La COVID-19 coloca a Médicos Sin Fronteras ante retos sin precedentes
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Dificultades para enviar personal y material
Siempre que ha ocurrido una crisis sanitaria causada por la propagación de alguna de las nuevas enfermedades infecciosas surgidas a partir de 2000, como el SARS (siglas inglesas del síndrome respiratorio agudo grave), el MERS (ídem, síndrome respiratorio de Oriente Medio) o la fiebre hemorrágica del Ébola, la organización Médicos Sin Fronteras (MSF) ha estado en las regiones afectadas desplegando sus actividades de ayuda. Sin embargo, en el caso de la COVID-19, MSF ha tenido que hacer frente a nuevos retos. “Cuando el ébola, por ejemplo”, explica Kurumiya Takashi, presidente de la sección japonesa de la organización, “la enfermedad estaba propagándose por África, en un área en la que teníamos ya una unidad móvil. En cambio, la COVID-19 está afectando también a muchos países occidentales que suelen estar entre los que envían ayuda, y las restricciones impuestas al transporte de personas y materiales están dificultando mucho nuestros movimientos”.
“En Japón la situación no es tan grave como en los países occidentales y todavía tenemos cierto margen para enviar personal. Hemos hecho un listado de las personas disponibles y estamos preparados para poder enviarlos con rapidez al extranjero, pero como los vuelos comerciales se han restringido, en la práctica tenemos problemas para que la gente llegue a su destino. Y aunque se las arreglen para llegar, en algunos países los recién llegados se comprometen a cumplir periodos de aislamiento, lo cual causa retrasos en nuestros proyectos. También se da el caso contrario, el del personal que estaba en su destino ya antes de surgir el problema de la COVID-19, y que no puede regresar a Japón debido a las cancelaciones de vuelos y otras circunstancias. Hemos alargado sus periodos de estancia y continúan prestando asistencia. Tememos contagiarnos nosotros mismos, pero todavía más fuerte que eso es la preocupación por los efectos que estos retrasos puedan estar causando en los países donde trabajamos. Otro de los temas importantes que estamos abordando en MSF es el de los envíos de material, pues estamos viendo que las mascarillas, las batas y el resto de los elementos del equipo de protección para el personal médico-sanitario unas veces son insuficientes en número y otras veces no están llegando a sus destinos. Y dado que el riesgo de contagio está ahí, tenemos que ir pensando también en cómo trasladar al personal a un lugar seguro cuando se dé el caso”.
El 1 de abril, MSF Japón comenzó a reclutar nuevo personal para luchar contra la COVID-19 en cuatro especialidades: urgencias, cuidados intensivos, instrumental médico, y agua y servicios sanitarios.
Temor a la propagación del virus en zonas en conflicto y campamentos de refugiados
El principal desafío al que se enfrenta MSF, que trabaja en cerca de 70 países y territorios del mundo, es el de asegurar la continuidad de sus actividades dentro de esta crisis global desencadenada por la COVID-19. En estos momentos, unas 40 personas enviadas desde Japón están cumpliendo misiones en el extranjero, la mayor parte de las cuales deben seguir con sus tareas habituales además de hacer frente a dicha enfermedad. Mientras en países como Burkina Faso, Sudáfrica o Brasil los servicios médicos están acercándose al colapso, Europa, Estados Unidos y otros países dotados de buenos sistemas de salud tampoco están siendo capaces de responder correctamente al reto, por lo que MSF está prestando asistencia también en algunos de estos países desarrollados.
“Ahora estamos haciendo también coordinaciones con el Gobierno central de Japón, los Gobiernos regionales y el sector hospitalario para tratar de saber en qué zonas del país podrían tener necesidad de nuestra ayuda. Vemos que hay aspectos a los que no pueden llegar los Gobiernos regionales o los hospitales, como la atención a las personas sintecho y a muchos ancianos, y estamos considerando cómo podríamos ayudar”.
De hecho, MSF Japón está trabajando ya en su país. En el Costa Atlántica, un crucero italiano anclado en el puerto de Nagasaki, parte de la tripulación se ha contagiado del nuevo coronavirus y la organización está ofreciendo asistencia médica desde el 8 de mayo.
Si no se consigue poner freno a la propagación explosiva que podría tener la COVID-19 en los países emergentes y en desarrollo, la crisis no terminará nunca. A Kurumiya le preocupa especialmente la expansión del mal por las áreas en conflicto y en los campamentos de refugiados.
“Si el contagio se extiende por esos lugares donde ni siquiera puede hablarse de colapso de los servicios pues tales servicios médicos simplemente no existen, se prevén situaciones mucho más graves que las que se han vivido en los países occidentales. Por ejemplo, en los campamentos de refugiados la gente vive hacinada, con problemas de nutrición y tampoco puede garantizarse acceso a agua salubre. Sería terrible que el virus se extendiera por un lugar así. Ahora resulta difícil, pero cuando vaya superándose la crisis en los países avanzados, habrá que ir enviando equipos de protección personal tan pronto y en tanta cantidad como sea posible. En cuanto a los fármacos, seguimos sin grandes avances en los ensayos clínicos, poco a poco se van reuniendo evidencias científicas. Creo que es muy importante que también el Gobierno de Japón se comprometa a liderar la coordinación entre diferentes países para ir construyendo estructuras que permitan enviar las herramientas médicas necesarias para hacer frente al nuevo coronavirus en todos esos lugares.
La ayuda humanitaria después de la COVID-19
Advirtiendo que habla a título personal, Kurumiya explica lo que la crisis del nuevo coronavirus le ha hecho sentir en lo tocante a los desafíos que afrontan las organizaciones de asistencia médica internacional. “MSF nació en Francia. Sus cinco centros de operaciones, desde donde se gestionan los proyectos desarrollados en diversos lugares, están en Europa. En esta ocasión, hemos experimentado algunas descoordinaciones en los envíos de personal al extranjero y en el transporte de materiales. Yo creo que es el momento de descentralizar la toma de decisiones y empezar a operar de una forma más ajustada a las regiones en que trabajamos”. Pensando en las estrategias de asistencia para después de la crisis, Kurumiya se muestra partidario de intensificar las coordinaciones con el secretariado de MSF en cada país a fin de encontrar soluciones a los problemas que surgen.
Actualmente, Kurumiya compagina su trabajo en el hospital con la respuesta a la crisis de la COVID-19, que coordina online con el secretariado y con responsables de MSF en el extranjero. Pero, como presidente de la organización, hay un asunto del que le gustaría encargarse personalmente una vez pase la crisis. “Cuando se habla de países o regiones que necesitan ayuda, muchos todavía los sienten como realidades muy lejanas, sin relación con su propia realidad. Lo que ocurre es que en Japón no se informa demasiado al respecto y a mí me gustaría contribuir a informar más. Desde hace un par de años, estamos probando con una caravana escolar que llega a los colegiales de los años superiores de la educación primaria. Preparamos algunas situaciones de emergencia para que piensen cómo se comportarían ellos si estuvieran en esos casos, es una especie de simulacro. Me gustaría trabajar más este aspecto, para conseguir que las generaciones más jóvenes sientan la ayuda humanitaria como algo más cercano”.
Fotografía del encabezado: en Estados Unidos se está ofreciendo ayuda de emergencia en las comunidades con mayores niveles de pobreza, donde hay más personas sin techo. Para garantizar vías de contacto con los servicios médicos de emergencia, se están repartiendo gratuitamente teléfonos móviles. En la fotografía, personal de MSF inspecciona una partida de 1.000 teléfonos que van a ser repartidos. ©Michelle Mays/MSF