Los numerosos problemas del Nuevo Estadio Nacional
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Existe una buena cantidad de problemas en torno al diseño, las instalaciones a incluir, el presupuesto, el calendario y otros aspectos del nuevo estadio que será construido en Tokio como sede principal de los eventos de los Juegos Olímpicos de 2020. El primer ministro Abe Shinzō, el 17 de julio, declaró oficialmente que el Gobierno iba a “abandonar por completo el proyecto original y empezar otra vez de cero”. Con anterioridad había declarado precisamente que no iban a hacerlo, pero al parecer el descenso en la popularidad del Gobierno y las críticas dentro de su partido no le han dejado alternativa.
El comienzo de los problemas fueron unas declaraciones realizadas en mayo de este año por Shimomura Hakubun, ministro de Educación, Cultura, Deportes, Ciencia y Tecnología (MEXT, por sus siglas en inglés). Según Shimomura, dadas las limitaciones en los costes y la duración del proyecto, no se puede construir el techo que cubriría el centro del estadio ni los asientos móviles para los espectadores, y por otro lado el coste total del proyecto sería 100.000 millones de yenes superior a lo planeado, alcanzando un total de 260.000 millones.
A partir del momento en que se decidió el diseño del nuevo estadio estos problemas se han visto identificados una y otra vez por expertos, e incluso han llegado a ser debate en la Dieta. Y sin embargo en estos dos años ni el ministro ni la administración del MEXT han hecho nada al respecto. Los arquitectos han sugerido remodelar el Estadio Nacional (construido para las Olimpiadas de Tokio 1964), pero lejos de deliberar sobre esa posibilidad, el Gobierno decidió demoler el edificio. En este tiempo, la mayoría de los medios de comunicación y el mundo del deporte han guardado silencio.
Es evidente que este tema no se limita a las Olimpiadas, sino que refleja problemas que existen en el conjunto político y administrativo de Japón.
¿No basta con un presupuesto de 300.000 millones de yenes?
Concentrémonos en el presupuesto para la construcción. Cuando se abrió la convocatoria para los diseños, en julio de 2012, el presupuesto total era de 130.000 millones de yenes, una cifra que ya era el doble de los 64.000 millones de Sidney o los 76.000 millones de Londres. En mayo del año pasado el plan general revisado elevó el presupuesto hasta los 162.500 millones; en él se cambiaba bastante el diseño de la fachada y se reducía el suelo total empleado. Un año después, el ministro dejaba claro que aunque se abandonara el diseño del techo retráctil, la obra iba a costar 260.000 millones de yenes.
¿Cómo puede cambiar de esa forma el presupuesto para la construcción? La razón más importante hay que buscarla en el diseño. El nuevo estadio cuenta, sobre el terreno de juego, con dos arcos en forma de puente colgante de 400 metros de longitud. Y esto hay que construirlo en el centro de Tokio, en un terreno muy limitado. Si además sumamos las dificultades técnicas de los trabajos subterráneos, veremos lo complicado de lograr un presupuesto fiable.
El Consejo de Deportes de Japón (JSC, por sus siglas en inglés) menciona el rápido encarecimiento de la mano de obra y los materiales, pero con esto no se explica todo. Si añadimos las bases subterráneas no incluidas en el presupuesto de los arcos del techo en el proyecto, el coste final podría alcanzar, dicen, los 400.000 millones de yenes.
Un estadio con solo medio estadio
Además de la estructura en sí, otra razón del alto presupuesto para el nuevo estadio es su escala y sus instalaciones. La superficie total de las áreas con funciones propias de un estadio es de 115.000 m2: las destinadas a los espectadores es de 85.000 m2, y las de competición y las pistas suman 24.000 m2. Por otro lado el espacio para recibir va aparte: salas de reuniones y oficinas para la gerencia, salas de equipamiento y demás suman 40.000 m2, 25.000 m2 de aparcamiento, 20.000 m2 de salas VIP, cubículos de espectadores, restaurantes y otras instalaciones destinadas a la hospitalidad, 14.000 m2 para exposiciones, biblioteca y tiendas… Desde el punto de vista del espacio, apenas la mitad del nuevo estadio está destinada para los eventos deportivos en sí.
Así, se plantea la duda de si es necesario un espacio tan grande para la zona VIP y los cubículos de espectadores, que con sus 20.000 m2 constituyen una cuarta parte del espacio total para el público.
