Un fotógrafo japonés en el norte salvaje
Ōtake Hidehiro, un fotógrafo en los bosques del norte: tras el rastro de los lobos
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Northwoods (“bosques del norte”, bosque boreal que se halla en el norte de Estados Unidos) es un lugar en el que el fotógrafo Ōtake Hidehiro ha pasado años retratando la belleza natural. Su obra Nōsu uzzu – seimei wo ataeru daichi (Northwoods – la tierra que da vida), en la que se recogen sus mejores imágenes de los últimos veinte años, ha resultado ganadora en la 40.ª edición del premio Domon Ken. El Museo Ken Domon de Fotografía, en Sakata, prefectura de Yamagata, realizará a partir de octubre de 2021 una exposición conmemorativa de la obra ganadora.
Todo comenzó con un sueño
Era el otoño de mi cuarto año de universidad. Me había acostado en mi apartamento de Tokio, una estrecha habitación que apenas llegaba a los cuatro tatamis y medio de superficie, cuando me di cuenta de que estaba en una oscura cabaña de madera. Me acerqué a la ventana, por la que se colaba algo de luz, y descubrí fuera un paisaje de coníferas, cubierto de nieve, en algún lugar del norte. En un instante apareció sigilosa una sombra gris y se detuvo junto a un árbol para girarse hacia mí. Era un lobo. El animal me clavó su mirada, y luego desapareció a la carrera entre la vegetación. Entonces desperté de verdad. En el techo en penumbra, sobre mí, flotaba aún la imagen del lobo que había visto en mi sueño.
En aquella época yo ya había decidido hacerme fotógrafo de naturaleza, y buscaba temas con los que empezar. Había innumerables regiones que me llamaban: los eriales de Alaska, la sabana africana, el Amazonas, las montañas del Himalaya, los bosques tropicales del Sudeste Asiático, el Polo Norte, el Polo Sur… Me costaba decidirme por uno. Para poder reunir mis fotografías en un volumen tendría quizá que dedicar mi vida entera a ese trabajo. Necesitaba encontrar un tema al que solo yo pudiera dedicarme.
Mi encuentro con “Hermano lobo”
Hasta aquel sueño nunca había considerado los lobos como posible tema. Hacía más de cien años que habían desaparecido del archipiélago japonés. Visité la biblioteca con la intención de investigar un poco más. Allí descubrí el libro de fotografías Brother Wolf: A Forgotten Promise (Hermano lobo: una promesa olvidada), de Jim Brandenburg.
Jim Brandenburg, conocido por su trabajo en contrato fijo para National Geographic, es uno de los mejores fotógrafos de naturaleza del mundo. Brother Wolf es una recopilación de imágenes de lobos que realizó en Minessota. Al pasar sus páginas me encontré con fotografías del animal que había visto en mi sueño, imágenes tan vívidas que parecían a punto de saltar del papel. Ese libro me robó el corazón. Me hizo sentir que una vida dedicada a experimentar con mis cinco sentidos aquel mundo natural sería una vida realmente maravillosa. Quería ver aquel lobo con mis propios ojos. Por fin había encontrado mi propio tema.
Aspirante a periodista criado en la ciudad
No es que yo hubiera sido desde niño un amante de la naturaleza y un aficionado a la fotografía. Nací en Maizuru, en la prefectura de Kioto, pero nos mudamos al distrito de Setagaya, en Tokio, cuando yo aún era estudiante de preescolar. Mi familia no hacía acampadas ni subía al monte. Toda mi experiencia con la naturaleza se reducía a perseguir mariposas y libélulas cerca de nuestro edificio de apartamentos, cuando estaba en primaria. Era un niño tímido, y al entrar en la secundaria me costaba mucho expresarme en público en asignaturas como música o arte. Ya en el instituto, veía cada día, por la ventana del tren en mi camino a clase, el famoso cruce de Shibuya.
Finalmente decidí estudiar sociología en la universidad y hacerme periodista. Los exámenes de entrada me costaron bastante, quizá por mi bajo nivel de inglés. En la escuela apenas le había prestado atención porque no pensaba que fuera a vivir en otro país. Tras dos años intentándolo por fin logré entrar en la universidad que había elegido como primera opción, y allí descubrí el club Wandervogel, que cambió mi vida.
Lo que comprendí con una vida simple en la naturaleza
Wandervogel significa “pájaro migratorio”, en alemán. Las actividades de los clubes con ese nombre varían mucho dependiendo de la universidad, pero lo que a mí me llamaba más la atención era el sawanobori que se practicaba en el club: “subir por el agua”. Se trata de una clase típicamente japonesa de montañismo, en la que los practicantes ascienden el curso de algún río de montaña, buscando su fuente.
Montábamos nuestras tiendas junto a claros arroyos, nos calentábamos junto a la hoguera y dormíamos bajo las estrellas. Al ir acostumbrándome a esa vida de acampar en lugares sin electricidad ni agua de grifo la vida cómoda de la ciudad se me iba haciendo cada vez más extraña. Empecé a hacerme todo tipo de preguntas: ¿Qué es el ser humano? ¿A dónde se dirige? Me di cuenta de que después de graduarme quería seguir viajando al corazón de la naturaleza, ahondando en la relación entre ella y los humanos, y comunicar lo que había visto y sentido a todo el mundo. Para lograrlo elegí la cámara como instrumento, y decidí ser fotógrafo.
De perdidos, al río
Tan pronto como decidí que mi tema iba a ser los lobos, escribí una carta a Jim (Brandenburg). Quería trabajar para él como ayudante al tiempo que aprendía el oficio de fotógrafo. Yo sabía que se trataba de algo difícil de conseguir, pero estaba lleno de determinación. Mientras todos mis compañeros de clase se iban colocando ya en diversas empresas, mis esfuerzos por lograr un empleo se reducían de momento a esa carta.
