Medio ambiente en Japón: 50 años de destrucción y rehabilitación
Los albatros de cola corta, supervivientes de una masacre (2)
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El auge de las plumas
Los edredones de plumas, considerados antaño un producto de lujo, se volvieron populares en Europa y Norteamérica a partir de finales del siglo XVIII, cuando la Revolución Industrial posibilitó su producción en grandes cantidades. Estas se obtienen del pecho de aves acuáticas y su gran popularidad se debe a su peso ligero y a su capacidad higroscópica y térmica. En particular, destacan las del albatros de cola corta, que se comercializaban a precios altos.
Para elaborar un edredón se emplean más de 1,1 o 1,3 kilos de plumas. De un ejemplar solo se puede obtener entre 10 y 20 gramos, de ahí que sea necesario matar cerca de un centenar de aves por artículo. En la actualidad, la mayor parte del plumaje empleado es sintético, de ganso o de pato.
La caza en exceso y una rápida desaparición
La casa comercial Tamaoki comenzó a exportar plumas a Europa y Norteamérica en torno a 1885, un negocio que le reportó enormes beneficios. El éxito de la firma recibió una amplia cobertura en periódicos y revistas y sirvió para dar impulso al expansionismo de Japón hacia el sur. Quienes soñaban con hacerse con la gallina de los huevos de oro se subieron al carro emocionados. Por consiguiente, se mató una ingente cantidad de albatros de cola corta; Mukojima, en la zona septentrional del archipiélago de Ogasawara, fue el único lugar donde podían vivir estas aves.
A finales de la década de 1880, la búsqueda de nuevos hábitats de estos ejemplares por parte de quienes ansiaban sus plumas propició su traslado a las islas Senkaku. Tras la primera guerra sinojaponesa, Taiwán quedó bajo control de Japón en 1895 y se avanzó hacia las islas desiertas en la zona septentrional; también se apuntó a islas como Angaur y las Carolinas, en Micronesia. Tamaoki, que había acabado con los albatros de cola corta de Torishima, puso rumbo hacia Minami-Daitōjima en 1900.
Las islas Midway y las de Sotavento (Hawái), bajo control de Estados Unidos, fueron otros de los destinos elegidos por los recolectores de plumas. En la costa de estos lugares se apilaban en grandes cantidades los cadáveres de los albatros de cola corta despojados de su plumaje; en todos y cada uno de ellos se practicaba la caza furtiva.
Las críticas a la crueldad de los japoneses no tardaron en propagarse por Estados Unidos cuando un barco de investigación de su Armada descubrió lo que estaba ocurriendo e informó de ello, algo que avivó el sentimiento antijaponés ya de por sí reinante entre los estadounidenses en aquella época. En 1903, las autoridades militares de Estados Unidos en Hawái le pidieron al cónsul general de Japón destinado allí que se pusiera fin a la caza de aves en territorio hawaiano. Sin embargo, esto no frenó las prácticas furtivas.
Al enterarse de lo que sucedía, el presidente Roosevelt designó las islas de Sotavento patrimonio nacional bajo la denominación Monumento nacional marino de Papahānaumokuākea. En la actualidad, la zona constituye el mayor hábitat del albatros de cola corta de todo el mundo y forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Peligro de extinción
Cuando el director del Instituto de Ornitología Yamashina visitó Torishima en 1930, informó de que solo quedaban allí unos 2.000 ejemplares. Tres años después, la investigación realizada para esta institución por Yamada Nobuo reveló que la cifra había caído drásticamente hasta apenas unas docenas. Los esfuerzos del director, entre otros, sirvieron para que la isla fuera declarada santuario en 1933.
Poco se sabe sobre lo que ocurrió con el albatros de cola corta antes y después de la Segunda Guerra Mundial. Tras el conflicto bélico, el estudio más inmediato fue el que llevó a cabo el ornitólogo Oliver Austin, de la Sección de Recursos Naturales de Estados Unidos, que se personó en la isla.