Un error fatal es la falta de pistas secundarias para entrenar, algo que es imprescindible para competiciones atléticas, pero que no se contempla en el plan básico de la JSC. Dado que el estadio es tan grande no se pueden construir esas pistas en la zona. Durante las Olimpiadas se planeaba construir pistas temporales en una parte del distrito de Gaien, pero tras el evento no se podrían utilizar para competiciones.
Instalaciones multifuncionales en contra de las tendencias internacionales
Cada país en el que se construye un estadio nuevo para celebrar los Juegos Olímpicos considera exhaustivamente cómo emplear ese estadio en el futuro. Las Olimpiadas y Paralimpiadas duran aproximadamente un mes; hay que pensar cómo usar las instalaciones durante los siguientes cincuenta o cien años. La tendencia reciente consiste en calcular a la inversa: tras considerar ese uso posterior de las instalaciones se decide su uso durante las Olimpiadas (si es necesario añadir asientos provisionales o tomar otras medidas).
Por ejemplo, el estadio de Atlanta se usa ahora como estadio de béisbol, y el de Sidney como estadio de fútbol y otros juegos de pelota, con una superficie reducida. Por el contrario, el gigantesco estadio de Pekín, conocido como el “nido”, que se construyó en su día sin un claro uso final en mente, tras las Olimpiadas apenas se usa para nada, y se está investigando la posibilidad de demolerlo para evitar los costes de mantenimiento.
Antes de la revisión del plan de construcción el Nuevo Estadio Nacional estaba destinado a convertirse en un espacio multifuncional no solo para celebrar carreras, sino competiciones de fútbol y rugby, e incluso eventos culturales. Como resultado, tanto en escala como en prestaciones, su presupuesto aumentó en exceso. Los gastos de mantenimiento anuales previstos superaban en ocho veces a los del antiguo estadio, con una estimación de 4.000 millones de yenes, y se consideraba que tras la celebración de las Olimpiadas se convertirían en números rojos crónicos.
Nadie se hace responsable
Hasta que el primer ministro declaró que iba a “revisar el proyecto en su totalidad”, la opinión del presidente del JSC, Kōno Ichirō, era que “La decisión de abandonar o no no depende de nosotros, sino del MEXT”. Andō Tadao, arquitecto que ejerce como presidente del Comité de Investigación para los Diseños del Estadio, declaró que “El Comité está involucrado en los diseños del estadio, pero no en lo que se hace con ellos después”.
Es el JSC, a cargo de la gerencia del Estadio Nacional, quien decidió el diseño y las instalaciones. Y se trata de un ente administrativo independiente bajo la supervisión del aparato burocrático del MEXT.
El JSC estableció en enero de 2012 el Comité de Expertos para la Planificación Futura del Estadio Nacional, el cual designó un Comité de Investigación Internacional para los Diseños del Estadio (del que es presidente Andō); dicho comité eligió el diseño de Zaha Hadid. Pero en el concurso convocado para los diseños se contó con el consentimiento de los expertos tanto para el establecimiento de las condiciones como para los resultados de la investigación. Y en dichos procesos participaron tanto el director de la Oficina de Asuntos Jóvenes y Deportes del MEXT como el viceministro.
El ministro del MEXT es el encargado de unificarlo todo. Tanto él como la totalidad de sus subordinados comparten la responsabilidad. Y sin embargo, todos los implicados se dedican a echarle la culpa a otros. La razón para esta irresponsabilidad y doble juego se debe a la gran cantidad de discreción de que goza el JSC.
El JSC, un organismo sin expertos
El JSC no cuenta con expertos en construcción ni en estadios. Y a pesar de ello es el encargado de las decisiones sobre la construcción del nuevo estadio. El MEXT y sus organismos relacionados utilizan grandes cantidades de fondos fiscales para su propia organización sin necesidad de consultar con la Dieta. Es algo que resulta evidente si nos fijamos en los contenidos del contrato que estableció el JSC con Zaha Hadid.
El objetivo del concurso debía de ser únicamente elegir un diseño, y la obligación del arquitecto elegido, supervisar dicho diseño (por lo que recibiría 1.300 millones de yenes), mientras que sobre los contenidos de la realización de las instalaciones el JSC y el MEXT tendrían total libertad. Pero se critica el hecho de que dichos organismos no pasaban de actuar como neófitos que aceptaban los diseños, y expertos que simplemente realizaban preguntas para guardar las formas. Básicamente era un sistema de “dejar que decidan y no aceptar responsabilidades”.
