Un fotógrafo japonés en el norte salvaje
Ōtake Hidehiro, un fotógrafo en los bosques del norte: las lecciones de vida de los indígenas
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Artículos de esta serie:
(Primera parte: tras el rastro de los lobos)
(Segunda parte: un ofrecimiento unido a un sueño)
(Tercera parte: en canoa hacia un mundo desconocido)
(Cuarta parte: los incendios forestales y la fuerza de la vida)
Convivir con la naturaleza
Northwoods, lugar donde perseguí la imagen de un lobo salvaje y que establecí como mi zona predilecta para fotografiar, es un mundo de bosques y lagos en la parte central del norte del continente norteamericano. Toda esa zona estuvo cubierta de glaciares hasta hace unos diez mil años, pero al terminar la última glaciación los humanos comenzaron a cazar y recolectar en ella. En la actualidad un buen número de indígenas, los llamados anishinaabe, viven en la zona de los bosques centrales.
En un primer momento me sentí atraído por la naturaleza gracias a mis experiencias con el grupo de campamento de montaña, estilo sawanobori, de la universidad, gracias al cual pude reflexionar sobre los problemas de la vida urbana y la sociedad moderna. Así pues resultaba muy lógico que terminara por interesarme en la vida y la cultura de los pueblos indígenas que llevan tantos años conviviendo con la naturaleza.
En el otoño de 2007 tuve la oportunidad de pasar un tiempo con un grupo de ancianos anishinaabe en una cabaña en el Parque Provincial Woodland Caribou. Me acompañaban unos arqueólogos, y por todas partes iban encontrando piezas de herramientas de piedra; me di cuenta de que los anishinaabe habían vivido de esa forma primitiva hasta hacía poco tiempo. En mi viaje de tres semanas en canoa me había sentido muy solo, como si mi compañero y yo fuéramos los únicos habitantes del planeta, pero aquel era, en realidad, un lugar en el que transcurría la vida de un pueblo indígena.
La protección de la tierra heredada
Los pueblos indígenas de Canadá cuentan con tratados con el Estado que garantizan sus derechos tradicionales de caza y uso de la tierra. Pero en realidad la herencia de esas culturas indígenas ha sufrido una ruptura. Desde finales del siglo XIX hasta la segunda mitad del siglo XX las políticas de asimilación del Gobierno obligaron a los pueblos indígenas a estudiar en internados, donde se negaban su cultura e idioma. Los terrenos de caza tradicionales se consideraban terrenos públicos y, en ocasiones, se desarrollaban sin su consentimiento. La vida tradicional se ha visto también amenazada por diversos tipos de contaminación, como el mercurio de las plantas químicas, que ha causado la enfermedad de Minamata, en Grassy Narrows, Ontario.
Fue Sophia Rebliauskas, anishinaabe de Manitoba, quien se puso en marcha para proteger esta tierra. Creó un mapa donde resumió el uso que dan los lugareños a la tierra, y mostró que los bosques y lagos son esenciales para los anishinaabe. En ese momento se hallaba en marcha un plan de construcción de una presa en la zona; aquella fue la gota que colmó el vaso: Sophia decidió trabajar para que la UNESCO registrara esos bosques como Patrimonio de la Humanidad. La zona a registrar también incluía el lugar que yo había usado como área predilecta para fotografiar.
“Lobo blanco”
Conocí a Sophia en el verano de 2010, en un campamento de curación. El propósito de dicho campamento era que cualquiera pudiera participar para sanar su corazón en medio de la naturaleza y recuperar el contacto con sus raíces.