Desde 1946 hasta 1949, prestó sus servicios en el Japón de la ocupación, donde trabajó en la reforma de las leyes de caza y en la conservación de la fauna salvaje. Además de recoger numerosas muestras, retrató el Tokio de la posguerra más inmediata gracias a su cámara; sus fotografías pueden verse en la red.
De marzo a abril de 1949, el ornitólogo estadounidense realizó un estudio en barco de la zona septentrional del archipiélago de Ogasawara desde la meridional del de Izu. Aunque no pudo desembarcar en Torishima debido a la bravura del mar, lo que pudo observar desde el navío apuntaba a una alta posibilidad de que el albatros de cola corta se hubiera extinguido, de ahí que así se declarara.
El redescubrimiento de la supervivencia
Tras la Segunda Guerra Mundial, Torishima cobró importancia como base para el estudio de tifones, de ahí que la Agencia de Meteorología de Japón inaugurara una estación meteorológica en 1947. Hasta su clausura en 1965 por terremotos volcánicos, contó con personal durante 18 años. Los artífices del redescubrimiento del albatros de cola corta fueron los trabajadores de la estación. En enero de 1951, Yamamoto Shōji, que recorría Torishima para inspeccionar, descubrió, en una pendiente pronunciada del extremo suroriental de la isla, una decena de aves que habían sobrevivido y se reproducían allí.
Tras este redescubrimiento, el personal de la estación de Torishima se involucró en los esfuerzos de conservación. Se utilizaron los pocos barcos que zarpaban para el intercambio de trabajadores y el transporte de mercancías, además de comenzar investigaciones por parte de expertos. La mayor cifra de ejemplares cuya existencia se pudo confirmar en esta época fue 42. En 1958 la isla y sus albatros de cola corta fueron declarados Monumento Natural; cuatro años más tarde, Monumento Natural Especial.
El cierre de la estación de Torishima y la consecuente desaparición de los barcos que iban a la isla motivó el desconocimiento posterior sobre la situación del albatros de cola corta. En abril de 1973, el ornitólogo británico Lance Tickell y Yoshii Tadashi, del Instituto de Ornitología Yamashina, visitaron la isla a bordo de un buque de guerra del Reino Unido. En esa ocasión, solo confirmaron la existencia de 24 crías y 25 ejemplares adultos.
Hasegawa Hiroshi, profesor emérito de la Universidad Tōhō en la actualidad, asistió a un seminario de Tickell cuando todavía era estudiante de posgrado en la Universidad de Kioto. La impresión que le causaron las palabras del profesor se tradujo en sus esfuerzos de investigación y conservación del albatros de cola corta. Lo que más le sorprendió fue que la Armada británica apoyara una investigación ornitológica en una isla remota. La recuperación actual de estas aves se debe a la pasión de Hasegawa, que ha entregado su vida a este espécimen. En total, ha vivido 2.473 días en Torishima.
Una recuperación sin problemas
A Hasegawa le preocupaba que solo menos de la mitad de los huevos se desarrollara con éxito. La tierra donde las aves se reproducían tenía una pendiente muy pronunciada y era pobre en naturaleza; además, se fragmentaba con facilidad por su condición de volcánica. Por lo tanto, concluyó que los huevos y las crías quedaban sepultados bajo la tierra.
Teniendo en cuenta estas conclusiones, la entonces Agencia de Medioambiente y el Gobierno Metropolitano de Tokio comenzaron en 1981 a trasplantar miscanthus condensatus y a realizar obras para evitar los corrimientos de tierra. Otro aspecto que le preocupaba era la posibilidad de una erupción volcánica en Torishima, lugar de reproducción de la gran mayoría de estas aves.
Dado que la zona de reproducción de las aves se concentraba en las pendientes de la zona suroriental de la isla, en 1991 se inició un plan estratégico para la creación de otro enclave reproductor en las pendientes occidentales de la otra punta de la isla. Las condiciones medioambientales de esta área eran idóneas –pendientes poco pronunciadas y con vegetación–, por lo que se esperaba cierto éxito en la reproducción.
