El desafío del aplazamiento de los Juegos Olímpicos
Economía Tokio 2020- English
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Un motor de revitalización económica que se para
Las causas por las que han tenido que aplazarse los Juegos Olímpicos están a la vista. Si, por una parte, el riesgo de contagio en Japón era ya preocupante, por otra en el extranjero el contagio sigue expandiéndose sin freno. En esta situación, era impensable celebrar unos juegos. Que el pebetero pueda prenderse, como ha sido anunciado, el 23 de julio de 2021, dependerá de si para esa fecha el contagio ha sido controlado tanto en Japón como en el resto del mundo. Y supongo que esto implica no solamente que ya no se produzcan nuevos contagios, sino que, además, todos los países estén perfectamente preparados para prevenir nuevos brotes. El plazo de un año podría parecer suficientemente largo, pero no lo es tanto si pensamos en todo el trabajo que deberá hacerse.
Antes de la crisis del nuevo coronavirus, los juegos de Tokio se veían como una oportunidad para acelerar todavía más el crecimiento económico, aprovechando el impulso de la llegada masiva de visitantes extranjeros. Se trataba, pues, de utilizar el evento como trampolín.
La crisis ha trastocado gravemente estos planes. Aquellas optimistas proyecciones –recibir 40 millones de visitantes en 2020 y llegar a los 60 para 2030–, ya no están en boca de nadie y llegados a este punto, vemos con claridad que los Juegos Olímpicos de 2020 tenían un papel simbólico, el de ofrecernos un panorama plausible de crecimiento. ¿Nos las arreglaremos en tan solo un año para reeditar este sueño?
Para hacernos una idea de la dificultad que entraña este desafío, pensemos, por ejemplo, en la poca confianza que nos acompañaba todavía en marzo de 2012, cuando se cumplía un año desde el Gran Terremoto del Este de Japón. Habrá, pues, que cambiar de óptica y no ver ya los juegos como símbolo de un crecimiento asegurado, sino como un punto de apoyo que no podemos desaprovechar para relanzar nuestra economía.
La diferencia con el caso de Lehman Brothers
Al pensar en cómo podemos salir de esta crisis del nuevo coronavirus, es fundamental hacer un análisis de situación correcto. Suele comparársela a la crisis que sufrimos en 2008-2009 por la quiebra de Lehman Brothers, pero las diferencias son grandes. Aquella crisis financiera desencadenada por la quiebra de la gran empresa de valores norteamericana cegó los flujos de crédito al comercio exterior y causó una fuerte contracción de este. El sector más directamente golpeado fue el de las manufacturas, donde se perdieron muchos empleos, y esta situación sectorial terminó afectando al conjunto de la economía, que sufrió una desestabilización del empleo y un retraimiento del consumo. El Gobierno de Japón respondió potenciando el sector público, a fin de que este absorbiera empleo para contrarrestar el efecto de la crisis.
En el presente caso, el consumo baja debido al ambiente de desconfianza y temor que inspira contagiarse del coronavirus. Entendiendo el consumo, según la ecuación clásica, como el producto de la renta por la propensión al consumo, en este caso puede concluirse que, más que de una reducción de la renta, la disminución del consumo proviene de una rápida reducción de la propensión al consumo (razón entre consumo y renta). La causa es, evidentemente, que por temor al contagio la gente se queda en su casa y prefiere no gastar su dinero en ocio ni en aficiones. A diferencia del caso de la quiebra de Lehman Brothers, aquí es la psicología del consumidor la que recibe el impacto más directamente.
Puede resultar extraño que lo diga un economista como yo, pero todo indica que mientras no se disperse la inquietud que causa el riesgo al contagio, la gente no va a gastar su dinero. Si, antes de tomar medidas económicas, no se encuentra una vacuna efectiva contra el nuevo coronavirus y no tenemos constancia de que en nuestro círculo de conocidos muchos se han hecho la prueba y el resultado ha sido negativo, la inquietud que nos rodea no se va a calmar. Este es, esencialmente, un problema que solo puede tener una solución médica.
Mientras no se controle el contagio, compremos tiempo
En realidad, el Gobierno sabe perfectamente que mientras el riesgo de contagiarse sea alto las medidas económicas convencionales no surtirán efecto. Probablemente, está estudiando medidas que puedan funcionar en una segunda etapa, una vez que los esfuerzos que se están haciendo en el terreno de la medicina para solucionar el problema comiencen a dar fruto.
