Grandes figuras de la historia de Japón
Abe Kōbō: un escritor vanguardista para leer en tiempos de confusión
Literatura Cultura- English
- 日本語
- 简体字
- 繁體字
- Français
- Español
- العربية
- Русский
Al morir en 1993, se decía de Abe Kōbō que era el escritor con más posibilidades de recibir el Premio Nobel de Literatura. Su novela más famosa, Suna no onna (La mujer de la arena, 1962), había sido traducida a más de 30 lenguas. Abe continúa siendo foco de atención internacional después de su muerte, como lo demuestra el hecho de que, desde la entrada del nuevo siglo, investigadores de Alemania, Italia, Corea del Sur, Estados Unidos, Venezuela, China y Canadá hayan publicado en total 13 estudios monográficos sobre él. Durante 2024, año en que se cumple el centenario de su nacimiento, se han publicado tres libros de bolsillo, un álbum fotográfico, y varios estudios y números especiales de revistas sobre él. En la sala Cinemavera Shibuya (Tokio), se ha proyectado un ciclo de películas en las que Abe colaboró, y el director Ishii Gakuryū ha llevado al cine la novela Hakootoko (El hombre-caja, 1973), que ha obtenido buena acogida. En el Museo de Literatura Moderna de Kanagawa se organizó además una exposición especial bajo el título de “Exposición de Abe, eje de la literatura del siglo XXI”. En este artículo ensayaremos un acercamiento al secreto de este autor, cuya popularidad trasciende épocas y fronteras nacionales.
Un espíritu transfronterizo de los medios
La vida de Abe Kōbō comienza a la par que la revolución mediática del siglo XX. Nacido el 7 de marzo de 1924 en Tokio, tenía ocho meses cuando su familia se trasladó a Manchuria. Su infancia y primera juventud transcurrió en la ciudad de Fengtian (actual Shenyang), donde su padre trabajaba como médico. Las emisiones de radio que comenzaron en Tokio y en la ciudad manchú de Dalian el año de su nacimiento, llegaron a Fengtian cuando Abe tenía nueve años.
En 1940 Abe regresó a Tokio. Estudió en el Instituto de Seijō (actual Instituto de Seijō Gakuen) y en 1943 ingresó en la Facultad de Medicina de la Universidad Imperial de Tokio. Aunque consiguió graduarse en 1948, renunció a ejercer como médico, volcándose desde esta fase de su vida en la actividad creativa. Tras debutar como novelista, produjo algunos seriales radiofónicos y obras dramáticas para el shingeki o nuevo teatro japonés. En 1958 escribió un guion para una telenovela, apenas cinco años después del inicio en Japón de las emisiones televisivas. En 1962 comenzó a trabajar también como director y como intérprete en telenovelas.
En todas estas actividades, Abe siempre trató de contar con las últimas novedades tecnológicas. No tardó, por ejemplo, en servirse en sus seriales radiofónicos del magnetófono, que había comenzado a comercializarse en 1950. Inspirándose en el flexi disco, propuso la idea de adjuntar como suplemento a las publicaciones un disco de imagen que bautizó “Kinoshīto”. Después de organizar en 1973 su compañía teatral Abe Kōbō Studio, colocó en su domicilio un sintetizador que empezó a utilizar para dar música a sus obras teatrales en 1976. Se dice que fue también el primer escritor japonés en escribir una novela con un procesador de textos en 1982, apenas cuatro años después de que Tōshiba lanzase al mercado la novedad. Los automóviles también le atrajeron, y desde 1960, un lustro antes de que se produjera el gran boom del automóvil, fue propietario de varios y recorrió en ellos Japón. En 1985 inventó el “Chenijī”, unas cadenas para la nieve que podían ponerse y quitarse sin la ayuda de un gato. Su invento llegó a venderse en los grandes almacenes Seibu. Así pues, Abe no solo introducía en su vida las últimas tecnologías: inventaba también él mismo.
