Hiroshima y Nagasaki 75 años después
Repensando Hiroshima y Nagasaki: El movimiento por la erradicación de las armas nucleares
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Este agosto se cumplirán 75 años desde que los bombardeos nucleares del ejército estadounidense causasen aquella indiscriminada mortandad entre los moradores de Hiroshima y Nagasaki. Es un aniversario para compartir con todo el mundo un firme compromiso con la paz, pero que, desde la perspectiva particular de los familiares de aquellos difuntos, no deja de ser una fecha luctuosa.
Cada 6 de agosto se acercan a Hiroshima cerca de 50.000 personas para participar en la Ceremonia Conmemorativa de la Paz, en la que, a la fatídica hora de las ocho y quince minutos de la mañana, se guarda un respetuoso minuto de silencio. Este año, para evitar que en la conmemoración se produzcan nuevos contagios de la COVID-19, se ha reducido drásticamente el aforo. La situación ha obligado igualmente a suspender o limitar la participación en otros muchos actos en memoria de las víctimas que iban a celebrarse en diversos puntos del país. Los actos internacionales del movimiento contrario a las bombas nucleares y de hidrógeno también han tenido que ser reconvertidos en actos online. Con las lógicas vacilaciones que producen estas peculiares circunstancias, en círculos organizativos se está tratando de dar expresión también este año a los sentimientos de recuerdo y dolor, persistiendo en el empeño de conseguir la erradicación de estas armas.
Una imagen que no acabamos de captar en su integridad
Las cifras de fallecidos para finales de 1945 hablaban de 140.000 en Hiroshima y otros 70.000 en Nagasaki. Estos números redondos son los que se han difundido por el mundo y los que, en el ámbito local, estamos acostumbrados a manejar en nuestros artículos. Pero no por ello deja de acompañarnos la reflexión de que, en nuestra época, estamos en condiciones de llevar un registro exacto, con nombre y apellido, de las víctimas mortales y desaparecidos que dejan los grandes desastres. Todas y cada una de aquellas víctimas de la bomba atómica tenían su nombre y llevaban hasta aquel día y hasta aquel segundo una vida perfectamente individual. Y nos planteamos si esa asentada costumbre de redondear a los millares o a las decenas de miles no será una falta de respeto a la dignidad de cada una de esas vidas malogradas.
En realidad, esos 140.000 fallecidos de Hiroshima no son más que una simple estimación que se obtuvo restando del censo de la ciudad el número de supervivientes que quedaron registrados en un estudio de población que llevó a cabo el Gobierno de Japón tras la hecatombe. La cifra afloró en un informe conjunto de ambas ciudades dirigido en 1976 al secretario general de las Naciones Unidas, en el que se hablaba de “140.000 víctimas mortales, con un margen de error de ±10.000”. Sin embargo, el propio investigador que llevó a cabo el estudio recordó que si se dispusiera de datos más exactos habría que revisar la cifra. La ciudad de Hiroshima lleva más de 40 años tratando de identificar a todas las víctimas a partir de listados parciales, pero a finales de marzo de 2019 solo se ha llegado a identificar a 89.025 personas fallecidas antes del finalizar 1945. Quiere esto decir que todavía son muchas las víctimas de cuya identidad nadie puede dar noticia cierta.
Aparte de las 140.000 de Hiroshima y las 70.000 de Nagasaki, hay que tener también en cuenta todas las personas que murieron a partir de enero de 1946 a consecuencia de las graves quemaduras sufridas o de la leucemia. Durante toda su vida, los supervivientes se enfrentan al riesgo de sufrir cánceres y otras graves afecciones como secuela de la exposición a las radiaciones. Kamata Nanao, profesor emérito de la Universidad de Hiroshima, que durante muchos años ha estudiado los efectos sobre la salud de las radiaciones, lo describe como una tortura vitalicia para todos ellos. Son numerosos los casos de cáncer múltiple, diferentes de la metástasis, en el que varios cánceres sólidos se desarrollan simultáneamente. También se ha evidenciado que muchas personas mayores acaban padeciendo el síndrome mielodisplásico (MDS, por sus siglas en inglés), que suele ser la antesala de la leucemia. Además de todas estas enfermedades, los supervivientes han tenido que enfrentarse con muchos prejuicios y soportar diversos tipos de discriminación. Los sufrimientos acarreados por las armas nucleares no dan tregua a las víctimas.
En nuestro periódico, el Chūgoku Shimbun, para conmemorar los 75 años de la explosión hemos publicado la serie de artículos “Hiroshima no Kūhaku” (“El vacío de Hiroshima”), un proyecto de especial importancia para nosotros a través del cual queríamos hacer un seguimiento del siempre inacabado proceso de elucidación de los daños ocasionados por la bomba atómica. Con esta serie, hemos puesto de relieve la naturaleza inhumana de este tipo de armas, mostrando cómo una simple detonación arrasó la ciudad, llevándose las vidas de sus pobladores, los registros administrativos, sus calles y barrios, y toda la actividad social que en ella se desarrollaba. En un rincón del Parque Conmemorativo de la Paz, sobre un túmulo, se alza una torrecilla en honor de quienes murieron. Se dice que bajo el túmulo descansan los restos mortales de 70.000 víctimas. Volvemos a encontrar ahí el redondeo en decenas de miles sin mayor fundamento como único método de cuantificación.
