Cinco años tras el Gran Terremoto del Este de Japón
La polémica reclamación de terrenos en la costa de Sanriku: “Queremos un lugar seguro para vivir”
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El metro entra en funcionamiento: la construcción de una nueva ciudad
La línea de metro Tōzai de la ciudad de Sendai entró en funcionamiento en diciembre de 2015. Dentro del edificio de la estación de Arai, la última de la línea en su extremo este, se inauguró en febrero de este año el Centro Comunitario Memorial como lugar desde el que compartir información sobre los daños causados por el Gran Terremoto del Este de Japón y los avances en la reconstrucción. Las autoridades ferroviarias llevaban construyendo la línea de metro desde 2006, y añadieron el centro a última hora; en sus instalaciones hay exposiciones fotográficas sobre los daños del tsunami de 2011 y paneles cronológicos. El lugar siempre está repleto de visitantes, tanto locales como de otros lugares, incluso entre semana.
Tras unos cuatro kilómetros en coche desde la estación hacia el este, bajo el azul cielo invernal, llego a Arahama, en el distrito Wakabayashi de la ciudad de Sendai, el punto de la costa del Pacífico que azotó con más fuerza en su día el tsunami. Hubo un tiempo en que todo esto eran campos de cultivo, pero salvo por las ruinas del edificio de la escuela primaria de Arahama, que el tsunami inundó hasta casi el tercer piso, todo está arrasado. A lo lejos se divisan camiones que descargan arena para los cimientos de la reconstrucción, en una meseta. La mayoría de los más de 900 muertos y desaparecidos de la ciudad de Sendai que causó el tsunami eran residentes del distrito de Wakabayashi o del distrito vecino, Miyagino. En la actualidad, las costas de ambos distritos han sido designadas como zonas de peligro por tsunamis, y las obras de reconstrucción se han trasladado a lugares seguros en el interior. Casi todos ellos se encuentran en las cercanías de la estación de Arai.
A diez minutos a pie desde la estación de Arai existe una zona de viviendas prefabricadas en las que antes se alojaban los ciudadanos provenientes de la zona de Arahama. Sin embargo ahora esos edificios están casi vacíos: los inquilinos han sido trasladados a viviendas de protección oficial para víctimas del desastre o a casas unifamiliares pagadas de sus bolsillos y construidas en un terreno preparado por la municipalidad. El aparcamiento de las viviendas prefabricadas tampoco tiene apenas vehículos. La reconstrucción de Sendai, una gran ciudad de más de un millón de habitantes, con buena infraestructura y amplio presupuesto para el desarrollo, ha avanzado más rápido que otras zonas afectadas por el desastre. Según las autoridades municipales, las obras avanzan más o menos como la ciudad había planeado en su proyecto de reconstrucción a cinco años.
“Tras haber vivido en refugios estrechos y oscuros y casas provisionales, por fin pudimos trasladarnos a un lugar en el que nos sentimos como en casa”, recuerda con alivio Daigaku Kimiko, de 73 años. Ella perdió su casa en la playa de Fukanuma, Arahama, y pasó cuatro años y medio en los refugios y viviendas provisionales cercanos a la estación de Arai, antes de poder mudarse por fin a una casa unifamiliar de protección oficial, en noviembre de 2015. Para poder pagar de algún modo el préstamo que quedaba sobre la casa tuvieron que vender el terreno de Fukanuma. La renta de su vivienda actual es de 30.000 yenes. Gracias a su pensión y al trabajo temporal del marido en Tokio, pueden arreglarse.
“La vida es dura aquí. Pero tengo muchos amigos, y voy a poder disfrutar de mis aficiones, la cocina y el taishōgoto (un tipo de arpa japonesa), así que me siento optimista.”
A algo más de diez minutos andando de dichas viviendas provisionales se encuentran los dos gigantescos edificios de apartamentos que constituyen la residencia municipal Arai Higashi. Ōhashi Kimio (de 72 años), el presidente de la asociación de vecinos de estos edificios, preparados para albergar a unas 300 familias, también perdió con el tsunami la casa en la que había vivido durante más de 30 años. Tras pasar un tiempo viviendo en refugios y unos tres años en viviendas provisionales, pudo mudarse hace dos años.
