La verdad sobre las estafas de transferencia
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Nadie reconoce haber sido estafado
Hace más de diez años que comenzó a darse un tipo de estafa, denominada “de la falsa llamada”, o llamada fraudulenta, por la que el estafador se hacía pasar por otra persona y trataba de convencer al interlocutor para conseguir dinero de él. Según datos de la Agencia Nacional de Policía, este tipo de estafas logran unos beneficios anuales totales de más de 50.000 millones de yenes, pero es imposible confirmar la cifra con exactitud, ya que la citada cantidad se basa solo en los datos registrados.
El motivo queda claro tras investigar la psicología de las víctimas tras el delito. Para empezar, la víctima se siente totalmente impotente de cara a tratar de recuperar la cantidad que le ha sido robada. Además sienten una gran vergüenza: “Se supone que no soy tonto; ¿cómo he podido dejarme engañar así? Qué patético. Qué vergüenza”.
Después llega el momento de culparse a uno mismo: “Pensándolo bien, había señales bastante sospechosas; ¿por qué me lo creí?” No obstante, la víctima suele terminar por llegar a la optimista conclusión de que en esta ocasión ha tenido mala suerte, pero no le volverá a pasar algo semejante, y de la reflexión inicial pasa a la pasividad. Más tarde llega un estado mental escapista: “Quiero poder olvidar esto cuanto antes”; la víctima ya no le contará a nadie que ha sido estafado. Y no se trata solo de la policía; son muchos quienes no le cuentan este tipo de experiencias ni siquiera a sus más allegados.
Así es como estos casos no salen a la luz pública, lo cual puede ser una de las razones por las que las medidas sociales para aliviar la situación siguen sin ser suficientes. No obstante existe una razón aún mayor: no entender el proceso psicológico de las personas engañadas. Es decir, se trata de la idea de que si una persona tiene cuidado no sufrirá daño, pero el hecho de que no desaparezcan los casos de estafa de este tipo demuestra que existe alguna situación especial en lo relativo al nivel de conciencia o la personalidad individual. Todo se reduce a esa “psicología” que tanto les gusta a los japoneses. Al final, desde el punto de vista del criminal, hablamos de un proceso de gran simpleza, en el cual mediante una simple llamada telefónica se puede conseguir dinero, y dado que la víctima no conoce la cara del estafador, es muy difícil que pueda ser detenido, lo cual le resulta tranquilizador. Quizá por eso las organizaciones criminales estén aumentando en extremo, y cada vez son más hábiles en sus métodos.
El proceso psicológico de la “estafa ore, ore”
Existen muchos tipos de estafas telefónicas, pero las más numerosas son aquellas que siguen el patrón de hacer creer a la víctima que su hijo u otro pariente necesita dinero con urgencia, debido a haberse visto envuelto en un accidente de tráfico, un escándalo o algún problema similar. Es la denominada “estafa del ore, ore”. En otros casos el estafador se hace pasar por un vendedor que trata con productos financieros e invita a la víctima a una charla sobre inversión, para convencerla de que compre acciones falsas. Las cantidades estafadas ascienden con frecuencia a varios millones de yenes. Se trata de una estafa construida con pericia, basándose en la idea, común entre los ancianos japoneses, de que “aunque es mucho dinero, si es esa cantidad puedo apañarme”. La víctima de la estafa se cree también las mentiras del estafador, con el que habla por teléfono, y acaba por realizar el pago, o a través de transferencia bancaria, mediante envío de paquetes, algo que es ilegal, o por mensajero en motocicleta. Recientemente este tipo de estafas han empezado a incluir a terceros contratados por el crimen organizado, que desconocen la verdad y a quienes la víctima hace la entrega en mano.
¿Cómo son, pues, engañadas las víctimas? Intentemos comprender el proceso psicológico poniendo el caso de la “estafa ore, ore” como ejemplo. Para empezar, todas las personas tendemos a subestimar el peligro de que nosotros mismos podamos sufrir una estafa. Esto se suele denominar “sesgo de normalidad”: “sé que este tipo de estafa ha aumentado recientemente, pero yo creo que podría defenderme en un caso así”, piensa el individuo, con una confianza infundada que le hace sentirse tranquilo, pese a no haber tomado las precauciones suficientes al respecto.
Por lo tanto, la víctima que recibe esa falsa llamada no sospecha que el interlocutor no sea quien dice ser. Cuando escucha el famoso ore, ore (“soy yo, soy yo”) imagina que se trata de su propio hijo, y si dice incluso su nombre, la víctima se lo cree sin más. Así funciona la psicología del “sesgo de normalidad”. Si la víctima encuentra en la voz y el contenido de la conversación información que se corresponde con la realidad, aunque sea solo un poco, no dudará de su veracidad. Las víctimas aseguran después que cuando el criminal dice que es el hijo la voz es idéntica, y los detalles sobre la vida diaria y las circunstancias del hijo son correctos, y por eso terminan por creerlo. De hecho, se trata de un hecho psicológico que resulta muy difícil determinar para alguien si una voz que se escucha por teléfono es la de su hijo o no, y que la mayoría de las personas no pueden hacerlo. Dado que la víctima no tiene dudas respecto a la identidad del interlocutor y que la idea misma de devolver la llamada como medida de comprobación parece algo innecesario, en el momento de la verdad ni siquiera se le ocurre comprobar nada.
