Un fotógrafo japonés en el norte salvaje
Ōtake Hidehiro, un fotógrafo en los bosques del norte: los incendios forestales y la fuerza de la vida
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La llama
(Continúa desde la tercera parte)
En 2004, en compañía de Wayne, un experimentado piragüista, completé un largo viaje en canoa por el Parque Provincial Woodland Caribou, en Ontario, Canadá. Al finalizar visitamos la oficina del parque, en Red Lake, donde ofrecimos todo tipo de información útil para piragüistas: la irregularidad de las vías, el portage(*1)) y los niveles de agua de los ríos y los lagos. Wayne, que viaja al principio de cada primavera y trae información de todos esos viajes, es una especie de mensajero del bosque.
El director del parque, Doug Gilmour, al saber que había llegado desde el lejano Japón para realizar fotografías, me recibió amablemente. Además era, como yo, un gran fanático del fotógrafo de la naturaleza Jim Brandenburg, y me confió: “Si sacas fotos en este parque, no te voy a escatimar mi apoyo”.
Esa noche Doug nos invitó a su casa; al llegar me impresionó un cartel que tenía colgado en la pared de la sala de estar, en el que se podía admirar una manada de caribúes saltando sobre el agua, a contraluz. Se trataba de una de las obras maestras del fotógrafo Hoshino Michio. Doug me contó que era una de sus fotografía favoritas. Me parecía increíble haber encontrado una fotografía de Hoshino en aquella remota ciudad. Mis deseos de convertirme en fotógrafo habían surgido por primera vez cuando estaba en mi segundo año de universidad, precisamente al entrar en contacto con los escritos y libros de fotografía de Hoshino Michio. Wayne, que lo sabía, me susurró: “¿No será que has encontrado tu llama?” Esa “llama” se refiere a los hitos en el camino que conducen hasta el próximo lago, en un viaje en canoa. Para crearlos se raspa el tronco de un árbol, sacando así un luminoso color blanco que se destaca incluso en los bosques más oscuros. En mi caso aquel cartel parecía brillar del mismo modo, mostrándome el camino a seguir.
Decidí solicitar un visado de vacaciones de trabajo el año siguiente y pedir ayuda a Doug, con el objetivo de quedarme en Red Lake durante un año.
Llegué a Canadá en agosto de 2005. Busqué un lugar para vivir, pero Red Lake es la ciudad minera de oro más grande del mundo; los alquileres no eran muy diferentes a los de Tokio, y no encontraba ningún sitio libre para solteros. Cuando me hallaba ya al borde de la desesperación conocí a una familia que alquilaba canoas y equipamiento, y ofrecía servicios de guía, y terminaron por alquilarme un piso remodelado como alojamiento simple.
El encuentro con el lobo de mi sueño
Mi primer plan era hacer campamento en solitario durante un mes. Le pedí a Wayne que me prestara una tienda de campaña y una estufa de leña, compré un secador de alimentos y sequé un montón de fruta, carne, verduras y salsa para pasta. Cargué la canoa que había alquilado y el equipo de campamento en un hidroavión, con el que los hice llevar hasta el interior del parque. Después de aterrizar en el lago quedé con el piloto en que me recogería un mes después.
Instalé mi campamento base, amontoné algo de leña y deambulé a diario por el bosque, con mi mapa y mi brújula. Un día me hallaba, tras una suave pendiente, a punto de alcanzar la cima; al asomarme desde lo alto escuché un aullido. Me giré sorprendido hacia el fondo del valle, desde donde venía el sonido, y vi cómo un enorme lobo negro escapaba hacia las profundidades del bosque en un abrir y cerrar de ojos. No tuve ni un instante para poder levantar la cámara. ¿Cómo había notado mi presencia, a pesar de la altura a la que yo me hallaba? Sus sentidos debían poseer una increíble nitidez.
A principios del año siguiente me embarqué en un viaje de invierno con Wayne. El lago estaba congelado, por lo que no podíamos usar la canoa. De modo que, para poder viajar, colocamos nuestro equipaje en un trineo tradicional de Northwoods y tiramos de él nosotros mismos. También nos pusimos raquetas en los pies para no hundirnos en el polvo de nieve.
Una mañana, con una temperatura de veinte grados bajo cero, fui a sacar agua y vi un punto negro en la distancia. Era un lobo. Al parecer había acudido para investigar el hoyo en el que habíamos pescado el día anterior. Esta vez sí tuve tiempo de pulsar el obturador. No era más que una mota minúscula en el visor, pero aquella fue la primera vez que logré fotografiar a un lobo salvaje. Era la respuesta: me estaba acercando a mi objetivo paso a paso.
El bosque de mis recuerdos, perdido en las llamas
En el verano de 2006 se produjo un gran incendio forestal en el parque. Una combustión espontánea, causada por un rayo y avivada por el viento, se extendió de golpe. Era el incendio número cuarenta y cuatro que se producía en el área de Red Lake ese año. Según dicen, solo en el área de Northwoods, donde el suelo es somero y se seca con rapidez cuando no llueve, ocurren cerca de cien incendios al año. El área quemada en esta ocasión incluía los bosques y lagos que había visitado en mi viaje en canoa con Wayne.
¿Qué significaba que el bosque hubiera ardido? Aquel lugar lleno de recuerdos había desaparecido, pero aun así pensé que debía verlo con mis propios ojos y hacer un registro gráfico de los restos. Pedí a los bomberos que me llevaran en helicóptero casi hasta el centro del área destruida por el fuego. El hermoso bosque que me había recordado a un jardín japonés en aquel entonces estaba ahora calcinado por completo; aquella superficie desnuda que se extendía por todas partes resultaba realmente dolorosa para mí.
