Una perspectiva de estabilidad geopolítica y desarrollo económico para Okinawa
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La odisea de Okinawa y Japón
En su devenir histórico, Okinawa ha quedado bajo la influencia de grandes potencias como Japón, China o Estados Unidos, pero los cambios de dirección más marcados se los ha ocasionado Japón en momentos en que, vencida la división interna y concentradas sus fuerzas, se ha lanzado con energía hacia el exterior. El primero de esos momentos llegó en 1609, cuando el clan feudal de Satsuma invadió el entonces reino independiente de Ryūkyū. Tras unificar Japón bajo su dominio, Toyotomi Hideyoshi (1536-1598), que tenía en mente conquistar todo el imperio Ming, había lanzado a finales del siglo XVI dos ataques contra la península coreana. La ofensiva de Satsuma, que puso Ryūkyū en su órbita, se sitúa dentro de ese ciclo histórico.
Entre las reformas implementadas a raíz de la Restauración Meiji de la segunda mitad del siglo XIX, estaba la abolición de los feudos o señoríos del país, implantándose un sistema de prefecturas (provincias) y fortaleciéndose el poder central, que desde entonces trataría de crear una esfera de influencia que abarcara la península de Corea, siendo el definitivo desmantelamiento del reino de Ryūkyū y el establecimiento, en su lugar, de la prefectura de Okinawa, parte de ese proceso.
En las postrimerías de la Guerra del Pacífico, cuando, en pleno repliegue, Japón comprendió que se vería obligado a combatir en territorio propio ante el imparable avance norteamericano y se arengaba al pueblo para que se sacrificase por la patria, el ejército estadounidense puso sus ojos en la isla principal de Okinawa como cabeza de puente para la toma definitiva de Japón. El desembarco comenzó a finales de marzo de 1945. La encarnizada batalla terrestre que nipones y norteamericanos libraron en la isla causó enormes daños a la población civil, de la que pereció uno de cada cuatro habitantes, llevando a los últimos rincones de la isla los desastres de la “guerra total”.
Okinawa tras su devolución a Japón
Incluso después de que Japón recuperase su soberanía tras la guerra, Okinawa, convertida en importante punto de apoyo para la estrategia militar estadounidense en el Extremo Oriente, continuó permaneciendo bajo control de Washington y solo pasó a administración japonesa en 1972, hace exactamente medio siglo.
En Okinawa, a los nacidos en aquel año los apodan fukkikko o “niños de la devolución”, que ahora cumplen los 50. Permítaseme decir que yo nací cuatro años antes que ellos, y además en Tokio, si bien de padres okinawenses. Mi padre vino a estudiar a Tokio antes de la devolución e hizo aquí su carrera en la administración central. Pero fue destinado a Okinawa cuando yo cursaba la primaria.
De aquella época, recuerdo que las calles estaban llenas de letreros y posters con la cifra 730, en mención al 30 de julio de 1978, fecha a partir de la cual el tráfico rodado abandonó el modelo norteamericano de circulación por la derecha y adoptó el japonés, que lo hace por la izquierda. El cambio entrañaba grandes peligros para la seguridad y la campaña de concienciación fue amplia y exhaustiva.
Cuando supieron que me iba a Okinawa, mis compañeros de Tokio me envidiaban porque, según decían, podría bañarme en el mar todos los días. La realidad fue muy distinta, pues, para empezar, como en la mayor parte de las escuelas de Okinawa no había piscina, muchos niños ni siquiera sabían nadar y, además, la costa de la ciudad de Urasoe, donde vivíamos, estaba ocupada por una base militar norteamericana. Cuando estaba en el sexto año de primaria se construyó una piscina en mi escuela. Recuerdo el revuelo que causó la aparición en la zanja alrededor de la piscina de una víbora, y el miedo con el que asistimos, desde la distancia, a la operación de captura.
En aquella época todavía se estaban tomando otras muchas medidas de adaptación, similares a la campaña del 730, a la nueva realidad “japonesa”. Paralelamente, se afrontaba la dotación de infraestructuras, un campo en el que, durante los años de administración norteamericana, Okinawa había quedado muy rezagada con respecto a Japón.
Los 20 años de la devolución y la reconstrucción del castillo de Shuri
Pasado ese periodo, volví a Tokio, donde me gradué de la universidad e ingresé en la radiotelevisión pública NHK como reportero. Mi primer destino fue precisamente Okinawa y, dado que era el año 1992, coincidió con el vigésimo aniversario de la devolución. La NHK emitió entonces la telenovela histórica Ryūkyū no kaze (“Vientos de Ryūkyū”), ambientada en la época de la invasión del reino por Satsuma. Detrás de la decisión de elegir un tema semejante para la telenovela de aquel año estaba, al parecer, el deseo de familiarizar a la población okinawense con la nueva cadena de televisión, que en aquel entonces era vista como algo “llegado de fuera”, y normalizar de paso el cobro de las tarifas de recepción.