Las estafas de las transferencias y la sociedad japonesa
Es fácil suponer que cuando uno no realiza llamadas telefónicas a diario, la memoria vocal no resulta fiable. En este punto se hace necesario subrayar la influencia cultural de la cultura japonesa. En Japón se suele decir que un hombre de pocas palabras es un buen hombre; a no ser que exista alguna circunstancia especial, los hombres japoneses no suelen llamar a su familia, y los padres suelen pensar que no tener noticias es una buena noticia, y no se preocupan. Son pocos los japoneses que contactan con la familia regularmente, en esta sociedad en la que se da por supuesto que lo normal es vivir alejado de ella. Razón por la que, si la voz se parece a la del hijo, el padre no nota nada raro. Y, lo que es más, en estafas recientes parece que son muchos los criminales que buscan información de la víctima, como los nombres de sus familiares o su profesión. Quizá también se deba a estos motivos el hecho de que por el momento casi no existen casos de suplantación de la identidad de la hija.
Si la víctima no se da cuenta del engaño, el criminal que se hace pasar por el hijo explica que se encuentra en una emergencia y necesita ayuda económica.
“Me he olvidado una bolsa con cheques en el tren y no llego a tiempo a una transacción; necesito dinero solo para hoy”
“He tenido un accidente de tráfico y alguien ha salido herido por mi culpa”
“Soy avalista de un amigo, y tengo que pagar una deuda en su lugar”
“He malgastado el dinero de la empresa”
Tras explicar una de las situaciones arriba mencionadas, el estafador solicita con urgencia una cantidad de dinero que al hijo le resultaría imposible reunir. En caso de no poder lograrlo sufrirá consecuencias: causará graves molestias a desconocidos, lo despedirán de su trabajo, será detenido por la policía… La víctima, simpatizando con las circunstancias de la persona a quien considera su querido hijo, empieza a preparar a toda prisa la cantidad requerida para enviarla. La psicología de los padres en esos momentos se centra en ayudar como sea posible a su hijo, y por mucho que tengan pequeñas dudas en su mente mientras hablan por teléfono, al prestar oídos a las palabras del interlocutor esas dudas desaparecen.
También en estas ocasiones existen dos características psicológicas de la cultura japonesa que afectan al individuo. Una de ellas es la filosofía de la unidad familiar, según la cual los padres cargan con la responsabilidad de los problemas que puedan causar los hijos, y que provoca una tendencia a no poder dejar sin contestar una llamada de auxilio por su parte. Los padres japoneses tratan de comportarse con honestidad, para evitar ser tachados de fríos o irresponsables en la sociedad.
La otra característica es un modelo cultural que considera misericordioso el hecho de pasar por alto las faltas por circunstancias atenuantes. Es algo que proporciona realidad a la trama de la estafa. Pensando en términos de responsabilidad individual, se trata de los hijos, y no de los padres, quienes deben disculparse, pagar las deudas y aceptar las sentencias judiciales, en caso de accidentes o escándalos. Los mismos padres japoneses comprenden esto muy bien.
Sin embargo, en Japón se tiende a considerar que si uno muestra un profundo arrepentimiento, el contrario también tenderá a aligerar la importancia de las faltas o incluso a perdonarlas, movido por esos sentimientos. Es decir, que la víctima siente como una realidad la posibilidad de que las cosas se solucionen gracias a la buena naturaleza humana de los implicados, aunque se trate de un caso desestimado o un asunto policial.
Además, la técnica de las estafas continúa avanzando. Lo que resulta aún más astuto son los casos en los que se prepara a la víctima con la intención de que entregue el dinero directamente a su hijo. Según este método, la víctima ultima los preparativos y queda en verse con su hijo. Es decir, que cree en el estafador pensando: “Le voy a dar esto a mi propio hijo, así que no tengo nada que temer de posibles llamadas falsas”. La víctima espera en el lugar de la cita durante un largo rato, y finalmente recibe una llamada del hijo, quien atrapado por algún asunto urgente del que no puede escapar cancela el encuentro y le pide a la víctima que le entregue el dinero a alguien de confianza. Dudar de esa nueva persona y volver a casa sin entregarle el dinero supondría causarle mayores problemas al hijo, por lo que la víctima termina por creerse lo que le dicen, y la psicología de la confianza triunfa.
Se necesitan medidas ya
Es imperativo tomar ciertas medidas fundamentales para evitar daños a gran escala. No obstante, todavía son muchas las personas que creen poder hacer frente a la situación simplemente con su fortaleza de carácter: “Si tienes cuidado no hay problema”, y no se han tomado medidas suficientes al respecto.
Debemos abandonar esa forma de pensar y adoptar medidas drásticas que sean introducidas a nivel estatal. Se pueden considerar todo tipo de medidas, como por ejemplo aquellas que busquen cambiar las costumbres comunicativas cotidianas de cara a asuntos relacionados con dinero. Más concretamente, extender aún más el uso de los teléfonos con vídeo para que, sea quien sea quien llame pidiendo dinero, se pueda comprobar su identidad mirando la pantalla. Creo que es esencial que implantemos sistemas inclusivos enmarcados en una visión que incluya cambios en nuestro estilo de vida, pero también está claro que aún no ha aparecido nadie capaz de alzar la bandera del liderazgo en este sentido y guiarnos por ese camino.
Imagen del encabezado: Aflo
(Artículo traducido al español del original en japonés)