Me gradué sin llegar a recibir respuesta de Jim. Y sin embargo no sentía deseos de abandonar; más bien decidí ir directamente a llamar a su puerta. No tenía conexiones de ningún tipo; ¿cómo iba a lograr conocer a aquel fotógrafo tan famoso? Pero pensé que, de perdidos, al río. Me había embarcado en aquel viaje guiado por el lobo de mi sueño, así que estaba dispuesto a descubrir lo que me esperaba en el camino. Y ese pensamiento me llenaba de excitación.
Un mundo de bosques y lagos
No sabía con exactitud dónde realizaba sus fotografías Jim, pero en su libro decía que la ciudad más cercana era Ely, en el norte de Minnesota. Me cargué a los hombros la mochila, de buen peso debido a los útiles de acampada, y en mayo de 1999 llegué al Aeropuerto Internacional de Minneapolis, en la que era mi primera visita a Estados Unidos. Mi billete de avión llevaba un descuento especial que impedía cambiar el día de vuelta, de modo que estaba preparado para pasar los siguientes noventa días en el país, sucediera lo que sucediera.
Viajé en autobús hacia el norte, y aunque llegué hasta Duluth, desde ese lugar ya no había más transporte público. Se hizo de noche antes de que pudiera decidir nada, así que me alojé en un hostal y le expliqué la situación al dueño, el cual se ofreció a llevarme hasta Ely en coche. En el mapa de la zona vi que el área estaba cubierta de incontables lagos. Se trataba de Boundary Waters Canoe Area Wilderness (Zona salvaje del área de canoas de las aguas limítrofes), uno de los lugares más famosos de Estados Unidos para la exploración en canoa; en ese momento supe que el estudio de Jim estaba en la orilla del lago Moose. Existían carreteras para llegar al lugar, pero no sentía deseos de llegar allí en coche, a toda prisa. Si era rechazado como aprendiz mi único objetivo para aquel viaje se desvanecería de pronto.
Encontré en el mapa una ruta de canoa, y adquirí, en lugar de una verdadera canoa, un kayak, más manejable para un principiante como yo, con el que partí hacia el lago Moose. En las partes que no estaban conectadas por el agua tenía que cargar con la embarcación y el equipaje por algún sendero. En total solo encontré tres lugares así. En circunstancias normales habría tardado tres días y dos noches, más o menos, pero decidí tomarme mi tiempo.
Acercar el sueño con mis propias manos
Yo confiaba en mi capacidad para sobrevivir en la naturaleza, pero me hallaba en un terreno desconocido, viajando solo sobre el agua por primera vez; mentiría si dijera que no estaba algo nervioso. Sin embargo, antes de partir había acribillado a preguntas al guía de una tienda de utensilios de acampada, y tenía la impresión de que no sería un viaje tan peligroso.
En el punto de partida, en el lago, asistí a una clase de cinco minutos sobre la forma correcta de remar. El kayak era más estable de lo que había imaginado. La superficie del agua quedaba justo al alcance de la mano, y al usar el remo el kayak avanzaba sin dificultad. El movimiento era tan suave que parecía que el paisaje me estuviera saliendo al encuentro, más que avanzar yo. Era una sensación muy fresca, algo que nunca había experimentado.
Cada día iba avanzando poco a poco en el camino. Era un verdadero placer viajar por aquella tierra que solo había visto hasta entonces en el libro de fotografía de Brandenburg. Sentía que con cada golpe de remo iba acercando mi sueño con mis propias manos.
Como caer desde lo alto de una catarata
Durante la travesía el tiempo empeoró, y aunque me refugié en mi tienda de campaña resultaba enervante escuchar los rayos de una fuerte tormenta en mitad de la noche. Los castores trataban de intimidarme golpeando la superficie del agua con la cola. También me preocupaba mucho que se pudieran comer el remo de madera del kayak. Tras ocho días llegué por fin al lago Moose. Me alojé en un hostal para pescadores, y aunque busqué el estudio de Jim no encontraba otra cosa que carteles de “Propiedad privada – prohibido el paso”. Estaba atascado de nuevo.
Cuando uno tiene problemas tiene que pedir ayuda. Hablé con el dueño del hostal y, para mi sorpresa, vi que se apiadaba de mí, un pobre japonés que había llegado al lugar remando, y concertó una cita a través de un amigo para que yo pudiera conocer por fin a Jim. Unos días después me llevó en su coche hasta el estudio de Brandenburg. Si la vida es como la corriente de un río, pasar por un umbral como el que estaba cruzando en ese momento era como caer desde lo alto de una catarata.
Tras el rodeo, el tan deseado primer encuentro
Lo primero que hizo Jim cuando salió a recibirme a la entrada fue saludarme en japonés: “Konnichiwa!” Me había preocupado mucho el momento en que finalmente lo conociera, pero enseguida vi que no nos faltaban temas de conversación, y empezamos a hablar sobre mi viaje, sobre los somorgujos, los nidos de águilas calvas que había visto y otras cosas. Me resultó muy útil realizar aquel rodeo y experimentar la naturaleza con mis propios sentidos, al final.
Sin embargo aquella charla casual llegó a su fin, y le comenté el motivo real de mi viaje hasta su estudio. Necesitaba una respuesta a la carta que le había enviado, solicitándole que me aceptara como ayudante.
(Continuará en la segunda parte)
Imágenes de Ōtake Hidehiro.
(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado: En lo más crudo del crudo invierno, en Manitoba, Canadá, un lobo cubierto de pelaje invernal cruza la nieve a cuarenta grados bajo cero. Imagen de enero de 2015.)