Un ritual importante del campamento era la cabaña de sudoración, donde rigen la purificación y la regeneración. En ellas se cubre un marco de madera en forma de cúpula con un paño, se colocan en ciertos agujeros del suelo piedras calentadas en un horno, y se vierte sobre ellas agua caliente con una cocción de hierbas medicinales. Se cuentan mitos, suenan los tambores y se canta a su ritmo. Los participantes se sientan en círculo, en la oscuridad, sudan en el vapor que se genera, y hablan por turno. Cuando dije en esa cabaña que había soñado con un lobo y había llegado hasta allí, me dieron en el acto el nombre de ese espíritu: Lobo blanco. Para los anishinaabe, el lobo es un símbolo de humildad y un puente entre comunidades.
Un tierra que da vida
El nombre que intentan registrar, como Patrimonio Mundial, Sophia y sus compañeros es Pimachiowin Aki, que significa “la tierra que da vida”. Resultó extremadamente difícil presentar el caso a la UNESCO porque no existían objetivos de protección fáciles de entender, como en el caso de grandes sitios arqueológicos o especies endémicas. En julio de 2018, más de diez años después de que comenzara el movimiento, se logró registrar la zona como el primer Patrimonio Mundial Mixto de Canadá. Podría decirse que las actividades realizadas para proteger la naturaleza de estos lugares han llegado al fin a su punto de partida.
Ese otoño me uní a la cacería de alces, algo que anhelaba hacer desde antes: acampar con una familia anishinaabe, pescar, recoger hierbas y, tras cerca de una semana, atrapar un alce. El despiece del alce no se considera un trabajo, sino un ritual con el que apreciar las bendiciones de la naturaleza.
Los animales se adaptan al medio para sobrevivir
Churchill es una ciudad en la costa de la Bahía de Hudson en el límite norte de Northwoods. En el otoño de 2013 la visité por primera; es un lugar famoso porque muchos fotógrafos acuden a él para capturar imágenes de osos polares. Su alimento principal son las focas. Las atacan cuando están descansando sobre el hielo marino, o cuando asoman por agujeros para respirar. Los osos se reúnen a mediados de noviembre, cuando el mar comienza a congelarse.
En febrero de 2015 yo me hallaba cerca de Churchill, esperando a que algún osezno de tres meses saliera por primera vez de su madriguera al exterior. Llevaba doce días frente a la madriguera, a una temperatura de 50 grados bajo cero. Finalmente aparecieron unos oseznos. En aquel momento pude sentir de cerca la fuerza de los animales salvajes que viven en entornos tan hostiles como aquel.
También tuve el privilegio de conocer al doctor Jim Duncan, quien me ayudó a lograr una comprensión más profunda del bosque. Duncan es un verdadero erudito de los búhos a nivel mundial, y lleva más de treinta años estudiando el cárabo lapón. En la primavera de 2015, con su ayuda, conseguí fotografiar la incubación, la crianza y el momento en que las crías del cárabo abandonaban el nido, utilizando una torreta que construimos a cinco metros del suelo. Observamos también el anidamiento de cárabos norteamericanos, búhos chico y búhos cornudos. Ninguna de las diversas especies de búhos construye sus propios nidos, sino que usa huecos de árboles y agujeros creados por pájaros carpinteros, o nidos de cuervos, águilas y halcones. Las preferencias del nido y los alimentos difieren según la especie, y el hábitat es también distinto. Al aprender más sobre la amplia división de los búhos, descubrí también que existen pequeñas diferencias entre bosques, pese a que parezcan iguales.
A medida que viajaba por Northwoods seguía publicando libros de fotografías cada pocos años. ¿Por qué pasé tanto tiempo visitando los mismos lugares? A modo de respuesta, me gustaría mencionar el libro Mori no oku, mizuumi no hotori (En el bosque, junto al lago), una colección de escenas y palabras agregadas importantes para mí, así como Mori wa miteiru (El bosque está mirando), libro de imágenes para niños (ambos con Fukuinkan Shoten). En ellos traté de imprimir la sensación de que no era yo quien miraba el bosque, sino el bosque quien me miraba a mí.
El coronavirus se lleva el sueño de un libro
A medida que mi red personal y de información se expandía gradualmente, muchas iniciativas comenzaron a dar sus frutos.
