Los problemas de los JJ. OO. de Tokio 2020
La prioridad en la vacunación destapa el privilegio del COI
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La supuesta “solidaridad con la comunidad local”
La noche del 6 de mayo, cuando en Japón se debatía la prolongación del estado de emergencia, se publicó la noticia de que el Comité Olímpico Internacional (COI) había reservado un cupo de vacunas para las olimpiadas que han de celebrarse en verano.
El objetivo es administrar las dos dosis de la vacuna a los deportistas entre finales de mayo y el 23 de julio, fecha de inauguración de los Juegos. La ministra olímpica Marukawa Tamayo explicó que en Japón se inoculará a unos mil atletas y mil quinientos entrenadores y preparadores físicos. Se desconocen las cifras relativas a las selecciones de otros países, pero lo más probable es que se vacunen antes de viajar a Japón.
El presidente del COI Thomas Bach comentó: “Facilitar la vacuna brindará tranquilidad y seguridad a todos los participantes de Tokio 2020. La vacunación no solo nos permitirá proteger la salud de quienes la reciban, sino también transmitir el mensaje alentador de que se da importancia a la solidaridad con la comunidad local y su bienestar”.
Garantizar la seguridad de los deportistas con la vacuna no es un asunto trivial. Lo de la solidaridad con la comunidad local, no obstante, no termina de encajar. Al COI le preocupa que el índice de apoyo a la celebración del acontecimiento en Japón no remonte de ninguna de las maneras. Seguramente teme que los Juegos no puedan seguir adelante si el número de contagios no se reduce y la opinión pública muestra un rechazo creciente.
Ante el marcado desajuste de percepción entre los organizadores y la ciudadanía japonesa, y con el sistema sanitario contra las cuerdas, el Comité Organizador de Tokio 2020 está generando cada vez más críticas al pretender asignar a 500 enfermeros y 200 médicos para cubrir el acontecimiento. La sociedad nipona no está como para aceptar que se ofrezca un trato preferencial a las olimpiadas en todos los aspectos.
Parece ser que los atletas también se muestran reacios a inocularse con la vacuna antes que el resto de la población. En un simulacro de competición de atletismo que tuvo lugar en el Estadio Olímpico de Tokio el pasado 9 de mayo, la fondista Niiya Hitomi afirmó: “Es una verdadera lástima que parezca que los atletas recibimos un trato especial. No hay vidas más importantes que otras. Personalmente, creo que es un disparate que se vacune solo a los deportistas olímpicos”.
La filosofía de anteponer el bienestar de los atletas en las olimpiadas podría distorsionarse si se vincula a la prioridad a la hora de vacunarse. Sería terrible que la ciudadanía hallara en los deportistas una diana a la que dirigir la frustración acumulada por la vida plagada de limitaciones a la que se han visto sometidos en la pandemia.
La nadadora Ikee Rikako, que logró clasificarse para las olimpiadas tras superar una leucemia, reveló por Twitter haber recibido opiniones que la instan a retirarse de la competición: “Creo que es lógico e inevitable que muchos quieran que se cancelen las olimpiadas. […] Por más que me pidan que me oponga a ellas, yo no puedo cambiar nada”. Al tratarse de una deportista que es un símbolo de Tokio 2020, las redes sociales arden con el debate de si debe o no participar en el acontecimiento.
¿De quién son las olimpiadas?
El COI es una entidad internacional titánica a la que están afiliados 206 países y regiones. Aunque supera a la ONU en número de miembros, no es más que una organización no gubernamental privada. En la actual crisis de la COVID-19, lo más común es que cada país establezca acuerdos con las farmacéuticas para obtener vacunas para su población. Que el COI reciba gratis esas vacunas del fabricante saltándose las fronteras nacionales es algo extremadamente excepcional.
Cuando el primer ministro Suga visitó los Estados Unidos a mediados de abril, mantuvo una entrevista telefónica con el director general de Pfizer, Albert Boula, y este se ofreció a facilitar vacunas para las selecciones deportivas de todos los países participantes en Tokio 2020. Con todo, hay países, como la India, que están sufriendo miles de muertes a diario a causa de la COVID-19. ¿Tan importante es este acontecimiento como para repartir vacunas gratis, cuando la pandemia sigue extendiéndose por el planeta?
El periodista británico Andrew Jennings escribe lo siguiente en el primer capítulo de su ensayo Los nuevos señores de los anillos (Ediciones de la Tempestad, 1996), «¿De quién son las olimpiadas?»: “No pocos lectores debían de creer que las olimpiadas eran de todos, pero, por desgracia, se equivocaban. Las olimpiadas son un monopolio de ellos”.
