Un fotógrafo japonés en el norte salvaje
Ōtake Hidehiro, un fotógrafo en los bosques del norte: un ofrecimiento unido a un sueño
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El fotógrafo de naturaleza Ōtake Hidehiro, de 46 años, lleva mucho tiempo fotografiando los tesoros de la flora y la fauna de Northwoods, en el norte central de Norteamérica. En 2021 obtuvo el Premio Domon Ken por Nōsuuzzu seimei wo ataeru taichi, obra en la que recopila las mejores imágenes de veinte años de trabajo.
No pude ser el ayudante de Jim
(Continúa la historia de Tras el rastro de los lobos)
Había enviado una carta a Jim Brandenburg, fotógrafo de naturaleza a quien admiraba, pidiéndole que me aceptara como ayudante, pero por algún motivo la carta no llegó. Ya en persona volví a explicarle su contenido, pero mientras estaba aún hablando se me saltaron las lágrimas y no pude continuar. “No te preocupes. Esas lágrimas son señal de que tus sentimientos vienen de un rincón muy profundo de tu corazón”, me dijo.
Por desgracia su respuesta a mi petición fue que no necesitaba ningún ayudante. Y a pesar de ello comprendió cómo me sentía. “Es importante enfrentarse solo a la naturaleza. Para hacer un buen trabajo se requiere mucho tiempo, así que es mejor que empieces ya mismo”, me dijo, y me permitió alojarme en una cabaña de su propiedad durante los dos meses y medio que me quedaban de estancia en el país. Podría sacar fotos junto a aquel fotógrafo que tanto admiraba; pero lo que era más: me dijo que también echaría un vistazo a mi trabajo. No pude llegar a ser su ayudante, pero todo salió a pedir de boca.
Todo viaje comienza con el primer paso
Durante esa estancia Jim me presentó a Will Steger como “El mayor explorador de entre todos los estadounidenses vivos”. En 1990 dirigió un equipo internacional formado por miembros de seis países que fue el primero del mundo en cruzar la Antártida en trineo tirado por perros.
En aquella época Will ya había dejado atrás sus días de trineo, y había construido con sus asociados el Steger Wilderness Center, un edificio de cinco pisos en mitad de los bosques para documentar y educar sobre problemas medioambientales. Aquel encuentro con alguien que había dejado su impronta en la Historia destruyó muchas ideas preconcebidas que yo llevaba en mi interior. Más adelante en mi estancia pasé un tiempo también en el cobertizo de lanchas de su casa, ayudando a barnizar los marcos de las ventanas mientras fotografiaba la naturaleza de los alrededores.
Un día acompañé a Will a una conferencia que iba a dar. Allí un joven le preguntó cómo podía llegar a ser explorador, como él. Will le contestó con sencillez: “¡Ponte unas botas y sal a caminar!” Todos los viajes, sin importar su escala, comienzan con un primer paso.
Más que técnica, qué es lo que se intenta ver
Pasé mis días sacando fotos y contemplando la naturaleza, con la sensación de que había vuelto a nacer, en cierto modo. Era aún la época de los carretes de fotografía. Cada vez que comprobaba lo que había retratado, después de revelarlos, me hundía: todas las imágenes eran muy diferentes a lo que esperaba. Justo antes de volver a Japón tuve la oportunidad de enseñarle mis fotografías a Jim. Eligió algunas que le gustaban, diciendo: “Estas son muy hermosas. Tienes buen ojo”. “Eso no puede ser. Dime la verdad, por favor”, le insistí, y él contestó: “La técnica es algo que se aprende con la práctica. Lo importante es qué es lo que intentas ver, tu corazón al hacerlo. Muchas personas miran las flores o los animales, pero tú te fijas en otras cosas, como el rocío, las nubes o las siluetas en el bosque, y buscas todo tipo de colores. Me gusta mucho tu forma de mirar”. Ese fue el momento en el que comprendí que, si bien me faltaba mucho en el apartado técnico, no me había equivocado en mi dirección.
Trabajar, viajar, repetir
Me despedí de Jim y así terminó mi viaje de tres meses por Norteamérica. Y sin embargo el verdadero viaje en busca del lobo que había visto en mi sueño no había hecho más que comenzar. Tras regresar a Japón empecé a trabajar a tiempo parcial para ahorrar dinero.
Trabajaba hasta tener dinero para viajar a Ely, y cuando el dinero se agotaba regresaba a Japón para trabajar; ese ritmo de vida duró unos tres años. Cuando estaba en Ely vivía en una cabaña, en el terreno de Will Steger, que él había usado en sus tiempos de explorador como zona de prácticas, y allí ayudé cortando leña y dedicándome a otros quehaceres mientras seguía fotografiando.
Adiós a mi sueño
Seguía buscando lobos en los bosques; consulté con investigadores y con el Departamento de Recursos Naturales de Ely, pero no había información fiable. Me hablaron sobre un pantano al que solían acudir los alces, así que fui al lugar y esperé desde el amanecer. Caminé siguiendo los rastros de los animales, y estuve a punto de pisar a un cervatillo recién nacido. El ciervo no mostró ninguna señal de miedo; en aquel bosque en el que supuestamente vivían lobos solo trataba de confundirse entre la vegetación. En otoño vi ardillas rojas, atareadas recolectando piñas de pino, y de noche me deslumbró la primera aurora boreal de mi vida. Todas fueron experiencias inolvidables, pero seguía sin poder fotografiar a los lobos. Encontraba rastros y excrementos de los animales, pero los lobos son seres muy cautelosos y jamás dejan que los humanos los vean.