Mantener el equilibrio
Mirara donde mirara no podía siquiera descubrir rastro de musgo o maleza. Únicamente el lecho de roca del Escudo Canadiense, formado hace más de dos mil millones de años, se extendía hacia el infinito, y había lugares que habían alcanzado temperaturas tan altas que se habían pelado, como si la roca no fuera más que un fino pellejo. Todos los árboles habían muerto, pero las piñas del pino de Labrador, la especie principal de la zona, estaban abiertas. Por lo general están recubiertas de resina; solo cuando las llamas las calientan se abren por primera vez y dejan caer sus semillas. Dicho de otro modo, el pino de Labrador pasa el relevo a la siguiente generación en parte gracias a los incendios forestales.
Cuando navegamos en canoa, en la primavera, habíamos visto la parte más profunda del bosque cubierta de musgo y líquenes, lo cual la convertía en un terreno propicio para que los caribúes, que se alimentan de liquen de los renos, invernaran. A medida que los árboles altos se quemaban y el terreno se hacía más soleado, la hierba probablemente crecería más rápido y ciertas aves acuáticas, como los gansos canadienses, acudirían a la zona. En cinco años los arbustos de arándanos darían fruto y los osos vendrían a comérselos. En diez años, con una buena población de árboles jóvenes, el lugar se convertiría en un excelente escondite para las liebres americanas y acudirían cada vez más linces en su busca. Los bosques cambiarían de flora y fauna con el paso de los años.
El bosque joven, el bosque viejo… Desde la perspectiva de la biodiversidad resulta esencial que bosques de distintas edades existan en un equilibrio en forma de mosaico, y los incendios forestales son una actividad natural que se ha repetido desde siempre, y que ayuda a mantener un ecosistema rico. Sin embargo en los últimos años se está extendiendo la opinión de que la frecuencia de dichos incendios está aumentando debido a unas temperaturas anormalmente altas y a la sequedad producto del cambio climático. Yo trato de retratar esa transición cada cinco años, más o menos.
Aprender de los aborígenes
Los beneficios de poder sentar la cabeza durante un año y pasar el tiempo allí fueron innumerables. Fue una gran fuente de felicidad poder sentir los cambios de las cuatro estaciones en mi piel, la alegría de la primavera dándome la bienvenida tras el largo invierno. La sucursal del Ministerio de Recursos Naturales, donde está la oficina del parque estatal, cuenta con expertos prácticos en geología, silvicultura, mantenimiento de la naturaleza, extinción de incendios, etc. Se trata de personas muy generosas con su tiempo, que respondían a todas mis preguntas. Para mí era como una escuela, y cuantos trabajaban allí eran mis maestros. Tras aquella experiencia decidí extender mi visado, pero tuve que regresar a Japón un año y medio después, al quedarme sin fondos.
Un campo de investigación que se expande con el tiempo
En 2009 decidí publicar un libro de imágenes para bebés llamado Mori no dōbutsu (Animales del bosque, Fukuinkan Shoten), y realicé una exposición fotográfica en el Museo Ciudadano de Arte de Setagaya, en Tokio, para conmemorar la publicación. Mucha gente vino a verla porque yo ya había publicado Takusan no fushigi. Entre los visitantes se encontraba el productor del programa de naturaleza de la NHK Wairudoraifu (Vida salvaje). Aquel encuentro fue el motivo por el que se decidió que yo participaría en un programa en el que, como guía, presentaría Northwoods. Era mi oportunidad de aprovechar al máximo la experiencia y la técnica que había cultivado hasta ese momento.
El programa visitó lejanos parques nacionales, algo que llevaba mucho tiempo anhelando, y vastas dunas de arena, e incluso logró convocar en pantalla a un ejemplar del ciervo más grande del mundo, el alce, en lo profundo del bosque. En la caza tradicional se utilizan reclamos con los que se imita la voz de las hembras durante la temporada de reproducción de otoño, para atraer a los machos. Un amigo guardabosques del Servicio de Parques Nacionales me enseñó cómo realizar ese reclamo, y me prestó un megáfono cubierto con una corteza de abedul. Cuando mi voz llegó hasta los animales salvajes y vi los enormes cuernos de uno de ellos al otro lado de unos arbustos, me sentí profundamente conmovido. En ese tipo de bosques de poca visibilidad los animales salvajes se comunican entre sí sin necesitar la visión. Poder comprender aquello por mí mismo resultó una valiosa experiencia.
Poder expresar ese nuevo mundo por medio de mis libros de fotografía: ese ha sido uno de mis grandes objetivos desde que me hice fotógrafo. No resulta fácil aumentar el número de fotografías que se pueden denominar realmente “obras”, pero me siento impulsado a ir recopilando, una a una, las piezas de ese rompecabezas enterrado en Northwoods. “Un buen trabajo requiere tiempo”, me dijo una vez Jim Brandenburg, y esas palabras me ayudaron mucho.
El encuentro con los Anishinabe, indígenas que continúan viviendo como cazadores-recolectores, me dio una nueva perspectiva que considerar, mientras proseguía mis viajes.
(Continúa en la última parte)
(Tras el rastro de los lobos)
(Un ofrecimiento unido a un sueño)
(En canoa hacia un mundo desconocido)
Imágenes: Ōtake Hidehiro
(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado: un alce macho acude atraído por un reclamo que imita el bramido de la hembra – imagen de 2011)
(*1) ^ portage: pequeños senderos entre lagos o corrientes por los que se debe cargar con la canoa, cuando no se puede avanzar sobre ella. Al caminar por el portage se lleva a cuestas tanto el equipaje como la embarcación.