fotografías con cámara digital fueron, precisamente, esculturas de Unkei. Utilizó la digital porque la falta de espacio le dificultaba el uso de las de película, más voluminosas. Muda sintió el ki (fluido etéreo, espíritu) emitido por la estatua y pulsó el disparador. Comprobó el resultado en la pantalla de cristal líquido y vio que era justo lo que había sentido al tomar la foto. Recuerda que lo que salió de su boca no fue una exclamación jactanciosa, sino un involuntario resoplido.
En las exposiciones y otras ocasiones, mucha gente le pregunta si espera hasta que esa luz aparece, pero dice que en ningún caso lo hace, pues nunca fija de antemano qué grado de luz es el que desea. “Doy algunas vueltas alrededor del objeto y voy tomando fotos inconscientemente, al albur de eventual aparición de una luz”. Ese estilo lo ha mantenido sin interrupción hasta el presente. La evolución sufrida por las cámaras digitales le ha proporcionado nuevas posibilidades de expresión.
El fotógrafo que sabe olvidar todo propósito y dejarse llevar, vibra al unísono con el objeto que entra en su visor. Y el efecto se amplía a través de sus obras, pues contagia esa misma vibración al espectador. La antena con la que capta esas ondulaciones va haciendo cada vez más y más sensible. Y con ella, continuará guiando a quien contemple sus fotografías hacia ese “otro mundo” secreto.
Entrevista: Kondō Hisashi (redacción de nippon.com)
Composición y textos: Sumii Kyōsuke (redacción de nippon.com)
Fotografías del encabezado y la entrevista: Kawamoto Seiya
Fotografía del encabezado: En el Museo de la Cultura e Historia del Zen de la Universidad de Komazawa.
(Traducido al español del original en japonés.)