El mayor reclamo era, sin embargo, la reconstrucción del castillo de Shuri, que había sido reducido a escombros durante la guerra. A este reportero en ciernes se le encargó ir por las calles recogiendo cualquier información relacionada con el histórico castillo. Sobre las ruinas del castillo se había construido, bajo el mando militar norteamericano, la Universidad de Ryūkyū, a imagen y semejanza de otras muchas universidades públicas de aquel país. Una vez inaugurada, recibió el apoyo de la Universidad Estatal de Michigan. Se dice que la construcción de la Universidad de Ryūkyū fue un intento norteamericano por ganarse el favor de los okinawenses como parte de la estrategia de la Guerra Fría.
Una vez trasladada la universidad a otro lugar, comenzó a reconstruirse el castillo. Si la primera fue parte de la estrategia norteamericana, ahora, en esos mismos terrenos, comenzaba a materializarse la reconstrucción del símbolo del reino de Ryūkyū con el apoyo del Gobierno de Japón, quedando los alrededores convertidos en un parque estatal. La colina de Shuri es un magnífico ejemplo de la diversidad de elementos que componen el devenir histórico de Okinawa.
1995, año de inflexión
He hablado de la devolución a Japón y de aquellos primeros años entreverándolos con mis recuerdos personales, pero solo podría extender esa presentación hasta 1995. Ese año marcó, o al menos así lo siento yo con claridad, un antes y un después en el ambiente político de Okinawa. Aquel otoño, tres miembros de las fuerzas armadas norteamericanas secuestraron y violaron a una niña que volvía de hacer unas compras, causando una explosión de indignación en las islas.
Crímenes parecidos habían ocurrido ya en la época previa a la devolución y en muchos de aquellos casos los okinawenses tuvieron que tragarse su rabia debido al papel preponderante que se otorgaba a las fuerzas armadas bajo la administración norteamericana.
“Los Gobiernos de Tokio y Washington toman este hecho como un desafortunado suceso perpetrado por unos desalmados miembros del ejército estadounidense, pero el pueblo de Okinawa lo toma como una tragedia más de las muchas que han sucedido en estos 50 años que han pasado desde la guerra, y que seguirán sucediendo en tanto continúen existiendo bases militares norteamericanas en las islas. Hay una gran diferencia entre el grado de indignación que causa en uno y otro caso, y en la propia forma de entender el suceso”. Estas líneas, un buen testimonio del claro distanciamiento entre los okinawenses y el Gobierno de Japón, aparecieron en la edición del 29 de septiembre de 1995 del periódico okinawense Ryūkyū Shimpō.
Para los actos de protesta del 21 de octubre de aquel año, los organizadores esperaban contar con la participación de cerca de 50.000 personas. Se congregaron 85.000 (datos de la organización). Acudió, pues, uno de cada 15 habitantes de la prefectura de Okinawa, en la mayor concentración de protesta realizada desde la devolución.
El temor a la perpetuación de las bases
El problema de las bases de Okinawa pasó a convertirse en un importante asunto dentro de la política nacional japonesa a raíz de este crimen, aunque también tuvo gran influencia la negativa del entonces gobernador de Okinawa, Ōta Masahide, a estampar su firma en el documento de renovación de los contratos de alquiler de los terrenos para las bases. Ōta temía la perpetuación de aquella situación, pues las bases seguían ocupando una gran parte de la isla incluso después de concluir la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
Muchas de las bases están sobre terrenos requisados a sus dueños y, para evitar problemas legales, se estableció un mecanismo por el cual, en caso de que alguno de los propietarios de los terrenos forzosamente ocupados se negase a firmar el contrato de alquiler, lo hiciera en su lugar el gobernador (una reforma legal posterior privó al gobernador de esta potestad). La negativa a firmar implicaba que los contratos no podrían ser renovados, abriéndose así las puertas a la posibilidad de que la ocupación de los terrenos por las bases fuera declarada ilegal. Los Gobiernos de Japón y de Estados Unidos se vieron obligados a reaccionar con rapidez a la emergencia. Pero el problema era una muestra del progresivo desinterés que se sentía hacia Okinawa una vez conseguida su devolución, y de los escasos esfuerzos que se habían hecho para reducir las bases militares y para aliviar la carga que suponían para los pobladores. La falta de interés pasó factura de aquella forma.
Del acuerdo sobre la devolución de Futenma al enfrentamiento con el Gobierno
En esta situación, en abril de 1996, se informó súbitamente de que el entonces primer ministro de Japón, Hashimoto Ryūtarō, había llegado a un acuerdo con el Gobierno de Estados Unidos para la devolución de la base militar de Futenma. La noticia causó gran sorpresa también en Okinawa, pues hasta el momento nunca se había hablado de la posibilidad de devolver dicha instalación. Dio, incluso, la sensación de que finalmente ambos Gobiernos habían puesto manos a la obra para proceder a una reducción seria de la presencia militar norteamericana en las islas.
