Tesoros naturales de Amami Ōshima y Tokunoshima, paraísos de flora y fauna
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Testigos de la historia geológica de las islas
En julio de 2021 las islas de Amami Ōshima y Tokunoshima (prefectura de Kagoshima), junto a la parte norte de la isla de Okinawa y a la isla de Iriomote (prefectura de Okinawa), fueron incluidas en la lista del Patrimonio Natural de la Humanidad de la UNESCO. Con ellas, son ya cinco los sitios japoneses registrados. Para quienes venían trabajando por la conservación del entorno natural de Amami, fue un reconocimiento largamente esperado.
En el pasado, estas islas formaron parte del continente euroasiático y fueron desgajándose de él hasta tomar su actual forma. Muchas especies animales y vegetales que existían ya en aquella “era preinsular” de Amami, se conservaron como endemismos después de la formación de las islas, siendo la más representativa de ellas, sin duda, el conejo de Amami (Pentalagus furnessi). Desde mi recordado primer encuentro con esta especie en el verano de 1986 vengo observando sus hábitos muy de cerca.
Tengo que reconocer que, pese a haber nacido en Amami, cuando empecé mi carrera como fotógrafo no conocía el nombre de prácticamente ninguno de los mamíferos, aves, anfibios, reptiles e insectos que viven en nuestras islas. Fue siguiendo los pasos del conejo de Amami por la selva como, poco a poco, comencé a conocer todas esas formas de vida, con sus características y hábitos.
Mientras repetía mis incursiones en la selva, las preguntas afluían a mi mente: ¿Por qué abundaba Amami en especies endémicas? ¿De dónde habían venido? ¿Por qué habían logrado sobrevivir conservando formas tan primitivas? Comprendí que nunca podría hallar respuestas si no adquiría un conocimiento mucho más profundo de la naturaleza de Amami, gran parte de cuya imagen real seguía oculta a mis ojos. Solo asistiendo con la mayor atención al ciclo de la vida que se repetía en su interior podría acceder a ese conocimiento. Así, mientras dedicaba todo mi tiempo y esfuerzo a fotografiar y filmar a los animales, fui descubriendo también el funcionamiento de aquella naturaleza a lo largo de las cuatro estaciones del año.
Ciclos naturales que se repiten desde un remoto pasado
En la primavera, a partir de principios de marzo, el bosque se vivifica con las abundantes lluvias que trae el cálido viento del sur. Las plantas echan brotes y florecen; los insectos que dormían bajo la tierra despiertan, liban su néctar y hacen posible la polinización. Los pájaros silvestres ceban a sus pollos con las larvas de esos insectos. Otras muchas aves que llegan del sur sobrevolando el rosario de islas se toman un descanso y se abastecen de nutrientes en los bosques y bajíos de Amami antes de continuar su viaje hasta el norte.
La temporada de lluvias, entre principios de mayo y finales de junio, es la estación de mayor actividad en el bosque. Protagonistas de una implacable lucha por la vida dentro de una cadena trófica en cuya cúspide está el habu (especie de víbora), los animales del bosque siguen adelante con su crecimiento. Solo acumulando abundantes nutrientes para crecer y hacerse fuertes serán capaces de superar el asfixiante verano.
Por el verano florecen esplendorosas las orquídeas silvestres y el aire se llena del chirrido de las cigarras. Las aves migratorias llegadas del sur se aplican a la cría de sus pollos. En el mar, el coral inicia su desove. Comienza también la puesta e incubación de la tortuga marina.
Al levantarse el primer viento otoñal a principios de septiembre, nuevas aves migratorias comienzan a llegar del norte. Ahora les toca a ellas el turno de reponer fuerzas alimentándose en bosques y bajíos. Las aves que se quedan a invernar en las islas son también muy numerosas. Es esta la temporada del año en la que la hembra del conejo de Amami excava diligentemente la madriguera de crianza, dejándola bien preparada para alojar la camada.
En noviembre una alfombra de flores se extiende por los campos y los árboles dejan caer sus frutos. El otoño es una estación fecunda para el bosque y también para el conejo de Amami, cuyas hembras paren por estas fechas. Unos 40 días después del nacimiento, la madre saca a sus gazapos de la madriguera de crianza y los conduce a la suya para enseñarles a sobrevivir.
Hacia diciembre, con la llegada del invierno, comienza la temporada de desove del ayu de Ryūkyū (Plecoglossus altivelis ryukyuensis), un pez de agua dulce que solo existe en algunos de los ríos de la isla de Amami Ōshima. Es también la época en que pueden avistarse madres de yubarta o ballena jorobada con sus crías recién nacidas. Llegan a Amami procedentes del norte para parir cerca de sus costas y emprenden el viaje de vuelta hacia el norte no bien entrada la primavera.
Si algo me han enseñado mis 36 años tras los pasos del conejo de Amami es que las especies que componen la fauna y la flora de estas islas se necesitan unas a otras para sobrevivir. Y toda esa vida que se ha desarrollado sin interrupción desde el más remoto pasado continúa eclosionando hoy en día.
Islas de Amami Ōshima y Tokunoshima
Amami Ōshima y Tokunoshima forman parte de las islas Amami. Se extienden a una distancia de entre 370 y 560 kilómetros al suroeste de la ciudad de Kagoshima, dentro de la prefectura homónima. Con un clima subtropical oceánico, reciben cerca de 3.000 milímetros de precipitaciones anuales de lluvia y acogen una gran diversidad de especies. La extensión de Amami Ōshima es de 812,35 km2 y su monte más alto es el Yuwan, con 694 metros. Tokunoshima tiene 247,85 km2 y 645 metros en su punto más alto, el monte Inokawa.
Fotografías y texto: Hamada Futoshi.
(Traducido al español del original en japonés. Fotografía el encabezado: La península de Nishibaru, en la parte norte de la isla de Amami Ōshima. La isla está rodeada de arrecifes de coral y cubierta por tupidos bosques que llegan hasta el mar.)