Pensemos, por ejemplo, en el subsidio en efectivo para los hogares del que se está hablando. En una etapa de fuerte inquietud, el efectivo no se destina al consumo, sino al ahorro, con la intención de poder usar ese dinero extra en el futuro, cuando previsiblemente los ingresos se reduzcan. Se convertiría, pues, en un subsidio en efectivo para garantizar unas ciertas condiciones de vida.
El que suscribe no está en contra de que se entregue un subsidio en efectivo como “red de seguridad” a las personas económicamente más desfavorecidas. Las diversas formas de subsidios y subvenciones tendrán, supongo, efectividad a la hora de prevenir situaciones como la quiebra de empresas o los reajustes de plantilla, y utilizando estos instrumentos puede esperarse una recuperación del consumo superior a la que tendríamos si no se utilizasen.
Entre las medidas que estudia el Gobierno, hay muchas tendentes a asegurar la viabilidad de las empresas y la estabilidad del empleo. Con ellas se pretende, en última instancia, “comprar tiempo”, es decir, prepararse para cuando el riesgo de contagio desaparezca y la economía tome un nuevo rumbo. Aunque el Gobierno no pueda estimular directamente el consumo, estará estudiando otras medidas complementarias para contribuir a acelerar el ritmo de la recuperación económica.
Poniendo un poco de orden en todo lo dicho, el Gobierno contempla dos fases en la normalización de la actividad económica: una primera, mientras el riesgo de contagio sea todavía alto, en la que se darán subsidios en efectivo que faciliten la subsistencia de las familias, como forma de “detener la hemorragia”, y una segunda fase, para la que está preparando ya formas de estimular el consumo, como podrían ser los cupones de descuento para viajes o para la compra de artículos, que podrán ser utilizados cuando se haya conjurado el peligro de contagio.
Nuestros deberes para este aplazamiento de un año
Antes se hablaba a menudo del riesgo implícito de que, una vez terminados los juegos en agosto de 2020, según el calendario inicial, la economía japonesa perdiera su norte y se estancara. Pero este riesgo no va a desaparecer por el hecho de que la celebración de los juegos se haya retrasado un año. Por esta razón, sería necesario que todas las medidas económicas que se están estudiando se implementen con miras al periodo post-juegos, teniendo como nuevo norte posibilitar un crecimiento sostenido. El nuevo tema rector debería ser cómo posibilitar ese crecimiento sin alejarse demasiado de los desafíos de largo plazo que afronta Japón, como el declive demográfico, el envejecimiento de su sociedad o el debilitamiento socioeconómico de las regiones.
Personalmente, creo que sería una buena idea elevar la productividad de la economía japonesa acelerando el proceso de digitalización de sus industrias. Por ejemplo, con esta crisis del nuevo coronavirus se ha instado a las empresas con mayor fuerza a universalizar el teletrabajo. El teletrabajo es una forma de digitalización. En el campo educativo, tenemos también la conversión de las clases presenciales en clases on line. Igualmente, en el terreno de la atención médica tenemos la posibilidad de hacer consultas a distancia para evitar el contagio en las instalaciones hospitalarias. Son demandas sociales que están surgiendo cada vez con más fuerza.
Difundir los medios tecnológicos que puedan hacer posibles estas soluciones servirá, a su vez, para contrarrestar la pérdida de sostenibilidad que están sufriendo los servicios públicos en esta era de escasez de nacimientos y envejecimiento de la sociedad. Uno de los efectos que está teniendo esta crisis del coronavirus es convencer a la gente de lo conveniente que habría sido impulsar más la digitalización de la sociedad. Sería muy beneficioso que convirtiéramos esta motivación en una fuente de energía que nos permita hacer frente al desafío a largo plazo que representa la digitalización de la actividad industrial. Esa frase tan repetida de “convertir la crisis en oportunidad” nos viene como anillo al dedo ahora que tenemos que desplegar una visión de futuro.
Fotografía del encabezado: el primer ministro de Japón, Abe Shinzō (izquierda), durante una intervención en el cuartel general de la lucha contra el nuevo coronavirus, establecido en su Oficina, el día 1 de abril. (Jiji Press)
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