Ese ellos se refiere a los miembros del COI, que tienen una mentalidad de privilegio. La Carta Olímpica corrobora esa afirmación en la parte que dice: “Los Juegos Olímpicos son propiedad exclusiva del COI, que es titular de todos los derechos y datos relacionados con ellos”. También el Contrato con la Ciudad Anfitriona de los Juegos Olímpicos, formalizado entre el COI, el Gobierno metropolitano de Tokio y el Comité Olímpico de Japón, establece que “todos los derechos pertenecen exclusivamente al COI” y que es dicho organismo quien se reserva el derecho de cancelar el acontecimiento.
El periódico estadounidense Washington Post publicó un artículo de crítica en el que llamaba Baron Von Ripper-off (‘barón de la estafa’) al presidente Bach y sugería que él y el resto del COI “tienen la mala costumbre de arruinar a los países anfitriones”. El texto sancionaba que el COI fuerce a Japón a asumir riesgos en un momento en que las variantes del virus proliferan a toda velocidad y la viabilidad de los Juegos se debate a nivel nacional e internacional.
El COI mantiene un contrato de derechos de emisión de 12.030 millones de dólares (1,3 billones de yenes) con la importante cadena estadounidense NBC Universal para cubrir todas las olimpiadas desde la edición de invierno de 2014 (Sochi) hasta la de verano de 2032. Este contrato de cifras estratosféricas es lo que sostiene las finanzas del COI. Si el acontecimiento se cancela, es posible que haya que devolver dinero y se incurra en pérdidas. Seguramente este es uno de los factores por los que el COI se empeña en celebrar las olimpiadas pasando por alto la situación actual del país anfitrión.
El presidente Bach tenía que viajar a Japón el 17 y 18 de mayo, coincidiendo con el paso del relevo de la antorcha por Hiroshima, para manifestar que los Juegos son un acontecimiento pacífico. En cambio, terminó cancelando la visita ante el rechazo público creciente hacia la celebración olímpica y la prolongación del estado de emergencia en Japón.
Todo apunta a unas “olimpiadas cerradas”
En una rueda de prensa mantenida el 7 de mayo con la presidenta del Comité Organizador de Tokio 2020 Hashimoto Seiko, los medios lanzaron la siguiente pregunta: “Hay muchas personas mayores que todavía no han podido vacunarse. Si se prioriza la inoculación de los atletas, vamos a tener unas olimpiadas solo para un sector privilegiado. ¿Eso no contradice el espíritu olímpico?”.
Hashimoto respondió: “Sé que hay quien no está de acuerdo con esta medida porque la mayoría de la población no está vacunada”. E insistió: “Garantizar la seguridad a las selecciones deportivas contribuirá en la seguridad y la tranquilidad de los japoneses”. Aun así, no podemos esperar que la vacunación de los deportistas vaya a reconfortar a los japoneses inmediatamente. Los preparativos del acontecimiento llevan mucho retraso y los motivos de preocupación se amontonan.
Tras haberlo negociado con el COI, el Comité Organizador de Tokio 2020 planeaba decidir si iba a limitar o no la asistencia a espectadores japoneses a finales de abril, pero la propagación de nuevas variantes del virus y la declaración del estado de emergencia hicieron que la decisión se postergara hasta junio. La presidenta Hashimoto declaró que es posible que se decida prescindir del público en el último momento, lo cual daría lugar a unas olimpiadas que transcurrirían aisladas de la sociedad. Para prevenir el contagio, los atletas no tendrían más remedio que vivir en un entorno cerrado, manteniéndose en una “burbuja” que solo les permitiría desplazarse entre las instalaciones donde compitieran y la Villa Olímpica.
El deporte convive con la comunidad. La mayoría de los mejores deportistas se formaron gracias a colaboraciones y apoyos diversos, partiendo del entorno deportivo de su región o su centro educativo. El deporte profesional se apoya también en los aficionados. Las olimpiadas, como cumbre del deporte de élite, deben reconocer esos orígenes.
Por más que se repitan consignas como que son “un acontecimiento seguro”, “una prueba de la victoria sobre la pandemia” o “valentía y esperanza”, los Juegos no van a captar el apoyo de la ciudadanía si adquieren un carácter exclusivo. No son algo destinado a un sector privilegiado, sino una valiosa manifestación cultural que la humanidad viene legando durante generaciones. Para recuperar el favor de la gente, toca que ahora honren su vínculo con la sociedad y den cabida a la opinión pública.
Fotografía del encabezado: El estadounidense Justin Gatlin (segundo por la izquierda), campeón del Mundial de Atletismo de 2017, corre los 100 metros en 10,24 segundos en el simulacro que se llevó a cabo el 9 de mayo en el Estadio Olímpico de Tokio. El japonés Tada Shūhei (segundo por la derecha) terminó segundo con una diferencia de 2 centésimas de segundo. (Jiji Press)
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