Las armas nucleares, el mal absoluto
“Cuando imagino la desesperación de todos los que perdieron su vida ese día, me angustio. La tarea que nos queda a los supervivientes es conseguir la prohibición de las armas nucleares y su erradicación”. Tanaka Mineko, que hasta apenas una semana antes de la detonación vivía a unos 700 metros al sur del epicentro, perdió a muchos de sus seres queridos. Para aquellos condenados a vivir entre muertos, la catástrofe atómica no es ni mucho menos cosa del pasado.
El empleo de las armas nucleares es algo que fue inaceptable en el pasado, lo es en el presente y continuará siéndolo en el futuro. No conviene olvidar que este es el punto de partida para cualquier reflexión que podamos hacer o conclusión que podamos extraer. Desde su fundación en la década de 1950, la Nihon Hidankyō, confederación que une a las víctimas y activistas antinucleares del país, pide que el Gobierno de Japón, que en las negociaciones previas al Tratado de Paz de San Francisco renunció al derecho a reclamar a Estados Unidos cualquier tipo de reparación para las víctimas y sus familiares, sea quien cumpla con ese deber. Que Japón procediera a aquella guerra; que el ejército estadounidense hiciera uso del átomo; que Hiroshima y Nagasaki sufrieran todas aquellas muertes, son hechos históricos ante los que no hay que rendirse como ineludibles. Las armas nucleares son el mal absoluto y para garantizar que nunca más sean usadas el único medio es su total erradicación. Tales son las reclamaciones inamovibles de quienes siguen al frente de este movimiento contra las armas nucleares.
Esperanza en la firma de un tratado de prohibición de las armas nucleares
Sin embargo, desde que los nombres de las dos ciudades niponas dieran la vuelta al mundo, este vive sumido en una terrorífica era nuclear. Se estima que entre los países que gozan de un trato privilegiado dentro del marco del Tratado de No Proliferación Nuclear (Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y China), y aquellos otros que se autoexcluyen de dicho marco (India, Pakistán, Israel y Corea del Norte), tienen un total de 13.000 armas nucleares. Quienes las han sufrido en sus propias carnes y vienen compartiendo su terrible experiencia, sienten a veces, junto a la lógica ira, una gran impotencia. Para responder a esta situación, desde aproximadamente 2010 cobró fuerza un nuevo enfoque, según el cual, con razón de la naturaleza intrínsecamente inhumana de las armas nucleares, estas ya no pueden ser entendidas como militarmente “necesarias para la seguridad nacional”. Fruto de este enfoque, en julio de 2017 la Organización de las Naciones Unidas adoptó, con la aprobación mayoritaria de 122 países y territorios, el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, un paso adelante que hizo vibrar los corazones de los hibakusha (supervivientes del bombardeo). Y su emoción fue desbordante cuando se supo que el preámbulo del tratado contenía una referencia expresa a los “sufrimientos y daños inaceptables causados a las víctimas del uso de armas nucleares (hibakusha)”.
Este tratado establece, por una parte, la prohibición total de mantener, desarrollar o transferir armas nucleares, así como hacer ensayos con ellas. Por otra, compromete a los firmantes a descontaminar el medio ambiente y auxiliar a las víctimas. Hasta el momento, (16 de julio) el texto ha sido ratificado por los legislativos de 40 países. Entrará en vigor cuando sea ratificado por otros 10 más. El Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START III) está próximo a expirar, en febrero del año que viene, en un momento en que las relaciones ruso-norteamericanas continúan muy deterioradas. Hace mucho que se dice del Tratado de No Proliferación Nuclear que es inoperante. Es cierto también que el entorno de seguridad nacional en que se encuentra Japón es muy comprometido. Las potencias nucleares han reaccionado fuertemente contra el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares y no cabe aspirar a que, por el momento, lo firmen ni lo ratifiquen. En cualquier caso, la propia existencia de un tratado que sin ambages etiqueta de perversas todas las armas nucleares, estén en manos de quienes estén, es de por sí de capital importancia tanto para los planes de desarme como para el objetivo de la no proliferación. Las asociaciones de hibakusha, los diversos grupos cívicos, la ciudad de Hiroshima, la organización Alcaldes por la Paz, presidida por el regidor de Hiroshima, y el Gobierno de la prefectura homónima esperan con impaciencia la pronta entrada en vigor de este tratado, que es la cristalización de todos los esfuerzos realizados por las regiones que sufrieron el bombardeo y muchos ciudadanos de todo el mundo.