Comodidad ante todo, y posibilidad de alojar a refugiados de otros lugares
“El hecho de que se haya terminado el metro, el núcleo en torno al que girará la región, es algo importante. Para empezar, va a haber más comodidad. A este lugar han venido refugiados que se encontraban en viviendas provisionales de lugares como Onagawa o Ishinomaki.”
“Hay muchos refugiados que tienen más de 80 o 90 años, y suelo ir a hablar con ellos, a ver qué tal están. Aunque en las viviendas provisionales solía pasar, ahora también se dan casos aquí de ancianos solos a los que encontramos muertos. Cuando sus problemas de salud son graves es necesario atenderlos cuanto antes, de modo que hemos solicitado a la ciudad la instalación de un DEA (desfibrilador externo automático) que podamos usar cuando alguien sufra un paro cardíaco.”
Desde las viviendas municipales me dirijo nuevamente hacia la estación de Arai. En un rincón de la zona de reconstrucción se encuentra Moroya Farm Kitchen, un restaurante familiar basado en su propia huerta que abrió sus puertas en 2000. La generación actual es la novena, de una familia que vive y cultiva la tierra en la zona de Arai desde el periodo Edo. En diciembre de 2015 se mudaron a este lugar. Su cocina basada en verduras tradicionales cultivadas por la propia familia es de gran popularidad entre los habitantes de la zona y los refugiados, y el local siempre está a rebosar.
“Pensamos el menú en escalas, según las variedades; en él damos prioridad a los puntos fuertes de los productores y tratamos de transmitir el verdadero sabor de nuestros ingredientes”. Kayaba Ichiko (de 67 años), representante del restaurante, me explica animadamente sobre su local. Aunque el tsunami no afectó a la casa de la familia, sí que inundó la mayor parte de la huerta con agua de mar, con lo que tardaron cerca de un año en poder plantar de nuevo, tras eliminar la salinidad del suelo y los escombros.
El establecimiento se vio obligado a cerrar un tiempo, pero unos meses más tarde volvió a abrir sus puertas y, con ayuda de algunos amigos que les prestaron sus huertas para plantar, se aseguraron los ingredientes indispensables para salir al paso. Desde que cambió de ubicación, el restaurante ha visto su clientela y sus beneficios multiplicarse por cinco. “La apertura del metro está cambiando la cara de esta zona. Esperamos que pueda convertirse en un punto de encuentro entre los lugareños y los visitantes.”
El 22 de marzo, después del terremoto, entré en la zona del desastre de la prefectura de Miyagi, la que sufrió un mayor número de muertos y desaparecidos, y me encontré con un paisaje desolador: todos los edificios en la línea de playa estaban destruidos, y los escombros se apilaban en enormes montañas. Aunque el tsunami no llegó al centro de Sendai, recuerdo que la ciudad se vio paralizada y las cercanías de la estación se vieron sumidas en el caos. El dolor de los ciudadanos que perdieron seres queridos y posesiones no ha desaparecido, y muchos se han quejado del aumento de precios que ha ocasionado el reciente hacinamiento humano, pero mi más reciente visita a la zona, cinco años tras el desastre, me ha hecho sentir al menos los pasos reales que Sendai está dando hacia su recuperación.
Un 80 % de refugiados todavía en las viviendas provisionales de Onagawa
Sin embargo, al observar la totalidad de las áreas afectadas por el desastre vemos que existe una gran dispersión. Aunque el punto más importante a tener en cuenta es la vivienda, existen grandes diferencias entre la municipalidad de Sendai y los organismos administrativos del resto de la prefectura. Por ejemplo, según un estudio de vivienda a nivel prefectural, a fecha 28 de enero de 2016 un 27 % de víctimas de Sendai se alojaban en viviendas prefabricadas para víctimas, frente a un 58 % en Ishinomaki, un 65 % en Kesennuma, un 76 % en Onagawa, un 64 % en Minami Sanriku, etc.