Me di cuenta de que la mayoría de mis fotografías eran de árboles caídos. No podía conseguir las imágenes que quería; me sentía mentalmente atascado. A finales de 2001 me desperté una noche en mi habitación y me di cuenta de algo terrible: vivir como creador significaba quizá caminar por la cuerda floja sobre un valle profundo. Al principio era algo divertido que me entusiasmaba y me empujaba hacia delante, pero cuando me calmaba y miraba hacia abajo ya no podía moverme. No tenía talento. Era algo muy difícil de aceptar, pero si quería vivir tendría que abandonar la idea de ser un fotógrafo.
Una cafetería que me cambió la vida
Empecé a buscar trabajo en otras áreas. Finalmente me contrató a tiempo parcial una empresa de producción editorial que atendía a varias revistas. Trabajaba cada día hasta bien entrada la noche, o incluso hasta el amanecer. Mi puesto, en teoría, era de ayudante editorial, pero también empezaron a pedirme que sacara fotos, ya que tenía el equipo necesario. Y sin embargo aquel era un mundo nuevo para mí: fotografías de personas y locales, incluso de comida, usando flash, filtros y otras técnicas. Estudié arduamente, imitando las técnicas de otros fotógrafos. Después de un año trabajando así, empecé a sentirme satisfecho de las fotos que estaba sacando, y me hice independiente. Fue por esa época cuando comencé a frecuentar una cafetería kissa llamada Heikinritsu, que había fotografiado para un trabajo y que después me cambiaría la vida.
El nombre del local proviene del título en japonés de El clave bien temperado, de Bach, y por supuesto es una cafetería de ambiente clásico. Me gustaba su aire tranquilo, así como el café tostado al carbón que servían en unas tazas muy elegantes. Una noche, en 2003, le conté al dueño que había estado viajando a Minnesota para sacar fotos, y me pidió que le enseñara algunas la próxima vez. Unos días después le mostré uno de mis álbumes al dueño, que me dijo: “Qué buenas fotos. ¿No te gustaría hacer una exposición con ellas?”
Supongo que, en el fondo, había una parte de mí que no había abandonado mi sueño. Enseguida me puse a trabajar para preparar la exposición. Envié panfletos a los departamentos editoriales de varias revistas, con la idea de que se vieran lo más posible. No obstante, una exposición de la mano de un don nadie, con fotografías de un lugar llamado Northwoods del que nunca habían oído hablar no resultaba nada atractivo para sus lectores. Solo vino una persona del mundo editorial, un editor de la revista Gekkan takusan no fushigi (Muchas maravillas, Fukuinkan Shoten).
Palabras de ánimo de un editor
El hombre en cuestión me escribió para quedar unos días después, y cuando acudí a la cita vi que se trataba de un editor veterano. Hablaba con calma y suavidad. “Me quedan dos años para jubilarme, pero creo que ya he encontrado lo que realmente quiero hacer. ¿Por qué no publicamos un libro juntos?”
Takusan no fushigi es una revista mensual ilustrada en formato libro que nació en 1985. Orientada a estudiantes de tercer y cuarto curso de primaria, también cuenta con muchos seguidores adultos. Yo mismo seguía la publicación y sabía que ciertos fotógrafos cuya obra admiraba, como Hoshino Michio, habían trabajado en algunos de sus números. Una oferta como aquella, de una editorial que yo admiraba tanto, me parecía demasiado buena para ser cierta. Y al mismo tiempo dudaba de que mis fotografías estuvieran a la altura. Volví a casa y trabajé sobre algunas ideas. Pensé en organizar algunas imágenes de los paisajes del norte y de su fauna salvaje según la estación. No había podido ver ningún lobo, pero quería expresar lo elusiva que resulta su presencia por medio de mi experiencia.
Cuando entregué el primer manuscrito me aterraba la idea de decepcionar al editor; me parecía que el corazón me iba a estallar en el pecho. Echó un vistazo al documento entero y luego me dijo, mirándome a los ojos: “Como suponía, Ōtake, tienes mano para escribir para los niños. No te preocupes; lo vas a hacer aún mejor”. Recibir esas palabras de apoyo de aquel veterano, que había trabajado con autores de libros para niños como Horiuchi Seiichi, Anno Mitsumasa o Ishii Momoko, supuso una ayuda inestimable para mi moral.
El título del libro sería Nōsuuzzu no mori de (En los bosques de Northwoods), y se publicaría como número de septiembre de 2005, según me informó el editor. “Vuelve a la naturaleza cuanto antes, Ōtake. Tú puedes”.
(Continúa en la tercera parte)
Imágenes: Ōtake Hidehiro.
(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado: Un cervatillo recién nacido que el autor encontró en su camino, en 2000. Su única defensa contra los lobos, en el bosque, es permanecer muy quieto y tratar de confundirse con la vegetación. Imagen de 2000)