En marzo de 2018 encontré por fin una bandada de lobos comiendo venado en los alrededores de Ely. Así logré vislumbrar cómo era su vida en el bosque. Diez días después mi colección de fotografías Shoshite, boku wa tabi ni deta. Hajimari no mori Nōsuuzzu (Y entonces partí de viaje. Mi primer encuentro con el bosque de Northwoods, Asunaro Shobō) ganó el Premio Literario Tadao Umesao de Exploración y Montaña. Aquel era precisamente la obra en la que hablaba sobre mi primer viaje a Ely en 1999, en busca de lobos salvajes.
Llevaba ya mucho tiempo consultando con mis editores la idea de publicar un libro de fotografías cuando se decidiera una exposición grande con mis obras. Finalmente se decidió realizar una exposición fotográfica de dos semanas en Fujifilm Square, sala de Tokyo Midtown, a partir de finales de febrero de 2020. Por fin había llegado el momento.
Se había decidido la publicación de mi primer libro real. No se me ocurría nadie más adecuado para escribir el prólogo que mi fotógrafo favorito, Jim Brandenburg. Viajé a Minnesota para consultar el tema con él y se mostró de acuerdo sin vacilar un segundo. Al leer el texto que me envió, noté cómo las lágrimas empezaban a empañar mis ojos. Había escrito: “El vínculo entre hermanos se forma al compartir una misma pasión, y por medio de la convivencia... Ambos hemos hollado el mismo sendero”. Mi sueño de convertirme en ayudante de Jim, veinte años antes, no se hizo realidad, pero había existido una razón para ello, me daba cuenta entonces.
Sin embargo, la vida trae sus dificultades inesperadas. Justo antes de que se completara mi libro de fotografías y comenzara la exposición en Fujifilm Square llegó el nuevo coronavirus. La conferencia del primer día quedó cancelada, así como la mitad del periodo de la exposición misma. Con el estado de emergencia se cerraron las librerías; el deseo de publicar el libro de fotografías se fue ahogando con la tormenta de la pandemia.
El viaje en pos de los lobos continúa
En febrero de 2021 visité Hokkaidō por trabajo. Pensé que se trataba de una buena oportunidad para aprender más sobre los indígenas ainu, de modo que fui a Nibutani Kotan (en la ciudad de Biratori), lugar de fuerte tradición, así como al complejo nacional Upopoy (en la ciudad de Shiraoi), instalaciones donde se presenta al público la cultura ainu. Mientras caminaba al aire libre, en Upopoy, recibí la noticia de que me habían concedido el premio Domon Ken. En aquel momento el viento frío pareció atravesar mi cuerpo. Y al mismo tiempo me sentí como si alguien estuviera apretándome con fuerza.
Durante los últimos veinte años he estado buscando a tientas por los bosques. A veces llegaba a un callejón sin salida y me veía obligado a dar un rodeo. Aun así, fue únicamente gracias al apoyo de muchas personas que pude continuar avanzando hacia mi distante objetivo.
Pero no puedo quedarme donde estoy. Hay aún muchos lugares en Northwoods a los que no he ido. Y también deseo registrar los rápidos cambios en la vida de los pueblos indígenas de la zona. Y lo mejor de todo es que todavía no he logrado sacar una fotografía satisfactoria de un lobo. ¿Cuánto puedo acercarme a un lobo salvaje, yo, que crecí en Tokio? Ese proceso es, precisamente, la historia que quiero narrar ahora sobre los seres humanos y la naturaleza.
¿A dónde quiere llevarme el lobo que apareció en mi sueño aquel día cuando decidí convertirme en un fotógrafo? Mi viaje por verlo con mis propios ojos continúa.
(Este artículo concluye la presente serie.)
Imágenes: Ōtake Hidehiro
(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado: unos oseznos polares luchan jugando junto a su madre; imagen de 2015)