En la primavera de ese mismo año, Uchiyama Haruo, el mejor maestro de talla de aves de todo Japón, se enteró del peligro al que se enfrentaban los albatros de cola corta. Entonces, se le ocurrió que quizás podrían utilizarse, para su conservación, tallas exactas de estas aves como señuelo, de modo que las llevó al Instituto de Ornitología Yamashina.
La idea era atraer a las aves a un lugar seguro mediante la colocación de señuelos y crear así un nuevo enclave para la reproducción. Investigadores como Satō Fumio, del Instituto de Ornitología Yamashina, se esforzaron en recaudar fondos; se tallaron 97 aves. Además de colocar las figuras, se emitía una grabación con el sonido característico de estas aves como reclamo hacia un lugar donde pudieran reproducirse.
En 1992, el albatros de cola corta pasó a denominarse especie rara en peligro de extinción en Japón; el Ministerio de Medioambiente se implicó verdaderamente en los esfuerzos de conservación. Estas aves se desplazan hacia el Pacífico Septentrional, de ahí que se las considerara también como especie en peligro de extinción en Estados Unidos. Por ello, el Gobierno estadounidense destinó fondos y personal para la conservación al Instituto de Ornitología Yamashina.
Las tallas como señuelo cosecharon grandes éxitos. En el otoño de 1995, se confirmó el primer nacimiento en el nuevo lugar de reproducción; hasta junio de 2005, once crías habían abandonado el nido. Según el estudio más reciente, se han reproducido 274 parejas, un tercio del total de Torishima.
Tras el éxito del segundo lugar de reproducción de Torishima, en 2006 se dio inicio a un plan para distribuir los enclaves reproductivos entre otras islas. Se llevó las crías a Mukojima, donde se las crió artificialmente para su posterior devolución a la naturaleza. El primer ejemplar en regresar fue un macho de nombre Ichirō.
La dramática recuperación del albatros de cola corta ha acaparado la atención del público en todo el mundo. Hasta entonces, apenas se había producido algo semejante en un ave de gran tamaño como esta. En Nueva Zelanda tienen su hábitat hasta 14 especies de albatros de cola corta, pero varias de ellas corren el riesgo de extinguirse. Con el éxito de Japón como ejemplo, se han propuesto aumentar la población de dos de ellas.
Objetivo: 5.000 ejemplares
Cada año son más las aves que abandonan el nido en Torishima. Aunque en 1980 se estimaba que vivían allí unas 250, el dato ha ido aumentando: cerca de 600 en 1993; más de 1.000 en 1999, un dato ansiado; 2.570 en 2009; y, según el estudio de marzo de 2016, en torno a las 4.220.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) elabora una lista de especies salvajes amenazadas dividida en siete categorías en función del riesgo que corren. El albatros de cola corta se encontraba en la cuarta, esto es, en peligro de extinción, pero ahora figura en la quinta, vulnerable. Su extinción es una realidad lejana.
Hasegawa se había propuesto llegar a los 5.000 ejemplares. Si se tiene en cuenta la velocidad de recuperación actual, este objetivo podría cumplirse en 2019. La clave reside en el proyecto de migración. Otra meta consiste en cambiar el nombre despectivo de estas aves resultante de un juego de palabras con la lectura de los ideogramas que se emplean para escribir "ahōdori", que significa tanto "albatros" como "pájaro tonto", si bien ambos vocablos se escriben de forma diferente. La denominación propuesta es "okinotayū", un nombre antiguo con el que están familiarizados en Nagato, en la prefectura de Yamaguchi, y que se obtiene al combinar "oki", "alta mar", con "tayū", una palabra que significa "artista tradicional o mujer de entretenimiento de primera categoría". Cierto es que esta ave es digna de un nombre elegante como este.
Imágenes: Hasegawa Hiroshi
Imagen del encabezado: Señuelos en Torishima