Sin embargo, el acuerdo alcanzado no incluía provisiones concretas sobre cómo iban a sustituirse las funciones de Futenma. Al principio se supuso que la pérdida de estas funciones podría compensarse con helipuertos situados dentro de las bases existentes en la prefectura. Pero pronto comenzó a hablarse de nuevas instalaciones temporales en nuevos terrenos ganados al mar, y después de planes para construir una nueva base militar en la costa de Henoko (ciudad de Nago, norte de la isla) que, además de tener grandes dimensiones, sería una instalación permanente.
Comprobar que la cacareada “devolución” de Futenma iba a consistir, en realidad, en sustituirla por una nueva base militar que estaría situada igualmente en Okinawa causó una reacción tan fuerte como lógica.
En 2009 el entonces llamado Partido Democrático consiguió arrebatar el Gobierno de Japón al Partido Liberal Democrático de Hashimoto y el nuevo primer ministro, Hatoyama Yukio, anunció su intención de conseguir que la nueva base sustitutoria estuviera situada, “como mínimo, en otra prefectura de Japón”. Pero su intención no pudo materializarse debido a desavenencias en el seno de su ejecutivo, por lo que se vio obligado a rectificar.
Luego, durante el segundo mandato de Abe Shinzō, sin contar con la aprobación de Okinawa, se dio inicio a las obras en el mar, en un clima enrarecido en el que quienes seguían oponiéndose a los planes del Gobierno eran injustamente tildados de “antijaponeses”.
Un espejo de la situación en la región de Asia-Pacífico
Si echamos la vista atrás y contemplamos el Japón posterior a la finalización de la Guerra Fría, vemos que el ambiente internacional en el que se encuadra presenta cada vez una mayor inestabilidad. Por una parte, está el grave peligro de una Corea del Norte nuclearizada. Por otra, las tensiones entre China y Japón por las islas Senkaku. En los últimos años hay que sumar, también, la cada vez más temida posibilidad de que ocurran choques armados entre China y Taiwán.
Que Japón adopte una posición de firmeza para responder a todos estos retos es, hasta cierto punto, perfectamente lógico. Pero resulta muy preocupante que, mientras que cada vez se echan más en falta voces que clamen por la diplomacia, por los esfuerzos en pro de la distensión y del diálogo, que es la verdadera función que debería tener la política, sean precisamente los políticos los que eleven voces tan “marciales” como las de aquellos que equiparan un ataque contra la seguridad de Taiwán con un ataque sobre Japón.
Si el país se dejara arrastrar por la lógica de la seguridad nacional y, bajo esa bandera, se llegase a una situación en la que se exigiera de los japoneses unidad y cohesión, no hay duda de que las consecuencias más extremas se vivirían en Okinawa. Una emergencia en el campo militar no va a ocurrir en el lugar donde se cuecen las decisiones políticas, Tokio, sino, con toda probabilidad, en Okinawa, que es la parte más próxima a la zona Taiwán-China, y donde se concentran las bases militares norteamericanas.
Si bien en el Nordeste Asiático la desconfianza existente entre los países podría originar en cualquier momento fricciones y desencadenar una carrera armamentista, esta región del mundo se va a ver afectada por fenómenos demográficos como el envejecimiento y la disminución de la parte productiva de la población, lo que hace prever que el centro del crecimiento se traslade al Sur y Sudeste Asiático, es decir, hacia el Asia joven. A nadie le gustaría que los historiadores del futuro digan de los países de Asia Oriental que malgastaron el pico de su crecimiento en enfrentamientos y en armamento.
Okinawa es un espejo en el que se refleja el orden de la región Asia-Pacífico. En el pasado ha sufrido. Los antagonismos y guerras entre las grandes potencias le han infligido grandes sufrimientos, pero en tiempos de paz y prosperidad ha demostrado también que tiene mucho que ofrecer y que es un lugar atractivo por sus paisajes, cultura y tradiciones. Ojalá seamos capaces de crear, en estos años que siguen al 50.º aniversario de su devolución a Japón y que nos conducen ya al ecuador del siglo XXI, un futuro para nuestra región que permita a Okinawa brillar con toda su originalidad y carácter propio. Y que podamos decir que Okinawa es un espejo, sí, pero un espejo que refleja la estabilidad y la prosperidad de toda una región.
(Traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: Visitantes contemplan la base de Kadena (Okinawa), perteneciente a las Fuerzas Aéreas Norteamericanas, desde una terraza-mirador, el 24 de octubre de 2021. Reuters)