El Gobierno de Japón, de parte de quienes mantienen armas nucleares
En diciembre de 2017 la coalición Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés) recibió el Premio Nobel de la Paz. Pronunció el discurso en representación de los galardonados Thurlow Setsuko. Esta hibakusha residente en Canadá ha dedicado muchos años de su vida a difundir en Norteamérica la catástrofe que supuso el bombardeo nuclear de Hiroshima, sin por ello dejar de reconocer la agresión bélica japonesa. Nueve miembros de su familia, entre ellos su hermana mayor y varios sobrinos, y muchas de sus compañeras de estudios perecieron bajo las llamas. Tenía ella 13 años. Esa es la experiencia que ha venido compartiendo, al tiempo que propugnaba la erradicación del armamento nuclear. Thurlow aseguró en su discurso que el tratado de prohibición era “el principio del fin” de este armamento. Sus palabras resonaron en todos los corazones.
Pasado aquel día, Thurlow explicó que no había hablado a título personal, como hibakusha, sino como representante de la coalición, y que por tanto se había callado ciertas cosas. Porque hubiera querido expresar también la indignación que le producía el hecho de que sus dos “madres patrias”, Japón y Canadá, dieran la espalda al histórico acuerdo por su dependencia del poder disuasorio del armamento nuclear norteamericano.
El desánimo había cundido ya entre los hibakusha cuando se supo que el Gobierno japonés no se sumaría a las negociaciones del tratado de prohibición. Los países en posesión de armas nucleares rechazan el tratado de prohibición porque, según ellos, debilita el de no proliferación. Pero los países que lo apoyan con entusiasmo y la sociedad civil en general estiman que han sido precisamente esos países poseedores los que han debilitado aquel primer tratado, y que el más reciente viene a complementar las flaquezas de aquel. La brecha entre unos y otros es profunda. El Gobierno de Japón considera el nuevo tratado un paso prematuro y se asigna una función de mediador entre los dos bloques, pero pocos se lo toman en serio, pues Japón tiene una larga historia de posicionarse junto a los países poseedores de armas cada vez que ha tenido que enfrentarse a un difícil dilema.
Tengo la impresión de que, en los últimos años, está cuajando en Japón la idea de que emitir hacia el exterior el mensaje contra las armas nucleares no es suficiente, y que simultáneamente hay que presionar al Gobierno de Japón y a los miembros de la Dieta (Parlamento) para que den un viraje en su política. Algunos jóvenes han pasado ya a la acción y están dirigiéndose a los parlamentarios para que se posicionen claramente a favor o en contra del tratado de prohibición. Los continuos llamamientos que vienen haciendo la ICAN, a través de sus actividades en diversos países, y Thurlow, quien durante sus estancias en Japón suele pronunciar conferencias, están obteniendo una resonancia cada vez mayor.
De nada vale la disuasión nuclear frente a la pandemia
El número de hibakusha oficialmente reconocidos (aquellos en posesión de una cartilla como tales) sigue descendiendo. A finales de marzo de este año eran 136.682 personas. Su promedio de edad sobrepasa ya los 83 años. Llegará el día en que no quede nadie que pueda seguir alzando su voz sobre la base de la experiencia y del recuerdo propios. Nos preguntamos si cuando lleguen los 80, los 90 o los 100 años desde las detonaciones existirá algún freno a la tentación de volver a utilizar las armas nucleares. En cuanto al llamado “uso limitado” de estas armas, tampoco podemos estar seguros de que no vaya a hacerse algún día.
Los países poseedores enfatizan que en tanto no mejore el clima de seguridad internacional será muy difícil seguir adelante con los planes de desarme nuclear, pero la impresión que una recibe es que son precisamente estos países los que obstaculizan la mejora de dicho clima. La Conferencia de Examen del Tratado de No Proliferación nuclear estaba programada para empezar en abril, pero ha sido pospuesta debido a la crisis de la COVID-19. No eran pocos los hibakusha y activistas que, pese a los achaques de la vejez, iban a acudir con las firmas recogidas a la sede de la ONU en Nueva York. Los países del mundo deberían tomarse esta dilación como un plazo de gracia para hacer los necesarios replanteamientos.
A propósito de la COVID-19, mis amigos hibakusha y activistas comentan con sorna que son muchos los peligros que nos amenazan ante los cuales la disuasión nuclear o el potencial bélico nada pueden hacer. El verdadero peligro para la seguridad de la ciudadanía es el que producen quienes planean, en estos momentos en que la comunidad internacional planta cara conjuntamente a la pandemia, una nueva escalada en este terrorífico enfrentamiento nuclear invirtiendo enormes cantidades de dinero en estas armas. Comprometámonos ahora más que nunca, en este hito histórico de los 75 años, a decir adiós a estas armas de destrucción masiva que ni siquiera nos permiten obtener un cómputo fiable del terrible número de muertos que producen.
(Traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: el alcalde de Hiroshima Matsui Kazumi (a la derecha) incluye los nombres de las víctimas de la bomba atómica al cenotafio durante la 74.ª ceremonia conmemorativa en 2019. Por cortesía del Gobierno municipal de Hiroshima. © Xinhua News Agency/Kyodo News Images.)