Las autoridades autonómicas de la costa de Sanriku aún no han hecho avances en la reubicación de los refugiados en viviendas propiamente dichas, en terrenos elevados seguros o casas reconstruidas en el interior, y son muchos los que continúan viviendo en viviendas temporales. Por otro lado, hay municipalidades como Sendai que trabajan para hacer frente al bajo porcentaje de ocupación y el aumento de salidas de las viviendas provisionales, al tiempo que hacen esfuerzos para desmantelar y retirar las mismas a gran escala.
Los resultados provisionales del censo nacional hechos públicos en enero de este año (con datos del 1 de octubre de 2015) resalta el pronunciado descenso en la población de las áreas costeras que fueron más afectadas por el tsunami en la prefectura de Miyagi, en comparación con los datos de 2010, el año anterior al desastre. Las peores cifras las muestra Onagawa: un descenso del 37 %, seguida por Minami Sanriku, con un 29 %, y Yamamoto con un 26 %. Por el contrario, la población de la ciudad de Sendai creció un 3,5 % respecto al censo anterior, y alcanzó 1.080.000 habitantes, un máximo histórico.
El porcentaje de refugiados que residen en viviendas provisionales y el descenso de población resaltan especialmente en el caso de Onagawa. Cada vez que visito la zona para cubrir noticias ―desarrollos en la zona del puerto o la estación de Onagawa, las carreteras o la aparente recuperación de la industria pesquera de la zona―, casi anualmente desde el tsunami, hay algo que me llama la atención: pese a estos avances, la población ha pasado de 10.000 habitantes a 7.000. ¿Qué le está pasando a esta zona? Decidí salir de Sendai y visitar Onagawa de nuevo.
Retrasos en la construcción: “¿Hasta cuándo tenemos que aguantar?”
Al entrar en coche en la ciudad de Onagawa me encontré con un panorama casi idéntico al de la vez anterior, cuando visité la zona en junio de 2015 para cubrir la noticia de que la estación de Onagawa de la línea JR había comenzado a funcionar tres meses antes: los trabajos de reconstrucción seguían llamando la atención en el centro de la población. En la zona hay un complejo comercial completado a finales del año pasado llamado Seapal Pia Onagawa, frente a la estación; por él pasean clientes, entre restaurantes y tiendas de todo tipo, además de un centro comunitario. Los edificios han aumentado, y el ambiente parece próspero.
En medio de una ventisca de nieve me dirigí a una meseta en el interior del municipio de la que habían cortado todos los árboles para construir viviendas provisionales y públicas. Cerca de allí, las máquinas preparan el suelo para las casas de protección oficial.
Shizukuishi Mitsuko (de 86 años), nacida y criada en Onagawa, vive sola en una vivienda pública instalada en el anterior estadio local desde julio de 2015. Perdió su casa con el tsunami, y se vio obligada a soportar tres años de vida en una casa provisional tras vivir en refugios. Hoy día por fin puede librarse de su sufrimiento y llevar una vida plena.
“Más o menos la mitad de las personas que vivían en la zona antes del tsunami murieron en él. Muchos de los que se salvaron salieron de la ciudad en diversas direcciones, y me quedé casi sin nadie con quien hablar. Me he acostumbrado por completo a vivir en esta vivienda robusta y cómoda. Espero al menos poder vivir en paz y tranquilidad a partir de ahora.”
A pesar de todo, la triste realidad es que unas 2.000 personas continúan en viviendas provisionales.
“La vida en las casas provisionales es dura de verdad. Mucho frío en invierno y mucho calor en verano; el cuerpo sufre mucho. ¿Hasta cuándo tenemos que aguantar?” Kimura Satoru (de 66 años), que vive en las viviendas provisionales construidas en un rincón de la meseta, cerca del polideportivo, está en lista de espera para las viviendas de protección oficial, pero dado que no se terminan de construir vive con amargura. Iba a comenzar a vivir en ellas en abril de este año, pero debido a retrasos en la construcción el plazo se ha alargado hasta abril de 2017.