Reescribir con goma de borrar
Abe Kōbō nunca cultivó el género autobiográfico del shishōsetsu, corriente principal de la novelística moderna japonesa. Su primera novela, Owarishi michi no shirube ni (“En el hito al final del camino”, 1948, es un texto filosófico de difícil interpretación, una ficción que refleja en buena medida las memorias de un amigo íntimo muerto en Manchuria. Después Abe da un giro radical, adoptando un estilo más legible en su colección de relatos Kabe (“La pared”), con historias como la de un hombre que pierde su nombre u otro que se transforma en un capullo de seda. Por esta obra, Abe se hizo acreedor al prestigioso Premio Akutagawa (1951). En Kemono-tachi wa kokyō wo mezasu “Las bestias vuelven a casa”, 1957), novela en la que describe las aventuras de un grupo de jóvenes que tratan de volver a Japón desde Manchuria, da a entender que ideas como las de “aldea natal” o “país natal” no son más que ficciones, tal como lo es Baharin, topónimo imaginario con el que denominan la aldea manchú en la que se criaron.
Suna no onna (La mujer de la arena, 1962) narra la historia de un hombre que se dedica a recolectar insectos y que, durante un viaje a una aldea costera, cae en las redes de una mujer que vive en el fondo de un hoyo en la arena. Esta novela se convirtió en un best seller y fue llevada al cine en 1964 por el director Teshigahara Hiroshi, que ganó con ella el Premio Especial del Jurado del Festival de Cine de Cannes. La novela recibió en Francia en 1967 el Premio al Mejor Libro Extranjero.
Lo que caracteriza a las novelas de Abe es la forma en que compatibiliza descripciones muy reales con una imaginación propia de la ciencia ficción, que las sitúa en las antípodas del referido estilo novelístico shishōsetsu, en el que los temas suelen ser extraídos de la experiencia personal del autor. La alta valoración que obtuvieron como literatura de vanguardia explica en gran parte que fueran traducidas a muchas lenguas del mundo.
Desde que Owarishi michi no shirube ni fue reeditada en 1965, Abe comenzó a borrar sus huellas vitales hasta no dejar ningún rastro. La dedicatoria, que en la primera edición estaba dirigida al “difunto Kaneyama Tokio” fue cambiada a “mi difunto amigo”. Además, Abe declaró que elevaría cenotafios para seguir matando a los amigos de su aldea. Borró todos los recuerdos de Manchuria, donde pasó su adolescencia. En los relatos contenidos en la colección Yume no tōbō (“La fuga de los sueños”, 1968), que Abe había escrito en su primera etapa, había motivos relacionados con la Biblia y con la filosofía existencialista, y se utilizaban con profusión las apelaciones a una segunda persona, pero al reunirlos borró también todos estos elementos. En el epílogo de la colección, afirma que para él fue una gran suerte haberse iniciado como escritor en la posguerra ya que “si aceptamos que, en todo caso, la juventud es una imagen virtual [espejismo], qué mejor entorno para ella que el de las ruinas”. Reescribiendo con “goma de borrar” los restos de esa juventud de espejismo, fue haciendo de ella precisamente eso, un espejismo.
Miradas al mundo urbano que siguen siendo actuales
Volviendo a la pregunta de partida, reflexionaré ahora sobre esa universalidad de la literatura de Abe que trasciende épocas y fronteras nacionales, y específicamente sobre esa “contemporaneidad” de que está revestida.
Con su película Hakootoko (El hombre-caja), el director Ishii Gakuryū ensaya un acercamiento a esta cuestión. En su primera parte, se sitúa el nacimiento del hombre-caja en 1973, que nos es presentado como la “crisálida de una nueva humanidad”, es decir, como el punto de partida de un nuevo hombre. Son seres que miran sin ser mirados, al estilo de esas cámaras de seguridad que proliferan por nuestras calles, y son también esos personajes anónimos que acceden a internet. Utilizando solo cámaras de cinta y eligiendo para sus filmaciones lugares de la prefectura de Gunma como Takasaki, que le proporcionan escenarios de aire retro, Ishii recicla la novela de Abe convirtiéndola en una producción visual contemporánea. Entre las primeras imágenes de la película se entremezclan fotografías de personas sin techo tomadas por Abe. Con ellas y otros elementos, Ishii resucita en nuestro mundo actual la mirada del hombre-caja.