Como resultado, los expertos aseguran que todo lo decide el JSC, que es la oficina pertinente, mientras que el JSC dice que es el comité de expertos quien decide, o que están siguiendo las directrices del MEXT. La administración del MEXT y el ministro parecen dejarse llevar por la corriente. Y mientras tanto se gastan cientos de miles de millones de yenes, cifras que deberían hacerles temblar. No obstante, ninguno de ellos parece nervioso por el despilfarro, ni parece considerar imperdonable que se derroche de esta manera.
Un estadio que desde el principio careció de competencia y cuentas claras
El concurso para el diseño decía buscar talento internacional, pero en realidad solo se buscaron candidatos de entre los ganadores de cinco de los mayores premios internacionales de arquitectura, como el Premio Pritzker y la Medalla de Oro del UIA (la Unión Internacional de Arquitectos), con lo que los nuevos talentos quedaban fuera de la competición. No se dieron explicaciones sobre el proceso de selección, y todo el asunto careció de transparencia. Los procedimientos concernientes a los criterios arquitectónicos se han llevado a cabo de una manera totalmente opaca e impensable en un Estado de derecho.
En julio de 2012, cuando se publicaron las guías para el concurso, las estrictas regulaciones sobre construcción en el distrito establecían la altura máxima de los edificios en 20 metros; y para el lugar en el que estaría el nuevo estadio, la zona protegida de las inmediaciones de Gaien y el Santuario Meiji, el límite era de 15 metros.
Y sin embargo, las guías permitían hasta 70 metros de altura. Los organizadores del concurso supusieron que sería fácil acabar con esas regulaciones urbanísticas. La regulación tokiota se cambió en junio de 2013, tras la elección del diseño final.
Un estadio que olvida la historia y cultura de la zona
El distrito de Gaien fue diseñado como parte fundamental del complejo del santuario Meiji, dedicado al emperador Meiji, y fue el primero de Tokio en recibir regulaciones como distrito paisajístico. De este modo se han podido conservar tanto su historia como la belleza de su entorno, con su paseo de árboles gingko biloba y su arboleda centenaria, y se ha convertido en un verdadero símbolo nacional.
El presente proyecto de construcción hace caso omiso al límite de 15 metros de altura impuesto por razones históricas, y sacrificando los formidables árboles erigirá un estadio mastodóntico. No solo se perderá el paisaje urbano, sino que surgirán numerosos problemas de seguridad y prevención de desastres, cuando decenas de miles de espectadores acudan a ver la celebración de eventos deportivos.
El error de la desfasada doctrina de los cañones grandes
Todo este proceso del nuevo estadio y el caos que ha creado revelan serios problemas estructurales que parten de la política, la administración y también de los políticos y burócratas de Japón.
El primero de ellos viene del hecho de realizar proyectos nacionales, tanto en su calidad de eventos como de empresas de gran envergadura financiera, mediante procesos de escasa transparencia y a través de canales fuera de la ley. Aunque ya han pasado tres años desde que comenzara el proyecto del estadio, la información y las explicaciones que se han dado al público siguen siendo insuficientes; la situación es un insulto a la democracia.
El segundo es que aún sigue en boga la antigua doctrina, de tiempos de la Guerra, según la cual la mejor forma de defender la nación es construir los cañones más grandes que se pueda: proyectos ostentosos que no reportan beneficios ni para los ciudadanos ni para el país. La principal función no solo del MEXT y el JSC sino de los políticos y funcionarios que los representan se ha convertido en incrementar sus presupuestos, actividades e instalaciones, olvidando en el proceso cuál es su verdadera obligación y objetivo.
El tercer problema es la incapacidad de los políticos y burócratas para corregir el rumbo una vez decide una política a seguir, por muy grave que sea la situación. Se tiende a evitar las reacciones del entorno cercano que impliquen un cambio, por graves que puedan ser las consecuencias en el futuro; hay una grave falta de imaginación y sentido de la responsabilidad hacia los ciudadanos que se puedan ver trágicamente implicados en todo esto.
Por desgracia, estos son elementos que condujeron en su día a Japón hacia la Segunda Guerra Mundial, según muchos historiadores.
Tras dos años, por fin Abe ha puesto fin a este proyecto. Y sin embargo la reducción de los costes no es más que una parte del problema. La administración, equivocada en sus objetivos, se preocupa solo del ambiente político de sus herméticos círculos internos, y arrastra a la sociedad entera hacia el precipicio. Debemos aprovechar esta oportunidad para romper este círculo vicioso.
Imagen del encabezado: Maqueta del Nuevo Estadio Nacional según el proyecto de construcción del comité de expertos del JSC (Jiji Press)
(Artículo traducido al español del original en japonés)deporte Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Tokio 2020 Estadio Nacional Tokio 2002 Zaha Hadid