Incapaces de esperar, algunos abandonan la zona
“Vivo con mi hijo mayor y mi nieto, que está ya en secundaria, así que una vivienda con dos habitaciones de 7,3 m2 cada una resulta muy pequeña. Las paredes son muy finas y se oye todo… Es deprimente.” Cuando llegó el tsunami Kimura estaba por casualidad fuera de la ciudad, en casa de un amigo, y se salvó, pero perdió a su mujer y su casa fue destruida. Tras vivir un tiempo en el refugio de la central nuclear de Onagawa, pasó unos tres años en casa de su hija mayor, en Tendō (prefectura de Yamagata). No obstante sentía añoranza por el mar: había pasado muchos años en barcos pesqueros y en buques de construcción en la bahía. “No hay sitio como mi ciudad”, pensó, y en 2014 se fue a vivir de nuevo a Onagawa con su hijo.
A diferencia de las viviendas provisionales, que son gratuitas, las viviendas de protección oficial requieren un pago de entre 10.000 y 20.000 yenes mensuales, pero son mucho mejores que las primeras. Kimura mantiene un semblante apacible mientras habla, pero condena la situación con firmeza: “Comprendo que fue un desastre sin precedentes, y cuesta tiempo recuperarse. Pero he perdido la confianza en el Gobierno, y ahora solo quiero un lugar donde podamos vivir tranquilos.”
Así me hablaba también una mujer de 56 años que reside en las viviendas provisionales de la misma zona: “Yo también tengo el problema de los hijos; pensamos construir una casa sobre el terreno que va a preparar la municipalidad, pero nos explicaron que no estaría terminado hasta la primavera de 2018. Para entonces nadie sabe cómo estará el precio del suelo, y no sé cómo vamos a ajustar nuestro presupuesto. Pensaba que en menos de cinco años podríamos salir de aquí… Muchos vecinos no han podido aguantar la espera y se han mudado a casa de sus hijos a Sendai o Ishinomaki, o se han ido a zonas en las que los gobiernos autonómicos avanzan más deprisa en la construcción de terrenos o viviendas.”
Los desafíos de construir en un terreno escaso y pedregoso
Esta es la quinta vez que visito la zona desastrada de Onagawa, y desde el principio el problema de la vivienda era a lo que se le daba mayor importancia. Pero pese a que, en comparación con otras áreas afectadas por el tsunami, la proporción de edificios destruidos es muy alta, el espacio disponible para la construcción de viviendas seguras es muy escaso. El suelo en el que se planea construir es duro y pedregoso, y las obras se ven retrasadas.
Incluso el proceso de adquirir el terreno es complicado, porque implica contactar y lograr los derechos de propietarios esparcidos por toda la geografía japonesa. La municipalidad espera poder completar el 28 % de la construcción de las viviendas de protección oficial para víctimas del desastre en los distritos centrales ―excluyendo las islas y penínsulas― para el fin de este año fiscal, y completar la totalidad del proyecto para dentro de dos años, a principios de 2018.
En palabras de Suda Yoshiaki, el alcalde de Onagawa: “Desde el principio estábamos preparados para el hecho de que íbamos a necesitar tiempo, y que la población iba a disminuir mucho. A pesar de eso, hemos dado la máxima prioridad a la vivienda. Hemos introducido maquinaria pesada, acelerado los procesos para romper la piedra del suelo, y queremos terminar las obras lo más pronto posible.”
En comparación con Sendai, las otras regiones han quedado muy despobladas por el desastre, y el problema del declive demográfico ya era grave de por sí; las perspectivas no son nada halagüeñas. Y a pesar de ello, las autoridades autonómicas deben responder a las expectativas de las víctimas. El alcalde Suda también puso énfasis en la idea de que desea hacer de su ciudad un lugar que afronte los nuevos retos según se vayan presentando. Para poder lograrlo, es necesario apresurarse ante todo para ofrecer una vivienda digna a los ciudadanos.
Imagen del encabezado: torre conmemorativa para las víctimas del Gran Terremoto del Este de Japón, erigida en la costa de Arahama, distrito de Wakabayashi, en la ciudad de Sendai. Aquel día, hace cinco años, también hacía frío.
(Artículo traducido al español del original en japonés)Gran Terremoto del Este de Japón Onagawa Sendai reconstruccion Miyagi Refugios