Las fotografías en blanco y negro tomadas y reveladas por Abe, que fue miembro del jurado del Premio Kimura Ihei, un galardón fotográfico que ha descubierto a muchos nuevos talentos, y que siempre tuvo un gran interés en la fotografía, recogen a personas sin techo que viven en rincones de lugares como Shinjuku o Shibuya, en Tokio, o Nueva York, así como basureros de estas grandes urbes, en los que pueden verse frigoríficos o máquinas de juegos de salón recreativo, y son todas de una calidad muy por encima del nivel de simple aficionado. Pueden contemplarse en el álbum Abe Kōbō shashinshū (“Colección de fotografías de Abe Kōbō”), publicado en 2024.
Odio al nacionalismo y al racismo
Fengtian, antigua Manchuria, estaba dividida entre el barrio de los japoneses, desarrollado en torno al Ferrocarril del Sur de Manchuria, y el de la población china originaria. Abe, cuya infancia transcurrió en esa ciudad, decía que disfrutaba mucho perdiéndose por el barrio de los chinos y por los campos circundantes, y a lo largo de su vida siempre se sintió atraído por lo periférico y los otros pueblos.
En su ensayo Uchi naru henkyō (“Confines interiores”, 1968), Abe habla de la simpatía que siente por Franz Kafka y otros escritores judíos. Hablando sobre el antisemitismo, dice que considera a los judíos el símbolo del “pueblo falso” frente al “pueblo auténtico”, o de lo heterodoxo o herético frente a lo ortodoxo. “Diríase que se ha recurrido a lo judío, como heterodoxia, como una suerte de iluminación artificial para visibilizar más claramente la silueta de la ortodoxia”, reflexiona Abe. Al mismo tiempo, Abe denuncia que, pese a haber transcurrido apenas 20 años desde su fundación, dentro del nuevo estado de Israel se estaba perfilando ya una idea del “israelí auténtico” y que había una tendencia a dejar fuera de esta definición a la gente que había obtenido la ciudadanía más recientemente. Es muy probable que este mismo planteamiento pueda aplicarse al Israel de nuestros días y encontramos también mucho en común con la problemática relación entre Rusia y Ucrania, o con la situación de los norcoreanos y surcoreanos que residen en Japón.
En esta misma línea, en la novela Tanin no kao (El rostro ajeno, 1964) Abe expone la “aventura” del protagonista, un hombre que se atreve a entrar en un restaurante coreano al que en aquel tiempo apenas entraban los japoneses, con la falsa identidad que le ofrece una máscara. Hay otra escena en la que la televisión, que el protagonista ha encendido para distraerse, transmite los disturbios causados por los negros de Harlem, en Nueva York. Comentando las alusiones al problema de la discriminación que encuentra en esta novela, el profesor de la Universidad de la Ciudad de Nueva York Richard Calichman afirma que “la minoría debe ser entendida estructuralmente más que empíricamente (…) Para que la comunidad pueda crearse a sí misma, se requiere primero una creación activa de la minoría como negativo de la propia comunidad. Comprendiendo que la minoría acaba determinándose como la entidad frente a la cual la comunidad se postula, estaremos en mejores condiciones de contextualizar las referencias que hace Abe en su novela a los residentes coreanos de Japón y a los negros de los Estados Unidos, como parte de su ataque contra la complicidad entre el nacionalismo y el racismo”. Vemos, pues, cómo hace ya más de medio siglo Abe se planteaba problemas que enlazan directamente con temas de nuestra era, como el movimiento de “Black Lives Matter” en EE. UU. o los casos de discriminación racial que se repiten en Japón.
Abe Kōbō murió el 22 de enero 1993, tras haber compartido el siglo con la revolución de los medios de comunicación. Aunque no alcanzó a conocer la era de internet, su caleidoscópica obra tiene un carácter fuertemente profético y universal. Un autor vanguardista ideal para ser leído en esta época de confusión.
(Traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado: Elaborada a partir del retrato de Abe Kōbō hecho por el fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson. Henri Cartier-Bresson/Magnum Photos/Aflo)